Reportajes

La histeria de la ópera IV: Músicos y enfermedades. La sordera

Compositores como Beethoven, Smetana o Fauré acabaron sumidos en una sordera profunda

01 / 02 / 2021 - Verónica MAYNÉS - Tiempo de lectura: 3 min

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Beethoven Oldman Ludwig van Beethoven interpretado por Gary Oldman en 'Inmortal Beloved'. El músico padeció sordera desde los 25 años © Icon Productions
Fauré Gabriel Fauré Gabriel Fauré murió sordo y aislado © Wikipedia

No poder escuchar ni las propias creaciones ni las ajenas –por mucho oído interno que se tenga–, o ver truncada la carrera como intérprete a causa de una sordera, puede causar la más absoluta de las desesperaciones en un músico. Beethoven, Smetana y Fauré acabaron sus días sumidos en el silencio atormentados por el drama del aislamiento social provocado por una pérdida auditiva severa.

Está documentado que Ludwig van Beetho­­ven (Bonn, 1770-Viena, 1827) sufrió numerosas enfermedades a lo largo de su vida. La que más tormentos le causó fue, sin lugar a dudas, la sordera, cuyas causas siguen siendo hoy un misterio sin resolver, y a pesar de los numerosos estudios realizados. Los primeros síntomas de la enfermedad aparecieron en el músico cuando tenía veinticinco años de edad, acompañados por tinitus o ruidos internos de carácter constante. En octubre de 1802, Beethoven escribe el conocido como Testamento de Heiligenstadt, conmovedora confesión de su dolencia a sus hermanos y al mundo, redactada en la citada localidad vienesa en la que se había recluido por consejo médico. La carta fue escondida y descubierta tras su muerte: «Oh, hombres, que pensáis o decís que soy malévolo, obcecado o misántropo, qué poco me comprendéis. Desconocéis la causa secreta que me hace mostrarme así… Desde hace seis años me he visto atacado por una seria dolencia que ha ido a peor por culpa de médicos insensatos, estafado año tras año con la esperanza de una recuperación… Me resultaba imposible decirle a la gente ‘hablen más alto, griten, porque estoy sordo’… ¡Qué humillación cuando alguien que está junto a mí oye una flauta en la distancia, y yo no oigo nada! Incidentes como ésos me llevan a la desesperación; faltó poco para que yo mismo pusiera fin a mi vida. Solo el arte me retuvo, pues me parecía imposible dejar el mundo sin haber realizado todo lo que yo sentía que estaba destinado a producir». Cuando se estrenó la primera versión de su ópera Fidelio –1805–, el compositor había recibido diferentes tratamientos, todos ineficaces –como aplicaciones en el oído de aceite de almendras y corrientes eléctricas–, y evitaba las reuniones sociales para no evidenciar su sordera.

La medicina actual plantea diferentes hipótesis a partir de los escritos del músico y de los documentos médicos conservados. Beethoven atribuía su sordera a sus graves problemas intestinales, padecidos desde muy joven: dolores, cólicos, descomposición y vómitos. Según el doctor Lluís Orozco Delclós en su excelente libro Crónicas médicas de la música clásica, de las variadas hipótesis expuestas –y algunas por él descartadas como sífilis, tuberculosis, otoesclerosis, enfermedad de Paget y sarcoidosis– la más posible es una patología de tipo autoinmunitario, a falta de una certeza con base científica.

Una de las informaciones más importantes fue la conseguida a través del estudio del cabello del célebre músico, la cual aparece descrita en el libro de Martin Russell El cabello de Beethoven. Siguiendo una tradición ancestral, varias personas cortaron mechones del cabello del genio en su lecho de muerte para conservar un recuerdo. Una de ellas fue el compositor Ferdinand Hiller, que guardó celosamente el trofeo traspasándoselo a su hijo. El mechón pasó por diferentes propietarios hasta llegar a Sotheby’s en 1994, donde se subastó por 3.600 libras. Los cabellos fueron analizados y contenían una cantidad de plomo 42 veces superior a la media.

Por otra parte, algunos restos del compositor fueron exhumados en 2005 para llegar a la misma conclusión: las cantidades de plomo localizadas en sus huesos resultaron preocupantes; el saturnismo o intoxicación por plomo, podría ser la causa de los constantes dolores abdominales, y quizá también de la sordera. En tiempos de Beethoven, el plomo se hallaba en la pintura de las casas, en el vino barato, en los lápices, en la vajilla o en el humo y cenizas de las maderas quemadas en la chimenea de cualquier hogar. Con la información del análisis capilar, de la autopsia registrada en 1827 y de la exhumación de sus restos, se llegó a la siguiente conclusión: Beethoven tuvo saturnismo, hipoacusia bilateral profunda, necrosis papilar renal, cirrosis hepática, peritonitis y meningoencefalitis.

Su último año de vida fue terrible, siendo tratado por más de quince médicos: se le practicaron punciones para extraerle líquido, sufrió infecciones, dolores y engrosamiento del abdomen por ascitis, se utilizaron sanguijuelas como sangrías y tuvo que soportar edemas en las extremidades. En los últimos meses de la vida de Beethoven, el doctor Andreas Ignaz Wawruch le recetó hasta 75 frascos con diferentes medicinas que no hicieron sino empeorar sus problemas abdominales. Su compromiso con el arte musical, como explicaba en su carta de épocas juveniles, le dio fuerzas para resistir hasta el final.

De la sordera a la psicosis

También Bedrich Smetana (Lytomysi, 1824-Praga, 1884) sufrió de sordera. La desgracia ensombreció la vida del autor en diferentes momentos: al terrible dolor causado por la muerte de tres hijas en edad infantil, se unió el de la pérdida de la audición. Además de sífilis y tuberculosis, el padre de la ópera checa tuvo una infección de garganta grave –en 1874– acompañada de una erupción cutánea y un taponamiento de los oídos que concluyó en sordera. Smetana renunció al cargo de director del Teatro Provisional de Praga y siguió componiendo, aunque la pérdida auditiva se sucedió de depresiones, deseos de suicidio, alucinaciones y episodios con incapacidad para el habla. En 1884, el autor de La novia vendida fue internado en un hospital psiquiátrico hasta su muerte.

"Entre los males recurrentes de Fauré, además de la sordera, predominaban el dolor de cabeza y los vértigos"

Gabriel Fauré (Pamiers, 1845-París, 1924), por su parte, comenzó a perder audición en edad madura. Entre sus males recurrentes, predominaban el dolor de cabeza y los vértigos, cuya intensidad le obligaban a sostenerse en las paredes de las casas cuando paseaba por la calle. El peor de los destinos llegó en 1903, año en el que inició la colaboración como crítico musical en el prestigioso diario Le Figaro: se le diagnostica pérdida de audición sin cura. Cuando se estrena su ópera Pénélope (1913), la sordera ya estaba muy avanzada. Fauré llevó la enfermedad en secreto, para no sufrir consecuencias profesionales. En 1905 fue nombrado director del Conservatorio de París, un cargo que le permitió renovar la institución desde el orden administrativo y académico. Además de obligar al profesorado a modernizar la metodología, solicitó la colaboración de compositores como Debussy o Albéniz, a quien visitó en Barcelona con motivo de los conciertos organizados por el autor de Pepita Jiménez en el Gran Teatre del Liceu para difundir la obra del músico –y buen amigo– francés.

En 1920 es destituido de su cargo por sus graves problemas auditivos sin recibir pensión alguna, situación que le causó un gran dolor. Tres años después, solo, deprimido y prácticamente en la miseria económica, Fauré sufre bronquitis, enfisema y arterioesclerosis. En 1924, padeciendo una neumonía doble, el músico se irá apagando lentamente hasta acabar sus días. Sus amigos Louis Barthou y Paul Léon pidieron que el compositor recibiera honras fúnebres. François Albert, ministro de Instrucción Pública, respondió: «Gabriel Fauré, ¿quién es?» Hoy, casi un siglo después, surge otra duda: François Albert, ¿quién fue?– ÓA