Opinión

Teatro de La Zarzuela: Por Emilio Sagi

Una reflexión del director del coliseo madrileño ante los 40 años de carrera del 'regista' asturiano

01 / 11 / 2020 - Daniel BIANCO* - Tiempo de lectura: 2 min

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Daniel Bianco, director del Teatro de La Zarzuela y de la webserie © Teatro de La Zarzuela / Laurent LEGER
La aclamada producción de Sagi de 'La del manojo de rosas' que, después de su estreno en el Teatro de La Zarzuela, ha recorrido diversos escenarios © Teatro de La Zarzuela

Con la producción de La del manojo de rosas, obra en la que Pablo Sorozábal volvía a demostrar su extraordinaria sabiduría dramatúrgica, Emilio Sagi indagaba por primera vez en el género zarzuelístico. Era el año 1990. El mismo en que fue nombrado director del madrileño Teatro de La Zarzuela. El de Sagi es un caso claro: dignifica el último capítulo de una familia que a lo largo de tres generaciones ha vivido por y para la zarzuela. En La del manojo de rosas su tío Luis Sagi-Vela había protagonizado el estreno absoluto en el Teatro Fuencarral de Madrid, en el otoño republicano de 1934, y el éxito, de esos que hacen historia.

"30 años ya del estreno de aquel montaje de 'La del manojo de rosas' de Emilio Sagi que ahora regresa como una fiesta a nuestro Teatro, y 40 desde 'La traviata' que supuso su debut artístico en Oviedo, su ciudad"

Pero esta razón era solo la consecuencia feliz de otro deseo familiar. El de su abuelo, el prodigioso barítono Emilio Sagi-Barba, que había encargado la obra al maestro de San Sebastián para que su hijo Luis Sagi, barítono también, debutara con una nueva creación. 30 años ya del estreno de aquel montaje de Emilio Sagi que ahora regresa como una fiesta a nuestro Teatro, y 40 desde La traviata que supuso su debut artístico. En Oviedo. Su ciudad. Desde ese principio, Emilio ha desplegado con toda libertad ese bello arte que desde siempre le ha crecido dentro como un árbol. Ese universo propio, inteligente y genial. Ese imaginario único que, para bien de todos, vuelca invariablemente y sin complejos en el escenario. Y en el imparable rito familiar de música y teatro, son varios los pasajes que marcaron su infancia y que aún recuerda. Ver a su tío Luis despojarse del personaje tras la función: desmaquillarse, desvestirse, adoptar su yo verdadero. Así como su primera visita a la ópera, cuando quería ver cómo quemaban a Norma sin quemarla. Una desilusión: simplemente la sacaban de escena.

Emilio Sagi, como los cómicos de antes, carga con sus maletas por los aeropuertos del mundo como quien lleva la casa a cuestas. Sabe lo que supone ser artista. No ha respirado otro aire. Tal vez por eso es un hombre especialmente generoso, siempre fiel a su equipo, a esa familia. Porque eso es en lo que inconscientemente convierte las compañías con las que trabaja: familias bien avenidas.
Emilio ha encontrado su equilibrio en el mundo entre el campo de La Vera y el Mediterráneo, una armonía luminosa de la que disfruta junto a su pareja. Se frota las manos constantemente como quien necesita entrar en calor después de revolcarse en la nieve. A veces lo hace de pura alegría y otras por preocupación. Pero no falla: siempre tiene buenas palabras para el otro. Nunca impone su criterio porque respeta y valora los matices ajenos. Pero como buen prestidigitador que es, guarda lo mejor para el final. Sabe cómo y cuándo sacar la paloma de la chistera para dejarnos de nuevo con la boca abierta y los pies en el aire. * Daniel BIANCO, ­director del Teatro de La Zarzuela