El apuntador: el susurrador de los cantantes
07 / 09 / 2016 - Lourdes MORGADES - Tiempo de lectura: 10 min
El maestro apuntador del Liceu barcelonés, Jaume Tribó, en su concha durante una función de "Il burbero di buon cuore"
© Antoni BOFILL
Oculto a ojos del público y ubicado bajo la boca del escenario en una caja de la que solo sobresale la cabeza tras la concha, el apuntador, cual controlador aéreo, está siempre alerta para susurrar las primeras palabras de un recitativo o un aria, dar una entrada o salvar a un cantante de un lapsus.
La figura del apuntador, presente en el teatro francés e inglés del siglo XVII, se introdujo tímidamente a principios del XVIII en las compañías italianas desde las que pasó al mundo de la lírica. Su desarrollo corrió paralelo a la transformación de la ópera y el teatro en actividad comercial y alcanzó su apogeo en el siglo XIX. A mitad del siglo XX, directores de escena como Luchino Visconti y Giorgio Strehler lo eliminaron de sus montajes y multiplicaron el número de ensayos antes de un estreno, práctica que con el tiempo adoptó la ópera provocando, a partir del último cuarto del siglo XX, la desaparición de la figura del apuntador en una parte considerable de los coliseos líricos, e incluso en todo un país como Francia. Actualmente, el apuntador es una figura habitual en los teatros de repertorio que ofrecen función de ópera diaria y en los que solo se ensayan durante largo tiempo las nuevas producciones, pero escasea en aquellos coliseos con programación de temporada.
En España solo un teatro de ópera cuenta con apuntador en su plantilla, es el Gran Teatre del Liceu de Barcelona. Sin embargo, eso no significa que se haya dejado de usar por completo la figura del apuntador en el resto de temporadas líricas españolas. Un estreno mundial, una ópera poco representada, el repertorio eslavo o si lo reclama un gran cantante, son motivos suficientes para que un teatro contrate puntualmente a un apuntador.
© Archivo Vladimir JUNYENT El maestro apuntador de la Ópera de Zúrich, el catalán Vladimir Junyent, durante los ensayos de "Die Soldaten", de Zimmermann
Por vocación
Jaume Tribó es desde 1975 el apuntador del Liceu de Barcelona y ha ejercido como tal en el pasado, también en las temporadas líricas de Bilbao, Oviedo, Zaragoza o Valencia. El suyo es un caso paradigmático de apuntador vocacional frente a la mayoría de sus colegas, que han acabado siendo apuntadores por accidente. “Es un trabajo que da pie a más intrusismo que otros en el mundo de la ópera”, advierte Vladimir Junyent, uno de los cuatro apuntadores de la Opernhaus Zürich y discípulo de Tribó. “Si lo haces bien es un trabajo de alta especialización, pero a veces en los teatros de repertorio el apuntador acaba siendo el primero que pasaba por allí”, señala contrariado Junyent. Jaume Tribó ya quería ser apuntador desde pequeño. “Me fascinaba que las óperas pudieran cantarse en diferentes idiomas”, explica satisfecho por haber hecho realidad su sueño. “He tenido suerte; mis posibilidades de tener trabajo en España eran solo una y lo conseguí”, reconoce orgulloso.
Aprendió el oficio de la estadounidense Joan Dornemann, reputada coach de cantantes y veterana apuntadora del Met de Nueva York, que a principios de la década de 1970 ejerció durante tres temporadas en el Liceu. Dornemann había sido alumna de Vasco Naldini, apuntador de La Scala de Milán, a quien Tribó venera y califica como “el Everest de los apuntadores”. De él Dornemann aprendió la técnica italiana de apuntar que transmitió a Tribó y este a su vez a Junyent. “La técnica italiana estriba en dar a la palabra el ritmo musical en el que debe cantarse para que sirva de impulso al cantante”, cuenta el apuntador del Liceu.
La figura del apuntador, tradicional en el mundo de la ópera y del teatro en general, ha ido desapareciendo debido a los avances tecnológicos, pero sobre todo, por las nuevas maneras de producir un espectáculo teatral. En la imagen, un "souffleur", como se le llama en Francia, en una producción teatral de mediados del siglo XX.
Controlador aéreo
El trabajo del apuntador consiste en ayudar a los cantantes que participan en una producción operística y asegurar que el espectáculo se desarrolle sin problemas. El día de función, el apuntador susurra el texto a los cantantes y da entradas. Es la conexión entre el director de orquesta y el cantante. “No todo el mundo necesita mi ayuda, de ello te das cuenta durante los ensayos”, señala Tribó, “pero siempre susurro el texto, tanto a los cantantes inseguros como a los seguros, porque si espero a que alguien se pierda para hacerlo, la catástrofe ya se ha producido”.
El apuntador asiste desde el primer día a todos los ensayos con cantantes, incluso puede necesitar acudir a algún ensayo de orquesta para asegurarse los tempique marca el director. Hay teatros, como la Opernhaus Zürich, en los que si el director de orquesta no está, el encargado de dirigir el ensayo es el apuntador. El día de función se sitúa en su pequeño cubículo situado bajo la boca del escenario, en el centro, un espacio oscuro y claustrofóbico del que a menudo se olvida el servicio de limpieza. Con la partitura en el atril y un monitor desde el que sigue al director de orquesta, susurra los textos a los cantantes y con las manos da entradas y hace señales diversas, incluso chasquidos, para llamar su atención y evitar una entrada anticipada.
“Hay teatros en los que si el director de orquesta no está, el encargado de dirigir el ensayo es el apuntador”
Como un controlador aéreo, el apuntador debe estar en permanente alerta porque sobre el escenario es habitual que haya varios cantantes y más de uno puede necesitar su ayuda simultáneamente. “Es un interesante juego psicológico en el que, con los gestos, debes detectar el problema antes de que sea demasiado tarde”, señala Carrie-Ann Matheson, una de los cinco apuntadores del Metropolitan Opera House de Nueva York. “Lo ideal es que nadie olvide nada, pero si pasa, el apuntador debe ser capaz con solo dos palabras de que el cantante recupere la línea de lo que cantaba”.
Entre las habilidades del apuntador, además de la psicología, figuran tener amplios conocimientos musicales, de dirección, conocer idiomas y ser capaz de solucionar un problema de forma inmediata. Si en un teatro no hay una persona específica que realice el trabajo, el apuntador es también el encargado de corregir la dicción. “Una cosa es la lengua hablada y otra la lengua del teatro, la cantada, que sigue normas fonéticas diferentes. Son normas que los hablantes de una lengua no suelen conocer”, explica Vladimir Junyent.
Los ensayos antes de un estreno, de hasta seis semanas, incluso en el caso de reposiciones en los teatros de temporada, no solo ha provocado que parte de los coliseos líricos haya prescindido del apuntador, también los directores de escena han contribuido a desplazarlos de su lugar de trabajo al no contemplar la presencia de la concha en sus producciones. “En estos casos, si no cuentas con el apoyo del director del teatro, siempre tienes las de perder”, señala Junyent. Tribó se lamenta que “se considere un mal menor que un cantante se pierda antes que tener la concha del apuntador en medio de la boca del escenario”. Sin cubículo en el centro del escenario desde el que trabajar, el apuntador se ve obligado a realizar su labor desde un lateral de la escena, algo que no les gusta ya que, afirman, resta eficacia a su trabajo de ayudar a los cantantes.
Parte de la nueva generación de cantantes apenas ha trabajado con un apuntador. “Muchos cantantes jóvenes no saben en qué consiste mi trabajo”, dice Junyent. “Alguno incluso me ha pedido que no le anticipe el texto porque dicen que le desconcierta. En general, se acostumbran rápidamente cuando aprenden a interpretar la ayuda que les proporcionas”.
Vladimir Junyent en La Scala, teatro en el que apuntó durante el estreno de Die Soldaten, de Zimmermann
El tenor José Bros considera el apuntador una figura de gran ayuda. “No es solo una cuestión de texto, te puede dar una entrada y en los teatros de repertorio a los que llegas y prácticamente vas directo a la función, es imprescindible”, reconoce. La soprano María Bayo lo considera de gran utilidad en la sala de ensayos. “Para ayudarte en la dicción y corregirte, pero si no pasa nada, en el escenario me estorba”, asegura. El bajo Carlo Colombara se lamenta de que no todos los teatros cuenten ya con apuntador. “Si debuto un personaje siempre procuro tener uno, como ha sucedido con mi reciente debut en el papel de Boris Godunov. Pero si el apuntador no es bueno, es mejor prescindir de él”, afirma.
La joven mezzosoprano Annalisa Stroppa reconoce que ha tenido pocas ocasiones de trabajar con apuntador, solo en Barcelona, Milán, Salzburgo, Turín y Viena, pero considera que contar con él es un precioso regalo. “Aunque hayas estudiado, memorizado e interiorizado tu parte, siempre puedes tener un fallo de memoria o un momento de incertidumbre, o en los pasajes difíciles, saber que está el apuntador te tranquiliza. Y es especialmente útil en las reposiciones en las que apenas se ensaya”, advierte.
Jaume Tribó se resiste a creer que la figura del apuntador se esté perdiendo. Vladimir Junyent tiene claro que en el caso de que desaparezca, el trabajo que realiza deberá ser cubierto por otra persona aunque no le llamen apuntador. Carrie-Ann Matheson ni contempla la posibilidad de su extinción en un escenario de las dimensiones del Met de Nueva York, un teatro que la soprano Anna Netrebko considera especialmente difícil para cantar: “A veces no escuchamos bien la orquesta, y otras no vemos al director de orquesta, pero siempre vemos al apuntador, la primera persona a la que miramos cuando tenemos un problema”, ha dicho.
Parece pues que al trabajo “secreto y misterioso” del apuntador, como le gusta definirlo a Tribó, todavía le quedan algunos años de vida en este siglo XXI.