Opinión

El nuevo 'Ring' de Bayreuth escandaliza por su diálogo con la cultura pop

Valentin Schwarz y Cornelius Meister han propuesto una nueva versión de la 'Tetralogía' wagneriana creando una ola de controversia

10 / 08 / 2022 - Lluc SOLÉS - Tiempo de lectura: 4 min

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Walküre 2022 / operaactual.com Una escena de la controvertida producción de Valentin Schwarz © Bayreuther Festspiele / Enrico NAWRATH
Walküre 2022 / operaactual.com Una escena de la controvertida producción de Valentin Schwarz © Bayreuther Festspiele / Enrico NAWRATH
tristan-bayreuth-operaactual (1) Un momento del nuevo 'Tristan' de Roland Schwab © Festival de Wagner / Enrico NAWRATH

El Festival de Bayreuth, la Meca wagneriana, ha visto en su edición 2022, y excepcionalmente, el estreno de dos nuevas producciones en títulos fundamentales. Roland Schwab y Markus Poschner abrieron el certamen el pasado 25 de julio con su interpretación de Tristan und Isolde. Una semana más tarde fue el turno de Valentin Schwarz y Cornelius Meister con el esperado nuevo Ring, que a estas alturas festeja ya su segundo ciclo. Y con ellos llegó, una vez más, el escándalo y la controversia a la Verde Colina.

El fantasma de la pandemia se ha paseado por Bayreuth este verano, amenazando tanto el nuevo Tristan und Isolde como la Tetralogía, las dos esperadas nuevas producciones de esta edición. El director musical primeramente previsto para el Ring, Pietari Inkinen, tuvo que retirarse por enfermedad, y lo sustituyó pocos días antes de los ensayos generales del prólogo y las tres jornadas ni más ni menos que Cornelius Meister, quien hasta entonces formaba tándem con Roland Schwab para crear el nuevo Tristan. Markus Poschner, por su parte, aceptó el reto de sustituir a Meister para llevar la batuta en el montaje inaugural.

Si el Tristan visualmente espectacular de Schwab tuvo buena acogida, tal y como se detalla en la crítica de ÓPERA ACTUAL, no sucedió lo mismo con el Ring de Schwarz. La producción ha generado una fuerte agitación, tanto entre el público como en la prensa (ver crítica en este enlace). El director austríaco ha producido un Anillo moderno, falto de referencias al mundo de leyenda original y orientado a la cultura seriófila. «Queremos un Wagner guay», decía Valentin Schwarz en una entrevista en el diario Der Spiegel días antes del estreno. Ya se intuía, pues, que el resultado sería objeto de polémica. De entrada, el público de Bayreuth no se espera un Wagner guay, sino un Wagner conforme a lo que dicta la tradición.

"En esta propuesta Alberich no roba ningún oro, sino que secuestra a un niño de manos de unas hijas del Rin convertidas en niñeras"

Aquello que parece haber impactado más de la propuesta de Schwarz es la alegorización del anillo. Ya desde Rheingold está claro que el papel del anillo lo cumplen, en esta producción, los niños (que no las niñas). En lo que parece ser la piscina de una mansión, Alberich no roba ningún oro, sino que secuestra a un niño de manos de unas hijas del Rin convertidas en niñeras. Este mismo niño será el que Wotan y Loge, un par de escenas más tarde, robarán de las manos de Alberich y Mime para entregárselo al gigante Fafner. El gesto es del todo pertinente; el Ring, de hecho, está lleno de niños. Siegmund, Sieglinde, Siegfried, Hagen, la propia Brünnhilde y sus numerosas hermanas… Sobre todos estos personajes y sobre su problemática educación y socialización se viste la Tetralogía. Ellos son «la herencia del mundo» de la que habla Wagner en referencia al oro, y quien se haga con ello –con la autoridad sobre ellos, se entiende– tendrá el poder de decidir sobre el futuro del mundo.

Schwarz diseña, a partir de esta idea, una saga familiar con una sub-trama de trata de niños que funciona, como una serie, con osados cliffhangers y sorpresas diversas: el niño que Fafner se lleva consigo al final de Rheingold se revela como Hagen en Siegfried; Sieglinde está embarazada desde el principio de La Valquíria, sugiriendo que Siegfried es hijo de Hunding y luego desmintiéndolo con un intento de violación por parte de su propio padre, Wotan. Como en cualquier serie, algunos elementos son puntuales, o quedan sin resolver. La decisión de convertir a las valquirias en pacientes de una clínica de cirugía estética, por ejemplo, no ayuda de primeras a comprender la trama, y puede hasta molestar ver reducidos a este rol a los únicos personajes femeninos mínimamente empoderados de todo el universo wagneriano.

Pero el arco de la trama es bien firme. Un vídeo inicial muestra a Wotan y Alberich como hermanos, cuyo pecado original –otro de los conceptos claves del Anillo – es su confrontación fraternal. Los diversos actores implicados en la famosa trama de secuestro de niños (dioses, nibelungos y gigantes) forman ramas diversas de una misma familia, como en una película de gánsteres. Símbolo de esa familia es la pirámide dentro de la cual tienen lugar de la mayoría de los actos, una resplandeciente torre de marfil en la que todo el mundo quiere entrar y de la que nadie –por disgusto primero de Alberich, después de Brünnhilde y después del propio Siegfried, quien en Götterdämmerung intenta pescar algo en la piscina de la mansión abandonada, ahora completamente vacía– quiere ser desterrado.

El fracaso de Siegfried, y con él la nota pesimista de la puesta en escena de Schwarz, es de hecho uno de los puntos donde más se deja notar la palabra de Wagner. Puede que choque, pero la verdad es que el director austríaco sigue al pie de la letra el libreto original convirtiendo a Siegfried en un bebedor violento destinado a faltar a su deber de héroe. El hijo inventado de Siegfried y Brünnhilde también perece; lo que hay es en efecto una falta de futuro, simbolizada por ese fuego escalofriante que carboniza el universo entero, dioses incluidos. Schwarz indaga en el pesimismo nihilista wagneriano, anunciado ya en Die Walküre («solo quiero una cosa: el final», dice Wotan en el segundo acto) y fruto del reconocimiento de una imposibilidad muy concreta. Se trata, como recuerdan una y otra vez los omnipresentes niños de Schwarz, de la imposibilidad de crecer sin estar sujeto a los compromisos, contratos y violencias de la socialización.

La radicalidad con matices de la puesta en escena de Schwarz casa, en el nuevo Ring de Bayreuth, con un reparto sorprendente con riesgos evidentes. Georg Zeppenfeld y Lise Davidsen son unos Hunding y Sieglinde tan solventes como siempre. Pero escuchar al Lohengrin del momento, Klaus Florian Vogt, con su voz pálida, cantar al oscuro Siegmund, resulta algo extraño, igual que lo es escuchar a una relativamente ligera Okka von der Damerau en el papel de contralto de Erda. El festival de Siegfrieds y de Wotans, a medias planificado y forzado por las circunstancias en el primer ciclo, acabó siendo una buena oportunidad para repensar el timbre más apropiado de ambos personajes. Y la joven batuta de Cornelius Meister, aunque irregular y un poco tímida en los momentos climáticos, supo hacer justicia a la monumentalidad del Ring, que ofrece todas y cada una de las caras musicales de Wagner.– ÓA