Reportajes
'Aida' cumple 150 años
Una de las óperas más populares del repertorio, la más programada en muchos teatros del mundo, cumple este mes 150 años
Una de las óperas más populares del repertorio, la más programada en muchos teatros del mundo, cumple este mes 150 años. la triunfal esclava verdiana y sus desventuras en la corte del faraón han creado afición desde su estreno absoluto, en un hoy ya lejano 24 de diciembre de 1871 en El Cairo, muy cerca de ese río Nilo que es un personaje más de esta obra maestra de la lírica.
El pasado 4 de abril abrió sus puertas el nuevo Museo Nacional de la Civilización Egipcia. En un espectacular desfile por las calles de El Cairo, 22 momias de reyes y reinas del antiguo Egipto interrumpieron su reposo para trasladarse hacia su nuevo hogar. Los monarcas recorrieron la ciudad a bordo de vehículos con decoración faraónica, acompañados por guardias a caballo. El desfile fue retransmitido en directo por la televisión estatal. Detrás de este ejercicio de ostentación, destinado sobre todo a atraer el turismo, se esconde la figura de Verdi. Tanto la escenificación del evento, como la propia idea de mostrarse al mundo como nación a través de la inauguración festiva de una infraestructura de estado, remiten sin reparos a la leyenda de Aida. Este mes se cumplen 150 años del estreno absoluto de esta ópera de óperas, símbolo de lo que el teórico de la literatura Edward Said llamó orientalismo: la necesidad de Occidente de contar con un Oriente –con otro– imaginado.

Giuseppe Verdi
Aida fue estrenada el 24 de diciembre de 1871 en la recién inaugurada Ópera de El Cairo por obra y gracia del jedive Ismail de Egipto. Hacía ya un tiempo que el virrey, último monarca del reino –antes de la ocupación a medias entre el Imperio Otomano y el Imperio Británico–, buscaba el favor de un compositor europeo para bautizar su flamante teatro. Giuseppe Verdi era su primera opción; si no podía ser, lo intentaría con Wagner o Gounod. El compositor italiano, en la cúspide de su carrera, era poco menos que inalcanzable: un año antes, en 1869, el jedive ya había intentado convencerle para que escribiera un himno celebratorio para la inauguración del canal de Suez. Verdi había rechazado la oferta alegando que “no tenía por costumbre componer música celebratoria”. Así pues, la leyenda según la cual Aida fue compuesta en ocasión de la apertura del canal es precisamente eso, una leyenda. La ópera fue el encargo de un monarca que quería presumir de teatro y que luchó largamente hasta conseguir la aceptación de ni más ni menos que del compositor más famoso del momento.

Representación multitudinaria de 'Aida' de Verdi en la Arena de Verona
Fundamental para el éxito de tal negocio fue la conexión egipcia con una nación europea en particular, Francia. Bajo el gobierno de Napoleón, los franceses fueron los primeros en interesarse por el legado de los faraones enviando a Egipto las primeras expediciones arqueológicas. Uno de los egiptólogos franceses más prominentes de la segunda mitad del siglo XIX, Auguste Mariette, jugó un papel clave en el complicado parto de Aida. Hoy se atribuye la autoría del libreto a Antonio Ghislanzoni, barítono solvente y escritor de la talla de Arrigo Boito, pero en realidad Ghislanzoni fue solo el versificador de un libreto nacido de la novela La fiancée du Nil, cuya protagonista era Aïta. Mariette y su hermano Édouard son los autores de la novela. La escribieron basándose en leyendas de la antigüedad, durante el curso de un viaje por el Alto Egipto.
Por fortuna para el jedive, bajo cuyas órdenes trabajaba Mariette, este último era íntimo amigo de Camille du Locle, impresario francés al mando de la Opéra-Comique, quien había vivido con fervor la época francesa de Verdi y que estaba ansioso por conseguir que siguiera componiendo en el estilo del grand opéra. Fue él quien intervino en favor del jedive, con la historia de Auguste Mariette en mano; y fue, aparentemente, la calidad dramatúrgica de esta historia la que llevó a Verdi, esta vez sí, a aceptar el encargo egipcio, más allá de las generosas condiciones económicas del contrato. Aunque compuesta en italiano, Aida estaba destinada a ser la tercera grand opéra francesa del ilustre lombardo, después de Les vêpres siciliannes y Don Carlos.
Lujo africano
Aida es sin duda un producto mucho más cercano a las bombásticas producciones de Meyerbeer que a cualquier otra obra de Verdi. El merveilleux de tradición francesa rebosa por todas partes. Los vestuarios y la escenografía del estreno fueron diseñados en París por artistas de primera categoría asociados a la Opéra y los extraordinarios dibujos de Henri de Montaut, conservados en la Biblioteca Nacional de Francia, dan testimonio de ello. La corona de Amneris era de oro macizo y la espada de Radames de plata pura. Para la escena final, con toda la dificultad técnica que esto comportaba, el escenario fue dividido horizontalmente en dos mitades: debajo, la tumba prematura de Aida y Radames, arriba el templo en el que se escucha el llanto condenatorio de Amneris. Para la marcha triunfal del segundo acto, Adolphe Sax diseñó unas trompetas especiales, basándose en las informaciones de Mariette –quien, a su vez, había leído a Plutarco– acerca de las costumbres de la antigua civilización egipcia. Y un detalle importante: perfectamente enterado de las ideas de Wagner sobre la obra de arte total, Verdi quiso que la orquesta fuera completamente invisible. El compositor, en todo caso, no estuvo en El Cairo para supervisar los ensayos ni para asistir al estreno absoluto de su ópera.

Uno de los diseños de vestuario de Henri de Montaut para el estreno absoluto de 'Aida'
Las dimensiones del teatro, que apenas albergaba 850 espectadores, dan que pensar. Se ha conjeturado sobre el carácter camerístico, hasta íntimo, de aquella velada en la capital egipcia. Si hay algo de verdad en ello es que, aun y el destello del merveilleux, Verdi no concibió su obra como una ópera-monstruo, a modo, por ejemplo, de los festivales escénicos de la Revolución Francesa. Bajo el brillo de las comparsas, Aida sigue siendo una pieza psicológica, de destinos individuales entrelazados con conflictos eternos. Su Oriente imaginado y su crítica velada a todo proyecto civilizatorio cuentan aún, 150 años más tarde, con una salud de hierro. ÓA