Reportajes

'La Fada', el sueño modernista de Enric Morera

A 125 años de su estreno

01 / 02 / 2022 - Verónica MAYNÉS - Tiempo de lectura: 5 min

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Morera-societat-liceu-opera-actual Enric Morera © Archivo Societat Gran Teatre del Liceu

Con el estreno del drama lírico de Morera se presentaba el manifiesto musical del Modernismo catalán.

El 14 de febrero de 1897 tuvo lugar en el Teatro Prado de Sitges (Barcelona) un acontecimiento extraordinario: el estreno de La Fada (El Hada), drama lírico en un acto y nueve escenas con libreto de Jaume Massó y música de Enric Morera. Se trata de uno de los primeros intentos de consolidación de un teatro lírico catalán, una quimera que no llegó a cristalizar a la sombra de la ópera italiana, alemana, francesa y eslava, y también del auge de la zarzuela. A 125 años de su estreno, La Fada merece mucho más que un artículo divulgativo: convendría representarla y grabarla para darla a conocer.

Enric Morera i Viura (Barcelona, 1865-1942) escribió más de 800 obras, incluyendo diversas piezas escénicas. La Fada sintetiza las investigaciones estéticas e históricas de un artista que se inscribe en la concepción teatral más avanzada de su época, en contacto con las vanguardias europeas y rendido a la obra wagneriana. La Fada es nada menos que el manifiesto musical del Modernismo catalán, producto espiritual de una serie de circunstancias afortunadas.

Cartel de 'La Fada'

En 1891 llega a Sitges Santiago Rusiñol (Barcelona, 1861-Aranjuez, 1931), un artista polifacético que hizo del Cau Ferrat –su casa taller– el epicentro del Modernisme, un lugar de peregrinaje en el que se desarrollaron las manifestaciones estéticas más importantes de su tiempo enmarcadas en cinco Fiestas Modernistas entre 1892 y 1899. Sitges ofrecía un refugio a quienes huían de la sociedad industrializada y sus conflictos; la cuarta de dichas celebraciones, la de 1897, propició el nacimiento de la primera ópera modernista: La Fada. La ópera se presentaba como la Gesamtkunstwerk wagneriana, la obra de arte total, aprovechando la revolución causada por la música de Wagner en Barcelona. En La Fada participaron los mejores artistas vinculados al movimiento estético presente en Sitges, deseosos de provocar una agitación colectiva que despertase a la sociedad de su letargo cultural. Jaume Massó i Torrents será el autor del libreto, Miquel Utrillo del cartel publicitario, Lluís Labarta del vestuario y Santiago Rusiñol pintará los telones escenográficos.

La huella del excursionismo

Otra circunstancia importante que converge en la obra fue el desarrollo del excursionismo científico catalán, promovido por asociaciones que defendían los valores geográficos y culturales propios. Enric Granados, Rusiñol, Utrillo, Morera y Massó participaron en estas excursiones, buscando refugio e inspiración en la naturaleza. En el prólogo del libreto de La Fada, Massó se dirigía a Morera con estas palabras: “¿Recuerdas cuando fuimos juntos al Estanque Negro de Évol, acompañados de otros buenos amigos, en medio de cuyas delicias, bajo los árboles corpulentos y cantarines, sentados sobre el prado florido te leí y entregué lo que ahora te envío impreso? Desde ese día en adelante, comenzaste tu trabajo”. Massó ya había estado en ese lugar anteriormente, y allí conoció la leyenda de La Fada a través de un pastor, una historia con ecos románticos y simbólicos. En época del rey Jaume I, los amantes Jausbert de Paracolls y Gueralda de Évol huyen a la montaña por estar sus familias enemistadas. En el lago habita un hada que se enamora del joven e inutiliza su espada para conseguirlo. El padre de Gueralda, Señor de Évol, encuentra a la pareja y mata a Jausbert. El Hada surge victoriosa del lago para abrazar el cadáver.

"Las críticas alabaron la genialidad de la obra, aunque no faltaron también las burlas de los contrarios a la nueva corriente estética"

La Fada se presentó en una audición privada en noviembre de 1896 en el Cau Ferrat, con Enric Granados al piano. Tres meses después, el 14 de febrero de 1897, se estrenó en el Teatro Prado de Sitges con la Orquesta del Liceu y los cantantes Elisa Petri, Amanda Campodonico y Manel Morales como protagonistas. Fue un momento histórico, introducido con un discurso leído por Rusiñol anticipando un nuevo arte en el que la poesía y la armonía surgían de las tinieblas, y las leyendas populares servían de inspiración; “un arte hijo del pueblo catalán y bautizado en las pilas bautismales del modernismo” que desaprobarían “los perezosos por escuchar todo lo nuevo”. Se trataba del Modernismo musical, al que se refería Rusiñol sarcásticamente –y en respuesta a las críticas– como “arte de neuróticos, desequilibrados e histéricos”.

La expectación hizo que se fletara un tren especial desde Barcelona y centenares de personas se quedaron a las puertas de un Teatro Prado abarrotado. Las críticas alabaron la genialidad de la obra, aunque no faltaron también las burlas de los contrarios a la nueva corriente estética: la revista Il Tiberio celebraba el acontecimiento porque así Barcelona quedaba vacía de “modernistas” al menos durante ese día; en L’Aureneta se decía que no asistieron al estreno porque “según el Gran Sacerdote del Modernismo –Rusiñol– su arte solo habla a los neuróticos, desequilibrados e histéricos, y como tanto nosotros como nuestros lectores estamos bien de salud, La Fada no nos habría sentado bien”.

La huella wagneriana

Resulta preocupante que uno de los aspectos más fascinantes de La Fada no se cite en las fuentes disponibles. Basta con analizar la partitura para descubrir un dato revelador: la utilización del acorde Tristan como pórtico extraordinario. Wagner incluyó un acorde disonante sin resolución al inicio de Tristan und Isolde que cambiaría el rumbo de la historia de la música. Representa el anhelo de amar, que se resuelve armónicamente con la muerte de los protagonistas al final de la ópera. El hecho rompió los principios armónicos de composición –basados en la idea de que toda disonancia debe resolverse inmediatamente con una consonancia o sonido agradable–, y se tomó el acorde como sinónimo de modernidad.

Cartel de Miquel Utrillo de 'La Fada'

Morera expresa la admiración por Wagner y se inscribe en la vanguardia musical nada más comenzar su ópera: de forma escalonada, trompas, fagots, clarinetes, flautas y oboes, sostenidos por el trémolo de los timbales, ejecutan las notas correspondientes a este acorde, pero medio tono más bajo, situándose Morera reverencialmente a los pies de su maestro y dejando claro que coge su relevo. La atmósfera misteriosa con la que se abre la primera escena simboliza el paso de la noche al día, metáfora del tránsito de la oscuridad de la estética anterior a la luz del modernismo artístico.

La descripción musical de los personajes es otro logro: los arcos transmiten la pureza de Gueralda; Jausbert se acompaña por los vientos de forma heroica; el Hada se identifica con una música hipnótica, seductora, que esconde la realidad del engaño como un canto de sirenas. La Naturaleza aparece ambigua, acogedora y amenazante, escuchándose los murmullos del bosque –como en Siegfried–, los peligros de la tormenta –la agitación interna de los protagonistas–, el cabalgar del caballo Tallavent y hasta el deshielo de la nieve. Resuenan diversas armonías wagnerianas, inteligentemente transformadas. Las más reconocibles acompañan a Jausbert, rol que mucho debe al Siegfried más heroico, tanto en los procedimientos armónicos como en los instrumentos que lo sustentan.

En la escena cuarta, Gueralda expresa su temor a ser encontrada y Jausbert la tranquiliza mientras la orquesta reproduce una melodía en la línea de “Ewig war ich”, cuando Brünnhilde es despertada por Siegfried, y en la misma tonalidad de Mi Mayor. Gueralda y Jausbert cantan su amor con melodías alternas, coincidiendo solamente en un breve fragmento y al unísono: su encuentro es imposible. El libreto es otra declaración de principios artísticos: en la montaña Gueralda y Jausbert pueden amarse libremente y de la ciudad llegan los hombres dispuestos a matarlos. La influencia de Wagner también se aprecia en la ausencia de números cerrados, en el uso psicológico de los metales, y en la originalidad de los timbres para caracterizar escenas y personajes.

Desde su estreno, La Fada se volvió a representar solo en 1993, en Sabadell. Una obra de estas características, que forma parte de la cultura del país, ya debería estar integrada en el repertorio, como tantas otras que definen a la sociedad actual, heredera de ese patrimonio.  ÓA