Reportajes

Schwarzkopf y la búsqueda de la prefección

Una panorámica de las mejores grabaciones por la carrera de la mítica cantante alemana

01 / 10 / 2020 - Javier PÉREZ SENZ - Tiempo de lectura: 1 min

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© Warner Classics

El Lied y la ópera conviven de forma natural en la carrera de esta legendaria soprano tanto en teatros y salas de conciertos como en estudios de grabación. Los discos no siempre reflejan la trayectoria de una voz, pero en este caso sus grabaciones ofrecen una imagen completa de su arte.

Para Elisabeth Schwarzkopf y para su marido, el productor Walter Legge, el disco era mucho más que un producto comercial. Era un auténtico documento cultural que permitía preservar en el tiempo una interpretación lo más perfecta posible. De hecho, la búsqueda de esa perfección fue una constante en la vida artística y el legado discográfico de la cantante, sabiamente planificado por Legge, es uno de los grandes tesoros de la historia del sonido grabado.

Salvo contadas excepciones, como en la antológica grabación del Cancionero italiano de Wolf, con Fischer-Dieskau y Moore para Deutsche Grammophon, grabó en exclusiva para el sello Emi desde 1946, dejando un legado imponente que ha sido reeditado en su mayoría por Warner. Lástima que, al final de su carrera, la multinacional a la que permaneció fiel durante décadas se portó de forma mezquina al negarse a publicar su último recital, A mis amigos, grabado en 1972 junto al pianista Geoffrey Parsons, que vio la luz en Decca.

Desde que inició su carrera profesional, en 1938, cantando una de las muchachas-flor de Parsifal en la Ópera de Berlín (poco después fue el paje en Tannhäuser) la joven soprano trabajó a conciencia hasta encontrar el repertorio adecuado. También pisó pronto un estudio de grabación, formando parte del coro de La flauta mágica dirigida por Thomas Beecham en 1938. Durante esta grabación conoció a Walter Legge. Curiosamente, en esos años estudiaba con la prestigiosa profesora Maria Ivogün, que insistía en encaminarla al repertorio de soprano-coloratura tras haberla visto en el papel de Zerbinetta, de Ariadne aux Naxos. Pero Legge, que la escuchó como Rosina de El barbero de Sevilla, lo tuvo claro desde el primer momento. “Tiene una voz fresca, brillante, llena de alegría, no muy amplia pero proyectada admirablemente y capaz de unos encantadores pianissimi agudos. La voz es por naturaleza la de una soprano lírica”. Acertó de pleno.

Legge fue su mejor aliado, también su crítico más severo, obsesionado por realizar grabaciones perfectas con los solistas, las orquestas y los directores más adecuados a cada título. Ese fue siempre el objetivo común de ambos. En 1971, 33 años después de su debut, Schwarzkopf se retiró de la escena operística con su rol fetiche, la Mariscala de Der Rosenkavalier, en La Monnaie de Bruselas, donde en 1981 probó fortuna como directora de escena precisamente con esta joya straussiana. Se consagró al Lied hasta su adiós definitivo en 1979, tras la muerte de su marido, limitando después su actividad a clases magistrales.

Mozart y Strauss

Mozart y Strauss son los dos compositores en los que ha dejado una huella más profunda:  Donna Elvira, la Condesa, Fiordiligi y Pamina ilustran su arte en el repertorio mozartiano, pero, si se busca su creación más excelsa, la respuesta es la Mariscala, papel que debutó en 1952 en La Scala de Milán, del que ha dejado varias versiones en estudio y en directo. Destaca la grabación dirigida por Herbert von Karajan en 1956 al frente de la Philharmonia, con Otto Edelmann, Christa Ludwig y Teresa Stich-Randall, y la histórica filmación cinematográfica del montaje del Festival de Salzburgo de 1960 dirigida por Paul Czinner (RCA-DVD) con Karajan al frente de la Filarmónica de Viena y Edelmann, Sena Jurinac, Anneliese Rothenberger y Erich Kunz como compañeros de reparto.

Todo un clásico, pues se trata del encantador montaje de Rudolf Hartmann, y de una magistral lección de arte vocal y teatral; rara vez se da una identificación tan profunda con un personaje, recreado con un canto exquisito, un fraseo de ensueño, una sensualidad y un sentido del texto. Para una legión de aficionados y críticos, hablar de la Mariscala es hablar de Schwarzkopf. Como curiosidad, existe una filmación del final del primer acto junto a Hertha Töpper, grabado en Londres en 1961 con Charles Mackerras y la Philharmonia (DVD Emi/BBC), tan recomendable como el documental sobre su carrera realizado por Gérald Caillat con la propia soprano como narradora (DVD Emi).

Su Ariadna, papel que nunca cantó en escena, es tan sutil y perfecta como la dirección de Karajan en el registro de 1954 (Schock, Streich, Seefried) y solo caben elogios en su sublime encarnación de la Condesa Madeleine de Capriccio en 1958, bajo la solvente batuta de Wolfgang Sawallisch, con Wächter, Gedda, Fischer-Dieskau y Hotter completando un reparto insuperable. Sin olvidar sus maravillosas grabaciones de las Cuatro últimas canciones, dirigidas por Otto Acker­­mann y George Szell.

Los grandes papeles mozartianos encontraron en su voz y su técnica una intérprete tan sofisticada como radiante. Brilla como Donna Elvira definitiva bajo la dirección de Wilhelm Furtwängler en su histórico Don Giovanni (1954) con Siepi, Ernster, Edelmann, Dermota, Grümmer y la Filarmónica de Viena, y en estudio con Carlo Maria Giulini, con Wächter, Frick, Taddei, Alva, Sutherland y una perfecta Philharmonia. Fabulosa es también su Fiordiligi, de Così fan tutte, en dos versiones de estudio, en 1954 con un sofisticado Karajan (Merriman, Otto, Panerai, Simoneau, Bruscantini) y con Karl Böhm en 1962, con el gran Alfredo Kraus como Ferrando. Ella está mejor en el live de La Scala dirigido por Guido Cantelli, con Merriman, Sciutti, Panerai y Alva (Stradivarius).

De Las bodas de Figaro, grabó una sutil y melancólica Condesa en una versión sin recitativos bajo la dirección de Karajan en 1950, con London, Kunz, Seefried y Jurinac, y diez años después, una segunda versión bajo la espléndida dirección de Giulini, con Wächter, Taddei, Moffo y Cossotto. También son notables sus directos con Böhm en el Festival de Salzburgo de 1957 –completan el gran reparto Seefried, Ludwig, Fischer-DIeskau y Kunz (Orfeo)– y la versión en alemán dirigida por Furtwängler en 1953, con Schöffler, Kunz y Seefried. Con el genial director grabó en 1950 un Beethoven para la historia, un Fidelio apasionante con Kirsten Flagstad­,­ Julius Patzak, Josef Greindl y Paul Schöffler. Del genio de Bonn grabó versiones sensacionales de la Missa Solemnis, con Karajan, y la Novena, con Furtwängler en Bayreuth y Lucerna (Thara).

Otra joya de su legado es Hänsel, perfectamente recreado en su grabación de Hänsel und Gretel, de Humperdink, dirigida por Karajan en 1953, junto a la inmensa Elisabeth Grümmer. De su reducido legado wagneriano destaca una inolvidable Eva, también con Karajan, en el montaje de Los maestros cantores de Nürenberg, del Festival de Bayreuth de 1951.

Otros repertorios

De Verdi nos queda su sofisticada y elegante Alice en la grabación de Karajan de 1956, con Gobbi, Panerai, Moffo, Alva y Barbieri, y una hermosa lectura de la Messa da Requiem dirigida por Carlo Maria Giulini, junto a Ludwig, Gedda y Ghiaurov. De Puccini puede disfrutarse su Liù junto a Maria Callas y Tullio Serafin y, entrando en el repertorio francés, Los cuentos de Hoffmann, con Victoria de los Ángeles, Gianna d’Angelo y Gedda, bajo la dirección de André Cluytens.

Hay testimonios únicos, como es el caso de The Rake’s progress dirigido por el propio Igor Stravinsky en Venecia en 1951 (Opera d’Oro), y documentos curiosos, como el doble programa Carl Orff (Die Kluge/Der Mond) dirigido por Sawallisch o Pelléas et Mélisande, en 1954 en Roma, con Karajan, o las escenas de Troilus and Cressida (BnF Collection) que William Walton escribió pensando en ella. También brilló en la opereta, con versiones de ensueño junto al elegantísimo Nicolai Gedda de Die Fledermaus y Wiener Blut, de Johann Strauss, dirigidas respectivamente por Karajan y Ackermann, y La viuda alegre, de Lehár, bajo la dirección de Lovro von Matacic.

Imposible detallar sus magistrales grabaciones liederísticas, todas recomendables, que forman un legado único, con especial dedicación a Franz Schubert, Robert Schumann, Johannes Brahms, Hugo Wolf, Gustav Mahler y Richard Strauss. Gerald Moore, Edwin Fischer, Walter Gieseking o Furwängler forman la ilustre galeria de pianistas con quienes exploró mil matices en una serie de grabaciones antológicas.

También conviene resaltar el valor de sus mejores grabaciones en el mundo sinfónico-coral, con lorgros, además de las obras citadas anteriormente, como Un Réquiem alemán, de Brahms, con Hotter y Karajan (1947) y Fischer-Dieskau y Klemperer (1961); o sus monumentales registros bachianos, como la Misa en si menor, dirigida por Karajan, con Ferrier y Gedda y la Pasión según San Mateo, junto a Pears, Fischer-Dieskau, Ludwig, Gedda y Berry y la severa dirección de Klemperer, con el que también grabó las Sinfonias Nº 2 y 4, de Mahler. Otro Mahler de referencia es su hermosa versión de Des Knaben wunderhorn, junto a Fischer-Dieskau y Szell. –ÓA

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