Verdi levanta el telón en el Teatro Real

El coliseo madrileño vuelve de la oscuridad hacia la luz e inicia temporada con una obra maestra capaz de criticar el poder de lo aparente

16 / 09 / 2020 - Mario MUÑOZ - Tiempo de lectura: 4 min

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Una escena de 'Un ballo in maschera' en la producción de Gianmaria Aliverta que este mes inaugura el curso del Teatro Real © Teatro Le Fenice / Michele CROSERA

Teatro Real

Verdi  UN BALLO IN MASCHERA
18, 20, 23, 25, 27, 29_09; 01, 03, 04, 06, 07, 10, 11, 13, 14_10

Riccardo: Michael Fabiano / Ramón Vargas. Amelia: Anna Pirozzi / Saioa Hernández/ María Pia Piscitelli/ Sondra Radvanosky.  Renato: Artur Rucinski / George Petean. Ulrica: Daniela Barcellona / Silvia Beltrami. Oscar: Elena Sancho Pereg / Sara Blanch. Silvano: Tomeu Bibiloni. Samuel: Daniel Giulianini. Tom: Goderdzi Janelidze. Juez: Jorge Rodríguez-Norton. Coro y Orquesta Titulares del Teatro Real (Coro Intermezzo. Dir.: Andrés Máspero / O. Sinfónica de Madrid). Dirección: Nicola Luisotti / Lorenzo Passerini. Dirección de escena: Gianmaria Aliverta.

Caminar en los márgenes siempre es arriesgado, máxime cuando al otro lado del precipicio habita lo inexplorado o el rechazo de la censura más politizada. Verdi alcanzó en Un ballo in maschera toda la belleza de lo confuso: ni romántica ni realista, ni íntima ni pomposa, ni trágica ni cómica.

En pocas ocasiones la censura ha estilizado tanto el lápiz creativo de un autor como en esta ópera sobre seducciones múltiples que empezó en una convulsa Suecia y acabó radicada en el Boston prerrevolucionario. Aún con sus licencias y amoríos inventados, la historia que rodeó al asesinato en un baile de máscaras de Gustavo III (transformado en un primer libreto en el duque de Pomerania y, más tarde, en el conde de Warwick), se ha revelado como un material eficiente para el drama antesala de la madurez de Verdi. En Un ballo in maschera el progresivo abandono de los códigos estéticos y estructurales de la ópera romántica se hacen muy patentes, entre otras cosas por una instrumentación más oscura, por un diseño de personajes mejor elaborado y un progresivo abandono del lenguaje belcantista. “El Ballo es menos una tragedia romántica que una comedia con ribetes negros”, comenta a ÓPERA ACTUAL Joan Matabosch, director artístico del Teatro Real. “Hay quien la compara con Don Giovanni por eso, y también por la facilidad con que Verdi reúne los ambientes más extremos dentro de un armazón refinado y clásico, pasando de uno a otro sin la menor sensación de incongruencia. Tal vez también se equiparan por los paralelismos entre las escenas de seducción”, concluye.

Una escena de la producción del teatro La Fenice que podrá verse en Madrid adaptada a la distancia social © Teatro Le Fenice / Michele CROSERA
Una escena de la producción del teatro La Fenice que podrá verse en Madrid adaptada a la distancia social © Teatro Le Fenice / Michele CROSERA
Una escena de la producción del teatro La Fenice que podrá verse en Madrid adaptada a la distancia social © Teatro Le Fenice / Michele CROSERA

Made in USA

La propuesta escénica de Gianmaria Aliverta, estrenada como arranque de temporada en el Teatro La Fenice hace tres temporadas, traslada la acción al Boston del siglo XIX, una ciudad que ya ha presenciado el final de la guerra civil, la derrota del bando confederado y la posterior abolición de la esclavitud.

Los escenarios se suceden con precisión estética casi quirúrgica: un salón de corte parlamentario, un espacio indefinido repleto de recargados espejos giratorios o la terraza entre la antorcha y la cabeza de la Estatua de la libertad. El componente racial va a ser la clave de bóveda de todo el montaje, pasando de lo criollo a lo mulato y analizando en ese paso la lenta digestión de los cambios sociales y la violencia estructural en la que deviene cualquier sistema represivo. El mensaje no se busca a través de un elaborado microuniverso simbólico, sino que se traslada con inmediatez. Sirvientes maltratados, linchamientos y ecos del Ku Klux Klan aportan lo concreto a una escenografía que explota el aspecto icónico de la sociedad norteamericana y acaba inmersa en una novela histórica con personajes de ficción pero conflictos reales y, por desgracia, plenamente actuales.

"Sinceramente, no me atrevo a afirmar que la puesta en escena se vaya a poder llevar a cabo al cien por cien o en un porcentaje más o menos significativo"

La gran incógnita sigue siendo hasta dónde se podrá llegar durante las representaciones, dado el panorama sanitario, y en qué porcentaje se verán afectados los protocolos de ensayo y los aforos. La exitosa semi-escenificación de la pasada Traviata funcionó por lo excepcional de las circunstancias –había mucho de reivindicación– y también por un cierto encaje dramático, dada la enfermedad de Violetta. “Las limitaciones van a estar todavía más o menos presentes en el Ballo”, comenta Matabosch. “Sinceramente, no me atrevo a afirmar que la puesta en escena se vaya a poder llevar a cabo al cien por cien o en un porcentaje más o menos significativo. Vamos a intentar que se trate de un paso más respecto a lo que hemos hecho en La Traviata. Todo el componente escénico se ha convertido es una lucha por abrirnos camino en medio de una situación terrible. Pero no estamos dispuestos a cruzarnos de brazos y esperar tiempos mejores”.

Entre los dos repartos se encuentran algunas de las mejores voces verdianas del momento, con dos Riccardos expertos (Michael Fabiano –entrevistado en este mismo número– y Ramón Vargas), dos enfoques complementarios del personaje de Amelia (Anna Pirozzi; y Tatiana Serjan) y dos Renatos refinados como Artur Rucinski y George Petean. Hay presencia española en Ulrica (María José Montiel, que se alterna con la italiana Daniela Barcellona) y Óscar (Elena Sancho e Isabella Gaudí). Quince funciones entre el 18 de septiembre y el 14 de octubre dirigidas por el asiduo Nicola Luisotti, toda una garantía, que tendrá el relevo durante dos noches de su asistente, Lorenzo Passerini.– ÓA