Reportajes
'Semiramide' de Rossini, de ópera innovadora a pieza de anticuario
A 200 años de su estreno
La última ópera que Rossini escribiera para Italia antes de instalarse en Francia, vivió su estreno absoluto hace ahora dos siglos. Con Semiramide el genio italiano daba a luz su obra más ambiciosa, una prueba de fuego para sus intérpretes que, por sus dificultades, nunca ha acabado de integrarse en el repertorio internacional.
Hace 200 años, en febrero de 1823, Gioachino Rossini estrenaba en La Fenice de Venecia Semiramide, su ópera hasta entonces más ambiciosa en cuanto a extensión, instrumentación y exigencias vocales, y la última que escribiría para Italia. En efecto, y a pesar del reparto que incluía a su esposa, la española Isabel Colbran, a la contralto Rosa Mariani y al bajo Filippo Galli, la fría acogida determinó que Rossini decidiera marchar a Francia e Inglaterra. A pesar de todo, Semiramide, como la mayoría de las óperas del entonces soberano musical del mundo, se representó con gran éxito en los principales teatros de todo el mundo, y todavía hoy sube esporádicamente a escenarios de, entre otros lugares, Alemania, Suiza, Estados Unidos, España, Perú e Italia, donde, este mes, regresará a su cuna, La Fenice. Pero, ¿corrió Semiramide la misma suerte en vida del compositor e, incluso, en lo que restaba de siglo? España, que podría considerarse en el siglo XIX un territorio más dentro de la red de teatros de ópera italianos, es un buen ejemplo de la salud de esta obra bicentenaria.
Es de sobra conocida la fiebre rossiniana que experimentó el público español ya desde 1815 y durante las dos décadas siguientes. Semiramide, tras su estreno en el Teatro de la Santa Cruz de Barcelona en 1826, se representó en los principales teatros españoles, prácticamente sin interrupción, durante una década en Palma (1826 y 1834), Madrid (1827-1831 y 1837), Barcelona (1828 y 1832), Cádiz (1828), Valencia (1828) o Sevilla (1828), entre otras. El éxito se debió, sin duda, y aparte de a la calidad indiscutible de la partitura, a las célebres solistas con las que se contó y a la impresionante puesta en escena con la que se presentó incluso en teatros como el de Palma o el de Cádiz, tal y como atestiguan las crónicas de la época: “propiedad y gusto” en el vestuario, “nuevas decoraciones de templo, salón regio, jardín y bóvedas subterráneas, comparsas de mujeres, indios, sátrapas, babilonios, magos…”, hasta el punto que “no ha habido antes ni después ejemplo de un lujo igual, no ya en este teatro, sino quizá en otro alguno de su especie”. Al frente de estas producciones se podían encontrar a celebridades como Fanny Eckerlin o Marietta Alboni, que dominaban a la perfección el canto de coloratura rossiniano que en esta ópera alcanza su máximo grado de desarrollo.

La propuesta escénica de ABAO Bilbao Opera de 'Semiramide' en 2011
Tras esta época dorada, y por desgracia para los amantes del estilo, en la década de 1850 ya apenas había cantantes que dominasen el bel canto rossiniano: con el éxito de la grand opéra francesa y de compositores italianos como Donizetti y Verdi el gusto y el estilo vocal habían cambiado por completo, ahora completamente silábico y que demandaba una mayor potencia para adecuarse a una orquesta cada vez más grande y con mayor protagonismo. Pero el problema no solo residía en la falta de cantantes que pudieran afrontar las óperas de Rossini, sino en los cambios que se produjeron en los gustos del público, que, en esta época, veía el arte en términos de progreso: en ese momento, las obras anticuadas carecían ya de cualquier atractivo estético.
Terror con trinos
El primer testimonio de ello se puede encontrar poco después de inaugurarse el Teatro Real de Madrid, donde se programó Semiramide en noviembre de 1852 con todo lujo de detalles e interpretando el papel principal Clara Novello, quien había sido recomendada por el propio Rossini al ser una de las pocas en Europa que todavía dominaba el canto de coloratura. A pesar de todo, para el público experimentado la comparación con las producciones de los años 20-30 no favorecía a los cantantes del Real (con la excepción de Novello), mientras que a los más jóvenes la ópera les causaba poco efecto, ya fuera por la “pobreza de la instrumentación, los millares de adornos, las repeticiones o la pesadez”. Una de las críticas de prensa razonaba que “ni ahora ni nunca, por más que nos lo diga el gran Rossini, podremos convenir en que la persona dominada por un sentimiento de terror y asombro lo exprese haciendo trinos, grupetos y cadencias de difícil ejecución. A nadie se le ha ocurrido todavía usar del mismo tono y de la misma inflexión de voz para decir te amo que para decir te aborrezco”.

Una escena de la propuesta escénica del ROF de 'Semiramide' de 2003
Idéntica situación se dio en producciones posteriores del propio Real y del Liceu y el Teatro Principal en Barcelona: ni Constance Nantier-Didiée, ni Rosina Penco, ni las hermanas Carlotta y Barbarina Marchisio (dedicadas a Rossini y, especialmente, a Semiramide), ni Eva Tetrazzini, ni Elena Theodorini, ni Erminia Borghi-Mamo, por citar a las más célebres, pudieron despertar en el público el furor por la ópera de Rossini, a pesar de los grandes elogios que ellas mismas sí que recibieron.
Resulta, pues, paradójico el hecho de que una obra que fue mal recibida en su estreno por los excesos en su instrumentación y por sus novedades en la armonía, fuera, tres décadas más tarde, criticada por el “triste papel” que desempeñan los instrumentos, “que enmudecen” para ceder exclusivo protagonismo a los innumerables “gorgoritos” vocales que incluso llegaron a hacer reír al público.– ÓA