Reportajes
Rameau y su tratado de armonía, tricentenario de un texto fundamental
La historia de la música tiene en el Rameau teórico, más allá del compositor, uno de sus puntos de inflexión
La historia de la música tiene en el Rameau teórico, más allá del compositor, uno de sus puntos de inflexión. Su discurso estético apela a un nuevo espíritu que queda reflejado en su Tratado de armonía reducida a sus principios naturales, un texto fundamental y controvertido en su época que movió a la reflexión y al debate. Este año la obra cumple 300 años de su publicación.
Así se anunciaba hace 300 años, en el número de octubre-noviembre de 1722 del Journal de Trévoux, la impresión del Tratado de armonía reducida a sus principios naturales del compositor, profesor, teórico de la música y ensayista Jean-Philippe Rameau: “El autor de este tratado es ya bien conocido en Dijon, en Clermont, especialmente en Lyon e incluso en París como uno de los grandes maestros de la interpretación al órgano y, por tanto, por su gran experiencia en todo aquello que concierne a la armonía”. El creador de óperas tan célebres como Les Indes galantes y Castor et Pollux, firmaría el texto como todavía entonces se daba a conocer, con el título de “organista de la catedral de Clermont”; había llegado a París en el verano de ese mismo año para supervisar la impresión de su Tratado que se convertiría en un texto fundamental en la historia de la teoría musical europea.
La extensa obra, en cuatro volúmenes (I. Sobre las razones y proporciones armónicas; II. Sobre la naturaleza y la propiedad de los acordes y de todo lo que puede contribuir a la perfección de la música; III. Principios de composición; IV. Principios de acompañamiento), partía de la propia experiencia del autor como docente y organista. Conocedor, como demuestra, de los fundamentos matemáticos de la teoría griega y de Las instituciones armónicas (1558) de Zarlino, Rameau propone el estudio de la música como objeto científico: “La música es una ciencia que debe tener reglas ciertas; estas reglas deben derivarse de un principio evidente y este no puede reconocerse sin ayuda de las matemáticas”.

Una velada musical dieciochesca según un óleo sobre tabla de Luis Paret (1767)
De este modo apelaba a la racionalidad de los principios acústicos a los que, ya desde el prefacio, contraponía el oído que, según afirmaba, se había vuelto “sensible a los maravillosos efectos de este arte, pudiéndose afirmar que la razón ha perdido sus derechos, mientras que la experiencia ha adquirido cierta autoridad”. A lo largo del Tratado, de eminente carácter técnico, Rameau fue capaz de consolidar prácticas compositivas previas a la vez que asentaba unos firmes cimientos para el desarrollo del estilo clásico, conjunción del movimiento del bajo fundamental con la concepción vertical de la armonía.
Arquitectura musical
Tras analizar los fundamentos acústicos de consonancias y disonancias, estudia la estructura de los acordes, las propiedades de sus sucesiones y sus combinaciones cadenciales, así como los principios de la tonalidad y los procesos modulantes. El bajo fundamental servía como referencia en la composición de las diferentes partes. Por último, dedicó el volumen sobre acompañamiento –al que, en cierto modo, recordará La llave de la modulación de Antonio Soler, publicado en Madrid cuatro décadas más tarde– a la realización práctica del bajo cifrado y la disposición de los acordes sobre el teclado.

Deben entenderse estas reflexiones dentro del contexto artístico que vivía la confluencia del cada vez más influyente canto italiano con la sonoridad propia del estilo autóctono. La ya conocida querelle des bouffons de principios de la década de 1750 no fue sino la cristalización de este debate de naturaleza estética motivado por el recelo con el que los defensores de una música francesa más rígida, ornamentada y solemne comprobaban cómo se imponían la naturalidad, la proximidad a la palabra y el melodismo propios de la ópera italiana. En este sentido, son significativas las palabras con las que Rameau apelaba en su Tratado a la búsqueda de una mayor emoción mediante la aproximación al habla y la inevitable modulación del canto de acuerdo a los acentos y el ritmo exigidos por el texto: “Hay que ser más cuidadoso en los recitativos que en las arias. Pues, si se trata de narrar o recitar una historia u otro hecho similar, el canto debe imitar a la palabra, de modo que más parezca que se está hablando que cantando”.
No obstante, la reflexión que impregnaba el Tratado era que la linealidad del canto debía supeditarse a la consonancia que se generaba en la convergencia de las voces. Así, se definía como “melodiosa” aquella música “en la que el canto de cada parte corresponde a la belleza de la armonía”.
Enciclopedistas en acción
Esta postura, opuesta al evidente desarrollo del lenguaje vocal –y también instrumental, bajo la influencia de aquel– le valió pronto al compositor el enfrentamiento con los enciclopedistas. Si bien en el ensayo humorístico Les bijoux indiscrets (1748) Denis Diderot todavía manifestaba preferencias por la figura de Rameau (“es singular, brillante, complejo, sabio –demasiado algunas veces—, […] el estudio y la experiencia le han descubierto las fuentes de la armonía”) y por la sensibilidad de su música (“delicados matices distinguen lo tierno de lo voluptuoso, lo voluptuoso de lo apasionado, lo apasionado de lo lascivo”), en El sobrino de Rameau desembocaba ya en una crítica sin reservas: “Ha escrito tantas opiniones ininteligibles y tantas verdades apocalípticas sobre la teoría de la música, de la que ni él ni nadie jamás ha entendido nada”.
En esta pieza de teatro satírico, escrita probablemente en torno a 1761 pero no publicada hasta 1823, resonaban los argumentos esgrimidos por ambas posturas en su reciente contienda: “Creyeron inagotables la facilidad, la flexibilidad, la blandura, la armonía, la prosodia y la elipsis con que la lengua italiana se presta al arte […], pero siguieron aceptando cuanto hay de rígido, sordo, farragoso, pesado, pedantesco y monótono en la propia lengua”. Sin embargo, superando los matices estéticos de ambas posiciones, lo que es cierto es que el Tratado apelaba a un nuevo espíritu. Así lo reseñaba también el citado artículo del Journal de Trévoux, que alababa el modo en que este texto de Rameau “permitía al lector inteligente reconocer el bello orden que ha llevado de la práctica a la norma, de la norma al razonamiento, del razonamiento al principio y la razón”.– ÓA