Reportajes
La 'Silvia' de Scarlatti vuelve a la vida
Un antiguo manuscrito sin anotaciones ha sido catalogado ahora como la ópera 'La Silvia' de Domenico Scarlatti
En enero se daba a conocer la recuperación de una decena de fragmentos de la ópera La Silvia, de Domenico Scarlatti, estrenada en el siglo XVIII. La ausencia de anotaciones sobre el compositor en el manuscrito había impedido reconocer la obra ahora identificada. Al cotejar los fragmentos encontrados con otras fuentes, se ha devuelto a la vida a La Silvia, a la espera de su edición crítica y, por supuesto, de su interpretación.
l compositor italiano Domenico Scarlatti (Nápoles, 1685-Madrid, 1757) es conocido, fundamentalmente, por su gran aportación al género de la sonata para teclado. Durante su etapa como maestro de capilla en la corte portuguesa de João V (1719-1729), se encargó de la supervisión de la actividad musical, de presentar nueva música para las ceremonias de la corte y fue tutor musical de María Bárbara, hija del rey. La relación entre maestro y discípula se trasladó a la corte española tras el matrimonio de Bárbara con el infante Fernando [posteriormente Fernando VI].
Fue en esta época cuando consolidó su dominio de la sonata para tecla también en su función como pieza de naturaleza pedagógica, una de las claves que ha proyectado su obra a la posteridad.
Sin embargo, al estudiar la figura del compositor, se comprueba la discreción con que se ha difundido su faceta compositiva más allá de dichas sonatas. La proximidad con la obra de su padre, Alessandro Scarlatti, que triunfaba como operista en la Italia de principios del siglo XVIII, ha motivado debates musicales y psicológicos. Sin embargo, queda todavía mucho por descubrir respecto a la producción de Domenico en la etapa previa a su llegada a Portugal, especialmente durante los años en que ocupó en Roma, entre 1710 y 1714, el cargo de maestro de capilla de María Casimira de Polonia y, desde 1714 hasta 1719, como maestro de la Capilla Julia de la Basílica de San Pedro (Roma).
El oyente que hoy se maravilla con sus célebres sonatas desconoce las diez óperas que escribió durante esa década. Y es que, a excepción de la farsetta La Dirindina (1715), compuesta en dos partes como intermedios de Ambleto (1715), únicamente se conservan fragmentos aislados de las restantes óperas. Fue por ello inmensa mi sorpresa cuando, al cotejar una colección de piezas vocales conservadas en la Biblioteca Santini de Münster (Alemania), comprobé con asombro cómo, diez de las 23 piezas que allí se conservan, correspondían a arias de los actos II y III de La Silvia (1710), con libreto de Carlo Sigismondo Capece, también al servicio de María Casimira de Polonia.
Las 13 piezas restantes, arias de óperas y cantatas de Alessandro Scarlatti, habían condicionado durante más de 300 años la catalogación de estas piezas que, erróneamente, se atribuía en su conjunto a Scarlatti padre. El trabajo con las microfichas que me facilitó la Biblioteca se extendió durante meses. Las dificultades que ofrece el formato respecto a legibilidad de la escritura se unen a las imprecisiones y errores de notación de la fuente original. Se trata, sin duda, de una copia rápida de principios de siglo XVIII.
Las diez arias se estructuran según el esquema barroco del aria da capo (ABA): al final de la segunda sección (B), una indicación remite al inicio de la pieza (A), que vuelve a interpretarse ornamentada con trinos, mordentes, apoyaturas, grupetos o cualquier otra figura con la que el cantante pudiera mostrar su dominio técnico. En el análisis de las tesituras de los cuatro personajes que intervienen en estas arias, destaca la amplitud del registro de Silvia (soprano) y, sobre todo, de Mireno (tenor), mientras que las voces de Daliso (contratenor) y Laurinda (contralto) mantienen un ámbito más reducido. No por ello carecen, sin embargo, de dificultades técnicas, exhibiendo amplios melismas que requerirían un gran dominio de la técnica de respiración vocal.
El conjunto instrumental que acompaña las arias es el propio de la ópera barroca: un núcleo instrumental formado por violines y acompañado por una línea de bajo continuo, cuyo bajo cifrado apunta a su interpretación en un instrumento polifónico, presumiblemente el clavecín, ocasionalmente doblado también por el violonchelo. Los papeles de flauta y oboe refuerzan en ocasiones la parte del canto o del violín, si bien lucen otros pasajes con melodías propias.

Primera página de la' Sinfonía en Sol' mayor de Domenico Dcarlatti, posible obertura utilizada en la ópera La Silvia, conservada en la Biblioteca del Conservatorio de París
Sinfonías operísticas
Es precisamente esta completa instrumentación, en la que la flauta y el oboe aderezan tímbricamente el conjunto, la que me ha llevado hasta una segunda decisión de recuperación. Y es que la Biblioteca del Conservatorio de París conserva entre sus fondos un volumen integrado por 17 sinfonías (u oberturas) de las cuales hasta la fecha solo tres estaban identificadas, de forma concreta, con las óperas de Domenico Scarlatti Narciso –versión londinense de Amor d’un ombra (1711)– Tolomeo (1711) y Tetide in Sciro (1712), respectivamente. Debe tenerse en cuenta que la obertura barroca todavía no había desarrollado una vinculación temática respecto al material melódico de la ópera a la que precede –como sí ocurrirá a partir de 1760 con la reforma operística–, por lo que el compositor escribía la sinfonía como una pieza independiente, susceptible de adecuarla a una ópera suya o, incluso, de otro compositor.
Si pensamos en las condiciones que rodearon el estreno de La Silvia en la corte de María Casimira, cabe suponer también que tanto la sinfonía como el resto de la música aprovecharían el “mínimo común múltiplo” en la plantilla instrumental de que dispusiera: flauta travesera, oboe, tres grupos de violines, violonchelo y, dirigiendo el conjunto, presumiblemente, el propio compositor desde el clavecín. Ello me ha llevado a considerar que Scarlatti podría haber utilizado como obertura de La Silvia su Sinfonía en Sol mayor al cumplir con dichos requisitos.
El resultado de este proceso de análisis y transcripción musical desemboca, al fin, en la edición moderna de la obra, que debe acompañarse siempre de un estudio crítico que exponga las decisiones musicológicas adoptadas ante las dificultades que presentan los originales: eventuales erratas en la copia manuscrita, problemas en la aplicación del texto, homogeneización de criterios interpretativos (fraseo, ornamentación, dinámica, etc.) ante informaciones ambivalentes en las fuentes, entre otros aspectos. Sin embargo, este camino que arranca del soporte en papel no podrá darse por concluido hasta arribar a la restitución sonora de una música que, como el arpa de Bécquer, ha dormido “silenciosa y cubierta de polvo” durante más de 300 años. Nuestro compromiso con el patrimonio cultural nos obliga ahora a asumir el reto y, desde la musicología, a ofrecer nuestro trabajo a quien, desde el escenario, detrás de un atril o al mando de la batuta, haga que estas melodías dejen de soñar para comenzar a sonar. -ÓA