Reportajes

Riccardo Muti: Pasión verdiana

Una panorámica de las mejores grabaciones de obras de Verdi del célebre director de orquesta italiano, todavía en activo

01 / 05 / 2020 - Javier PÉREZ SENZ - Tiempo de lectura: 4 min

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Riccardo Muti, director estrechamente vinculado al Teatro alla Scala © Warner

La obra de Giuseppe Verdi ocupa un lugar de honor en la extensa discografía del director Riccardo Muti. En sus más de cinco décadas de carrera profesional –a sus 78 años, sigue felizmente en activo– ha dirigido 16 óperas del catálogo verdiano, más la Messa da Requiem y las Quatro pezzi sacri con versiones de absoluta referencia.

Once de las óperas y dos de las obras sacras verdianas llevadas al disco por Riccardo Muti (Nápoles, 1941) integran la edición The Verdi Collection de Warner que reúne grabaciones originales de Emi, sello en el que Muti grabó en exclusiva durante los mejores años de su carrera. Hay más grabaciones verdianas en su catálogo, pues a la galería de registros en vivo hay que sumar sus discos en Sony, en el sello de la Chicago Symphony Orchestra y en el propio del septuagenario director napolitano, RMM (Riccardo Muti Music), en el que figura, por cierto, un documental en DVD titulado Riccardo Muti, the King of Verdi que repasa e ilustra su pasión verdiana.

Obsesionado por la fidelidad a la partitura, Muti recrea la escritura verdiana con exactitud, detallismo, precisión rítmica y energía dramática. Poseedor de una técnica gestual clara y directa, su figura en el podio emana autoridad, firmeza y seguridad. De los directores de su generación, es probablemente el que mejor puede considerarse como heredero y continuador de la estética y del estilo de Toscanini, pero, tal y como ha confesado en diversas entrevistas, se siente fascinado por la libertad creadora y la fuerza telúrica de Furtwängler. Ensayar una tercera vía capaz de conciliar tan carismáticas virtudes es probablemente el objetivo soñado por el temperamental y controlador director napolitano. Maestro en el manejo de las dinámicas, sutil y refinado en la pintura de colores orquestales y corales, flexible y ágil concertador, es implacable a la hora de erradicar en sus interpretaciones cualquier lucimiento vocal que no aparezca indicado en la partitura, aunque ello suponga en la práctica la poda de sobreagudos no escritos que, por tradición y si el cantante se los puede permitir, animan la función y disparan el entusiasmo del público.

La maravillosa versión de Aida, grabada en 1974 en Londres, abre sus dos décadas de fructífera relación con Emi, en la que contó con la Philharmonia Orchestra, de la que fue director musical como sucesor de Otto Klemperer de 1972 a 1982, incluida la etapa en que, por problemas contractuales, la formación londinense creada por el productor discográfico Walter Leege se llamaba New Philharmonia Orchestra. La respuesta de este conjunto formidable en el repertorio verdiano es de una calidad, brillantez y precisión admirables. El reparto de esta Aida es magnífico. Montserrat Caballé estaba en una forma vocal deslumbrante, con una belleza tímbrica y unos pianissimi de ensueño; Plácido Domingo y Piero Cappuccilli se entregan a fondo y recrean los personajes de Radames y Amonasro con acentos vibrantes, mientras Fiorenza Cossotto derrocha potencia en una volcánica Anmeris y Nicolai Ghiaurov firma un modélico Ramfis.

La precisa y enérgica dirección de Muti, desde una concepción que mantiene siempre vivo el pulso dramático –los concertantes tienen una fuerza arrolladora– es una lección verdiana que se repite en todos los títulos grabados con la Philharmonia. Esa combinación de rigor, precisión, refinamiento y temperamento permite disfrutar de respuestas orquestales antológicas en sus lecturas de Un ballo in maschera (1975), Macbeth (1976), Nabucco (1977) y La Traviata (1981).

En la fogosa y dramática versión de Un ballo in maschera, Domingo ofrece un cálido y bien caracterizado Riccardo, pero el resto del reparto convence menos, quizá por la poca atención a las exigencias vocales de un joven Muti más preocupado por el lucimiento orquestal: Martina Arroyo es una Amelia de potentes medios, pero con poca variedad en la caracterización del papel y dicción borrosa. Muy impetuosos Cappuccilli y Cossotto, pero un tanto monótonos, y muy bien Reri Grist como Oscar. En Macbeth, Muti se revela como un moderno Toscanini por la fuerza dramática de una lectura de ritmo implacable. La temperamental Fiorenza Cossotto derrocha potencia, con agudos tirantes en algunos momentos y cierta grisura en la caracterización de Lady Macbeth, pero con una intensidad y una dicción admirables. También Sherrill Milnes se muestra generoso y brillante, pero su Macbeth es limitado expresivamente. Juvenil y apasionado Josep Carreras, seguro y muy lírico Ruggero Raimondi.

El primer Verdi

En las partituras del primer Verdi, Muti agita el pulso rítmico con vigor y contrastes explosivos, y en Nabucco logra escenas electrizantes. Puro fuego y pasión verdiana en una lectura de espíritu toscaniniano en la que tanto la Philharmonia como el Ambrosian Singer deslumbran. Matteo Manuguerra en el papel titular y Renata Scotto en la piel de Abigaille compensan sus evidentes limitaciones en las partes más heroicas con una expresividad desbordante y un fraseo de gran clase. Muti, siempre implacable, no deja a Scotto dar el sobreagudo en la cabaletta, y es una pena, porque agallas no le faltaban a la gran soprano. Tampoco en La Traviata Muti permitía a Alfredo Kraus lucirse dando el espectacular sobreagudo de la cabaletta y en otras escenas, obsesionado con el respeto escrupuloso a lo que está escrito en la partitura. Una lástima, porque el tenor canario es, junto a Bergonzi y Pavarotti, el mejor Alfredo de la discografía. Scotto, con apuros, consigue momentos de gran intensidad como Violetta, y Renato Bruson convence con un Germont padre de sabio y matizado canto verdiano.

De su gloriosa etapa como director musical del milanés Teatro alla Scala (1986-2005), marcada a fuego por su férrea disciplina y autoritario carácter, el disco conserva versiones de muy distinto nivel, tanto en disco compacto como en DVD, la mayoría con el calor del directo, de Ernani (1983), La forza del destino (1986), Nabucco (1987), Rigoletto (1988), Attila (1989), I vespri siciliani (1990) y Don Carlo (1992).

Si se buscan lecturas que combinen energía lírica y cuidado estilístico, los registros de Muti en La Scala son siempre recomendables. No siempre convence en la elección de las voces, pero su actuación en el foso, ante los disciplinados y brillantes coro y orquesta de la casa, es siempre una lección verdiana. Pocos directores son capaces de dar máximo relieve a los momentos más explosivos de la partitura y al tiempo ofrecer el acompañamiento más delicado y poético en las escenas de mayor lirismo. Y en su cruzada verdiana en La Scala, hay altibajos, ciertamente, pero siempre dentro de un nivel de calidad indudable.

"Uno de los mayores logros es la electrizante lectura de 'La forza del destino', de una fuerza orquestal asombrosa. La orquesta de La Scala parece galvanizada ante la firmeza e inspiración de una batuta con un nervio verdiano que es pura dinamita"

La serie se abre con una producción de Ernani reveladora en lo musical pero fría en su espíritu romántico –de la que es preferible el montaje en DVD de Luca Ronconi que solo el audio en CD–, lastrada en parte por un reparto inadecuado. Mirella Freni, siempre gran artista, tiene buenos momentos, pero se le ve incómoda en un papel alejado de sus hermosos medios líricos, forzando para dar una estatura dramática lejos de su vocalidad natural. Tampoco Domingo se muestra radiante, sin la elegancia y dominio de un Bergonzi, mientaas Bruson ofrece un canto noble, pero apagado. Y Ghiaurov está francamente mal, aunque duela decirlo de un artista tan grande.

En el caso de Attila, esa mezcla de temperamento y cuidado estilístico, de respeto obsesivo a lo escrito en la partitura, pero unido a la fantasía y belleza de la expresión lírica más genuinamente verdiana, su versión es una maravilla: la respuesta del coro y la orquesta de La Scala es electrizante, cargada de fuerza y siempre atenta a las indicaciones del maestro napolitano. Samuel Ramey ofrece un canto de gran belleza, impecable y de desbordante expresividad en el rol titular. Técnicamente, la Odabella de Cheryl Studer, en plena forma vocal, es muy notable, mientras que Neil Schicoff ofrece un Foresto cargado de matices. Giorgio Zancanaro es un Ezio de buena línea y tanto Ernesto Gavazzi como Giorgio Surjan son un lujo como Uldino y Leone. La filmación del montaje, de 1991, editada por Opus Arte y Brilliant, es muy recomendable, en especial para ver en acción a Ramey.

Uno de los mayores logros es la electrizante lectura de La forza del destino, de una fuerza orquestal asombrosa. La orquesta de La Scala parece galvanizada ante la firmeza e inspiración de una batuta con un nervio verdiano que es pura dinamita. Freni lleva a su terreno lírico el papel de Leonora con inteligencia y expresividad, junto a un Domingo que solventa con oficio un papel que grabó con más holgura bajo la batuta de James Levine, con la impresionante Leonora de Leontyne Price.

Título complejo

De la grabación en vivo del montaje de I vespri siciliani que abrió la temporada milanesa 1989-90 lo mejor es, una vez más, la maestría de la batuta. Muti ya abordó la fascinante y compleja partitura en el Maggio Musicale Fiorentino, con un notable equipo vocal encabezado por la Scotto, Veriano Luchetti, Bruson y Raimondi –existe una grabación corsaria muy recomendable editada por Gala, 1978)– y con este bagaje previo lima asperezas y, al frente de las disciplinadas masas del coliseo milanés, ofrece una potente y reveladora lectura, cuajada de detalles y aciertos orquestales. La versión, bastante completa, incluye el ballet –es muy aconsejable la grabación televisiva, que permite disfrutar la atractiva puesta en escena de Pier Luigi Pizzi. A pesar de su irregular actuación, Cheryl Studer es una Elena de generoso caudal, aunque justa en los graves y no muy ágil ante la inclemente vocalidad del papel, mientras Christ Merrit es un esforzado Arrigo solo brillante en los agudos, pero ni el color ni el fraseo suenan verdianos.

La espectacular puesta en escena de Franco Zeffirelli hace más soportable la fallida lectura de Don Carlo –versión italiana en cuatro actos– en DVD (Warner) que en disco compacto. El reparto es deficiente, sin paliativos, empezando por un frío e insustancial Luciano Pavarotti (quizá la peor interpretación de su carrera), un Samuel Ramey en baja forma, una Luciana D’Intino bajo mínimos y un discretísimo Paolo Coni. Una década después de su versión de estudio con Manuguerra y Scotto, el maestro napolitano dirigió en La Scala una producción de Nabucco con dirección escénica de Roberto de Simone (DVD/Warner) que destaca por la calidad de la dirección musical y la gran actuación de Renato Bruson, Nabucco de conmovedores acentos y fraseo señorial. La generosa y potente Abigaille de Ghena Dimitrova es otro atractivo, mientras que Paata Burchuladze luce una voz impresionante en un Zaccaria, eso sí, de monótonos matices.

Muti siguió grabando Verdi en La Scala en los años 1990 con el sello Sony, y entre esos registros destacan una minuciosa lectura de Rigoletto sin concesiones a la tradición, desde un respeto filológico a la escritura verdiana que, en su caso, no está reñido con la fuerza teatral y el nervio dramático. Renato Bruson canta con una nobleza de acentos y una sabiduría vocal que compensa ciertas fatigas y un joven Roberto Alagna es un Duca de gran belleza y frescura vocal. A ellos se suma una Gilda muy bien cantada por Andrea Rost. Más bien discreto resulta, en cambio, su versión de Il trovatore, con un muy irregular reparto encabezado por Salvatore Licitra, Barbara Frittoli, Leo Nucci y Violeta Urmana

Dos versiones de 'Fasltaff'

La producción conmemorativa del centenario del estreno de Falstaff es notable, pero no excepcional ni acorde con lo que podía esperarse en esta partitura de un director de tanta reputación verdiana. Su lectura, muy eficaz, es un tanto plana y previsible, y en el equipo vocal, encabezado por el magistral Falstaff de Joan Pons, hay más oficio y aplomo que chispa teatral. Mucho encanto, y más inspiración musical, atesora la recreación del histórico montaje de 1913 grabado en el Teatro Verdi de Busetto en 2002, con un reparto encabezado por el magnífico Falstaff de Ambrogio Maestri, con Juan Diego Flórez e Inva Mula como deliciosos Fenton y Nannetta (DVD, TDK).

No hay que perderse sus inspiradas lecturas de la Messa da Requiem, de una fuerza y belleza extraordinarias, como se pudo comprobar en su visita con las masas de La Scala al Liceu de Barcelona. Su más reciente versión del Requiem, grabada en directo en 2010 por el sello de la Orquesta Sinfónica de Chicago (CSO), ganó dos premios Grammy (al mejor álbum clásico y a la mejor interpretación coral) gracias a la soberbia actuación del Coro y la Sinfónica de Chicago –es su director artístico precisamente desde 2010– y un buen cuarteto vocal integrado por Barbara Frittoli, Olga Borodina, Marco Zeffiri e Ildar Abdrazakov. De referencia, sin duda, su grabación de las Quattro Pezzi Sacri con la Filarmónica de Berlín, el Coro de Cámara y el Coro de la Radio de Estocolmo, formaciones dirigidas por Eric Ericson (Emi). En cuanto a sus aproximaciones a Otello, hay que recomendar el montaje escénico de Graham Vick grabado en La Scala en 2001 con el siempre apasionante Otello de Domingo, la lírica y refinada Desdemona de Frittoli y el potente Jago de Nucci (DVD/TDK). -ÓA

© CSO / Todd ROSENBERG

Riccardo Muti dirigiendo a la Chicago Symphony Orchestra en el Teatro alla Scala de Milán

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