Reportajes
El legado de Joaquín Pixán
Este mes se cumplen 15 años de la publicación de su álbum sobre canciones de Tosti que el tenor español grabara para Emi Classics
Decir Joaquín Pixán es decir Asturias, canción de salón, o folclore, no solo astur. Este mes se cumplen 15 años de la publicación de su álbum sobre canciones de Tosti que el tenor español grabara para Emi Classics.
La trayectoria del tenor asturiano Joaquín Pixán (Cangas del Narcea, 1950) está concebida con la rectitud de un propósito firme, frente a carreras cuyo repertorio se mueve más en diagonal. Casi todo en ella apunta a un género tan definido como es la canción. En el vértice se sitúan numerosas muestras patrias, como Soy asturiano, casi una declaración de principios. También grabó un Cancionero asturiano para el siglo XIX, con pre-maquetación y recitación del poeta Gamoneda, y páginas de folclore puro, como Del trabayu nel campu, y muchas más. Desconocer tanto del caudal astur no impide apreciar al firmante el tono vivaz de Rosa nevada, con su acordeón, o Carromateros.

Con ese afán de recuperar el patrimonio vocal del Principado, a menudo de raíz popular, y casi del país entero, también presta su voz a los cantos gallegos (Gaos, Legido), vascos (Usandizaga, Guridi) o cosmopolitas (Gombau), y si la canción no existe aún, la crea él mismo o se la encarga, por ejemplo, a Octavio Vázquez, como hizo para un álbum sobre Rosalía de Castro, en el que este responde con una canción empapada en brumas. Similar es su homenaje a María Lejárraga, a quien su marido debía casi todo, que inician unos versos de Juan Ramón, quien mucho debía también a Zenobia. De Jesús Legido contiene una joya melancólica como es Alborada. Uno de los picos más altos de su carrera es un CD grabado en los legendarios estudios Abbey Road, con canciones y armonizaciones de García Abril y la Filarmónica de Londres dirigida por López Cobos. Del mismo, en un recopilatorio, figura Vaqueiras, cantada por el tenor con chispa y voz pulcra.
Tentado por Paolo Tosti y sus canciones de salón, diversas en estilo a las napolitanas, llegó a grabar más de 40, nada menos que para EMI Classics, con el pianista Giovanni Auletta. El compositor italiano es un autor conocido no por un par de ellas, sino por una docena, en la línea de Ideale, Aprile o L’ultima canzone. En los bonus en esta interpola un La. Es muy expresiva la recreación de Tristezza, que nada debe al Estudio Nº 3 de Chopin. Aunque escasas, Chopin tiene sus propias canciones, grabadas por Leyla Gencer.
Voz clara
Pixán tiene una voz clara, muy grata y no poco longeva. Una longevidad que se explica porque ha cantado siempre con los intereses, sin derroches innecesarios en un cantante de cámara. Si en el siglo XIX, Pierre-Jean Garat se centró en un repertorio similar –aunque francés– con una voz en origen extensa, el de Cangas de Narcea aporta un material muy bien enfocado y mantiene la sonoridad aguda sin apoyarse apenas en algún pequeño refuerzo nasal. Por eso sale también airoso de las tesituras más peliagudas, que casi muerden la voz. Y es que Pixán, que vocalizando es capaz de alcanzar notas por encima del La o Si bemol, tiene el tacto de cantar en una tesitura en la que está cómodo, y no necesita forzar. Es como el dueño de una casa que muestra las zonas nobles de la misma, pero no el trastero. Otra virtud es la pulcritud de su dicción, esencial para entender los textos, sin hablar de la musicalidad, sinónimo de buen gusto. Ello está al servicio de las Siete canciones españolas de Falla, con la mutación penumbrosa en los graves de «El paño moruno«, o el brillo del Sol natural que clausura el «Polo» y su breve melisma sobre la vocal a. Su acompañante al piano es una ajustada Rosa Torres-Pardo.

Joaquín Pixán durante un concierto con un programa centrado en coplas y canciones antes de su retirada de los escenarios, en 2010
Arias de ópera
Tampoco ha rehuido grabar ópera. Ocurre en el CD de Lejárraga, en el aria del sultán de Jardín de Oriente, de Turina. Llena de armonías interesantes y nebladuras impresionistas, aquí la voz se recrea en frases de amplio aliento, no siempre fáciles. De paso desmiente algún comentario desdeñoso que acompañó a esa obra, de autor de joyas como El fantasma o Nunca olvida. Mérito añadido es su fecha de grabación, 2010, cuando Pixán contaba 61 años. Más difícil es extraer poesía de la ópera inconclusa La llama, con libro de Lejárraga. El dúo con Tamar –María Zapata– se pierde algo en vericuetos y rodeos. Obvio es que en su valoración influyó la esperanza suscitada por Usandizaga y su estupendo drama Las golondrinas. La llama se ha consumido, y ni siquiera grabaciones anteriores a vinilo tempore, de la gran Ofelia Nieto, han contribuido a hacer más vivo su recuerdo. De su coqueteo zarzuelero, es muy disfrutable el dúo «Subir, subir», de Luisa Fernanda, junto a Lola Casariego en su no errada aventura como soprano.
Con Alejandro Zabala, su pianista, grabó en 2006 un CD con la integral para voz y piano de Gerardo Gombau, autor de Grupos tímbricos y él mismo gran acompañante. En sus 14 títulos no es raro oír armonías jugosas o cierres imprevistos a cargo del teclado. La voz se desliza con fluidez en El aire, de intención onomatopéyica, como la tiene Canción de hilar, constatada ya en su apertura. El teclado de Cantiga da vendimia rutila en prismas sonoros claros, y el propósito autoral es más cantable, tal como advierte Pixán.
Conservando la frescura del material, con los años muestra también un notable dominio del oficio. Dentro de la ya citada edición asturiana, en Vaqueirada del brincu o Ye verdá, se observa un sumo cuidado en el canto. En definitiva, se imponen esas medias tintas que tan bien conoce, o el modo de apurar algún final de frase. También se entrega con placer a los cantos de neta inspiración lírica, como Ave María de Guridi, con la English Chamber Orchestra dirigida por David Hill. U otro que sorprenderá más al oyente: Ella, gozosa pieza de Jiménez, en la que hecha su cuarto de espadas e irrumpe en México. ÓA