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ÓA 251 (I): Elina Garanca. Premio ÓPERA ACTUAL por su trayectoria artística
La mezzosoprano Elina Garanca recibe el Premio ÓPERA ACTUAL por su excelente carrera internacional y por su interés y difusión del repertorio lírico español
Su voz seduce, lo mismo que su vocalidad, su figura y sus dotes como actriz, así como su inquieto espíritu artístico. Es la artista completa. Conquistadora de los mejores escenarios líricos del mundo, Elina Garanca, en la cúspide de su carrera, recibe el Premio ÓPERA ACTUAL 2021 por su impresionante trayectoria.
Por Antoni COLOMER
Le encanta el repertorio español y lo incluye en sus discos y conciertos. Dice que Luisa Fernanda es un papel ideal para su voz y que se siente en España como si estuviera en casa. Elina Garanca (Riga, Letonia, 1976), explica a ÓPERA ACTUAL sus sensaciones al recibir este premio que se le otorga por el conjunto de su carrera en un momento de plenitud vocal. “Se me hace raro y, en cierto modo, me asusta un poco porque cuando te empiezan a llover los premios quizás está llegando el momento de callarse… Pero me siento orgullosa y agradezco mucho este reconocimiento de una revista como ÓPERA ACTUAL. En todo caso, aún no pienso en parar de cantar porque siento que tengo muchas cosas por hacer, proyectos apasionantes con los que espero sorprender tanto a críticos como aficionados. Me quedan cosas por decir en los próximos diez años”.

Elina Garanca y Edita Gruberova en 'Anna Bolena' en 20211
ÓPERA ACTUAL: ¿A qué se debe su estrecha vinculación con España?
Elina GARANCA: La llevo en la sangre porque mi madre, que también era cantante, adoraba el repertorio español y a menudo cantaba en sus conciertos canciones de Obradors, De Falla o Granados. Es una música que ha sonado en casa desde mi infancia. Me gusta creer en la reencarnación y que, en una vida anterior, he vivido en España porque desde el primer día en que llegué a este país me sentí como en casa. Me gusta el carácter de los españoles, su manera de hablar y discutir apasionada pese a ser, como soy, del norte de Europa. En cuanto a la música española, posee un sentimiento que, en cierto modo, se parece al de los letones, que también somos orgullosos sin ser arrogantes. La música española es apasionada, pero debe interpretarse siempre con la espalda recta, como un bailaor de flamenco. Con fuego, como una bomba a punto de explotar, pero con expresión elegante. Una música con ritmo, mucha chispa y, a la vez, una gran nobleza.
ÓA: ¿Le gustaría interpretar una zarzuela o canciones en castellano?
E. G: Últimamente, en mis recitales, he incluido las Canciones Castellanas de Guridi. Las quería cantar también en Rusia, pero me encontré con problemas de derechos y no pudo ser. En cuanto a la zarzuela, creo que Luisa Fernanda es un papel ideal para mí y algún día me gustaría cantarlo. Supongo que sería algo exótico para el público, pero hasta ahora no me he atrevido porque no me sentía con la seguridad necesaria para improvisar en español, si fuese necesario, en las partes habladas. Siempre me ha dado miedo olvidar el texto o no responder a un colega en escena. Pero me siento cada vez más segura con el idioma. La música no tiene fronteras y tu origen no condiciona necesariamente tu temperamento.
ÓA: Vive en España, pero su presencia en teatros españoles es escasa.
E. G: No tengo explicación para eso. Yo respondo a las invitaciones que me ofrecen los teatros. Hace años canté en el Liceu La clemenza di Tito y Anna Bolena y Carmen en Valencia. No puedo invitarme a mí misma. Tengo un proyecto previsto en Madrid que me hace mucha ilusión. Con mi familia pasamos mucho tiempo en España y también en mi país, pero los cantantes no vivimos en un sitio fijo, sino donde cantamos. Es difícil decir cuál es realmente tu casa cuando pasas diez meses al año viajando.
ÓA: ¿Es lo más duro de la carrera?
E. G: Con el tiempo es así. Hay quien vive solo para la carrera, pero cuando eres madre, como es mi caso, tu perspectiva cambia. Por ejemplo, la pandemia me permitió descansar, pero ahora es más difícil irte de casa. Después de pasar tanto tiempo con mis hijas les cuesta entender que deba irme de nuevo. Es difícil explicarle a una niña de ocho años que tu carrera lo requiere.
ÓA: La entrevistamos por su Amneris de Aida en Gran Canaria que no pudo ser, y no la ha podido debutar.
E. G: Aún no ha sido posible, pero espero, por fin, cantarlo por primera vez en 2022 en Viena. Siempre he pensado que Amneris sería la cumbre de mi carrera, un punto de llegada. Pero soy un poco supersticiosa y todo indica que el destino no ha querido que llegase aún ese momento, pese a que tenía firmados los contratos. Quizás era una señal…
ÓA: ¿Se ha planteado, como otras mezzos, cantar Lady Macbeth?
E. G: Sí y no. A nivel vocal supone un reto, pero también requiere un mundo interior con el que debes identificarte. Yo no soy soprano y no tengo la necesidad de ostentar el rol principal. Es demasiada presión. Me siento muy a gusto siendo mezzosoprano. Pocas veces soy la prima donna y no me interesa esa responsabilidad. Cantando roles de soprano corres el peligro de perder la sonoridad y la calidad intrínseca de una mezzo, la voz puede tender a sonar más blanca o dura. Si das más preeminencia al registro agudo puedes perder rotundidad en el centro. Quizás algún día cante Macbeth de manera puntual, pero no quiero integrarlo en mi repertorio.
ÓA: Durante su carrera ha graduado su evolución vocal y su repertorio. Primero mucho Mozart, luego Octavian y Charlotte, la llegada del belcanto y, finalmente Verdi y Wagner. ¿Como ha podido controlarlo?
E. G: He dicho no a algunos papeles, como en 2003 cuando me ofrecieron Carmen con Nikolaus Harnoncourt. Aunque adoraba el papel y al maestro, no me parecía ni el momento ni el director más adecuado para debutar ese rol. Yo tenía una visión concreta del personaje a nivel vocal y teatral, y la sensación de que no íbamos a coincidir. Y me ha pasado con otros papeles. Uno de los problemas de la carrera es que, cuando te das a conocer en un repertorio, todos los teatros quieren que cantes lo mismo. Te encasillan. Debes discutirte para que puedas mostrar otras facetas. También te ofrecen cosas que no te atreves a hacer, pero que, con el tiempo, te das cuenta de que tenían razón en proponértelo. Pero no se trata de lo que quieres o puedes hacer, sino de dónde y cuándo. Siempre he esperado estar convencida de que había llegado la hora. El hecho de que los teatros programen a largo plazo me permite trabajar con tiempo y preparar los papeles a fondo. Por ejemplo, tres años antes de debutar Santuzza o Eboli canté sus arias en muchos conciertos para controlar los nervios y la adrenalina que esos personajes conllevan.
ÓA: Posee la rara cualidad de adaptarse a todo tipo de repertorio.
E. G: Quizás es gracias a que, durante mi infancia, asistí a muchos conciertos, óperas y exposiciones que te aportan un bagaje cultural que te permite diferenciar épocas y estilos, además de haber estudiado piano muchos años, a pesar de que lo odiaba profundamente porque no era lo mío. También debo darle gracias a mi marido [el director de orquesta Karel Mark Chichon], de quien he aprendido tanto de sus interpretaciones como de sus ensayos, a los que acudo cuando puedo. De un buen director se aprende mucho pues atesora una mirada más integral de una obra que un cantante, que tiende a concentrarse más en el aspecto vocal. Le doy mucha importancia a trabajar con grandes directores como Barenboim, Thielemann, Jansonss, Muti y tantos otros con los que he hecho repertorios muy distintos. Cada uno te enseña algo y, si tienes sensibilidad y estás atento, te aportan las claves necesarias.
ÓA: ¿Qué le aportó formar parte de las compañías de las óperas de Meiningen y Frankfurt?
E. G: Me permitió conocer mis límites y aprender a estar siempre preparada, porque nunca sabías lo que te podía tocar cantar. Recuerdo que una nochevieja canté en Viena Orlofsky en Die Fledermaus y, tras la función, nos fuimos a bailar para celebrarlo y me acabé acostando a las cuatro de la mañana. A la mañana siguiente, a las doce sonó el teléfono para anunciarme que debía sustituir, ese mismo día, a una colega indispuesta. En ese momento aprendí que debes ser responsable para estar siempre disponible. Un ensemble te aporta disciplina porque no te preguntan si quieres o no quieres cantar. Debes hacerlo. Después puedes escoger, pero no cuando tienes 24 o 25 años. Por otro lado, tener a esa edad la oportunidad de cantar con Waltraud Meier, Edita Gruberova, Leo Nucci o Dolora Zajick fue una experiencia increíble. Trataba de acudir a todos los ensayos, aunque yo no cantase, solo para escucharles e intentar arrancarles diez minutos para consultar aspectos técnicos.
Una artista polivalente
ÓA: ¿Fue decisivo en su carrera el salto a la Ópera de Viena?
E. G: No sabría responder a eso. Siempre he intentado dar pasos adelante. Un primer momento importante fue el concurso de Cardiff de 2001. También el debut en Salzburgo en 2003 con La Clemenza di Tito o La Cenerentola de París en 2004, donde nadie me conocía y, tras la función, estaba en boca de todos. Pero para mí fue muy importante la Carmen en el Met de 2010 porque me situó en otra posición y otro repertorio. Dejé de interpretar papeles de chico para interpretar a mujeres tan complejas como Carmen y eso me abrió el camino a un repertorio más dramático.
ÓA: ¿Así pues, las facetas de Mozart o el bel canto están abandonadas?
E. G: No quiero parecer arrogante, pero tengo la sensación de que, en los papeles de Mozart y del bel canto, ya he dicho todo lo que tenía que decir. También he dejado a Octavian, de Der Rosenkavalier, porque tras 17 años creo que he agotado todas mis posibilidades en ese papel. Como Cherubino o Roméo, que exigen además una agilidad física que con el tiempo desaparece. Ya no poseo esa energía, pero en cambio me siento capaz de expresar una gama más amplia de emociones por la experiencia que te da la vida, como en el caso de Santuzza. En este momento me interesa más explorar mis límites.
ÓA: ¿Qué es lo que le pide Elina Garanca a un director de orquesta?
E. G: Que esté preparado. Con un gran maestro es muy fácil trabajar y simplemente se trata de hablar e intercambiar ideas. Él me expone dónde quiere alargar una frase o hacer una pausa y yo le explico mis necesidades en un pasaje determinado. Lo importante es que, al final, consigamos ser uno y crear, entre todos, un discurso único, una atmósfera mágica. Evidentemente interpretar el Requiem de Verdi con Barenboim o con Muti no tiene nada que ver, pero no se puede decir que uno es mejor que otro. Simplemente, es diferente. Y es fascinante ver cómo cada uno te expone sus motivos y su punto de vista, pero siempre desde el diálogo y el respeto. Es una negociación: “Tú me das y yo te doy”. Por otro lado, cuando estoy entre la orquesta durante un concierto de la Filarmónica de Viena o la de Berlín, por ejemplo, me siento una privilegiada por poder escucharlos tan de cerca.
ÓA: ¿Y a un director de escena?
E. G: Que sea capaz de explicarme por qué motivo tengo que hacer lo que me está pidiendo. Nunca voy a trabajar a una nueva producción pensando que esa es mi Kundry o esa es mi Carmen y punto. Obviamente, tengo mi visión de cómo debería ser el personaje, pero siempre estoy abierta a cambiar mi punto de vista, incluso me parece interesante, siempre y cuando me convenzan con argumentos. Si entiendo el porqué, estoy dispuesta a todo. La colaboración con un regista a veces puede ser un sueño y otras una pesadilla. –ÓA