Reportajes
Federico Chueca, el padre de 'La Gran Vía'
A 175 años de su nacimiento
Este mes se cumplen 175 años del nacimiento de Federico Chueca, uno de los padres del género chico y de obras míticas como La Gran Vía, pero que también se atrevió con obras de mayor formato como Cádiz.
En marzo, desde estas páginas se recordaban los 130 años del nacimiento de Federico Moreno Torroba y su célebre frase ¡Cuánto tiempo sin verte, Luisa Fernanda! como una de las contribuciones más certeras del compositor al imaginario popular. Pues bien, también al protagonista de este artículo, el compositor Federico Chueca, el habla contemporánea le debe una de sus expresiones más paradigmáticas. Si el sobrenombre de menegilda sirvió a una determinada clase social durante todo el siglo XX para referirse a la figura de la empleada de servicio, fue gracias a la enorme popularidad que adquirió su célebre zarzuela en un acto La Gran Vía.
Como sucede con Moreno Torroba, a Chueca –de quien este mes se conmemoran los 175 años de su nacimiento– le tocó desarrollar su actividad compositiva en tiempos políticamente convulsos. A diferencia de su sucesor, sin embargo, la suya no fue nunca una posición neutral. Una de sus piezas de juventud más interesantes, la tanda de valses Lamentos de un preso, revela su compromiso con el progresismo: fue compuesta durante el tiempo que Chueca pasó en prisión después de la Noche de San Daniel, cuando el diez de abril de 1865 los estudiantes se levantaron en revuelta contra el gobierno de Narváez. Dos años más tarde, los Lamentos –que Chueca tuvo que componer y memorizar en prisión, por falta de material de escritura– fueron estrenados por Francisco Asenjo Barbieri, el célebre compositor que por aquel entonces ostentaba el cargo de director de los Conciertos Populares de los Campos Elíseos. Barbieri iba a convertirse en el mentor de Chueca, llegando hasta el punto de llamarle, según apunta Carmena y Millán en Cosas del pasado (1905), «su hijo único musical y espiritual».
En los cafés-teatro
Nacido en 1846 en la histórica Torre de los Lujanes de la Plaza de la Villa de Madrid, en el seno de una familia acomodada, Chueca empezó su relación con la música de forma autodidáctica. Sin embargo, a los nueve años comenzó sus estudios musicales en el Conservatorio de Madrid. En 1863, y por deseo de la familia, empezó estudios de medicina para abandonarlos poco tiempo después. Las recurrentes veladas musicales a orillas del Manzanares le consolidan como intérprete y director, y es en este marco privilegiado en el que Chueca entra en contacto con uno de los nombres más importantes para su triunfo en el mundo del teatro: el empresario Felipe Ducazcal, futuro responsable del Teatro Felipe.
Efectivamente, y como era de esperar en un músico autodidacta que busca profesionalizarse en el Madrid de mediados del siglo XIX, la carrera musical de Chueca se alinea pronto con el mundo del espectáculo. En las postrimerías de los años 1860 empiezan a popularizarse en la capital los llamados cafés-teatro. Estas salas híbridas, entre salón de té y cabaret, ofrecían versiones jocosas, reducidas y simplificadas, de los dramas de Zorrilla y López de Ayala. Empleado como pianista en el Café Zaragoza, Chueca va empapándose de las más diversas formas de la cultura popular. Ya por aquel entonces pupilo de Barbieri, Chueca abandona su aventura en el Café en 1870 y pasa a asumir la dirección de la orquesta del Teatro Variedades.
El estreno, en 1874, de una de las zarzuelas más celebradas de Barbieri, El barberillo de Lavapiés, da alas a Chueca y le incita a probarse como compositor teatral. La obra suponía un nuevo impulso para el género español, alejándolo de la influencia de los modelos italianos y franceses y acercándola al costumbrismo. Chueca empezará a componer, en un registro quizás más ajeno a la alta cultura, según las nuevas directrices impuestas por su mentor. En la década siguiente, fruto de la colaboración con su socio Joaquín Valverde, Chueca estrena en el Teatro Valverde hasta seis sainetes líricos, la mayoría de temática taurina. Se trata de piezas de pequeño formato, declaradamente costumbristas y de inspiración contemporánea; destaca, por ejemplo, ¡Hoy sale, hoy! (1884), especie de elaboración cómica sobre el tema de la ludopatía, siempre de incandescente actualidad. El género chico –en oposición a la zarzuela grande, con más de un acto y de partitura y dramaturgia más elaborada–, a manos de Chueca, va conformándose sobre la base de la recuperación del sainete y en diálogo con la reforma de la zarzuela emprendida por Barbieri.
Modernidad y cultura popular
Chueca llega a la dirección del Teatro Apolo de la mano del empresario Ducazcal, con una larga experiencia en el tratamiento dramático de la cultura popular. Es 1886 y España vive una época convulsa, inaugurada por la muerte de Alfonso XII en noviembre del año anterior. A imagen de París, Madrid va convirtiéndose poco a poco en una capital moderna: las modas europeas invaden las calles cada vez más pobladas y la ciudad vive una transformación urbanística sin precedentes. Siempre atento a la realidad callejera, músico urbano por educación y por convicción, Chueca reaccionará a todos estos cambios. Lo hará con la composición de la ya mencionada La Gran Vía, uno de los títulos imprescindibles del género chico. Esta «revista cómico-lírica-fantástica-callejera», tal y como la llama el autor en el programa del estreno, también fue fruto de la colaboración con Joaquín Valverde, y se presentó en el recién erigido Teatro Felipe, última empresa de Ducazcal. La obra nació del encuentro fortuito de Chueca con Felipe Pérez y González, autor teatral y periodista de la época, quien le escribió un libreto singular.

Busto de Federico Chueca en el Parque del Retiro de Madrid
En un acto y cinco cuadros, La Gran Vía es una zarzuela de variedades anclada en el Madrid contemporáneo. El primer cuadro presenta un curioso diálogo entre las calles del centro, personificadas en distintas voces que discuten sobre la proyectada obertura de la Gran Vía. A partir del segundo cuadro se entremezclan las intrigas entre personajes populares estereotipados –ladrones, guardas, criadas– con apariciones de todo tipo de personificaciones de monumentos, edificios y lugares del Madrid de 1886. Sobresale el Tango de la ya mencionada Menegilda, momento estelar de la chica de servicio que dejaría su nombre para la posteridad. Realidad y ficción, como demuestra el género chico gracias a su estrechísimo contacto con el mundo contemporáneo, no están en relación de subordinación, sino que se nutren mutua e incansablemente.
El siguiente éxito de Chueca y Valverde, Cádiz, se escapa de las fronteras del género chico. La ambiciosa obra presenta, en efecto, una ambientación histórica (el Cádiz ocupado de 1812) y una duración algo inusual, que Ducazcal corrigió de tres a dos actos para su estreno en el Teatro Felipe. Aunque la zarzuela conservaba la frescura popular de obras anteriores, muy probablemente su popularidad se debió a la introducción del Himno a Prim entre las piezas que la conformaban. Chueca no era ajeno al reciclaje de material musical propio –como sucede históricamente–, y se sabe que para la composición de La Gran Vía usó algunos fragmentos de obras anteriores.
Después del éxito de Cádiz, el compositor madrileño volvió al purismo costumbrista del género chico, pero solo para acompañar su declive. La muerte del empresario Ducazcal, en 1894, provocó el cierre del Teatro Felipe y significó el principio del olvido: las primeras producciones cinematográficas, las óperas de Puccini y los espectáculos de variedades empezaron a sustituir el género chico como entretenimiento de la burguesía española. La indolencia del último Chueca, que recibe con cansancio esta transformación cultural, no hace justicia al compositor de La Gran Vía.
Su zarzuela de cabecera se estrenó en París en 1896, de allí viajó a Milán, y también se programó Estados Unidos y en muchos países de Latinoamérica. Paradigma de la localidad, La Gran Vía conseguiría lo más difícil que podría pedírsele al género chico: hacer fortuna más allá de las fronteras de Madrid. ÓA