Reportajes

De Carusiello a Gran Caruso

En el año del centenario de su muerte

01 / 02 / 2021 - Marcelo CERVELLÓ - Tiempo de lectura: 8 min

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Enrico Caruso Enrico Caruso © Wikipedia

El mundo de la lírica está a las puertas de un centenario que no puede ser uno más. A las nueve horas y siete minutos del martes 2 de agosto de 1921 moría en la segunda planta del Grand Hotel Vesuvio de Nápoles el tenor Enrico Caruso. El que había sido conocido como Carusiello mientras trotaba de niño y cantaba con los posteggiatori de su barrio partenopeo dejaba este mundo convertido en El Gran Caruso.

Este verano se conmemora el centenario de la muerte de uno de los cantantes más significativos de la historia de la ópera y quizá no sea inoportuno detenerse en algunas de las etapas de un recorrido vital que, aunque denso y fructífero, no duró más de 48 años. Enrico (Arrigo para su inscripción en el registro civil) Caruso nació en Nápoles el 25 de febrero de 1873 –las fechas de los días 24 y 27, citada esta última por el propio interesado en alguna ocasión, parecen menos ciertas–,  en la calle Santi Giovanni e Paolo, conocida en el barrio como San Giovanniello agli Ottocalli, en el seno de una familia de escasos recursos encabezada por Marcellino Caruso, de oficio mecánico y tenor aficionado, y Anna Baldini, unidos en matrimonio desde 1866. Ya a muy temprana edad alternaría los trabajos eventuales como mecánico e instalador de fuentes públicas con las primeras manifestaciones de su instinto canoro tanto desgañitándose en la calle como en la parroquia de su barrio o en reuniones sociales más o menos distinguidas. Los primeros rudimentos de su educación musical le fueron proporcionados por Federico Albin, un exdiscípulo de Mercadante, y Emilia Niola, una hermana del médico que atendía a su madre y que, al tiempo que le instruía en materias como la música o la historia, le obligaba a expresarse siempre in lingua dejando de lado su natural dialecto napolitano.

© Wikipedia

Como el Duca de Rigoletto

A los 14 años tuvo su primera experiencia teatral al intervenir en una modesta ópera, I briganti nel giardino di Don Raffaele del director del coro parroquial, Alessandro Farnasaro. Su auténtica formación, no obstante, empezó al ser aceptado a las clases del maestro Guglielmo Vergine, a quien había sido recomendado por el barítono Eduardo Massiano. La primera impresión del maestro no fue precisamente optimista («È ‘na voce ‘e niente»), pero acabó aceptándole y sus consejos fueron decisivos para la construcción de una estructura vocal que la fuerza de voluntad y la persistencia del tenor acrecerían definitivamente bajo la tutela de Vincenzo Lombardi, que había sido también decisivo en el proceso de perfeccionamiento de Fernando De Lucia, famoso tenor napolitano.

En 1895 se produjo su verdadero debut con la ópera L’amico Francesco de Domenico Morelli –un oscuro compositor que pagaba a los cantantes para que representasen sus óperas– en el Teatro Nuovo de Nápoles. En sus primeros años de actividad actuaría en teatros como el Cimarosa de Caserta o el Bellini de Nápoles, donde tuvo ocasión de vérselas con títulos que ya nunca más cantaría como Mariedda de Gianni Bucceri, A San Francisco de Carlo Sebastiani, Un dramma in vendemmia de Lorenzo Fornari, Celeste de Lamonica y Biondi o Il profeta velato de Daniele Napoletano.

Como Radames de 'Aida'

En el mes de marzo de 1897 obtendría Caruso su primer gran éxito con La Gioconda en Palermo y su relevancia como tenor obtuvo una especial resonancia con los estrenos absolutos que protagonizó en el Teatro Lírico de Milán de obras como L’Arlesiana (1897), Fedora (1898) y Adriana Lecouvreur (1902), año este último en que se produjo su debut en el Covent Garden con Rigoletto. La obra de Verdi señalaría también su debut en el Met neoyorquino al año siguiente. Antes, sin embargo, habría sentado ya sus reales en el Teatro alla Scala. En el teatro milanés debutaba el 26 de diciembre de 1900 con La Bohème al lado de Emma Carelli y bajo la dirección de Arturo Toscanini, para encarnar en la misma temporada al Florindo de Le Maschere y el Nemorino de L’elisir d’amore. Toscanini, que le dirigió también en la ópera de Donizetti, pronosticaría entonces que «si este napolitano sigue cantando así, hará que todo el mundo hable de él». Sus actuaciones en esa temporada terminaron con un Mefistofele en el que compartiría cartel con Feodor Chaliapin. Sus últimas apariciones en el coliseo milanés fueron las catorce funciones de la Germania de Franchett en marzo de 1902, también a las órdenes de Arturo Toscanini, con Amelia Pinto y Mario Sammarco como compañeros de reparto.

Si el Elisir había sido el desencadenante de sus triunfos milaneses, la misma ópera significaría aquel mismo año (1901) una decepción mayúscula en el San Carlo de Nápoles hasta el punto de hacer que el tenor jurara no volver a pisar más aquel escenario, cosa que en definitiva ocurrió. No sería el único teatro al que prometería no regre­sar. Una Aida en Budapest en 1907 y un Rigoletto en el Liceu de Barcelona se unirían a la fiesta. Este último está bien documentado. De las dos representaciones que cantó Caruso allí en 1904 la primera pasó sin incidentes. Es cierto que la crítica del Diario de Barcelona del 21 de abril no fue muy amable con el tenor, pero éste bisó el “Questa o quella” y por dos veces “La donna è mobile”. Fue en la segunda de las funciones donde ocurrió todo.

En la película 'My Cousin' (1918)

Hubo protestas en el dúo con Gilda, la soprano Esperanza Clasenti, y Caruso se negó a repetir la canzone del tercer acto. Tumulto general, que obligó al tenor a conceder finalmente el bis con el escándalo consiguiente. No hubo más funciones con Caruso, que en declaraciones muy posteriores señalaría como responsable de lo ocurrido a la Empresa que, aun pagándole a él 14.000 pesetas por función –una pequeña fortuna–, había ahorrado en exceso en la contratación del restro del reparto. ¿Fue en realidad un fracaso? Las repeticiones del primer día podrían dejar lugar para la duda, pero la memoria colectiva lo ha sancionado como tal.

La fama de Caruso, muy consolidada en toda América gracias a sus triunfos en Argentina, Uruguay o Brasil, se cimentaría sobre todo gracias a su larga relación con la Metropolitan Opera de Nueva York, desde su debut con Rigoletto el 23 de noviembre de 1903 hasta La Juive del 24 de diciembre de 1920, última de sus apariciones en aquel teatro. Su biógrafo, Michael Scott en The Great Caruso: A Biography (1988), señala para el mismo la cifra de 626 representaciones repartidas en 37 títulos, aunque tal cifra es ampliada en otras fuentes, sin duda por la adición de las funciones de la compañía en gira (Atlanta, Boston, Philadelphia) y la inclusión de eventos especiales, galas y beneficios.

Una nueva manera

El tenor napolitano inventó una nueva forma de cantar. Se decía de él que cantaba como si hablase gracias a la escrupulosa escansión de las inflexiones vocales y a la pastosidad y a la naturalidad de una emisión que apoyaba perfectamente en la maschera. Obtenía con su canto una perfecta fusión de todos los registros y podía ostentar un legato de consumado orfebre de la línea de canto. Su voz oscura de centro baritonal sabía aligerarse  con la dulzura del fraseo hasta llegar a la «lagrima nella voce» con que se bautizó su interpretación del Loris de Fedora. Tenía, y él lo sabía perfectamente, dificultades con el Do sobreagudo, que evitaba siempre con transposiciones a una nota inferior, pero en cualquier caso el registro superior podía ser vibrante y efectivo. La homogeneidad del sonido era en Caruso siempre absoluta.

Además del ya citado Michael Scott han dejado excelentes biografías del tenor napolitano tanto Eugenio Gara (Caruso, storia di un emigrante, Milán 1947) como Pietro Gargano y Gianni Cesarini, con la valiosa portación de Michael Aspinall (Caruso. Vita e arte di un grande artista, Milán 1990).

Sigue discutiéndose en medios facultativos la verdadera causa de la muerte de Caruso, si bien las complicaciones pleurales y las consiguientes intervenciones quirúrgicas a causa de fallos renales pueden hacer pensar en un cáncer con metástasis varias. En cualquier caso, y con los condicionamientos clínicos de la época, el daño que presentaba en las últimas semanas era irremediable. En fin. Aquel de quien Richard Strauss decía que «cantaba el alma de la melodía»  y que hizo opinar a Tamagno que «será el más grande de todos nosotros» reposa ya desde hace un siglo bajo un templete de mármol blanco en el cementerio de Santa Maria del Pianto de Nápoles, no muy lejos del lugar que en la Salita della Doganella ocupa otra tumba ilustre, la del príncipe Antonio de Curtis. En arte, Totò.


 

Hombre singular

Enrico Caruso fue un hombre singular. Fumador empedernido de cigarrillos egipcios –dos paquetes diarios; su muerte, muy probablemente, se debió a un cáncer de pulmón–, caricaturista de gran aceptación en la la prensa escrita, escultor ocasional y compositor de canciones en inglés y en napolitano, participó en dos películas del cine mudo (My Cousin y The splendid Romance. Tuvo una agitada vida sentimental desde sus primeros devaneos juveniles con Giuseppina Grassi hasta sus dos matrimonios, no exentos de infidelidades, con Ada Giachetti –que tras darle dos hijos (Rodolfo, conocido como Fofò, y Enrico Jr., Mimmi), le dejó por su chófer– y Dorothy Park Benjamin, de quien tendría a su hija Gloria. Una anécdota le sitúa el 17 de noviembre de 1906 en el Zoo de Central Park en Nueva York, donde fue acusado por una mujer de conducta indecorosa. Hubo juicio, y aunque la supuesta agredida no se presentó, el tenor fue condenado a una multa de 10 dólares. Fuera o no cierto el incidente, su colega Alessandro Bonci declararía un tiempo más tarde: «Cuando viajo en el metro procuro no fijarme en las chicas de los demás asientos. No quiero acabar como Caruso».

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