Reportajes
La histeria de la ópera II: Genios, pero maniáticos
Manías, obsesiones... Muchos compositores se caracterizaron por tener personalidades tan complejas como sorprendentes
La mente humana es insondable. Y si se trata de una mente musical, las rarezas se multiplican cual melodía infinita wagneriana. En este capítulo es el turno de las manías reconocidas de famosos compositores y, también, de las reprimidas y de algunas no confesadas.
El primer protagonista de esta crónica histérica es Dimitri Shostakovich (San Petersburgo, 1906-1975). El músico ruso era un maniático del orden y la limpieza, siempre presto a inspeccionar hasta el último rincón de su vivienda para demostrar que la prueba del algodón nunca engaña. El ritmo era su gran baza: no es de extrañar que sincronizase constantemente los relojes de su hogar de manera casi compulsiva. Todo tenía que funcionar correctamente. Entre sus obsesiones, la de enviarse cartas a su domicilio para poner a prueba la rapidez del servicio de correos [nuestros suscriptores saben bien de qué hablamos]… Se ve que su cartero estuvo a punto de dimitrir por estrés laboral.

Manuel de Falla fue diagnosticado como neurótico obsesivo
Pero manías hay en todas las latitudes. El maestro Manuel de Falla (Cádiz, 1876-Alta Gracia, 1946), diagnosticado como neurótico obsesivo por diferentes comportamientos recurrentes y singulares, superaba a Shostakovich en materia de pulcritud. Hasta cinco horas diarias dedicaba al jabón y la manopla. Sus dientes necesitaban un cepillado cronometrado al segundo, y con idéntico número de movimientos rítmicamente controlados. El músico andaluz acabó con una dermatitis en las manos por lavárselas continuamente con jabón y alcohol, obsesión compartida por el ruso Aleksandr Skriabin (Moscú, 1872-1815). Este último no tocaba dinero sin ponerse guantes protectores; además se frotaba compulsivamente la nariz con la dudosa intención de recolocarla a su gusto porque consideraba que la tenía demasiado chata.
Volviendo al compositor gaditano, el piano de Manuel de Falla siempre era desinfectado si alguien que no fuera él osaba tocar sus teclas. Tampoco toleraba los sonidos del vecindario, ni siquiera cuando compartió hotel en París con Joaquín Turina, quien sufrió las continuas quejas de su compatriota por tocar el piano al ensayar. Por otra parte, el autor de La vida breve creía estar dominado por el número siete: en París vivió siete años desde cuando llegó el séptimo mes de 1907; en Madrid vivió siete años más y en Argentina pasaría los siete últimos…
Manía dodecafónica
También Arnold Schoenberg (Viena, 1874-Los Ángeles, 1951) tenía una obsesión numerológica. El número siete tenía su importancia para Arnold: en Pierrot lunaire, Opus 21, utilizó 21 (7×3) poemas de Giraud, y a lo largo de la obra aparece el séptimo número –o sus múltiplos– de forma recurrente. El autor de Erwartung padecía un trastorno de nombre impronunciable –triscaidecafobia–, que consiste en un temor desproporcionado hacia el número 13. En sus listas numéricas el “12A” lo sustituía, incluyendo esa estratagema para evitar el número maldito en los compases de sus partituras, declarando que siempre se atascaba al llegar a la página 13 de una composición. Su ópera Moses und Aaron, pasó a llamarse Moses und Aron, o Mose und Aaron: prefería el error ortográfico a contabilizar 13 letras.
Schoenberg se hubiera desesperado con el caso de Richard Wagner (Leipzig, 1813- Venecia, 1883), o podría haberlo usado como terapia de choque: 13 son las letras del nombre y apellido del autor de Tristan und Isolde, quien nació en 1813, dirigió una orquesta por primera vez un 13 de septiembre, compuso en total 13 óperas, el 13 de abril de 1845 acabó Tannhäuser, el 13 de marzo de 1861 fracasó el estreno parisino de la citada ópera, vivió 13 años en el destierro y murió un 13 de febrero.

Arnold Schoenberg, que padecía de triscaidecafobia, un temor desproporcionado hacia el número 13
Ígor Stravinsky no se quedaba atrás en cuanto a rarezas varias. El compositor tenía obsesión por el orden no solo doméstico, sino también de las actividades realizadas diariamente, las cuales ejecutaba con puntualidad meticulosamente organizada. Su carácter hipocondríaco le llevaba a consumir medicamentos diariamente sin ninguna necesidad, y a visitar médicos allá donde viajaba. En 1934 su hijo Théodore fue operado de apendicitis; el padre también pidió ser operado, aun sin necesitarlo, y obligó a sus otros tres hijos a someterse a la extirpación del apéndice. Por si acaso. Convencido de las ventajas de su hazaña, Ígor recomendó la intervención a sus amigos y esposa, como si fuera algo de lo más natural. Por suerte, ninguna de sus hijas fue operada del útero. A saber a lo que se hubiera prestado Ígor para curarse en salud…
Claude de Francia
Claude Debussy (Saint-Germain-en-Laye, 1862-París, 1918) decía que un artista es, por definición, alguien “acostumbrado a vivir entre sueños y fantasmas”. Se refería a él mismo. Entre sus trastornos obsesivos compulsivos, el más acusado era el del orden, la simetría y la precisión. Como buen anglófilo que era, consumía regularmente whisky escocés y té, siempre en un horario que no podía saltarse bajo ningún pretexto. Los objetos y muebles de su hogar –incluyendo el piano y sus partituras– no podían moverse de su lugar, porque de lo contrario Claude reaccionaba incluso violentamente. Son varios los testimonios de familiares y conocidos que citan una famosa alfombra que no podía descolocarse ni un milímetro, o presentar una sola mota de polvo, por microscópica que fuera.
En su mesa de trabajo estaba siempre Arkel, un pisapapeles japonés en forma de sapo que Debussy llevaba en sus viajes porque de lo contrario no podía trabajar. Los objetos de la mesa estaban siempre ordenados en la misma posición, con la única excepción de Arkel –por cierto, nombre del rey de Allemonde en Pelléas et Mélisande–, que tenía la libertad de poder seguir los pasos de papá Claude allá donde él necesitara de sus servicios. Dolly Bardac, hijastra de Debussy, dijo que en una ocasión el compositor dejó una nota ordenando “no colocar a Arkel en el baúl. No le gusta”.
La de chiflados que hay en el mundo. Sin ir más lejos, la semana pasada hablé con Arkel y me dijo que no le importa que lo coloquen en el baúl, pero que odia estar solo en casa y renunciar al té de las cinco y a su whisky con papá Claude. -ÓA