Reportajes

Kathleen Ferrier, el mito en su 110º aniversario

El mito Ferrier no se explica solo por la fascinación que ejerce su profunda y atractiva voz, sino por la grandeza de su arte

01 / 04 / 2022 - Javier PÉREZ SENZ - Tiempo de lectura: 5 min

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Kathleen ferrier Warner Classics Kathleen Ferrier © Warner Classics

Cada vez que se vuelve a escuchar la voz de la contralto británica Kathleen Ferrier, con graves redondos, un centro tan cálido y un timbre admirable por su homogeneidad, se tiene la sensación de estar escuchando una rara avis, una de las últimas contraltos auténticas por color y riqueza expresiva. Pero el mito Ferrier no se explica solo por la fascinación que ejerce su profunda y atractiva voz, sino por la grandeza de su arte.

La carrera de la célebre contralto inglesa Kathleen Ferrier, nacida el 22 de abril de 1912 en Higher Walton, Lancashire, fue breve, poco más de diez años de actividad profesional en plenitud vocal: los esfuerzos en algunas de sus últimas grabaciones estuvieron causados por el dolor físico de su enfermedad, un devastador cáncer de mama que causó su prematura muerte, el 8 de octubre de 1953 en Londres a los 41 años.

Por afinidad y gusto musical, se sentía más cómoda en la intimidad del recital que en la escena operística. Su sólida formación musical como pianista y cantante le permitió cultivar estilos muy diversos sabiendo mostrar, como pocas, la íntima relación entre palabra y música. Bach, Händel, Glück, Schumann, Brahms y Britten centraron su repertorio, con especial dedicación al oratorio, las pasiones y misas, el Lied y las canciones tradicionales.

En 1946 estrenó en el Festival de Glyndebourne la ópera La violación de Lucrecia, obra extraordinaria que Benjamin Britten, un compositor tan enamorado de la voz, compuso pensado en ella. Al año siguiente interpretó su otro único papel escénico, Orfeo, de Orfeo y Euridide, de Gluck, que se convertiría en su creación más emblemática hasta su muerte, actuando en representaciones memorables en Glyndebourne en 1947, Ámsterdam en 1951 y Londres en 1953. La expresividad, el dramatismo y el carisma vocal de Ferrier convierten su Orfeo en una creación personal única y fascinante.

Seductora irrepetible

No solo cautivó a Britten, también a directores como Malcolm Sargent –gracias a sus consejo, se trasladó a Londres en 1942, donde comenzó su gran carrera–, John Barbirolli, Adrian Boult, Clemens Krauss, Otto Klemperer y, de forma muy especial, Bruno Walter, que la adoraba. “En ella todo seducía: su físico, su alma, su voz, su expresión. Era capaz de expresar intensamente toda la gama de emociones, desde el éxtasis hasta el sentimiento trágico, y la belleza la envolvía como un aura, descubriendo la gracia un poco extraña de su naturaleza”.

Con Bruno Walter en 1952 preparando la grabación de 'La canción de la tierra' de Mahler

Entre las más memorables grabaciones de Walter con Ferrier destaca la versión de La canción de la tierra, de Gustav Mahler, junto al gran tenor Julius Patzak (Viena, 1952). En el Musikverein, los filarmónicos afinan mientras el productor Victor Olof y el ingeniero de sonido Cyril Windebank ultiman los detalles de una sesión de grabación que el paso del tiempo ha convertido en leyenda. “Encuentro legendario, resultado milagroso” proclamaba la revista Diapason destando la actuación de Ferrier; “la contralto del siglo, sabiéndose condenada y extrayendo de la terrible sentencia los acentos más cercanos del dolor y la redención. Quien nunca ha escuchado su ‘Abschied’ no ha vislumbrado los abismos de la duda y la esperanza. Este disco es de los que escucharemos eternamente”.

Poco más de un año después moría. Esta grabación irrepetible y eterna sigue siendo una experiencia única. Ferrier dejó más versiones de esta inmensa partitura –cantó la obra por primera vez en el Festival de Edimburgo de 1947, con Peter Pears y Walter– pero incluso los aspectos técnicos juegan a favor de este registro histórico. Otro gran Mahler de su discografía es el ciclo de Canciones de los niños muertos (Kindertotenlieder), grabado con Walter y Klemperer.

Legado discográfico

El arte de la contralto británica está preservado en su legado discográfico para la BBC, EMI y Decca, parte de cuyo archivo ha sido heredado por Warner Classic. En el centenario de Ferrier hace una década, Decca editó una imprescindible Ferrier Edition en 10 compactos que recogen buena parte de sus registros en estudio y recitales y conciertos grabados en directo. Curiosamente, esta edición no incluye la versión de La canción de la tierra anteriormente comentada, ni la Segunda sinfonía, Resurrección o los Kindertotenlieder dirigidos por Klemperer con la Orquesta del Concertgbouw, registros disponibles en la serie Historic. Y es una lástima, porque Ferrier fue una pionera en la interpretación de Mahler, compositor al que se acercó en muchas ocasiones por pura intuición y recogiendo una herencia directa transmitida por directores que trabajaron estrechamente con el compositor y sus apóstoles. Sí aparecen en esa edición tres Rückert-Lieder grabados en febrero de 1949 con la Filarmónica de Viena y Walter.

También se puede disfrutar su maravillosa interpretación de Orfeo en 1947 Glyndebourne (versión abreviada) y la Rapsodia para contralto, de Brahms, dirigida por Clemens Krauss en 1947; Lieder de Schubert, Schumann y Brahms en el Festival de Edimburgo con Walter al piano; arias de La Pasión según San Mateo, de Bach, grabada en 1948 bajo la dirección de Reginald Jacques; el ciclo Amor y vida de mujer, de Schumann, con el pianista John Newmark; varios Lieder schubertianos con Britten al piano (1952); el Stabat Mater de Pergolesi dirigido por Henderson, uno de sus profesores; el hermoso Poema del amor y el mar, de Chausson (1951), o uno de sus últimos discos, con arias de Bach y Händel dirigidas por Adrian Boult.

Entre los tesoros discográficos, poseen un encanto especial las melodías inglesas de autores como Stanford, Parry, Vaughan Williams, Bridge o Warlock registradas entre 1949 y 1952, así como las 21 canciones populares bajo el título Blow the wind Southerly que ilustran la afinidad de la intérprete con un repertorio con el que solía terminar sus recitales. Así se disfrutan canciones tradicionales armonizadas por Britten o Herbert Hugues, o las melodías de Roger Quilter, piezas sencillas que recreaba con admirable sencillez y con las que conseguía establecer una comunicación inmediata con el público.

Ciertamente, la voz de contralto es una especie casi en peligro de extinción y su espacio está siendo cubierto con mayor o menor fortuna por mezzosopranos y contratenores. Pero, acostumbrados a cantantes que circulan por todo tipo de repertorios, al margen de su adecuación vocal, el ejemplo de Ferrier -gloriosa en su rigor y austeridad, fascinante en su hondura expresiva-, es una fuente de estímulos y una inmensa lección de honestidad artística.– ÓA