Reportajes

Sebastián Durón, el creador de la primera ópera española

'La guerra de los gigantes' es la primera obra española que ostenta en su título el calificativo de ópera

01 / 04 / 2021 - Paulino CAPDEPÓN VERDÚ - Tiempo de lectura: 1 min

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guerra gigantes Una escena de 'La guerra de los gigantes' © YouTube Teatro de La Zarzuela

La guerra de los gigantes es la primera obra española que ostenta en su título el calificativo de ópera. Aunque no se sabe incluso si llegó a estrenarse, la partitura del precursor Sebastián Durón, innova en la forma y marca un punto de inflexión en la historia de la lírica española.

La obra de Sebastián Durón (1660-1716) representa un momento culminante de la música española, especialmente por su contribución a la creación escénica. Nacido en Brihuega (Guadalajara) el 19 de abril de 1660, es poco conocida la primera etapa de su trayectoria. Lo cierto es que la primera noticia de su actividad musical está localizada en Zaragoza en 1679, en calidad de ayudante de Andrés de Sola, organista del Santo Templo del Salvador.

Poco tiempo permaneció Durón en la capital aragonesa, pues a comienzos de 1680 se trasladó a Sevilla para opositar al puesto de organista segundo de la catedral. El hecho de que con apenas veinte años lograse tal cargo demuestra la sólida preparación musical que recibió de Andrés de Sola. Durón permaneció en Sevilla cinco años y medio y su labor no se limitó a sustituir al primer organista, ya que ambos se repartían el trabajo dado el alto número de ceremonias que se celebraban en la catedral hispalense.

En 1685 decide abandonar Sevilla para trasladarse a El Burgo del Osma, donde toma posesión de la plaza de primer organista de la catedral. Pocas noticias se han conservado de esta breve estancia, siendo su siguiente destino la organistía de la catedral de Palencia a partir de diciembre de 1686. La labor de Durón y del maestro de capilla palentino, Francisco Zubieta, fue decisiva para reorganizar la capilla al contratar a numerosos músicos de otras provincias y reorganizar la enseñanza musical de los mozos de coro. El 30 de octubre de 1691 informa al Cabildo palentino de su nombramiento como organista de la Real Capilla, una de las máximas aspiraciones para cualquier músico de la época.

En la Real capilla

Durante su etapa en la Corte madrileña, Durón, quien gozó del aprecio y protección de Carlos II, sumó a la organistía primera los cargos de maestro de la Real Capilla y rector del colegio de Niños Cantorcicos desde al menos 1701, reinando ya la dinastía borbónica, pero el músico siempre se identificó políticamente con la anterior casa reinante de los Austrias, lo cual le costaría posteriormente el exilio en Francia.

Entre las obligaciones inherentes a su cargo regio, se responsabilizaba no solo de las funciones religiosas, sino también de la dirección de los espectáculos teatrales reales. La vida en la corte le permitió entrar en contacto con la música europea de su tiempo, fundamentalmente la de procedencia italiana, hecho que tuvo una notable impronta en su producción musical, como lo demuestra su activa participación en algunas de las polémicas entre los defensores del contrapunto más estricto y los partidarios de una mayor libertad musical. Durón adoptó la segunda de las posturas en su música teatral, lo cual le acarreó las críticas de los autores más conservadores: de hecho, firmó la aprobación de las Reglas Generales de acompañar de José de Torres, que suponen una defensa de la entonces denominada música moderna, que no es sino la música teatral de procedencia italiana que motivara las acerbas críticas de Benito Feijoo en 1726, acusando al compositor de Brihuega de ser causante de la decadencia de la música religiosa española y de introducir en España «modas extranjeras».

Hecho prisionero en 1706 por su postura a favor del Archiduque Carlos, Sebastián Durón partió al exilio instalándose en Bayona al servicio de la reina viuda, Mariana de Neoburgo. La relación con ella no se interrumpió y fue nombrado miembro del Consejo de su Majestad, así como Primer Limosnero el 25 de octubre de 1715. Durón falleció en Cambo-les-Bains, pequeño pueblo del sur de Francia, el 3 de agosto de 1716, el mismo pueblo en el que fallecería en 1909 Isaac Albéniz.

La obra de Durón gozó en general de una amplia difusión y popularidad, como lo demuestran las numerosas copias de sus composiciones en los archivos musicales españoles e hispanoamericanos abarcando un amplio abanico de géneros en los estilos vigentes en la época. De su extensa producción destaca, ante todo, la dedicada a la escena (comedias, óperas y zarzuelas) y a los distintos géneros religiosos, como reflejo de su labor como maestro de la Real Capilla.

Llegan los gigantes

A 1702 se remonta la composición de su obra teatral más emblemática, la Ópera escénica deducida de la guerra de los gigantes, escrita en honor del conde de Salvatierra y primera obra en la historia musical española con denominación de ópera. En cuanto al autor del libreto, en la partitura original –conservada en la Biblioteca Nacional de Madrid– no aparece citado su nombre; en 1702 estaban en activo los principales colaboradores literarios de Durón: Francisco de Bances Candamo, José de Cañizares, Antonio de Zamora, Juan de Benavides y el conde de Clavijo.

En la Introducción de la ópera (tal forma equivale a la Loa de la zarzuela) La Fama, El Tiempo y La Inmortalidad dejan constancia de las circunstancias que rodearon esta representación, del poder de los nuevos monarcas Felipe V y María Luisa de Saboya, y de la importancia de los Salvatierra, por lo que puede deducirse que la obra se celebró con motivo de los esponsales del V Conde de Salvatierra con María Leonor Dávila López de Zúñiga, el 23 de febrero de 1702. Sin embargo, no se han conservado datos sobre el lugar y circunstancias del estreno, y si realmente la obra se llegó a estrenar. Tampoco se han podido hallar datos concretos relativos a la relación que mantuvieron Durón y la casa de Salvatierra, si bien en la dedicatoria de la ópera el autor se dirige al Conde como «Mi señor», detalle que no plantea dudas sobre la estrecha relación que debió cultivar con dicho linaje nobiliario.

En opinión de Antonio Martín Moreno, la obra puede considerarse como una doble alegoría: por una parte, la Introducción significa un claro homenaje a los contrayentes mientras que la ópera en sí misma representa un homenaje a Felipe V por parte del Conde de Salvatierra, pues subliminalmente se deduce que el poder del rey nombrado por testamento de Carlos II es inmune a los ataques (aunque se trate de gigantes) por parte del pretendiente de los Austrias. Por otro lado, los cuatro personajes principales podrían simbolizar a personajes históricos de la época: Hércules, adalid de los dioses, al rey Felipe V; Júpiter, el general del ejército de los dioses, al Conde de Salvatierra; Minerva, la heroína de la historia, a Leonor de Zúñiga; y Palante, el caudillo de los gigantes, al Archiduque Carlos.

Desde el punto de vista musical, se trata sin duda de la obra más ambiciosa y compleja del compositor, siendo además el último gran proyecto teatral en el estilo español basado en el empleo de la tonada y las coplas, antes de que termine de imponerse el estilo operístico internacional por excelencia de recitados y arias, que adoptará el compositor briocense a partir de 1710.

“Es el último gran proyecto teatral en el estilo español basado en el empleo de la tonada y las coplas”

Una de las características sustanciales de los usos hispánicos reside en la complejidad rítmica que ofrecen las técnicas compositivas propiamente españolas en esta ópera, mientras que las formas italianas están limitadas a un recitativo y a una arieta, lo que demuestra fehacientemente que la impronta italiana en la música española es solo incipiente a comienzos de siglo: Durón ni siquiera hace uso del aria da capo.

En otro orden de cosas, no puede soslayarse la presencia de dos minuetos, prueba a su vez de la presencia de la música francesa en la nueva corte borbónica y del cumplimiento que debían mostrar los músicos palaciegos hacia las costumbres y procedencia de Felipe V. La dotación vocal-instrumental de La guerra de los gigantes está concebida para clarín, dos violines, bajo continuo, solistas y coro (tiple 1, tiple 2, alto y tenor). -ÓA