Reportajes
Tito Schipa, el último 'tenore di grazia'
A 55 años de su muerte
Triunfó tanto en Europa como en América, encandiló a colegas como Caruso o Gigli, rodó una decena de películas y su voz se transformó en sinónimo de elegancia y refinamiento. El tenor Tito Schipa dejó una huella imborrable que hoy, a 55 años de su muerte, sigue viva en el recuerdo.
Empezar con una anécdota no siempre es gratuito y a veces puede hasta resultar significativo. Cuentan que con ocasión del recital con el que se presentaba Tito Schipa en Nueva York, la esposa de Enrico Caruso convenció a este para asistir al mismo, con una extraña mezcla de complicidad y de reto. Tras oír las primeras piezas programadas, el gran tenor napolitano le espetó a su mujer: “Ya nos podemos ir”. “¿Tan malo es?” preguntó ella. “¿Malo? No solo no es malo, sino que es un maestro. Pero no hay de qué preocuparse”.
Caruso, entonces el divo indiscutido del Metropolitan, sabía lo que decía. En una época en la que el repertorio italiano de los grandes teatros se nutría principalmente de óperas veristas y en la que las voces que lo servían –como la suya– eran potentes, broncíneas y capaces de arrebatar al público con sus atronadores agudos, un cantante como Tito Schipa, calificado como tenor ligero, no representaba peligro alguno para sus eventuales competidores. Pero con él perviviría, y a un nivel inaccesible para los demás, la figura del antiguo tenore di grazia de los antiguos fastos belcantistas. Sería, sucediendo a un Giuseppe Anselmi –con quien, por cierto, llegaría a alternarse en Manon de Massenet en el Teatro Real de Madrid, en la temporada 1917-1918–, el último de su especie que reconocería la historia del canto. Pero sería el mejor.

Como Des Grieux, de 'Manon' de Massenet
Raffaele Attilio Amedeo Schipa, a quien desde niño se le conoció como Titu (pequeñito), nació en Lecce, en la región italiana de Apulia, en una fecha que aún se discute, pue si las enciclopedias suelen situarla en el 2 de enero de 1889, es posible que la misma coincida solo con la del registro oficial del nacimiento, que pudiera haber ocurrido unos pocos días antes. Aunque la familia carecía de recursos económicos, quiso la fortuna que el obispo de la ciudad, monseñor Gennaro Trama, se interesara por la disposición del niño para el canto; fue él quien facilitó su ingreso en el seminario, donde quedaría al cuidado del maestro Alceste Gerunda, un alumno de Saverio Mercadante que orientó los primeros pasos de Schipa en la técnica vocal, enseñanzas que más tarde ampliaría Emilio Piccoli en el Conservatorio de Milán.
El debut del joven tenor, el 4 de febrero de 1909 con apenas 20 años recién cumplidos, tuvo lugar en el Teatro Politeama Facchinetti de la localidad de Vercelli como Alfredo Germont de una Traviata al lado de la soprano Lina Simeoni. Tras un período de febril actividad por varios teatros italianos y una provechosa excursión a tierras argentinas, con actuaciones en Rosario y Buenos Aires, en cuyo Teatro Colón debutó al lado de María Barrientos en La Sonnambula de Bellini el 16 de junio de 1913, llegó su debut en La Scala el 21 de diciembre de 1915 con el Vladimir de El príncipe Igor al lado de Gilda dalla Rizza, título al que seguiría Manon de Massenet en la misma temporada, altenando con Alessandro Bonci, uno de los divos más activos en el teatro milanés en aquella época.

Con su familia visitando al tenor Ernst Krauss, en 1952
Seguirían sus años de plenitud con el estreno absoluto de La Rondine en la Ópera de Montecarlo el 27 de marzo de 1917, y debuts importantes como los realizados en el Gran Teatre del Liceu de Barcelona y en el Teatro Real de Madrid en aquel mismo año, hasta llegar a sus aclamadas funciones en la Chicago Liryc Opera, donde triunfaría en muchas temporadas posteriores desde su debut como el Duca de Rigoletto junto a Amelita Galli-Curci (1919) y su muy posterior presentación en el Metropolitan, ya en 1932, como un inolvidable Nemorino de L’elisir d’amore y en un espectacular Don Giovanni que uniría su nombre a los de Ezio Pinza y Rosa Ponselle.
Su última actuación en escena tendría lugar en el Teatro Petruzzelli de Bari el 14 de abril de 1955, aunque seguiría ofreciendo recitales por todo el mundo hasta poco antes de su muerte, ocurrida en Nueva York el 16 de diciembre de 1965; en la ciudad de los rascacielos el cantante había fijado su residencia y regentaba la academia de canto que había fundado.
Distinción suprema
Si Tito Schipa no pudo nunca presumir de un volumen vocal extraordinario o si su centro podía parecer opaco y sus graves poco consistentes, su sentido de la flexibilidad en las medias voces, su capacidad para revestir de elegancia y de buen gusto la regulación del sonido, su concepción del rubato, del morendo o de la morbidezza interpretativa dominaron majestuosamente los mejores momentos de su carrera. Estas características hicieron de él un tenor de distinción suprema gracias además a una disposición técnica inigualable y a una capacidad de proyección perfecta hasta el Si natural, nota que constituiría su límite in alto y que le permitían brillar incluso en espacios grandes como los del Met o la misma Arena de Verona, donde cantaría un memorable Elisir d’amore en 1936 con Margherita Carosio.
No fue la de Schipa una vida exenta de sobresaltos en el aspecto personal. Casado desde 1919 con Jeannette Michel D’Ogoy, mujer obsesivamente celosa que le dio dos hijas, Elena y Liana, se separó de ella para contraer un nuevo matrimonio en 1947, ya con 57 años, con Teresa Borgna (in arte Diana Prandi), mucho más joven que él, de la que tuvo a su hijo Tito, que con el tiempo llegaría a darse a conocer como compositor y que escribió una biografía de su padre publicada en 1997. Acosado por los desacuerdos con sus esposas y las numerosas amantes que constelaron su peripecia sentimental, las acusaciones recibidas por haber supuestamente simpatizado con el régimen fascista y el escaso éxito de sus inversiones pecuniarias, vivió amargado los años finales de su vida, en plena decadencia vocal.
Autor asimismo de una autobiografía (Tito Schipa si confessa, editada en 1961), se dio a conocer también como compositor y no solo de las canciones que solía incluir en sus conciertos y grabaciones (A Cuba, Luna castellana, El Gaucho) sino también de la opereta La principessa Liana, que él mismo llegaría a dirigir en el Teatro Lirico de Milán en 1935.
Schipa tuvo también una amplia experiencia en los estudios cinematográficos que le llevaría a participar en hasta diez largometrajes, muy bien recibidos en su época, con títulos como I sing for you alone (1932, año de su debut en el Met), Tre uomini in frac (1932), Vivere! (1937), Chi è più felice di me (1938) o I misteri di Venezia (1950), último de los que interpretó.
Escasa discografía
La discografía del tenor de Lecce solo cuenta con una grabación de ópera completa, el Don Pasquale de 1932 con Adelaide Saraceni, Ernesto Badini y Afro Poli, dirigidos po Carlo Sabajno.

, pero su legado de más de 300 grabaciones entre fragmentos de óperas, canciones napolitanas e incluso algo de zarzuela –las maravillosamente fraseadas Granadinas de Emigrantes de Calleja y Barrera o “Princesita” de La corte del amor de Padilla– ha sido difundido una y otra vez en formato CD por sellos como Pearl, Romophone, Emi o RCA. En todas y cada una de estas interpretaciones está presente la manera personal del artista y un estilo de canto que con él desaparecería irremediablemente.
Podría ponerse punto final a este recordatorio –que las razones de espacio han obligado a abreviar ante todo lo que Schipa aportó a su tiempo– con la sentencia de otro tenor glorioso como Beniamino Gigli al referirse a su ilustre colega: “Aunque hubo tenores con mayor potencia vocal que Schipa, cuando él cantaba todos debían inclinarse ante su grandeza”. Es el mejor homenaje al último de los auténticos tenori di grazia, de quien podría decirse, con justicia y con la socarronería del personaje de la zarzuela La Gran Via que “ahora no hay de ese percal”. -ÓA