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'Wozzeck' en las trincheras del Liceu
William Kentridge sitúa al desgraciado soldado creado en la primera mitad del siglo XIX en las trincheras de la Primera Guerra Mundial
Gran Teatro del Liceu
Berg: WOZZECK
22, 25, 28, 30_05, 2, 4_06.
Wozzeck: Matthias Goerne. Marie: Elena Zhidkova. Tambor mayor: Torsten Kerl. Andres: Peter Tantsits. Capitán: Mikeldi Atxalandabaso. Doctor: Peter Rose. Margaret: Rinat Shaham. Primer aprendiz: Scott Wilde. Segundo aprendiz: Äneas Humm. Loco: Beñat Egiarte. Orquestra Simfònica del Gran Teatre del Liceu. Cor del Liceu (Dirección: Pablo Assante). Cor Vivaldi-IPSI-Petits Cantors de Catalunya (Dirección: Òscar Boada). Dirección musical: Josep Pons. Dirección de escena: William Kentridge.
Dieciséis años después de la última representación, Wozzeck regresa al Gran Teatre del Liceu en una producción firmada por el artista sudafricano William Kentridge, quien sitúa al desgraciado soldado creado en la primera mitad del siglo XIX por Georg Büchner en las trincheras de la Primera Guerra Mundial buscando los paralelismos con la trascendental experiencia militar vivida por Alban Berg durante la Gran Guerra.
Abundan en la historia de la ópera obras maestras que jalonan el repertorio desde los inicios del género, pero pocas de ellas se erigen como columna vertebral de la evolución del lenguaje musical operístico. De estas obras fundamentales de la historia de la ópera, el barcelonés Gran Teatre del Liceu presentaba el pasado marzo Pelléas et Mélisande y ahora, a partir del 22 de mayo, llega Wozzeck (1925), obra emblemática e imprescindible del siglo XX musical. Alban Berg adapta en ella, y desde la óptica expresionista, la obra inacabada homónima de Georg Büchner, inspirada en un hecho real, que narra la historia de un soldado explotado y humillado abocado al asesinato y a la autodestrucción a causa de la violencia social y psicológica a la que es sometido. Un grito contra el horror de la guerra y la inhumanidad de los hombres.
Alban Berg asistió en 1914 al estreno en Viena de Woyzeck de Büchner, obra teatral escrita en 1836 que había quedado inconclusa a causa de la muerte por tifus de Büchner. La pieza, terminada póstumamente, se estrenó en 1913, casi 80 años después de su concepción, en Múnich. El compositor salió muy conmovido del estreno y tras acudir a verla una segunda vez, decidió poner música a la obra en una ópera, proyecto que no pudo terminar hasta que acabó la Primera Guerra Mundial, conflicto en el cual Berg vivió su propia y trascendental experiencia militar. En una carta que le envió a su esposa fechada el 7 de agosto de 1918, poco antes del final de la contienda, le revelaba: “Hay un poco de mí en su carácter [Wozzeck], ya que he pasado estos años de la guerra dependiendo de gente que detesto, he estado encadenado, enfermo, cautivo, resignado: en una palabra, humillado”.

Una escena de la obra de Berg en el montaje de William Kentridge en su estreno en el Festival de Salzburgo en 2017
Soldado Berg
Esa identificación del Berg soldado con el protagonista de su ópera consolida un punto de encuentro en la puesta en escena firmada por el artista sudafricano William Kentridge que presentará el Gran Teatre del Liceu, una coproducción entre la Metropolitan Opera House de Nueva York, la Canadian Opera Company, Opera Australia y el Festival de Salzburgo, en el cual se estrenó en el verano de 2017. Kentridge sitúa la acción de la obra, en la que Berg no determina la época, en la Primera Guerra Mundial, como ya hiciera en 1992, cuando llevó a escena con marionetas la obra Büchner en Woyzeck on the Highveld.

Una escena de la obra de Berg en el montaje de William Kentridge en su estreno en el Festival de Salzburgo en 2017
Para Kentridge, la experiencia de Alban Berg en la guerra y las similitudes de algunos de sus personajes –como el Capitán o el Doctor, reflejo de los que él mismo tuvo que tratar– le hicieron decidirse a ambientar la ópera en el mismo contexto que había imaginado para la obra de Büchner, situando la acción en la Primera Guerra Mundial. “Como si Büchner tuviera un presentimiento de la guerra que ocurriría 80 años después”, afirma el artista sudafricano, quien sitúa pasarelas de trincheras en el escenario y muestra a través de proyecciones audiovisuales el horror, el dolor y caos del conflicto bélico.
Esa sensación desasosegante ronda a Josep Pons, director musical del Gran Teatre del Liceu, desde que terminó la última función de Pelléas et Mélisande el pasado 18 de marzo. “Cuando diriges una ópera como Wozzeck, la habitas. Y yo estoy habitando la atmósfera tóxica de esta obra”, afirma. “Me pongo en el mundo el compositor, y esta es una ópera muy intensa, tanto como las Wagner”, asegura.
El director conoce bien la obra de Berg. La dirigió por primera vez en 2007 en el Teatro Real de Madrid, en la coproducción con el Liceu firmada por Calixto Bieito, pero ahora, asegura, “me está emocionando más que la primera vez. Todo depende de cómo llegas a la obra, y yo llego después del Pelléas, que era como habitar el edén”.
Lenguaje al límite
Para Josep Pons, «Pelléas no es una ópera complicada, pero sí compleja, en cambio Wozzeck es una ópera compleja y complicada, que lleva al límite la expresión en una fusión certera de música y teatro. Formalmente es una obra brutal, con una arquitectura perfecta, capaz de coser todas las formas musicales del pasado en una ópera cuyo lenguaje armónico bebe del dodecafonismo y el sistema de composición serial, pero las formas son todas clásicas», señala.
Wozzeck es una ópera de tres actos divididos en cinco escenas cada uno. Cada escena del primer acto adopta una forma barroca; las del segundo acto, una clásica y las del tercer y último acto, invenciones sobre un tema, una nota, un ritmo y un acorde de seis notas. Un perfecto mecanismo de relojería desde el que seguir las peripecias del desgraciado soldado Wozzeck, que casi 80 años después de que Büchner lo creara revivieron en otro soldado llamado Alban Berg, que con esta, su primera ópera, moderna, original y perturbadora, abrió un nuevo camino para el género. -ÓA
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