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ÓA 244: Antonio Pappano, un director que fascina
El director británico es el máximo responsable musical de la Royal Opera House de Londres y de la Orquesta de la Accademia di Santa Cecilia de Roma
Antonio Pappano se sumerge este mes en una obra cumbre del barroco como es la bachiana Pasión según San Mateo, en Roma, donde también dirigirá, el próximo mes, una gala belcantista con dos grandes estrellas en pleno ascenso: la soprano estadounidense Lisette Oropesa y el tenor vasco Xabier Anduaga. Nos desvela sus orígenes, su paso como director musical por diferentes teatros y su trabajo en el Covent Garden de Londres.
Sir Antonio (Tony) Pappano, honrado como Caballero por la Reina Isabel II en 2015, ha sido el director musical de la Royal Opera House, Covent Garden, durante los últimos 19 años y de la Orquesta de Santa Cecilia de Roma desde 2005, lo que le ha valido la distinción de la Gran Cruz de la República Italiana, también en 2015.
Como uno de los directores más solicitados del mundo hasta las recientes turbulencias ocasionadas por la pandemia de la Covid-19, Pappano no conoce pausas en su actividad, dedicada seis meses del año a la Royal Opera, tres meses a la orquesta italiana y el resto del año a las giras, a otros empeños como director y a la grabación de discos. Carismático, accesible y dueño de un don innato para la comunicación, es muy apreciado por sus colaboradores y de modo especial por los cantantes. En la última década se ha hecho extremadamente popular como presentador de las series de la televisión británica dedicadas a la ópera.
Su principal objetivo en estos programas es el de combatir la creencia por parte de determinados círculos en el sentido de que la ópera es elitista, concepto que le disgusta particularmente. “Esta concepción errónea distorsiona por completo la imagen de la ópera, un arte tan directo y tan intenso desde un punto de vista emocional que, cuando se disfruta como es debido, resulta increíblemente emocionante y amplifica en muchos aspectos, a menudo los más sensibles, la vida y la naturaleza humanas”.
La posición de Pappano como director de uno de los más grandes teatros líricos del mundo, a la que une su evidente pasión por la ópera, le proporciona una oportunidad para corregir ese equivocado punto de vista. Su trabajo con la Orquesta de la Accademia Nazionale de Santa Cecilia es igualmente impresionante, ya que ha conseguido elevar su nivel hasta el que en otros tiempos la hizo famosa.
Londres y Roma
La doble actividad de Pappano en Londres y en Roma es un fiel reflejo de sus propias raíces. Hijo de un inmigrante del sur de Italia, nació en Inglaterra en 1959 y allí transcurrieron los primeros trece años de su vida. Su padre, Pasquale, tenía una buena voz de tenor y se las arregló para seguir estudiando canto mientras trabajaba en distintos restaurantes de Londres. Cuando Tony cumplía 13 años la familia se trasladó a Nueva York donde el padre emprendería una exitosa carrera como maestro de canto ayudado por su hijo, que ya destacaba entonces como excepcional pianista. A sus 21 años Tony Pappano se planteó hacer carrera como pianista, pero los alumnos de su padre le convencieron de que optara por la de director de orquesta porque, decían, “él hace que el piano suene como una orquesta”.
Opinaban, obviamente, que el joven músico poseía no solo las cualidades musicales necesarias, sino también la carismática personalidad requerida para esa profesión. “Es cierto que el arte de dirigir tiene mucho de la mezcla de bebidas que representa el cóctel. Exige una musicalidad impecable, talento para la comunicación, una personalidad carismática, condición de líder y una gran fuerza de voluntad”. No es fácil, en efecto tratar a la ligera con los maestros, por accesibles que parezcan. Y aunque Pappano aparece siempre relajado y sonriente, se dice que de vez en cuando aparece en él un temperamento italiano que acaba en esporádicas explosiones de genio. Cuando, por ejemplo, el presidente del Consejo Ejecutivo de la Royal Opera tomó la iniciativa para contestar a un periodista durante la conferencia de prensa anual, Pappano le interrumpió diciendo: “Perdone, pero el director musical de este teatro soy yo. ¡Y además, soy un Sir!”

El director musical Antonio Pappano
¿Cree acaso, como la mayoría de sus colegas, que el arte de la dirección es algo misteriosamente complejo? “La palabra inglesa para designar al maestro, conductor, quiere definir a alguien o al algo que canaliza la energía, y si se piensa en la electricidad y como se la conduce, uno se da cuenta de que se trata de una fluencia que ora presiona ora amengua la generación de la corriente. El maestro, en definitiva, es el que conduce la tensión en la música. La música está escrita en la partitura, cuyas páginas parece que ya están llenas. Pero la música no está ahí, no se define por sí misma. Nos corresponde a nosotros realizarla, materializarla y trasladarla desde estas notas escritas al sonido. Así es como el maestro es el conductor de la música entre el compositor y la orquesta y, en segundo término, entre la orquesta y el público. Tiene que aprender a guiar y a facilitar la fluencia del sonido para que este exprese y comunique al público su propia interpretación de cada pieza”.
“Eso, naturalmente, exige toda una experiencia vital tanto en lo relativo a llegar a la interpretación de una partitura como en la comunicación con la orquesta. Y ahí es donde factores esenciales como la personalidad, la técnica y el gesto entran en juego. Ellos son la razón por la que la orquesta reacciona de manera distinta ante cada maestro. El lenguaje de la batuta y el del gesto son algo muy personal. Existe, por supuesto, una técnica que todos los directores aprenden, pero el modo de expresarse es totalmente personal”.
Los directores de ópera, como es natural, tienen que hacer frente a retos diferentes de los que deben enfrentarse quienes se dediquen solo a la música sinfónica. No solamente tienen que atender a la música y a la orquesta, sino también a los cantantes, al coro y a la vertiente escénica para poder coordinarlo todo con la parte musical en cada producción.
La ópera es drama y texto
Para ser un buen director de ópera, “y no digamos para ser director musical de un teatro, es preciso ante todo sentirse interesado no solo en la música sino también en el drama, en el texto y en el libreto. No se trata solo de atender al canto, sino también a la realidad visual del espectáculo. Hay que colaborar con los directores de escena y, lo que es más importante, con los cantantes”.
“Y para trabajar bien con los cantantes no solo hay que ser un buen músico, sino también un buen psicólogo. Hay que tener la sensibilidad necesaria para respirar con ellos, porque son ellos los que dan forma a las palabras. Yo les admiro sin reservas, porque las cuerdas vocales poseen una sensibilidad especial y el riesgo al que están expuestas es muy grande. En los ensayos trato de crear la atmósfera que tenga como efecto que la exposición se verifique de una manera totalmente natural y dé la impresión de que no hay otra forma de interpretar esa música en particular”.
Pappano adquirió la flexibilidad necesaria para una fructífera colaboración con sus cantantes a muy temprana edad como asistente de su padre y quizá eso explique el afecto y el entusiasmo que su figura le inspira y que comparte con su esposa, la profesora de canto Pamela Bullock. Tanto en su posición como director musical del Covent Garden como en su actividad en los estudios televisivos y de grabación ha colaborado con los mejores intérpretes de la época. “Los grandes cantantes son aquellos que no solo proyectan sus voces, sino también su personalidad y lo esencial de cada obra, revelando al mundo aquello que se esconde detrás del texto y de la música de los que son intérpretes. Esa es la razón por la que Pavarotti ha sido una estrella de tal magnitud o Domingo y Carreras que también tienen esa habilidad para expresar y proyectar todos los aspectos y las particularidades de los papeles que interpretan y para lo cual se sirven también de sus magníficas voces”.
La flexibilidad de Pappano se refleja no solo en su actitud respecto a los cantantes, sino en la extrema amplitud de su repertorio. Auténtico camaleón artístico, ha dirigido casi todo el repertorio italiano y francés disponible, así como óperas rusas, de Richard Strauss, Wagner y obras contemporáneas. ¿Cómo consigue penetrar en mundos tan diferentes, que a menudo debe simultanear como cuando en el Covent Garden tuvo que alternar una nueva producción de Los maestros cantores con la reposición de una Madama Butterfly en la misma semana? “La clave consiste en enamorarse de cada una de las obras que tienes que dirigir. Cada idioma supone un enfoque distinto en la rítmica y en el estilo porque representan un mundo distinto en cada caso, con sus propias reglas y exigencias. Como italiano nacido en Inglaterra y llegado a la madurez en Norteamérica, la diferencia entre esos mundos forma parte de mí. A medida que pasan los años estoy volviendo una y otra vez al repertorio italiano y pretendo que el mismo sea esencial en la programación del Covent Garden”. En una misma temporada ha dirigido hasta tres óperas italianas, Manon Lescaut, Madama Butterfly y Andrea Chénier. “Son músicas todas ellas que me devuelven a mis raíces”.
“Porque, a fin de cuentas, se es lo que se es. Por versátil que uno sea, cuando se acerca a una obra como Tristan und Isolde lo hace con su propia personalidad cultural. Y aunque, como es lógico me atenga a las características de la obra en particular, mi visión no será nunca la de un director alemán. La substancia y el peso de la música constituyen siempre un desafío para mí, aunque la música de Wagner no siempre resulta pesante, ya que hay en ella muchos momentos en que se hace más ligera y transparente. Las primeras obras de Wagner contienen elementos y un sentido general que las hace marcadamente italianizantes, como ocurre con Lohengrin, que es prácticamente una obra italiana”.
Pappano se familiarizó con el repertorio wagneriano en las mejores condiciones como asistente de Daniel Barenboim en el Bayreuth de los años ochenta, con producciones del Anillo, Tristan y Parsifal. Recuerda, sonriendo, el comentario de un famoso colega que le precedió como director musical del Covent Garden: “Cuando se dirige Le nozze di Figaro uno se siente el hombre más feliz del mundo, pero cuando se dirige Tristan se siente uno como Superman”.
Pasaporte a Londres
Después de sus años en Bayreuth, Pappano fue director musical de la Ópera Noruega entre 1990 y 1992 y ocupó el mismo cargo en el Théâtre de La Monnaie de Bruselas desde 1992 a 2002. Su mandato allí está considerado como el de la época dorada de aquel centro lírico, que él convirtió en uno de los más importantes de Europa. Ese sería, en definitiva, su pasaporte para el Covent Garden. Confiesa que le llevó cinco años hacerse plenamente con la orquesta y familiarizarse con el público británico, que ahora le aplaude frenéticamente y no solo al término de los espectáculos, sino en cada una de sus apariciones en el podio.
“El público del Garden considera prioritaria la vertiente musical y vocal de las óperas y frente al actual enfoque psicológico de las puestas en escena tiende a mostrarse conservador. No acepta sin más las nuevas concepciones escénicas y en ocasiones llega a mostrar su indignación ante determinadas distorsiones del contenido de la ópera o ante imágenes desagradables. Desde mi posición de director puedo detectar esas reacciones, y es que el público es un factor activo en todas las representaciones. Pueden observarse sus reacciones, desde la calidad de su silencio a la excitación en momentos determinados, por no hablar de las tosecillas o de sus ocasionales muestras de aburrimiento”.
“Creo interesante recordar que durante mucho tiempo las representaciones operísticas consistían en la aparición de cantantes que se limitaban a cantar ante el público como si se tratara de un concierto con vestuario, pero ahora la ópera ha cambiado y se ha convertido en auténtico teatro, con las vertientes escénica y musical mucho mejor integradas y que hay que considerar muy justa esta evolución. No obstante, la trama que el libreto describe debe ser expuesta al público de modo que este pueda entenderla, y el problema se genera cuando la concepción del director de escena entra en contradicción con el libreto.
¿Existen estructuras que permitan a la dirección del teatro intervenir en casos concretos para evitar que se produzcan situaciones catastróficas? “Ese es un problema grave y ha venido preocupando a los principales teatros desde hace tiempo. La forma en que se preparan las nuevas producciones es un tanto problemática. Los contratos con los registas y sus equipos suelen firmarse antes de que los directores del teatro puedan verlas, lo que solo es posible hacer cuando los ensayos ya han comenzado. El director musical solo ve la producción completa en el ensayo pregeneral y no ha tenido hasta entonces ocasión de sugerir cambios. Es por ello que resulta siempre arriesgado escoger a los directores de escena, porque en sus contratos no existe cláusula de rescisión. Solo en casos muy concretos, y cuando se teme que llegue el desastre, podemos decidirnos a cancelar una producción. En estos supuestos, sin embargo, hay que satisfacer sus honorarios al director de escena implicado. Algo así ocurrió hace unos años con ocasión de la Carmen escenificada por Calixto Bieito”.
“Una de las ventajas de las coproducciones, cuando no se es el primero en presentarlas, es que se han podido ver ya en escena y la reacción puede producirse antes de asumir el montaje como propio. Otra de ellas, obviamente, es la de poder compartir los gastos (vestuario, escenografía, etc.) con los demás teatros adheridos a la producción conjunta”.
“Creo que, a fin de cuentas, la identidad artística de cada teatro no solo consiste en la calidad de sus espectáculos, sino también en su selección del repertorio, aspecto crucial en orden al mejor desarrollo de sus componentes. Lo esencial para la orquesta y el coro es hacer frente a nuevos retos que les permitan mantenerse interesados en su trabajo y por ello las decisiones que se tomen al respecto redundarán siempre en la buena marcha del teatro”.
Ampliar repertorio

La grabación del estreno mundial de 'The Minotaur' en la ROH con dirección musical de Antonio Pappano
Pappano procura que junto a los títulos habituales de los repertorios italiano, francés, alemán o ruso se incluyan en cada temporada obras poco representadas, como El Rey Roger de Szymanovski, La nariz de Shostakovich o el Oedipe de Enesco, así como óperas contemporáneas como The Minotaur de Harrison Birtwistle, Anna Nicole de Antony Turnage o The exterminating Angel de Thomas Adès.
En lo que respecta a su propia evolución artística, considera la importancia de volver a obras ya dirigidas en el pasado como Pelléas et Mélisande y revisar su interpretación de las mismas con la experiencia y la facilidad acumuladas con los años. “Pero, como es lógico, no excluyo la exploración de óperas que aún no he dirigido como lo era en su momento La dama de picas de Chaikovsky, una obra en verdad febril y demoníaca. Como no hablo ruso había que profundizar en el mundo sonoro del lenguaje, cosa que ya tuve que hacer cuando dirigí por vez primera Evgeni Onegin o Boris Godunov”. En 2020 Pappano tenía que dirigir Tanhäuser, que hasta entonces había evitado, dejándolo para maestros más voluptuosos “Pero ahora el momento ya había llegado”. Es de esperar que la producción pueda ser repescada cuando los teatros vuelvan a abrir después de la crisis del Covid-19, pero aunque se ha insinuado que podría arreglarse la situación en la próxima primavera, ¿Quién podría asegurarlo?
¿Hay alguna ópera o concierto que haya quedado en la memoria de Pappano como algo realmente excepcional, una de esas Sternstunden u horas estelares en que todo salió perfecto y tal y como uno se lo había imaginado?
“Sí, en ocasión de las giras con la Orquesta de Santa Cecilia en Dresde y Viena y con la compañía del Covent Garden en el Japón, porque en esas ocasiones, lejos de los espacios habituales de nuestros grupos, sus cualidades se pusieron especialmente de manifiesto y para mí fue una experiencia de plena satisfacción personal. Y no fueron en esta ocasión ni el éxito ni los aplausos lo principal, sino la sensación de haber hecho las cosas particularmente bien”.
¿Algún sueño que le gustaría que se cumpliese en el futuro? “Trabajar un poco menos. Me gusta sobre todo la lectura –se ha leído prácticamente toda la literatura rusa de Dostoievsky, Tolstoi, Chejov, Turgeniev, Ostrovsky, por no hablar de Dickens–, saborear un buen vino o una buena comida, y me gustaría tener más tiempo para todo ello”. Seguro que durante estos meses de la terrible pandemia que lamentablemente mantiene todas las óperas canceladas hasta nuevo aviso en el Covent Garden, habrá podido hacerlo. ÓA
Pappano en el Gran Teatre del Liceu

Antonio Pappano en un descanso de 'Tosca' en el Gran Teatre del Liceu (1985) junto a Mark Gibson, María Isabel Fuentealba, Jaume Tribó y Shari Rhoads
Pappano trabajó como asistente musical en el Liceu barcelonés en varias de las óperas de las temporadas 1983-84 y 1984-85, debutando con El Holandés errante en noviembre de 1983. También trabajó en obras como Hérodiade, Ariadne auf Naxos, Turandot, Wozzeck, Der Rosenkavalier o Salome. En la imagen, durante un descanso en una función de Tosca en 1985, aparecen, desde la izquierda, Mark Gibson –entonces también asistente musical del Liceu, hoy jefe del Departamento de Música de la Universidad de Cincinnati (Ohio)–, la soprano del coro María Isabel Fuentealba, el maestro apuntador Jaume Tribó, la pianista Shari Rhoads y Antonio Pappano.