Reportajes

Giuseppe di Stefano, 'Son io, l'eterno incanto'

En el año de su centenario

01 / 03 / 2021 - Marcelo CERVELLÓ - Tiempo de lectura: 6 min

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Podrían ser las jubilosas palabras que titulan este artículo, de la ópera Iris de Mascagni, las que definiesen la personalidad y el arte de Giuseppe di Stefano. Su canto inundó de luz los escenarios del mundo en los años cincuenta del pasado siglo. Sus características vocales y técnicas siguen dando que hablar a tratadistas y aficionados, fascinados estos y cejijuntos aquellos, al cumplirse este año el centenario de su nacimiento.

En marzo de 2008 fallecía Giuseppe di Stefano, dueño de una voz bellísima en el timbre, cálida y penetrante, con facilidad en la emisión y una gran expresividad en el fraseo. Todo ello construyó una figura carismática que, aun en su etapa de decadencia, cuando la ampliación de su repertorio a cometidos más gravosos para los que su discutible técnica no le había preparado limitaría su proyección, nunca dejaría de manifestar una fascinación irresistible. Por eso la frase «Son io, l’eterno incanto» del Himno del Sol de la ópera Iris de Mascagni, que él cantaría en la Ópera de Roma en 1956 y en La Scala al año siguiente, parecen definir el arte de este cantante extraordinario.

Nacido en Motta Sant’Anastasia, en la siciliana provincia de Catania, el 24 de julio de 1921, Giuseppe (Pip­­po para los amigos y más tarde para sus acérrimos seguidores) era hijo de Salvatore di Stefano, excarabiniere antes de ser zapatero en Milán, y Angela Gentile. Con el traslado de la familia a la capital lombarda y su instalación en el barrio de Porta Ticiana, el que llegaría a ser famoso tenor ingresó en el seminario en 1934, pero su poco asumida vocación no tardaría en dar paso a su pasión por el canto, estimulado por sus amigos y por las primeras lecciones recibidas de Adriano Tocchio, un tenor del coro de La Scala, que le llevaría a ganar un concurso para voces emergentes convocado en Florencia.

Más útil como cantante...

Bajo la tutela del barítono Luigi Montesanto (Palermo 1887-Milán 1954) adquirió sus primeros rudimentos técnicos, pero al ser llamado a filas al estallar la guerra su formación quedaría interrumpida. La fortuna y la intervención de un oficial médico que sentenció que «sería más útil a Italia como cantante que como soldado» hicieron que no fuese trasladado a Rusia con su regimiento, lo que le permitió hacer algunas apariciones artísticas en lugares tan heterogéneos como restaurantes, cines o teatros de barrio y darse a conocer también cantando en programas en la radio de Basilea con el nombre de Nino Florio en unas interpretaciones de canciones y fragmentos operísticos que incluso le dieron la oportunidad de grabar en Zúrich unos primeros discos para EMI.

© EMI

Junto a la que fuera una de sus más célebres compañeras de escenario, Maria Callas, con quien actuó en diversos teatros y grabó diversas óperas

Su debut oficial, tras haber probado suerte con algunos personajes secundarios, tuvo lugar en el Teatro Comunale de Reggio Emilia en el mes de abril de 1946, con Manon de Massenet cantada en italiano, un título que habría de permitirle debutar también en La Scala el 15 de marzo del año siguiente junto a Mafalda Favero, no sin antes haberlo cantado en su presentación en Barcelona el 3 de diciembre de 1946 junto a Victoria de los Ángeles, soprano con la que volvería a coincidir el 28 de julio de 1948 en el Teatro Rosalía Castro de A Coruña, en el curso de una gira organizada por el empresario Ercole Casali que también abarcaría las plazas de Santander y San Sebastián.

El teatro en el que se cimentaría su fama fue, sin lugar a dudas, La Scala milanesa, escenario en el cual se exhibiría con un total de 26 títulos en 197 representaciones. A su Manon inicial (seis representaciones desde el 15 de marzo de 1947 alternando con Giacinto Prandelli) seguirían Mignon, Bohème, un Rigoletto en el que recogió algunas muestras de disgusto, Tosca, Lucia di Lammermoor –ya con Maria Callas–, L’elisir d’amore, otra Bohème esta vez con Renata Tebaldi, hasta los tres espectáculos que inauguraron las temporadas en 1956, 1957 y 1958, Aida con Antonietta Stella, Un ballo in maschera con Callas y Turandot con Birgit Nilsson, alternándose en el primero y el tercero de ellos con Franco Corelli. En los últimos años de sus actuaciones milanesas y en unas condiciones vocales ya un tanto precarias añadiría a su repertorio los personajes de Giuliano della viola, el protagonista de Il calzare d’argento, en el estreno absoluto de la ópera de Ildebrando Pizzetti, el wagneriano Rienzi y el Nerone de L’Incoronazione di Poppea de Monteverdi.

Una nueva manera

No menos significativa fue su presencia en la Metropolitan Opera neoyorquina con 15 títulos y 112 funciones desde el Rigoletto de su presentación en 1948, habiendo sido especialmente recordado su Faust del siguiente año junto a Italo Tajo y Dorothy Kirsten con el prodigio técnico de la smorzatura del Do agudo en el aria «Salut! Demeure chaste et pure» del tercer acto, sin que puedan dejar de mencionarse su presencia en las mejores escenas internacionales y muy especialmente en las temporadas del Teatro Bellas Artes de la ciudad de Mexico, en las que llegó a convertirse en un ídolo del publico. Es recordada, por cierto, la anécdota del berrinche que cogió allí en una Tosca de 1952 en la cual Maria Callas fue especialmente festejada y que le llevó a jurar que nunca más volvería a cantar con ella, juramento que, lógicamente, no tardaría en incumplir. En temporadas sucesivas coincidiría en aquel mismo coliseo con Manuel Ausensi (Ballo in maschera, Tosca y Lucia di Lammermoor en 1960; Andrea Chénier, Madama Butterfly, La Traviata y Carmen en 1961), con quien acabaría sellando una  cordial amistad.

© Teatro alla Scala

En La Scala, en 'L’elisir d’amore'

Giuseppe di Stefano tuvo también sus incursiones en el mundo de la dirección escénica con las funciones de I vespri siciliani que preparó con Maria Callas para la inau­guración del nuevo Teatro Regio de Turín en 1973 y para una Bohème en Spoleto dos años después; redactó una autobiografía entre exultante y justificativa (L’arte del canto, Rusconi 2000); y fue protagonista de una película, Canto per te, a las órdenes de Marino Girolami con Hélène Remy y Ave Ninchi como compañeras de reparto. Al ser preguntado en una entrevista por qué no había reincidido en aquel género contestaría escuetamente: «En aquella época en Italia ya no interesaban las películas musicales».

Casado en 1947 con Maria Girolami, que le dio tres hijos (Giuseppe, 1952; Luisa, 1953; y Floria, 1957) se divorció de ella en 1976  para contraer nuevas nupcias en 1993 con Monika Curth, mucho más joven que él y que se mantuvo a su lado hasta su muerte, el 3 de marzo de 2008 en su residencia de Santa Maria Hoè, en la Toscana, a consecuencia de las graves secuelas sufridas a manos de unos desconocidos en su casa de Diani, en Kenya, en diciembre de 2004 y por las que había sido hospitalizado en Mombasa y en el Hospital de San Raffaele de Milán.

Con él desaparecía una de las voces más bellas de las conocidas en su tiempo, de un color incomparable y servida por una emisión que le hacía, según sus admiradores «cantar como si hablara». Extensa y dúctil en sus primeros tiempos, al ampliar su repertorio a roles más spinti e insistir en su tendencia a abrir el sonido, empezó a conocer dificultades que acabarían afectando a su zona de passaggio y endureciendo sus agudos, aunque conservaría siempre el esmalte que la hizo inconfundible y el fervor con que proyectaba. Lo subrayaría la gran Magda Olivero en una ocasión cuando afirmaba que Di Stefano «no era solo una voz. Era un alma».

Legado inabarcable

Su legado discográfico es prácticamente inabarcable. A sus muy divulgadas versiones en estudio con Maria Callas para el sello EMI –Cavalleria rusticana, Pagliacci, Tosca, Un ballo in maschera, Il trovatore, Lucia di Lammermoor, Rigoletto, Manon Lescaut, Puritani– hay que añadir otras grabaciones de los años cincuenta como Madama Butterfly con Victoria de los Ángeles, L’elisir d’amore con Hilde Güden, La forza del destino con Zinka Milanov y Leonard Warren, Tosca con Leontyne Price, incluyendo en ellas dos discos de highlights (La bohème con Licia Albanese y Manon con Anna Moffo) y su grabación de El país de la sonrisa de Léhar de 1969.– ÓA