Reportajes

Histeria de la ópera. Secretos de alcoba (I)

Sexo y amor

01 / 02 / 2022 - Verónica MAYNÉS - Tiempo de lectura: 3 min

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Respondiendo a cientos de cartas, por fin comienza una sección dedicada a la vida sexual y sentimental de los operistas. El amor y el sexo, además de mover montañas, monopolizan la gran mayoría de libretos operísticos. He aquí una pequeña relación de las aventuras amorosas de sus creadores. en este caso, también, la realidad supera la ficción

Los italianos tienen fama de conquistadores. Por algo fueron ellos quienes inventaron hace siglos las indicaciones de carácter, movimiento y expresión: agitato, lento ma non troppo, con passione, con grazia, deciso, comodo, misterioso, mosso, piacevole, dolce, con brio, semplice... Tantas como quepan en la imaginación. Son indicaciones musicales, esto por si acaso.
El primer protagonista de esta crónica es, claro, un italiano, por mucho que los franceses se empeñen en apropiárselo: Jean-Baptiste Lully, florentino de toda la vida, nació en 1632 como Giovanni Battista Lulli. Con casi 30 años se nacionalizó francés, pues era amigo de Luis XIV y compositor de su corte, además de un avispado negociador que intuyó grandes beneficios en su afrancesamiento. El creador de la tragédie lyrique gozaba del favor real, lo que le salvó en más de una ocasión del látigo y el encarcelamiento: así castigaba el Rey Sol la homosexualidad, que en Francia se llamaba el vicio italiano, como si fuera patrimonio extranjero.

Lully estaba casado, era padre de seis hijos y hasta tenía una amante para disimular un poquito. Las escandalosas orgías que organizaba incluían todo tipo de espectáculos, a cual más original. La gota que colmó el vaso llegó cuando se hicieron públicos los amoríos entre Lully y un joven del servicio llamado Brunet, al parecer deseado por media corte. La relación dio lugar a todo tipo de chismorreos e incluso a varios poemas satíricos, que elogiaban la parte de su cuerpo en la que la espalda pierde su casto nombre. La posición de Lully en la corte peligró durante un tiempo, pero al poco Luis XIV le perdonó tal vez recordando que su padre y hermano también eran dados al mismo vicio o que él mismo contaba con un largo historial de amantes. A su esposa, María Teresa de Austria, la ignoraba en todos los sentidos. La sorpresa se la llevó cuando la reina parió una niña ¡mulata!, vivo retrato de un paje pigmeo que era uno de sus confidentes. El paje se llamaba, para más recochineo, Nabo. Sin comentarios.

Cantatas ¿gay?

De la vida amorosa de Georg Friedrich Händel poco se sabe. Que le gustaba el vino y el buen comer quedó testimoniado en diferentes manuscritos y retratos. Pero al no tener una relación sentimental estable dio que hablar durante décadas, hasta que en 2004 Ellen Harris publicó el libro Händel as Orpheus, en el que afirma que el compositor se relacionaba con círculos abiertamente homosexuales, tanto en Italia como en Inglaterra, y que muchas de sus cantatas ocultan en realidad una temática gay.

© Wikimedia Commons

Georg Friedrich Händel

Wolfgang Amadeus Mozart no necesitaba ser italiano para conquistar a las damas. Su primer amor frustrado fue Aloysia Weber, una cantante de 18 años que conoció en 1778 en la corte de Mannheim, cuando el compositor viajaba con su madre hacia París. Wolfgang escribió una emocionada carta a su padre elogiando las virtudes de la joven, pero Leopold Mozart censuró la relación y respondió con un amenazante “vete a París cuanto antes y olvídate de ella”.

Tres años después, el autor de Don Giovanni alquiló una habitación a la madre de Aloysia, pues el padre de su antigua amante había muerto y la viuda necesitaba ingresos. Aloysia se había casado con un artista, y la señora Weber aprovechó la ocasión para ofrecer en matrimonio a otra de sus cuatro hijas, Constanze. Mozart comenzaba a tener un nombre en Viena y podía aportar beneficios a las Weber. Por rocambolesco que parezca, el compositor fue obligado a firmar un contrato de matrimonio al poco de iniciar esta cuestionable relación. Leopold advirtió a su hijo de los peligros del contrato, pero el joven argumentó que se amaban de verdad, eso sí, sin dejar títere con cabeza al describir en una misiva a la familia Weber al completo: solo se salvaba Constanze, y por los pelos.

La primera amante

El matrimonio, a juzgar por las cartas de Mozart, fue feliz. Las presuntas infidelidades por parte de ambos son harina de otro costal. La primera supuesta amante mozartiana fue Nancy Storace, soprano cuya voz impactó a Wolfgang, y para quien escribió el papel de Susanna en Le nozze di Figaro. La complicidad artística entre ambos era pública, como igualmente conocida es la expulsión de Viena de su marido, un violinista inglés, cuando el emperador Joseph II supo que la maltrataba. Nancy abandonó Viena en 1787 y Mozart escribió para ella Ch’io mi scordi di te?, conmovedora despedida cuyo texto deja entrever una relación más allá de lo musical.

“Las orgías que organizaba Lully incluían todo tipo de espectáculos, pero la gota que colmó el vaso llegó cuando se supo de sus amoríos con un joven del servicio deseado por media corte”

De los cuatro o cinco nombres que se barajan como otras posibles amantes del músico, uno podría servir como argumento para un film de terror. María Magdalena Hofdemel –Pokorný de soltera–, violinista virtuosa y alumna de piano de Mozart, estaba casada con Franz Hofdemel, hermano masón y acreedor del compositor. En Viena, en esa época, ya corría el rumor de que Mozart había seducido a varias de sus alumnas, cotilleo que hasta Beethoven había suscrito refiriéndose a la Pokorný. Herr Hofdemel sospechaba que Mozart tenía un affaire con su mujer, y un día después de la muerte del compositor intentó asesinar a María Magdalena agrediéndole con una navaja, y suicidándose después en la habitación contigua. La joven –que estaba embarazada de cinco meses– sobrevivió al ataque, pero la circunstancia dio lugar a todo tipo de especulaciones, que iban desde la posible paternidad de Mozart, hasta el envenenamiento como causa de su muerte, ya que se realizó el entierro sin autopsia y con sospechosa prisa. En cualquier caso, todo son conjeturas y la duda queda para la posteridad. Lo que sí está claro es que Mozart también daba por hecho que Constanze no se quedaba sola en su ausencia, como se deja entrever en algunas de las cartas que la pareja intercambió durante los muchos viajes del autor de Così fan tutte durante su matrimonio. -ÓA