Reportajes
La histeria de la ópera V: Músicos y enfermedades. De gangrena a accidentes
Compositores como Händel, Bellini o Lully padecieron diversas dolencias, de las que no escapaban intérpretes como Maria Malibran
Los genios son así. Originales hasta el final. Para convencerse de ello basta leer esta crónica histérica dedicada a relatar, sin exageración
alguna y con mucha devoción, los últimos momentos de algunos de los músicos más importantes de la historia operística.
Jean-Baptiste Lully (Florencia, 1632-París, 1687), se puede considerar como el primer músico muerto por accidente laboral. Cuando trabajaba como compositor de la corte de Luis XIV, el creador de la tragédie lyrique dirigía la orquesta marcando el compás con un pesado bastón a falta de un sistema unificado hasta que llegó la batuta, muy avanzado el siglo XIX. En una ejecución de su Te Deum –escrito para agradecer la curación de Luis XIV tras una enfermedad– Lully se golpeó el pie con el bastón de mando de forma accidental. La herida, a la larga, le causó una gangrena que solo podía solucionarse con la amputación, pero el músico prefirió morir. Coincidencias de la vida, también el Rey Sol moriría por una gangrena causada por una herida en la pierna. A eso se le llama tener mala pata.
También sufrió lo suyo Georg Friedrich Händel (Halle, 1685-Londres, 1759). Algunas de sus dolencias aparecen documentadas en diarios como el Daily Post y otros, ya desde 1737. Además de reumatismo y artritis, el autor de Rinaldo sufría episodios de parálisis en el brazo derecho acompañados en ocasiones de afasia o imposibilidad de hablar. Las lesiones se repitieron hasta el final de sus días y, a falta de un diagnóstico concluyente a partir de las crónicas, se resolvió que las enfermedades se debían a un problema neurovascular.
En 1751, el genio alemán escribe en la partitura de Jephta: «Llegué hasta aquí el 13 de febrero de 1751, incapaz de continuar por la pérdida de visión de mi ojo izquierdo». Debido a la ceguera, Händel le dictaba sus creaciones a su alumno John Christopher Smith, aunque en algunas ocasiones pudo valerse por sí mismo en la escritura.
El caso de Vincenzo Bellini (Catania, 1801-Puteaux, 1835) parece sacado de una novela negra. En 1835 se hallaba en París disfrutando de los éxitos por el estreno de I Puritani, alojándose en casa de sus amigos –por decir algo–, Samuel Lewis y esposa, que de puritani tenían poco. El compositor italiano sufría una enfermedad intestinal crónica que le causaba fuertes dolores, que aumentaron durante la estancia en casa de los Lewis. El matrimonio era de lo más aprensivo, hasta el punto de abandonar la casa y dejar encerrado a Bellini cuando los dolores se agravaron, ordenando al servicio que no entrara nadie en los aposentos. Cuando otro amigo del compositor logró sortear la vigilancia, se encontró con el cadáver de Bellini, muerto sin recibir asistencia médica. En pocos días, la chismorrería parisina se encendió como la yesca: Bellini había sido envenenado y Lewis perdía el título de best friend forever.
Como ya se sabe, Rossini se encargó del funeral y ordenó la autopsia, que describió el intestino de Bellini cubierto de laceraciones llenas de pus y el hígado con un absceso del tamaño de un puño, también cubierto de pus amarillo. Un personaje como Bellini podía despertar envidias, celos y odios; y si no, que se lo preguntaran a Ferdinando Turina, marido de Giuditta Cantù, una rica milanesa que se hacía La Sonnambula para entrar en la alcoba de Bellini como quien no quiere la cosa, pero queriéndola. Ferdinando permitió el sonambulismo durante un largo periodo, según dejó escrito Bellini en su correspondencia con su amigo Francesco Florimo.
Pero la cosa no acaba ahí: también Samuel Lewys fue una víctima del sonambulismo de su esposa, pues según contaban las crónicas de la época, Vincenzo le tocó más de una serenata privada a la Lewys en sus idas y venidas nocturnas. De momento, la causa definitiva de la muerte del autor de Norma sigue siendo un misterio.
Malibraniana
Su amiga y musa Maria Malibran (María-Felicia García, París, 1808-Manchester, 1836), acabó sus días en plena juventud y gloria artística. Admirada por genios como Bellini, Rossini, Donizetti, Chopin o Liszt, la cantante llevó una vida novelesca digna de su talla romántica. De casta le venía a la galga, pues cuando Maria llegó al mundo, su padre, el tenor, maestro de canto y compositor español Manuel García (Sevilla, 1775-París, 1832) triunfaba en los escenarios parisinos; años después, sus hermanos Manuel Vicente García y Pauline García Viardot, alcanzarían también la fama como cantantes.
Maria aprendió su arte con su tiránico padre, quien no escatimaba medios a la hora de exigir mejoras técnicas a su retoña: contaba la diva, que aprendió a cantar mientras lloraba y sin mermarse su voz, un logro que causaba gran efecto en su público. Harta de su padre, Maria se casó a los diecisiete años con Eugène Malibran, quien le dio el apellido y le quitó el dinero: se hacía pasar por millonario pero estaba en la bancarrota. A los pocos meses de la boda, Maria solicitó sin éxito el divorcio. Mientras no llegaba –tuvo que esperar años–, la joven se consoló con un violinista belga llamado Charles Auguste de Bériot. A los parisinos no debió parecerles bien, pues cuando supieron de esta relación y del embarazo de Maria, le cerraron unas cuantas puertas. Es entonces cuando la diva aprovecha para triunfar en Italia, donde les importará un comino su historial amoroso, y despertará una auténtica malibranmanía. En 1835 llega a Venecia y se le permite decorar la góndola que la transporta por los canales, una acción prohibida al resto de los mortales, incluyendo los venecianos de toda la vida. En un periódico de la Serenissima se inicia una columna diaria llamada Malibraniana, en la que se describen todos los detalles de su estancia. «Allá por donde pisa la Malibran, la sigue una multitud a pie o en góndola». El histórico teatro San Giovanni Grisostomo, a punto del cierre por la bancarrota, le pide una actuación para salvarse de la clausura: la cantante interpreta La Sonnambula y proporciona grandes ingresos al coliseo, que pasa a llamarse Teatro Malibran, tal y como hoy se conoce.
Pero cuando Maria está en la cúspide de su carrera, embarazada y en el mejor momento de su matrimonio con Charles Auguste, un accidente de caballo en Manchester, le provoca heridas cerebrales de gravedad. Unos meses después, tras sufrir episodios de mareos, vómitos, migrañas y otras dolencias, y sin dejar de actuar hasta el último momento –se desmayó y cayó en coma durante una ensayo de Andronico de Mercadante–, Maria Malibran muere dejando atrás una carrera de éxitos jamás superada. Adorada y admirada, su funeral en Manchester reunió a más de cincuenta mil personas.– ÓA