Reportajes

Amadeu Vives en su 150º aniversario, entre géneros e identidades

Se cumplen 150 años del nacimiento de Amadeu Vives, célebre no solo por su inmortal 'Doña Francisquita', sino también por 'L’emigrant'

01 / 11 / 2021 - Lluc SOLÉS - Tiempo de lectura: 5 min

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Vives retrato CEDOC Amadeu Mariné-operaactual © Orfeó Català / Amadeu MARINÉ

Este mes se cumplen 150 años del nacimiento del compositor Amadeu Vives, célebre no solo por su inmortal y muy programada Doña Francisquita, sino también por ese himno a la añoranza que es L’emigrant, utilizado como punta de lanza por todo tipo de ideologías políticas. Ajeno a esa realidad, Vives, como muchos de sus contemporáneos, se buscó la vida allí donde valoraban su trabajo, siempre con la libertad del artista que busca sorprender y triunfar con sus obras. Y lo consiguió.

Las notas de L’emigrant resuenan aún en muchos oídos –y espíritus– catalanes. Su vinculación con el nacimiento del Orfeó Català convirtió la pieza en himno indiscutible para el mundo coral en Cataluña, pero la influencia de esta pequeña obra maestra no termina aquí, ni mucho menos. Sus versos y estrofas sirven de referencia para todo tipo de discursos; han sustentado durante décadas, por ejemplo, el nacionalismo catalán de cierta burguesía, y sin embargo hoy también miran incluso al nacionalismo español como símbolo de alguna publicación de ese signo. L’emigrant, como sucede en parte con las óperas de Richard Wagner, ha sido y sigue siendo pasto para todo tipo de ideologías, y, por lo mismo, se ha ido infiltrando en todo tipo de conciencias identitarias. Este mes se cumplen 150 años del nacimiento de su autor, Amadeu Vives, quien, como muchos de sus contemporáneos intelectuales, se movió entre Barcelona y Madrid con la libertad del artista que busca sorprender y triunfar por doquier.

Y es que en la figura del compositor, nacido en Collbató en 1871, se funden la de uno de los fundadores del Orfeó con la de uno de los creadores de zarzuelas más reconocidos de la historia del género español. L’emigrant fue, en efecto, el fruto de la amistad de Vives con Lluís Millet, alma mater del Orfeó Català, una relación que tuvo uno de sus frutos más importantes e imperecederos en la fundación de la institución coral por excelencia del panorama musical catalán.

Vives, el emigrante

Pero Vives dejó pronto su trabajo en los cafés barceloneses, donde solía tocar el piano para los amigos políticamente muy comprometidos de Millet, para marcharse a Madrid, ciudad en la que estaba decidido a triunfar en el campo de la composición lírica. Lluís Millet y su círculo intelectual no terminaron de entender este gesto y ambos amigos finalmente se distanciaron, pero la verdad es que la elección del músico fue acertada, pues Vives no tardó en impresionar a los programadores capitalinos: dos de sus zarzuelas más exitosas, Don Lucas del Cigarral y Doloretes, datan de sus primeros años en la capital del reino (1899 y 1901).

© MNAC

Amadeu Vives según Ramon Casas

Con el siglo XX empezaba la fiebre por el verismo, introducido ya a finales del XIX por Mascagni y Leoncavallo, pero sobre todo alrededor de la figura de Puccini. Su ópera La Bohème, estrenada en Turín en 1896 bajo la batuta de Toscanini, había significado el triunfo definitivo del músico de Lucca sobre sus contrincantes. Este ejemplo del gusto cargado de nostalgia y realismo por el París bohemio y decadente –pero falto de cualquier actitud verdaderamente crítica– llegó al escenario del Liceu barcelonés en 1898 y su impacto debió extenderse rápidamente hacia Madrid. Con la composición de Bohemios, estrenada en 1904 en el Teatro de La Zarzuela, Vives respondía casi cínicamente a ese gusto. El libreto de la obra, que la emplaza explícitamente en el París de la década de 1840, está basado en las mismas Scenes de la Vie Bohème que habían inspirado a Puccini. Aunque el argumento no recoge la misma historia, el paralelismo con el escenario privilegiado del verismo contemporáneo era tan evidente que al autor le valió incluso alguna que otra acusación de plagio. La prensa madrileña levantó tanto polvo que el asunto llegó a oídos de Puccini. Sin embargo, después de una lectura atenta de la partitura de Vives, el toscano determinó que no se trataba de ninguna copia; el de Collbató había simplemente aprovechado su embate, llevándose al género castizo los clichés más funcionales de la ópera italiana. Los libretistas de Bohemios, Guillermo Perrín y Miguel de Palacios, siguieron de hecho por este camino y llegaron a estrenar una auténtica parodia de la monumental Aida verdiana, La corte de Faraón (1910), con una partitura del valenciano Vicent Lleó i Barbastre.

Fue de hecho en sociedad con el citado Lleó i Barbastre que Vives se convirtió en un clásico impresario, alquilando el Teatro de La Zarzuela y llevando su rentabilidad al máximo. Su fama sobrevivió al incendio que destruyó el coliseo madrileño en 1909; con partituras de éxito inmediato, como Maruxa (1914), el compositor se iba acercando a la consolidación de un estilo que pasaría a identificar el propio género.

Doña Francisquita

Culminación de este proceso fue sin duda la aparición, en 1923, de Doña Francisquita. Vives había imaginado para este título imprescindible de la zarzuela una ambientación histórica en el Madrid del siglo XVII, pero sus libretistas, atentos quizás a la lección del fiasco de La Traviata en su estreno, se empeñaron en darle una ambientación romántica y más contemporánea. Quizás el triunfo de Doña Francisquita se deba precisamente a su impronta realista, igual que el de Violetta, a quien Verdi y su libretista Piave, a pesar de las reticencias de las autoridades religiosas, siempre quisieron vestir a la moda de su tiempo.

© Teatro de La Zarzuela / Jesús ALCÁNTARA

'Doña Francisquita' en el Teatro de La Zarzuela de Madrid con, entre otros, Mariola Cantarero, José Bros, Nancy Fabiola Herrera y Enrique Baquerizo

“Vives es autor de un par de óperas, 'Artús' (1897) y 'Euda d’Uriac' (1900), esta última estrenada con éxito en Barcelona”

El diálogo con las distintas tradiciones operísticas marcó la carrera de Vives de una forma quizás más evidente que en otros nombres ilustres del género español. Su gusto por la línea melódica, por ejemplo, redirige sin duda alguna a Puccini, pero su anclaje operístico va bastante más allá del verismo. Vives es de hecho autor de un par de óperas, Artús (1897) y Euda d’Uriac (1900), esta última estrenada en Barcelona con suficiente aceptación. Las dos, aunque olvidadas hoy en día, son proyectos enormemente interesantes que aglutinan sensibilidades aparentemente enfrentadas: mientras la primera se basa, como muchos de los títulos más conocidos del bel canto romántico, en un texto de Walter Scott, el medioevo imaginado de la segunda –con libreto de Àngel Guimerà– remite directamente a Wagner, con toda la carga estética y política que ello implica. Desde su posición periférica, la obra de Vives también  jugó sus cartas en el tablero ideológico de la lírica europea.  ÓA