Reportajes
La histeria de la ópera III: 'Requiescat in pace' (si puedes)
Los restos mortales de algunos de los grandes músicos de la historia no siempre acabaron homenajeados y en una tumba del tamaño de su prestigio
La vida es un drama que jamás acaba en lieto fine: el protagonista siempre muere. Los restos mortales de algunos de los grandes músicos de la historia no siempre acabaron homenajeados y en una tumba del tamaño de su prestigio. He aquí dos macabros ejemplos.
Aun cuando ciertos compositores fueron despedidos con todos los honores –desde Monteverdi hasta Wagner, pasando por Händel, Beethoven, Verdi o Puccini–, otros no tuvieron tanta suerte. Vivaldi murió en Viena abandonado a su suerte y sin un reconocimiento a su altura. Su cuerpo se perdió en una fosa sin distinción alguna, desprecio inmerecido que los vieneses repitieron con Mozart medio siglo después.
Franz Joseph Haydn (1732-1809) tuvo mejor despedida que sus ilustres antecesores. En el momento de su muerte, Papá Haydn –como le llamaban los músicos de su orquesta– gozaba de un exitoso prestigio internacional, y era muy admirado por los vieneses. Su cuerpo fue trasladado al cementerio de Hundsturm y días más tarde se realizó su solemne funeral, en el que participaron los granaderos de la milicia vienesa y soldados del ejército francés, todo ello con la interpretación del Réquiem de su admirado Mozart como obra fundamental de la ceremonia. Hasta aquí, todo iba bien. Las cosas se torcieron pasados unos años, cuando en 1820 al príncipe Nikolaus Esterházy II se le ocurrió trasladar el cuerpo del compositor a la Bergkirche de Eisenstadt siendo autorizado a exhumar el musicadáver. La escena que se sucedió en el proceso pareció sacada de una película de terror de serie B: en el féretro yacía un cuerpo sin cabeza, pero con la famosa peluca del autor de Il mondo della luna…
Esterházy no salía de su asombro: la peluca estaba totalmente despeinada. Se ve que Carl Rosenbaum –antiguo secretario del príncipe– junto a otros interesados, habían sobornado al enterrador para llevarse la cabeza de Haydn unos días después del entierro. Los ladrones del distinguido botín eran alumnos de Franz Joseph Gall, un fisiólogo y anatomista fundador de la frenología, pseudociencia muy de moda en esos tiempos que pretendía relacionar la forma del cerebro y del cráneo con el comportamiento, las funciones o las habilidades mentales.

La cabeza de Haydn antes de su inhumación junto al cadáver del compositor
Gall estableció 27 zonas diferentes en el cerebro, siendo la 17ª la relacionada con el talento musical. Cuando se hizo pública la muerte de Haydn, los discípulos de Gall quisieron aprovechar la oportunidad para estudiar las peculiaridades de su privilegiado cerebro. Tras la investigación, el gobernador de una de las prisiones austriacas, Johann Nepomuk Peter, colocó el trofeo en la repisa de la chimenea de su casa, con una peluca acabada de planchar, en una caja de madera con una ventanita de cristal coronada con una lira, tal vez con la esperanza de que Papa Haydn siguiera componiendo post-mortem. Pronto se cansó de su colección de cráneos y los regaló a Rosenbaum, incluido el de Haydn.
El príncipe fue a reclamar la cabeza más buscada de Viena y Johann Nepomuk Peter lo dirigió a casa de su cómplice. Allá lo esperaba la mujer de Rosenbaum, la cantante Therese Gassman, quien, sabiendo que tendría que despedirse de la ilustre cabeza, la escondió en su colchón y esperó al príncipe en la cama con la excusa de que tenía la menstruación, por lo que al monarca ni se le ocurrió indagar mucho más. La superstición que provocaba un proceso tan natural como la vida misma salvó la cabeza del macabro registro. Al príncipe se le ocurrió otra estratagema: prometer una recompensa. Rosenbaum le entregó otro cráneo para colocar en el féretro y Nikolaus II se dio por satisfecho, pues además de creer que eso era Haydn, no pagó el dinero prometido.
Años después, Carl Rosenbaum devolvió la cabeza a Johann Nepomuk Peter con la indicación de que la dejase en testamento a la Asociación de Amigos de la Música de la capital austriaca. Solo en 1945 se devolvió el cráneo al sepulcro en el cual descansaban los restos de los que se había separado 145 años antes. No sabiendo qué hacer con el otro cráneo impostor, se conservó junto al de Haydn. Todavía hoy reposan juntos, con una única peluca para compartir, y muchos dúos que interpretar.
Chopin y su corazón
Aunque Frédéric Chopin (1810-1849) no compuso ninguna ópera –más de una vez se le encargó crear la opera polaca–, siempre mostró una especial predilección por la voz, atracción que cobró forma en sus 17 canciones polacas, y en sus numerosas transcripciones. El autor de las Variaciones sobre “Là ci darem la mano”, creó un nuevo concepto expresivo en el teclado inspirado en el virtuosismo canoro del bel canto y en el legato vocal, que condujo a nuevas perspectivas sonoras pianísticas. Chopin se exilió en París en 1831 por razones artísticas y políticas, llevándose consigo un saquito con tierra de su patria que, dos décadas después, fue introducido en su ataúd en el cementerio de Père-Lachaise.

Tumba de Chopin en el cementerio de Père-Lachaise, en París
El genio polaco, en todo caso, tenía tafofobia o pánico a ser enterrado vivo, situación que solía ocurrir en esos tiempos en según qué casos ante fallos diagnósticos. Ya enfermo, pocos días antes de morir, Chopin pidió a su hermana Ludwika que le sacaran el corazón de su cuerpo una vez muerto, y que fuera transportado a su querida Varsovia. Todavía hoy ese corazón es venerado por legiones de admiradores que peregrinan hasta la iglesia de Santa Cruz en la capital polaca. A Ludwika no se le ocurrió otra cosa que conservar el corazón musical en un frasco con coñac, teniendo que sortear diferentes controles policiales hasta que llegó a Varsovia, entonces invadida por los rusos. La familia Chopin custodió el noble órgano hasta que lo depositaron en la Santa Cruz.
Pasado casi un siglo, en 1944, durante el alzamiento de Varsovia, el corazón fue robado por un oficial de las SS, admirador del compositor, que lo trasladó al cuartel para evitar su destrucción. (Se desconoce si lo colocó en el mueble bar o en otro lugar más distinguido). En 1951 el corazón ebrio de coñac volvió a Santa Cruz, y en 2014, ya con mucha solera, se extrajo del frasco con asistencia de la plana mayor polaca, incluyendo el ministro de Cultura y el arzobispo de Varsovia, para descubrir las causas de la muerte. El reto fue difícil, puesto que solo se permitió la presencia de dos científicos, quienes hicieron más de mil fotografías a falta de autorización para sacar el corazón macerado, y el diagnóstico fue realizado por observación visual: el Gobierno es el propietario del corazón y la Iglesia su custodio, pero la sobrina bisnieta es quien debía autorizar la disección del órgano, quien no accedió a tan necesaria petición.
Después del análisis, el American Journal of Medicine publicó que Chopin había muerto de una pericarditis provocada por la tuberculosis, y que tenía una posible fibrosis quística y estenosis mitral, diagnósticos establecidos por la observación fotográfica. La prueba del ADN aclararía todas las dudas, pero con la excusa del respeto al héroe nacional polaco, se descartó realizarla. El corazón ha regresado a su altar hasta 2064. Tal vez en esa fecha se pueda realizar la prueba genética, con el riesgo de descubrir que el órgano venerado pertenece a un desconocido sin talento musical, con la decimoséptima zona cerebral atrofiada o incluso sordo de nacimiento. O sorda.
El genio polaco, en todo caso, tenía tafofobia o pánico a ser enterrado vivo, situación que solía ocurrir en esos tiempos en según qué casos ante fallos diagnósticos. Ya enfermo, pocos días antes de morir, Chopin pidió a su hermana Ludwika que le sacaran el corazón de su cuerpo una vez muerto, y que fuera transportado a su querida Varsovia. Todavía hoy ese corazón es venerado por legiones de admiradores que peregrinan hasta la iglesia de Santa Cruz en la capital polaca. A Ludwika no se le ocurrió otra cosa que conservar el corazón musical en un frasco con coñac, teniendo que sortear diferentes controles policiales hasta que llegó a Varsovia, entonces invadida por los rusos. La familia Chopin custodió el noble órgano hasta que lo depositaron en la Santa Cruz.
Pasado casi un siglo, en 1944, durante el alzamiento de Varsovia, el corazón fue robado por un oficial de las SS, admirador del compositor, que lo trasladó al cuartel para evitar su destrucción. (Se desconoce si lo colocó en el mueble bar o en otro lugar más distinguido). En 1951 el corazón ebrio de coñac volvió a Santa Cruz, y en 2014, ya con mucha solera, se extrajo del frasco con asistencia de la plana mayor polaca, incluyendo el ministro de Cultura y el arzobispo de Varsovia, para descubrir las causas de la muerte. El reto fue difícil, puesto que solo se permitió la presencia de dos científicos, quienes hicieron más de mil fotografías a falta de autorización para sacar el corazón macerado, y el diagnóstico fue realizado por observación visual: el Gobierno es el propietario del corazón y la Iglesia su custodio, pero la sobrina bisnieta es quien debía autorizar la disección del órgano, quien no accedió a tan necesaria petición.
Después del análisis, el American Journal of Medicine publicó que Chopin había muerto de una pericarditis provocada por la tuberculosis, y que tenía una posible fibrosis quística y estenosis mitral, diagnósticos establecidos por la observación fotográfica. La prueba del ADN aclararía todas las dudas, pero con la excusa del respeto al héroe nacional polaco, se descartó realizarla. El corazón ha regresado a su altar hasta 2064. Tal vez en esa fecha se pueda realizar la prueba genética, con el riesgo de descubrir que el órgano venerado pertenece a un desconocido sin talento musical, con la decimoséptima zona cerebral atrofiada o incluso sordo de nacimiento. O sorda. -ÓA