Reportajes
Federico Moreno Torroba, de Madrid al mundo
A 130 años de su nacimiento
«¡Cuanto tiempo sin verte, Luisa Fernanda!». Esta frase que ya forma parte de la cultura popular, proviene de una de las obras con más recorrido de la tradición del género zarzuelístico. Con más de 10.000 representaciones según algunas estadísticas, Luisa Fernanda representa la zarzuela como ningún otro título. Este mes se cumplen 130 años del nacimiento de su autor, quien se ha ganado un puesto de honor entre los indispensables del género.
Federico Moreno Torroba, madrileño de nacimiento, empezó su relación con la música desde bien temprano. Su escuela particular fue el órgano, instrumento que su padre, pianista de profesión, tocaba por las iglesias de la capital. Después de un intento fallido de lanzarse a los estudios de ingeniería en la Universidad de El Escorial, el futuro compositor y director pasó a dedicarse por entero a la música. De la mano de su padre se formó hasta alcanzar el nivel necesario para ingresar en el Conservatorio de Madrid, en el que estudió composición con Conrado del Campo.
Las primeras obras reconocidas de Moreno Torroba son instrumentales. Se suele citar La ajorca de oro, de 1918, un poema sinfónico sobre la obra homónima de Gustavo Adolfo Bécquer; cabe destacar, sin embargo, que su interés por la cuestión instrumental cuajó sobre todo en su importante labor de investigación y promoción para recuperar la guitarra clásica española. Pero si el nombre de Federico Moreno Torroba redirige a algún género en particular, este es sin duda el de la lírica. Sus primeros grandes éxitos teatrales aparecieron durante la década de los años 20 del pasado siglo. 1925 es un año especialmente importante para el compositor: fue en esa fecha cuando el Teatro Real, justo antes del cierre por peligro de derrumbe, le estrenó su primera ópera, La Virgen de Mayo. El mismo año fue el turno de su primer éxito en el mundo de la zarzuela, La mesonera de Tordesillas. Poco tiempo después, el general Primo de Rivera lo nombró empresario del Teatro de La Zarzuela, juntamente con Pablo Luna. Con la caída de la dictadura, Torroba se instaló en el Teatro Calderón, espacio que se convirtió en el último reducto madrileño para la zarzuela grande. Durante al menos seis años, casi sin interrupción, el nombre de Moreno Torroba resonaría entre las bambalinas del legendario coliseo madrileño.

El compositor junto a Plácido Domingo Ferrer, padre del famoso artista madrileño
La llegada de la década de 1930 supone un altibajo importante en su trayectoria. El estreno de Luisa Fernanda, emblema de la zarzuela hasta la actualidad –con piezas tan conocidas como la Mazurca de las sombrillas o el dúo «Caballero del alto plumero», entre Carolina y Javier–, coincide en el tiempo con la instauración de la Segunda República Española. De ideología declaradamente conservadora, anticomunista y tradicionalista, Moreno Torroba mantuvo una relación especialmente difícil con el nuevo gobierno republicano. Las subvenciones que recibía el Teatro Calderón fueron muy criticadas por determinados sectores de la izquierda, que denunciaban un supuesto lucro personal del compositor. Durante el estreno de La chulapona en el Teatro Novedades de Barcelona, en 1934, alguien entre el público profirió el tan temido grito de «¡Viva el Fascismo!». Hay que recordar que Hitler había subido al poder en 1933, el fascismo ya empezaba a olerse en toda Europa y faltaban apenas dos años para el inicio de la Guerra Civil. Había circulado el rumor de que Moreno Torroba era el autor de un himno para las Joventudes de Acción Popular y a él respondía, muy probablemente, el viva que se oyó en aquella ocasión. El caso es que el grito desató un altercado en que tuvo que intervenir la policía; más tarde, Moreno Torroba pudo defenderse y desmentir el rumor que le hacía simpatizante de la causa fascista. Aun así, el compositor no consiguió deshacerse completamente de esa reputación: en 1936, en los albores de la guerra, Moreno Torroba fue detenido y encarcelado durante quince días bajo acusación de haber compuesto el Himno de la Falange Española, en realidad obra de Juan Tellería. Es de justícia mencionar que, una vez empezada la Guerra Civil, el compositor decidió refugiarse en zona nacional.
Casticismo y cultura urbana
olviendo a la música, tanto Luisa Fernanda como La chulapona suelen mencionarse como las obras definitorias del estilo de Moreno Torroba, especialmente en lo que tiene de recuperación de la casticidad. Este término estaba ya oxidado en tiempos del propio compositor, que tuvo que reivindicarlo como concepto válido luchando contra las «connotaciones chabacanas» de las que se había cargado. Para Moreno Torroba, castizo no redirige directamente a la óptica conservadora, sino que más bien tiene que ver con una forma de recuperar la propia tradición que echa raíces en la idea herderiana.

En palabras del propio Moreno Torroba: «Naturalizando nuestra música, llevando al grado sumo su nacionalización, conseguiremos más legítimamente el fin que todo artista se propone al crear su obra: que sea universal. Precisamente así, no de otro modo, encerrándola en el estrecho círculo de su nacionalismo, podrá lograrse el amplísimo campo de la anhelada universalidad. Hay que conquistar nuestra universalidad con lo popularmente español, si queremos que a los españoles se nos reconozca». El planteamiento del compositor no está lejos, en efecto, del juego entre transcendencia e inmanencia que caracteriza la fundación romántica de los nacionalismos. Sin embargo, puede que lo más interesante de su propuesta no sea su filiación romántica, sino más bien la redefinición del folklore que lleva consigo. Años más tarde, en plena postguerra, el compositor Julio Gómez volvería a Moreno Torroba para identificar en su obra un homenaje a lo que la musicología actual llama música popular: «Nuestros compositores de zarzuela son genios y auténticos creadores de lo que con el consagrado extranjerismo llamamos todos folklore. Los musicólogos no deben olvidar que la música popular no solamente se halla en los rincones de las montañas, sino también en las calles de las poblaciones». La reivindicación de la calle es sin duda una pieza clave para la comprensión de la anchura estética de la zarzuela: lo que se recoge en ella, y lo que acaba por estetizarse, es la cultura urbana.
La calle dramatizada
La ciudad está presente en la obra de Moreno Torroba como escenario emblemático de la vida contemporánea, que es, al fin y al cabo, el tema por excelencia del género zarzuelístico. El Madrid de obras como La chulapona es un espacio imaginado, poblado por anacronismos y, si bien anclado a un período de tiempo determinado –se dice que a finales del siglo XIX–, alejado de la idea de verosimilitud histórica que parecería tener que imperar. Pero el triunfo de la amalgama solo intensifica su poder de evocación. El Madrid del escenario es el de la calle de ahora, pero es también el de tanto tiempo atrás, así como representa el lugar de las danzas de ahora, pero también de las de toda la vida: mazurca, chotis y pasacalle comparten marco con los más variados palos flamencos, de la seguiría a la bulería y al tanguillo. Moreno Torroba supo entender a la perfección el lugar estético de la zarzuela, entre las esferas autodenominadas elevadas de la música culta y el retiro rural, misteriosamente aislado, de la música tradicional. La urbe sobresale en sus obras como medio cultural plenamente digno de ser dramatizado, y por eso mismo apela con tanto éxito a una determinada clase social que se dice, orgullosa, autóctona de la ciudad.

'Luisa Fernanda' en un montaje de Luis Olmos, con Yolanda Auyanet y José Manuel Zapata
Con su peculiar –y a veces cuestionable– exploración de la identidad española, se suele clasificar a Moreno Torroba en la generación del 98, juntamente con personalidades como Unamuno. Su suerte, sin embargo, poco tuvo que ver con la de intelectuales como Lorca o Miguel Hernández. Refugiado en el bando nacional, Moreno Torroba se convirtió después de la guerra y durante el franquismo en una de las figuras más prestigiosas del panorama musical español. La devaluación del género de la zarzuela, que se dejaba notar ya antes de la guerra, lo llevó a probar suerte con otros lenguajes, como el del sainete o el de la revista; y no dejó nunca de reivindicar la guitarra española, con centenares de composiciones para este instrumento. Si hoy en día se le recuerda, sin embargo, es sobre todo por haber llevado a la zarzuela a competir con la opereta vienesa y el Singspiel alemán de tú a tú, en la búsqueda de una conciliación entre nacionalismo e internacionalismo, entre tradición y contemporaneidad. –ÓA