Reportajes

'Las tres naranjas' de Prokófiev

Centenario de una sátira

01 / 02 / 2021 - Juan José PASTOR COMÍN - Tiempo de lectura: 6 min

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Historia El compositor Serguéi Prokófiev © Wikipedia

En 1921 se produjo el estreno de la escandalosa ópera Asesino, esperanza de las mujeres, de Hindemith; Russolo ofrecía su primer concierto de música futurista en París; Picasso terminaba el lienzo Tres músicos; y D. H. Lawrence publicaba su Women in Love. Estas obras arruinaban la moral convencional mientras la economía alemana colapsaba tras las capitulaciones del Reichstag; Rusia restauraba el comercio privado y el desempleo asfixiaba la economía. En este complejo contexto social veía la luz una vieja historia disparatada, El amor de las tres naranjas de Prokófiev.

Serguéi Prokófiev (1891-1953) siempre sintió una profunda devoción por el teatro desde que sus padres le llevaron a los ocho años al Bolshoi de Moscú: Faust o El príncipe Igor estimularon sus primeras óperas domésticas –El gigante– y pequeños ensayos operísticos –Las islas desiertas (1901), Maddalena (1911)– que culminaron en su primera ópera, El jugador (1917), sobre el texto de Dostoievski. El amor de las tres naranjas se concibió en el viaje que en 1918 realizó a Estados Unidos para promocionar su carrera: firmó un contrato con el director de la Chicago Opera Association, Cleofonte Campini, cuya muerte pospuso el estreno previsto para 1919. Escrita ese mismo año, el tiempo que dedicó a su composición obstaculizó su carrera como virtuoso en la escena norteamericana; con problemas financieros, tuvo que regresar a París en 1920. De esta experiencia amarga se redimió el 30 de diciembre de 1921 con el estreno de su obra en Chicago bajo su propia batuta.

Cantada en francés por Nina Koshetz y Hector Dufranne, contó con una cuidada producción que la crítica irónicamente describió como de “43.000 dólares por naranja”.  Sus números son tan característicos que han tenido vida propia: la Marcha –citada en el diálogo entre las hermanastras de su Cinderella–, el estribillo de las princesas cuando emergen de sus naranjas o los interludios orquestales del tercer acto. A pesar de la excelente acogida inicial, su reposición en Nueva York en 1922 recibió duras críticas que abortaron su trayectoria en el nuevo continente. El amor de las tres naranjas fue la única ópera de éxito del compositor, aclamada en Leningrado (1926) y celebrada en Moscú (1931). Su modernidad, anticipadora de los experimentos antirrealistas de Pirandello y Brecht, recuerda a la de Arlecchino (1917) de Busoni.

Una nueva manera

l libreto adopta desde el inicio una mirada autorreferencial. Elevados sobre dos torres, cinco comentaristas intervendrán en la acción, como coro griego; ellos representan a los Trágicos, los Comediantes, los Líricos, los Excéntricos –que aman las farsas– y los Ridículos. Los personajes pertenecerán a dos esferas, el ámbito real –el Rey, el Príncipe–, el Primer Ministro Leandro (vestido como el Rey de Picas, enemigo del Rey), Clarisa (sobrina del monarca y amante de Leandro) y los bufones Pantalón y Truffaldino. Frente a ellos se dispondrán las fuerzas sobrenaturales, cuyas cartas representan los personajes reales: la feroz hada Morgana y un irascible Cellio, que escoge proteger al príncipe. El primer acto presenta al joven Príncipe como un hipocondríaco que carece de la gracia principesca de la frivolidad, alimentado por Leandro con versos dramáticos y amargas lecturas. En el segundo, el Rey tratará de despertar a su heredero de su melancolía con extravagantes entretenimientos, sin conseguir que ría hasta que, por accidente, golpea al hada Morgana, quien cae ridículamente. Humillada, maldice al Príncipe para que se enamore de tres naranjas que habrá de buscar por los confines de la tierra, mientras Clarisa y Leandro conspirarán en su ausencia por el poder.

© Opéra National de Paris

Una escena de la ópera de Prokófiev en París, en un montaje de Gilbert Deflo

En el tercer acto, el Príncipe y Truffaldino inician la búsqueda protegidos por Cellio y salvando todos los obstáculos imaginables que Morgana pone en su camino. Las naranjas están custodiadas en el castillo del brujo Creonte por una colosal Cocinera a la que consiguen distraer con una cinta mágica. Transportados por un ciclón al desierto, las naranjas crecerán, cada vez más grandes y pesadas, pues en su interior cada una contiene a una princesa. Mientras el Príncipe duerme, Truffaldino abrirá las dos primeras: las jóvenes morirán de sed. La tercera, Ninette, sobrevive solo porque los Ridículos le conceden agua. En un momento de ausencia del Príncipe, Ninette es convertida por Morgana en una rata gigante, y es sustituida por su doncella disfrazada. En el último acto se asiste al enfrentamiento entre Morgana y Cellio en el que los Ridículos intervendrán nuevamente a favor de este, quien devuelve a Ninette a su forma natural. A pesar de la condena a muerte de los conspiradores, Clarisa y Leandro escaparán con ayuda de Morgana. La obra concluye con las felices bodas de ambos príncipes.

Prokófiev: “Encontraron en la ópera una burla grotesca; sin embargo, únicamente quise hacer una ópera divertida”

La vena sarcástica de la ópera despertó recelos en los primeros oyentes. Así lo refiere Prokófiev: “Algunos quisieron saber de quién me reía. Encontraron en la ópera una burla grotesca; sin embargo, únicamente quise hacer una ópera divertida”. Su carácter obedecía a la tradición satírica de la Kapustnik rusa, una celebración popular en tiempo de cuaresma con canciones y escenas paródicas. Obras como Mavra (1922), de Stravinsky, o La nariz (1930) y Lady Macbeth de Mtsensk (1934), de Shostakovich continuaron ese camino de caricatura y violenta incongruencia, ya muy arraigada en Gogol y Musorgsky.

La historia hunde además sus raíces en la primera recopilación europea de cuentos populares de Giambattista Basile, Lo Cunto de li Cunti o Il Pentamerone (1634-1636). Un siglo más tarde Carlo Gozzi (1720-1806) lo transformó en su L’amore delle tre melarance, obra estrenada en Venecia en 1761, inscrita en las polémicas teatrales entre Chiari –trasunto de la Maga Morgana– y Goldoni, encarnado por el Mago Celio. Su vivacidad y frescura le concedió una fama que alcanzó a Goethe, Schiller o Lessing.

En Rusia fue acogida por Vsévolod Meyerhold (1874-1940), quien adaptó las convenciones de la commedia dell’arte de Gozzi al teatro contemporáneo, poniéndolo de moda en San Petersburgo en 1914, donde fundó ese mismo año la revista El amor de las tres naranjas, fascinado por el relato.

Meyerhold, sin duda, dejó una profunda impronta en este proyecto: discípulo de Stanislavski, el actor y director teatral mantuvo una difícil relación con Prokófiev desde 1916 hasta su arresto en 1939 y fusilamiento en 1940 por oponerse al realismo socialista, en una de las purgas stalinistas contra las vanguardias. Contrario al psicologismo y al teatro de ideas, Meyerhold postulaba que la escena debía ser un divertimento esencialmente expresivo, con actores como acróbatas sobre el dominio de su propia respiración y la mecánica de su cuerpo, según su concepto del teatro biomecánico, en el cual el actor debía ser el obrero que domina su máquina. En 1913 Meyerhold ya había ofrecido a Richard Strauss su propia adaptación de la obra de Gozzi; unos años después se la entregó a Prokófiev, quien la leyó con avidez y se sintió estimulado en aquel avión que le llevó a América.

En 1921 el compositor también estrenó en París con Diáguilev El bufón (1921), un extraordinario ballet admirado por Stravinsky y Ravel. Cuando Prokófiev regresó de Estados Unidos, Diáguilev le pidió una audición doméstica de la ópera estrenada en Chicago, a la que asistiría Stravinsky. La sesión disgustó tan profundamente al autor de Petrushka que hubo que separar a ambos compositores, pues llegaron a las manos. Aquella escena llevó al distanciamiento profundo y definitivo entre ellos y a la cancelación de todo proyecto futuro entre Diáguilev y Prokófiev. Un Amor, sin duda, que dejó sus cicatrices. -ÓA