Reportajes
Fiorenza Cossotto, la última gran mezzo italiana
Una panorámica de las mejores grabaciones por la carrera de la mítica cantante italiana
Temperamento volcánico, voz potente y extensa, con fuerza en los graves y brillo luminoso en los agudos, instinto dramático e imponente presencia escénica. Desde su debut en 1957 en La Scala de Milán, Fiorenza Cossotto triunfó en la escena internacional con las armas y la bravura vocal de las grandes mezzosopranos de la escuela italiana, las mismas que llevaría al estudio de grabación.
Fiorenza Cossotto fue una de las mezzosopranos más importantes del siglo XX, heredera y última representante de la gran escuela italiana que incluye a Cloe Elmo, Ebe Stignani, Fedora Barbieri y Giulietta Simionato. Una voz de gran tamaño, rica en colores y matices, de emisión algo forzada en las notas más graves, pero deslumbrante por la intensidad de unos agudos que lucía con placer para adueñarse del escenario en sus intervenciones. Era una diva, dentro y fuera del escenario: podría escribirse un libro solo con las anécdotas de sus muchas e inolvidables veladas en el Gran Teatre del Liceu, donde fue una voz querida, admirada y aplaudida desde su debú en noviembre de 1961, con Angelina de La Cenerentola, a la que siguió Laura en La Gioconda, con Caterina Mancini, Fabiano Labó y su marido, Ivo Vinco, que también hizo el Don Magnifico.
Su discografía es tan voluminosa como su voz, y documenta prácticamente toda su carrera, con éxitos tan tempranos como el papel de Neris en la Medea, de Luigi Cherubini, que Maria Callas protagonizó en el Covent Garden en 1959, con Jon Vickers y dirección de Nicola Rescigno (Melodram-Diva), o su primera grabación, como Cherubino en Le nozze di Figaro de Mozart, con Elisabeth Schwarzkopf y dirección de Carlo Maria Giulini (Emi-Warner), de 1960, el mimo año de su primera Amneris de Aida en la Arena de Verona, personaje que haría suyo por derecho propio.
Como mezzo agudísima, asombró en 1962 con su primera Leonor de Guzmán de La Favorita de Donizetti, una creación que la catapultó a la fama. En el registro corsario de 1967 en el Teatro Colón de Buenos Aires, con el gran Alfredo Kraus, impresionan sus ascensos al agudo, tan maravillosos como el precioso metal de una voz manejada con fogoso temperamento; cinco años después, lo grabó en estudio con Luciano Pavarotti y dirección de Richard Bonynge (Decca). Para no perderse, la grabación de la televisión japonesa de 1971, con Kraus y Bruscantini (DVD-VAI).
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