Javier Camarena dominó el agudo, que se ensancha poderoso, los pianos, que parecen extinguirse en un susurro, e hizo alarde de una amplia gama de matices y de una voz cálida y plena de armónicos. Hay un punto, que domina, en el que el artista traspasa una barrera que va más allá y su actuación se convierte en algo indefinible, en pura emoción.