Reportajes
Renata Tebaldi, la voz de ángel, en su centenario
Una de las cantantes más carismáticas y referenciales del siglo XX
Una leyenda. Una de las más grandes del siglo xx y de toda la historia de la ópera. Renata Tebaldi, la voz de ángel como se le llamó por la belleza de su timbre, dictó cátedra en todos los repertorios que asumió, dejando una huella referencial en la interpretación de obras de Verdi, Puccini y del verismo. Adorada en medio mundo, con el público del Liceu barcelonés vivió un auténtico idilio. El gran Teatre catalán la recuerda estos días con una exposición.
Aunque parece ya demostrado que Arturo Toscanini nunca le dijo directamente a Renata Tebaldi que tenía una voce d’angelo sí es cierto que es lo que pedía para la soprano que debía participar en el concierto de reapertura de La Scala de Milán en 1946. Tebaldi fue la elegida y eso resultó decisivo para que pasara a ser identificada con aquella expresión, que certificaría en 1997 Carla Maria Casanova con el título del libro dedicado a la cantante y que ya circulaba entre entendidos y profanos desde hacía tiempo. Una voz de ángel, en definitiva, que fue el marchamo que acompañó toda la carrera de una artista que, por decirlo en palabras de Sabino Lenoci, director de la revista italiana L’Opera, acabaría representando “il baluardo intramontabile della parabola lirica in Italia e nel mondo” (“el baluarte atemporal de la parábola lírica en Italia y en el mundo”).
Renata Ersilia Clotilde Tebaldi, hija de Teobaldo Tebaldi, un violoncelista mediocre, y de Giuseppina Barbieri, una cantante frustrada, nació en Pésaro el 1 de febrero de 1922, hace ahora exactamente un siglo. A los tres años de edad se vio afectada por la poliomielitis, circunstancias de la que pudo recuperarse no sin unas dificultades que limitarían su capacidad de movimiento, y por el abandono de la familia por parte de un padre con el que más adelante seguiría manteniendo un cierto contacto pero al que nunca llegó a perdonar del todo. Madre e hija se trasladaron a la cercana localidad de Langhirano, de donde procedía aquella, y muy pronto Renata empezó los estudios de piano en Parma, en cuyo conservatorio recibió también sus primeras lecciones de canto de Italo Brancucci y de Ettore Campogalliani, que entre sus alumnos tendría también después a Freni, Bergonzi, Cossotto y Pavarotti, y que la tuvo más de un año practicando escalas antes de permitirle afrontar piezas de solista. Gracias a la intervención de su tío Valentino, hermano de su padre, pudo entrar en el Conservatorio de Pésaro de la mano de Carmen Melis, la famosa soprano sarda que había estrenado La cena delle beffe de Giordano y que se convertiría en la verdadera guía de su formación como cantante.
De Rovigo a Milán
Su debut en un escenario con una obra completa se produjo en el Teatro Sociale de Rovigo el 23 de mayo de 1944 como Elena de Mefistofele, actuación a la que siguieron otras varias mientras, por indicación de la Melis, pudo seguir trabajando en el Conservatorio de Milán con el profesor Giuseppe Pais. Su gran ocasión llegó al ser elegida para debutar en La Scala a las órdenes de Toscanini en la ocasión a que antes se ha hecho referencia y en la que se le confió la participación en el concertante “Dal tuo stellato soglio” del Mosè y la parte de soprano del Te Deum de Verdi.

Como Butterfly, papel que debutó en Barcelona
Sería tarea ímproba la de recorrer los hitos de una carrera que cimentarían en los siguientes años sus grandes triunfos en todo el mundo, desde sus ocho temporadas consecutivas en La Scala (1948-1955) –un teatro que dejaría definitivamente atrás en 1960 hasta el concierto de despedida el 13 de mayo de 1970– y las 13 temporadas de su muy querido San Carlo de Nápoles, donde interpretaría hasta 23 títulos distintos entre 1948 y 1968. No puede dejar de mencionarse su larga asociación con la Metropolitan Opera neoyorquina desde su debut el 31 de enero de 1955 junto a Mario del Monaco, escenario en el que llegó a sumar 270 actuaciones a lo largo de 20 años y su victoria sobre Rudolf Bing al exigirle la reposición de la Adriana Lecouvreur que el director en el fondo odiaba. Curiosamente, en el Teatro Colón de Buenos Aires, entonces en la cresta de la ola, solo actuaría en la temporada correspodiente al año 1953 con una Aida con Bergonzi y Stignani y una Tosca con Bergonzi y Taddei.
Sus actuaciones en España tendrían un reflejo en las temporadas de Bilbao y Oviedo con La forza del destino y Adriana Lecouvreur en 1962 –en la capital asturiana se hizo pagar la cifra de 140.000 pesetas por actuación, la más alta pagada hasta entonces en el Campoamor–, pero indudablemente han de recordarse sus triunfales noches en el Liceu de Barcelona en su mejor época como cantante.
La belleza del timbre
La voz de Renata Tebaldi se caracterizó desde sus inicios por su belleza, que adquiriría un torneado de auténtica lirico spinto a medida que su repertorio se fue ampliando hasta adquirir la amplitud y la sonoridad necesarias para servir a las inflexiones lírico-dramáticas de los principales papeles de Verdi y de Puccini sin perder nunca la riqueza tímbrica.
Nunca fue el suyo un canto verista y sí el resultado de una emisión cuya pureza podía afrontar sin contaminaciones de perfiles áridos los acentos pasionales, siempre con un sonido flautado en una posición natural para los más delicados pianissimi y un registro agudo, que si siempre fue corto nunca caería en la estridencia. El repertorio de sus primeros años de carrera y sus breves incursiones en la música del Rossini de L’assedio di Corinto, Guglielmo Tell o del Stabat Mater le darían la flexibilidad necesaria para no incurrir en soluciones forzadas en las obras en que un exceso temperamental puede resultar nefasto para el resultado artístico o en los personajes líricos wagnerianos (Elsa, Elisabeth, Eva) que nunca quiso cantar en alemán, pero que supo adaptar perfectamente a sus características.
Extensa discografía
La discografía de la Tebaldi es extensísima, desde las grabaciones en estudio para Decca hasta las muchas reproducciones de actuaciones en vivo, con especial incidencia en las procedentes de funciones en el Met.

De entre los registros mas antiguos merecen destacarse los Puccinis de los primeros años cincuenta con La Bohème que grabó haciendo pareja con Giacinto Prandelli, un tenor con el que siempre trabajó a gusto –y no solo por una estatura física más relevante que la de otros colegas– y que ha aguantado mejor el paso del tiempo que la posterior con Serafin y un reparto superior; la primera Tosca con Campora, y ya en campo verdiano la Aida de 1952 con Del Monaco y Stignani o las muy relevantes funciones de Trovatore o Forza del destino, ya en los años 55-56. El Ballo in maschera con Pavarotti, en cualquier caso, llegaría ya un poco tarde. Su Andrea Chénier con José Soler, sin embargo, no es superior al posterior con Del Monaco ni al registro pirateado del Met con Corelli. Ni La Wally, ni Mefistofele o La gioconda o el Trittico que grabara con Gardelli mostrarán su mejor perfil, pero Renata nunca decepciona y la belleza de su voz angelical y su impecable línea de canto acaban imponiéndose siempre.
En el campo de las grabaciones en vídeo resulta imprescindible su Forza napolitana de 1958 y hay mucho de que disfrutar en la Tosca corsaria de Tokyo de 1961 con Poggi y Gobbi. No debe quedar sin mención, por otra parte, que prestó su voz a Sophia Loren para la protagonista de la versión de Aida que llevó a las pantallas Clemente Fracassi.

Junto a Rudolf Bing y Maria Callas en el mítico encuentro en el Met en 1968
La rivalidad con Callas
La peripecia vital y artística de Renata Tebaldi ha sido objeto de múltiples análisis, aunque en este sentido se ve superada por el interés suscitado por la vida y la personalidad artística de Maria Callas, tan distinta de la de Renata Tebaldi como lo fue su repertorio habitual.

Su rivalidad, nacida más de las posiciones encontradas de sus respectivos partidarios, desde la gira de la compañía de La Scala al Brasil en la que ambas participaron, que de la animosidad personal entre ellas, terminó finalmente con la ya famosa visita de Maria al camerino de Renata en el Met tras una representación de Adriana Lecouvreur en septiembre de 1968.
Las dos biografías más difundidas sobre la soprano italiana son la ya citada de Carla Maria Casanova (Renata Tebaldi, la voce d’angelo, Azzali, Parma. 1987) y la anterior de Kenn Harris (An authorized biography, Drake Publishers, 1974). La traducción al inglés de la primera de ellas, editada por Baskerville provocó auténticos tumultos en su venta en la tienda del Met por la afluencia del público deseoso de hacerse con un ejemplar.

Renata Tebaldi nunca se decidió por el matrimonio, aunque se le conocieron diversas relaciones sentimentales con personajes conocidos como el bajo Nicola Rossi-Lemeni o el director Arturo Basile, con quien rompería finalmente debido a sus convicciones religiosas, al tratarse de un hombre casado. Al poner término a su carrera como cantante en el Met con la Desdemona de Otello el 8 de enero de 1973 podía alardear de haber sumado 1.084 acciones en teatro y mas de 200 en recitales, una actividad que prolongaría aún por algún tiempo, a menudo formando pareja con Franco Corelli. No quiso, en cambio, dedicarse a la enseñanza, aunque sí prodigó sus consejos a jóvenes cantantes como la después acreditada Aprile Millo.
Pasó sus últimos días en Milán y en la casa que poseía en San Marino, donde falleció el 19 de diciembre de 2004. Su cuerpo descansa en la capilla familiar del cementerio de Nattaleto, en Langhirano.
El idilio liceísta
El 4 de noviembre de 1953 Renata Tebaldi debutó en el Gran Teatre del Liceu de Barcelona con La Traviata con Albanese y Mascherini, obra a la que siguió Tosca en el mismo mes con Poggi alternándose con Filippeschi y Taddei. La anécdota en este caso consiste en el berrinche de Maria Caniglia, que ante el triunfo de su colega decidió acortar el número de funciones que tenía asignadas en la temporada en La gioconda y Andrea Chénier y ya no volvería al teatro donde tantos éxitos había conquistado. También hubo su comidilla en La Bohème de la temporada siguiente, pues al enterarse el tenor Poggi de que en la segunda función se haría entrega a la Tebaldi de la medalla de oro del Liceu, exigió que se le hiciera a él el mismo honor, lo que obligaría al empresario Pamias a complacerle en la tercera función del día 20 de noviembre. En este mismo ciclo, y también como inauguración del mismo, la Tebaldi había participado en una Forza del destino acompañada de Penno, Taddei y Giulio Neri. En la temporada 1956-57 fueron Tosca y Aida, en 1957-58 fue el turno de Madama Butterfly –cuando debutaba el papel–, La Bohème y Adriana Lecouvreur y en 1959-60 Manon Lescaut, Tosca y una única función de Bohème con Gianni Raimondi, cediendo las dos siguientes a Enriqueta Tarrés. Sería la última función de Tebaldi en el Liceu, que si no había podido tener a la Callas en escena sí lo había compensado con la generosa presencia de su rival más cualificada. El recital con el que se despediría del público barcelonés, sin embargo, no tendría lugar en el teatro de la Rambla por desavenencias con la Junta de Propietarios, sino en el Palau de la Música. Fue el 4 de diciembre de 1974 y acompañó a la cantante al piano el maestro Edoardo Müller.– ÓA