Reportajes

'Fidelio', símbolo de la libertad

La única incursión de Beethoven en el género operístico ocupa un lugar decisivo en el proceso de creación de una ópera intrínsecamente alemana

01 / 12 / 2020 - Antoni COLOMER - Tiempo de lectura: 8 min

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'Fidelio', de Beethoven, en el Maestranza de Sevilla © Teatro de La Maestranza / Guillermo MENDO

La única incursión de Beethoven en el género operístico ocupa un lugar decisivo en el proceso de creación de una ópera intrínsecamente alemana. Puente entre el clasicismo y el romanticismo, esta obra trascendental constituye el aporte del genio de Bonn a un teatro musical al que trasciende para erigirse en legado universal.

Situada cronológicamente entre Die Zauberflöte (1791), el testamento mozartiano, y Der Freischütz (1821), de Carl Maria von Weber, eclosión del Romanticismo operístico alemán, Fidelio, oder die eheliche Liebe, Op. 72 (1805), la única ópera escrita por Ludwig van Beethoven –de quien se cumple este mes el 250º aniversario de su nacimiento– constituye la bisagra necesaria entre la tradición clásica definida por Gluck, Mozart y Cherubini y el estallido musical que conducirá al drama musical wagneriano. La herencia de lo primero y la semilla de lo segundo se puede rastrear en los pentagramas de una obra musicalmente fascinante con significativas implicaciones políticas y personales.

Pese a los intentos de establecer una escuela operística alemana alejada de cánones italianos y franceses, hasta finales del siglo XVIII no germinó la semilla que sembraron compositores como Schütz, Staden o Hasse. Semilla que tomó forma de Singspiel, género que, al igual que la opéra comique o la zarzuela, combinaba partes musicales con diálogos hablados. El Singspiel fue un género esencialmente popular en la zona germanófona hasta que Mozart, primero con El rapto del serrallo y finalmente con Die Zauberflöte, le inyectó una densidad musical y temática que puso las bases sobre las que se construiría una ópera alemana que, en poco tiempo, iba a revolucionar el panorama musical. Pero sin la aportación de Beethoven y su Fidelio, difícilmente esa línea evolutiva y su rápida eclosión se hubiese llevado a cabo en los mismos términos.

“El estreno de 'Fidelio', o mejor dicho, 'Leonore' fue un rotundo fracaso”

Se conoce que el estreno de Fidelio, o mejor dicho Leonore (título que quería el compositor para la primera versión) fue un rotundo fracaso, en parte debido al contexto político. La première, en noviembre de 1805, estuvo condicionada por el sitio de Viena por parte de las tropas napoleónicas, circunstancia que tuvo una doble repercusión esa noche en el Theater an der Wien, escenario que acogió el estreno. Por un lado, los ideales revolucionarios de Beethoven entraron en colisión con la política expansiva de Napoleón. Por otro, un público formado en su mayor parte por oficiales franceses mostró nulo interés por un Singspiel en alemán, de grandes dimensiones y atrevidos planteamientos musicales a pesar del origen literario francés de la obra.

Una formación integral

La propuesta le había llegado a Beethoven a través de Emmanuel Schikaneder, empresario del An der Wien a la par que productor y Papageno en el estreno de Die Zauberflöte. El libreto propuesto inicialmente fue Vestas feuer del mismo Schikaneder, pero la debilidad del texto provocó que el compositor lo abandonase y se interesase por un libreto francés, ya puesto en música anteriormente (ver despiece). No en vano, París se había convertido en el centro operístico europeo y era donde se cocía la modernidad artística y política que tanto atraía a Beethoven en aquel momento. A pesar de que Leonore / Fidelio es su única ópera, el interés del compositor por el género, con el que había tenido contacto durante sus años de repertorista en la Ópera de Bonn, fue intenso durante buena parte de su trayectoria. Es probable que, si las peripecias con Fidelio no hubieran sido las que fueron, hoy se contaría con más de un título operístico en su catálogo.

© The Royal Opera / Catherine ASHMORE

Una escena de la producción de Jürgen Flimm para la Royal Opera de Londres

Del fracaso del estreno de 1805 hay que saltar a la revisión de la partitura, dolorosa para Beethoven, de 1806, que incluye cortes importantes sugeridos por amigos como los condes Lichnowsky, que trataron de hacerle ver que una música de esa calidad, con algunas modificaciones, obtendría el reconocimiento del público vienés en un momento en el que las aguas políticas habían vuelto a su cauce y la vida cultural de la ciudad había sido restituida.

Finalmente, el compositor aceptó a regañadientes y se puso manos a la obra con la colaboración del libretista Joseph von Breuning y la clara voluntad de reducir la duración de la ópera. El cambio más radical será pasar de los tres actos iniciales a dos, eliminando así la unidad de espacio pretendida originalmente. En la versión inicial, el primer acto se desarrollaba en casa de Rocco y poseía una connotación bourgeoise con música de perfume mozartiano, mientras el segundo se trasladaba a una prisión. Una fusión que difuminaba las diferencias del tratamiento musical de cada acto por bien que aligeraba la acción. Finalmente, y para diferenciarse de la obra de Paër, el título pasará de Leonore al definitivo: Fidelio, aunque para esta versión Beethoven hizo imprimir a sus expensas el libreto con el título de Leonore.

El 29 de marzo de 1806, en una Viena recuperándose de los estragos del sitio napoleónico, sube al escenario del Theater an der Wien esta segunda versión que, a pesar de las dudas músico-dramáticas que, tanto hoy en día como a Beethoven en su momento planteara la revisión, supondrá un succés de prestige para el compositor. A pesar de ello, Beethoven, de carácter indomable, retira la partitura tras la segunda representación por conflictos económicos con el empresario del teatro, Peter von Braun. No será hasta 1814 que la obra obtendrá un éxito incontestable, esta vez en el Kärtnertortheater.

Paradojas del destino, si el estreno de la obra se produce en plena invasión napoleónica, el de la versión definitiva de Fidelio se enmarca en los actos de un Congreso de Viena que finiquitaba la deriva expansionista de las tropas francesas. Un timing tan significativo como inoportuno. Durante este lapso de tiempo, la evolución personal, musical e ideológica de Beethoven ha sido considerable. Por un lado, su sordera se ha acentuado y el proceso parece imparable, lo cual influye decisivamente en su personalidad y actividad social. Desde una perspectiva política, su decepción con el proyecto napoleónico es ya definitiva, como demuestra la (no) dedicatoria de su Sinfonía Heroica.  Y, en lo musical, entre 1805 y 1814, su evolución es meteórica.

Durante este período se puede asistir a un proceso creativo milagroso que se extiende desde la Cuarta Sinfonía hasta la Octava, incluyendo su último Concierto para piano (Emperador) o el Concierto para violín, en lo que ha sido definido como el período intermedio de su producción. Precisamente la versión definitiva de Fidelio de 1814 coincide con el inicio de su etapa de madurez y arroja, por tanto, datos interesantes respecto a la evolución musical del compositor durante esos años.

Proyecto recuperado

A principios de 1814, tres músicos vinculados a la Ópera de la corte vienesa, Ignaz Saal, Johann Michael Vogl (barítono destinatario de muchas de las canciones de su amigo Franz Schubert) y Karl Friedrich Weinmüller plantean a Beethoven la reposición de Fidelio. El compositor, insatisfecho con la versión de 1806, aceptará con la condición de revisar a fondo la obra, tanto en lo musical como en lo que respecta al libreto. Para ello, contará con la colaboración del experimentado Georg Friedrich Treitschke, quien dará forma definitiva al texto.

© Buxton Festival / Robert WORKMAN

Montaje de la ópera 'Leonore' en el Festival de Buxton en 2016

Toda obra musical de transición, y más si cuenta con versiones diversas y espaciadas, plantea problemáticas y tensiones que permiten discernir elementos clave en la evolución estilística de su autor. En ese sentido, Fidelio constituye una especie de work in progress, empezando por sus diferentes oberturas. Hasta cuatro versiones existen, siendo la llamada Leonore I –la menos divulgada y escrita para una reposición en Praga que nunca tuvo lugar– posterior a la conocida como Leonore II, correspondiente al estreno de 1805. Este material fue modificado y desarrollado para convertirse en la famosa Leonore III de 1806 que Gustav Mahler, al dirigir la obra en Viena, decidió incluir justo antes del desenlace de la obra creando así una tradición que se mantiene aún vigente a día de hoy. Estas dos oberturas de carácter programático ponen de manifiesto que Beethoven era un compositor de mayor temperamento dramático en su vertiente sinfónica que en la vocal y teatral. Finalmente, Beethoven escribió una nueva obertura para la versión de 1814, la conocida como Obertura Fidelio.

Un work-in-progress

Lo fascinante de una obra como esta, más allá de su indiscutible calidad, es el viaje que propone al espectador: desde un primer acto –especialmente en la versión de 1805– de reminiscencias mozartianas y férrea estructura clásica hasta aterrizar en un final, en la versión definitiva, de una libertad formal que prefigura el drama musical wagneriano. El arranque de la obra difiere entre las versiones de1805 y 1814. Hoy en día se escucha primero el dúo entre Marzelline y Jaquino seguido del aria de Marzelline, pero en la versión original el orden era inverso. Esta idea inicial comportaba una estructura progresiva que evolucionaba del aria al dúo, al terceto y al memorable cuarteto, uno de los momentos má sublimes de la historia de la lírica. En estos números ya se aprecia uno de los recursos típicamente beethovenianos: el desarrollo de una pequeña célula musical que subyace, con todas sus variaciones, como elemento estructural de la pieza.

© Garsington Festival / Johan PERSSON

La ópera en una cinematográfica versión del Festival de Garsington de 2009

La luz del primer acto se va atenuando en el segundo de la versión original (la escena II de Fidelio-1814) como si, junto a los personajes, el público se adentrase en las profundidades de esa cárcel –en definitiva, del sufrimiento humano– en la que aguarda Florestan. Esta oscuridad aparece en el aria inicial del malvado Pizarro, de inusual violencia, en la que se intuye el germen de pasajes del primer acto del Der fliegende Holländer wagneriano. Durante ese descenso a los infiernos surge la idea central de Fidelio: Hoffnung (esperanza). Se escucha primero en el aria de Leonore, pero es a través del visionario Coro de prisioneros que este concepto se transmuta en música cual rayo de luz redentor.

El tercer acto es el más remozado en la versión definitiva y contiene música nueva. Lo que no deja de sorprender es que la introducción en la aparición de Florestan formase parte ya de la versión de 1805, pues se trata, por su audaz tratamiento armónico, de una puerta abierta de par en par a la música del futuro. Se puede rastrear su influencia en Der Freischütz desde su obertura, pero no cabe duda que el segundo y dramático acorde forma parte del universo wagneriano.

El dúo entre Florestan y Leonore, así como el desarrollado y esplendoroso número final, constituyen la apoteosis de la creación vocal beethoveniana. Una síntesis entre la tradición clásica de la que bebe Fidelio y las nuevas perspectivas que abre hacia la consolidación de una ópera romántica alemana que, a través de Wagner, acabaría por hacer temblar los cimientos del lenguaje musical occidental.

Con acento francés

El libreto de Leonore, de Jean-Nicolas Bouilly, por el que Beethoven se interesó tras descartar el de Emmanuel Schikaneder, se había usado anteriormente para la ópera Léonore, ou l’amour conjugal (1798) del tenor y compositor Pierre Gaveaux, así como para Leonora (1804), de Ferdinando Paër, que Beethoven habría escuchado en Viena interpretada en italiano. El libreto partía de un episodio real sucedido en la ciudad de Tours durante los años del terror tras la Revolución Francesa, en el que una mujer rescata a su esposo de la prisión fingiéndose hombre. En definitiva, se trataba de un subgénero conocido como ópera de rescate, en boga durante la segunda mitad del siglo XVIII. Sin ir más lejos, El rapto del serrallo sería un precedente evidente, pero, en la obra de Bouilly, con el significativo matiz de que la heroína es una mujer. El hecho de que el compositor se interesase por este libreto conlleva ciertas paradojas pues, aunque el tema desemboca en un discurso libertario con el que Beethoven se identificaba, en la historia real la protagonista se enfrenta a la policía revolucionaria, movimiento con el que el compositor había mostrado manifiesta afinidad. Por otro lado, se afirma con ligereza que la obra contiene un discurso feminista, interpretación que hay que poner en su contexto pues el concepto de esposa virtuosa y abnegada (Weibliche Tugenden), dispuesta a todo sacrificio por su esposo, era tema recurrente en la literatura del momento. Hay que tener en cuenta, en este punto, un contexto político en el que las monarquías ilustradas, y especialmente la austríaca, sentían la amenaza revolucionaria que se expandía por Europa. Tanto es así que la utilización de la palabra Freiheit (libertad) estaba prohibida en los escenarios. Solo había una excepción: precisamente los dramas de tema carcelario. Ello explica el interés de músicos y literatos en estas óperas de rescate, pues suponían un púlpito desde el que clamar por la libertad tanto artística como ideológica.– ÓA