Reportajes
Gianni Raimondi, un tenor de los de antes
En su centenario
La Scala de Milán anunció su muerte, en octubre de 2008, como el adiós “a una de las voces más grandes de la historia del teatro”. Gianni Raimondi, nacido hace ahora un siglo, fue precisamente eso, un artista con una voz que le convirtió en fundamental en su época. Compartió escenario con Callas, De los Ángeles, Freni, Olivero, Tebaldi, Caballé, Barbieri o Simionato, colaborando además con los directores musicales más significativos del siglo pasado.
En la ciudad italiana de Bolonia, hace ahora cien años, el 17 de abril de 1923, nacía Gianni Raimondi, un tenor que acabaría destacando entre los de una generación pródiga en representantes de su cuerda y que ahora, con la perspectiva del tiempo y la actual y pertinaz sequía de tenores de categoría ocuparía, sin lugar a dudas, uno de los primeros puestos del escalafón.
Inclinado desde su infancia hacia la actividades deportivas, el interés por el mundo de la lírica le sobrevino en la década de 1940. Aconsejado por un amigo de la familia, el pintor Cesare Vincentino, Gianni Raimondi se sometió al juicio de algunos entendidos en la materia acerca de sus posibilidades. Finalmente, convencido, decidió dedicarse al estudio del canto dando sus primeros pasos de la mano de la soprano Albertina Cassani, alternando sus lecciones en el conservatorio con los consejos recibidos del famoso tenor Antonio Melandri, los que más adelante perfeccionaría con Antonio Narducci, Mario Basiola y el siempre imprescindible Ettore Campogalliani.

Raimondi en 'La Traviata' en La Scala, junto a Maria Callas
Entre los meses de abril y mayo de 1943 se presentó en una serie de conciertos en su ciudad natal y en otras localidades de la provincia antes de debutar en el Teatro Commerciale de Budrio (8 de noveimbre de 1947) como Duque de Mantua en Rigoletto de Verdi con un éxito que se cimentó poco después en el Teatro Duse de Bolonia con Lucia di Lammermoor. Desde allí inició el consabido periplo por los teatros italianos de provincia, desde el Monteverdi de La Spezia al Civico de Vercelli o al Sociale de Rovigo, para saltar seguidamente a otras plazas europeas como Montecarlo, Niza o Lausana y asomarse por vez primera al nuevo continente con actuaciones, siempre en el seno de compañías italianas, en Guadalajara, Monterrey o São Paulo.
En 1955 debutaría en el Liceu de Barcelona con Madama Butterfly junto a Victoria de los Ángeles, soprano con la que volvería a cantar al año siguiente en La Bohème al tiempo que lo hacía con Magda Olivero en La Traviata. Volvería al Liceu con otra Bohème en la temporada 1959-60, entonces con Renata Tebaldi, y haría su última aparición liceísta en el ciclo siguiente con Rigoletto. En España debutaría también en las temporadas de Bilbao y Oviedo en 1956, con Rigoletto y Bohème, presencias a las que se unirían después otras funciones de Bohème, primero en 1961 y luego al año siguiente, con Mirella Freni, y La Favorita el mismo año. En 1963 cantaría allí de nuevo Rigoletto y Puritani, ambas con Gianna D’Angelo, y se despediría en 1965 con una Tosca que ofrecería al público del Teatro de La Zarzuela de Madrid unos años má tarde a las órdenes de Oliviero De Fabritiis. Su gran carrera internacional había comenzado.

La primera gran oportunidad la tuvo cuando Antonio Ghiringelli y Victor de Sabata, en aquellos momentos intendente y director musical de La Scala respectivamente, le eligieron para sustituir a un problemático Giuseppe Di Stefano, ocasión que sería el preludio de una futura y muy prolífica relación con el coliseo milanés que no tardaría en cristalizar con títulos como la mítica –y muy recortada– Anna Bolena con Maria Callas y Giulietta Simionato, la histórica Bohème con Freni o las colaboraciones con Montserrat Caballé en Lucrezia Borgia y Norma, ópera esta última con la que el tenor se despediría de La Scala en 1975.
También destacan en su trayectoria Lucia di Lammermoor en el San Carlo en 1956 con Callas, Roberto Devereux en La Fenice con Caballé y Rigoletto en la primera de sus actuaciones en la Arena de Verona, hitos a los que hay que unir sus cuatro temporadas en el Met de Nueva York (1965-69), sus múltiples apariciones en la Staatsoper de Viena (1957-1974) o su debut en el Colón de Buenos Aires (1961-62), hitos que abrocharían una carrera que prestigiaría su aportación al panorama lírico del siglo XX.
Canto elegíaco
Gianni Raimondi poseía una voz de tenor lírico estricto y aunque en su primera etapa hizo incursiones en el registro de contraltino en obras de Rossini (Mosè, Stabat Mater, Armida), sus condiciones le situaban en la órbita del canto donizettiano o del Puccini más lírico por su línea siempre bien dosificada y su canto elegíaco. En este terreno conoció pocos rivales, a los que, por otra parte, aventajaba gracias a su refulgente registro agudo, todo un referente en su época.

Hoy la verdad es que sorprende que con estos antecedentes su participación en el área de la discografía oficial haya sido tan reducida, con apenas esa Favorita de Cetra con Fedora Barbieri, pero los registros privados han suplido tal deficiencia con la presencia en el mercado de sus grabaciones de funciones en vivo con ejemplos como L’amico Fritz de La Scala, Linda di Chamounix, La Traviata, Faust o esa maravillosa Bohéme con Freni y Karajan que prestigiaría los registros de la Deutsche Grammophon en el apartado videográfico.
Raimondi, que se casaría en 1954 con la soprano Gianna del Sommo a quien había conocido en la época de su debut en Budrio, falleció en su residencia de la localidad de Pianoro, en las inmediaciones de su Bolonia natal, el 19 de octubre de 2008, pero, como se dice en Italia, piantò un chiodo en el escenario de la lírica mundial, y por él será recordado.– ÓA