'Tristan' vuelve al Real mirando a su esencia

El Teatro Real presenta semiescenificado el drama en tres actos compuesto por Richard Wagner y que dirigirá desde el podio Semyon Bychov, experto en el compositor alemán

18 / 04 / 2023 - Gema PAJARES - Tiempo de lectura: 5 min

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Wagner Real Detalle de la imagen promocional del Teatro Real para esta propuesta semiescenificada de la ópera de Wagner © Teatro Real

Madrid

Teatro Real
Wagner: TRISTAN UND ISOLDE
25, 29_04, 03, 06_05 (En versión semiescenificada).

Tristan: Andreas Schager. Isolde: Ingela Brimberg. El Rey Marke: Franz-Josef Selig. Brangäne: Ekaterina Gubanova. Kurwenal: John Lundgren. Melot: Neal Cooper. Un pastor: Jorge Rodríguez-Norton. Un marinero: Alejandro del Cerro. Un timonel: David Lagares. Orquesta Titular del Teatro Real (O. S. de Madrid). Coro del Teatro Real (Coro Intermezzo. Dirección: Andrés Máspero). Dirección musical: Semyon Bychkov. Movimiento escénico: Justin Way.

 

El Teatro Real presenta semiescenificado el drama en tres actos compuesto por Richard Wagner y que dirigirá desde el podio Semyon Bychov, experto en el compositor alemán. Basada en una leyenda medieval, fue el propio músico quien escribió el libreto en el que el Teatro de Calderón se cuenta como una de las influencias más claras, además del pensamiento de Schopenhauer y la pasión que sintió por la joven Mathilde Wesendonck.

Entre 1857 y 1859 Richard Wagner compone Tristan und Isolde, lo que él define, no como una ópera, sino como “drama musical”, traspasado por la aventura amorosa vivida con Mathilde Wesendonck, esposa de un acaudalado banquero que se convertiría en su mecenas e inspirado por su cercanía de pensamiento con el filósofo Schopenhauer y por lo que se convirtieron en lecturas cuasi diarias: el teatro de Calderón de la Barca. “Cuando me consagré a Tristan me sumergí en las profundidades de mi alma”, escribe el músico de Leipzig. “Y desde este centro íntimo del mundo vi cómo surgía la forma exterior del drama”. Entonces Wagner estaba casado con Minna Planer, pero no puede disimular su atracción por la joven poetisa alemana, a quien conoce en 1852 y cuya casa visita con asiduidad, y vuelca en la música su pasión: “Anhelo, anhelo, insaciable deseo, el deseo que no puede dejar de renacer”, se repite. Ese amor desbocado que se traduce en cartas de ida y vuelta, en la escritura de unos Lieder y en esta inmensa obra, tendrá, como todo, fecha de caducidad. El compositor la aparta, olvida y encuentra un nuevo amor, la hija ilegítima de Franz Liszt, Cosima, con quien contrae matrimonio. En 1862 Mathilde Wesendonck publica un poema, La mujer abandonada, y escribe: “Wagner me relegó deprisa. Apenas me reconoció cuando fui a Bayreuth. Y, sin embargo, yo soy Isolde”. Y el músico era Tristan.

© Teatro Real / Javier DEL REAL

Joan Matabosch

¿Qué significa esta ópera desde el punto de vista del Romanticismo? “Si hay algo nuevo y revolucionario en Tristan es el contraste entre el efecto de agitación que genera la obra y el movimiento escénico, que es casi estático, un hecho consciente por parte de Wagner”, explica el profesor Ramon Pla i Arxé, doctor en Filología Románica por la Universitat de Barcelona: “Los hechos que determinan la situación dramática o bien ya han sucedido o se liquidan en escena como un simple trámite. Y detrás de este planteamiento se encuentra una de las ideas clave del arte romántico. El artista ha dejado de ser el individuo que, impresionado por la realidad, decide reproducirla con algún subrayado emotivo o ético. Y el espectador tampoco es simplemente el hombre con curiosidad por el argumento”.

“En ese momento el objeto determinante del arte ya no es la acción exterior, sino el mundo interior”, explica Joan Matabosch, director artístico del Real. Entre los dúos de amor a la italiana y el del segundo acto de Tristan, las diferencias son notables: “En unos, hay extroversión; en el otro, interioridad”.

En la línea de flotación

En mundo interior que Wagner comparte con su Isolde. El músico, según ilustra Matabosch, compuso la ópera para “concederse un respiro a las energías extenuantes que estaba dedicando a la tetralogía El anillo del nibelungo, la criatura con la que era consciente de que iba a marcar el futuro del drama musical. Había calculado inicialmente que Tristan iba a ser una obra más ligera, más fácil de programar y de estrenar que el monumental Anillo. A Wagner ni se le pasó por la cabeza revolucionar nada cuando compuso este drama amoroso, mucho menos, disparar a la línea de flotación del sistema tonal: “Quizá por un mero accidente, quizá porque ese audaz empleo del cromatismo, la modulación y la inestabilidad armónica expresaba con la máxima contundencia el amor imposible de los protagonistas, que únicamente puede realizarse más allá de la vida terrenal, Wagner anticipaba y abría las puertas a lo que sería el resquebrajamiento del sistema tonal a finales del siglo XIX”, explica el director artístico.

Un acorde universal

Y es entonces cuando surge el tema del acorde de Tristan, objeto de estudios, tesis y casi monografías, porque en este arranque único se ha visto, o quizá sería más preciso decir oído, el fin de la armonía tradicional. Es en los primeros compases de la ópera que el famoso acorde pone un punto y aparte. Para Matabosch, “el acorde rechaza clarificar su tonalidad, que permanece inestable y ambigua, hostil a los postulados desde los que la teoría armónica clásica analizaba cualquier partitura. Ese acorde y, en general, las cadencias rotas del resto del preludio, generan en el espectador una sensación desasosegante de no ser capaz de salir de una nebulosa obsesiva, adictiva, quizá erótica. La sensación es de trascendencia, de ausencia de puntos de apoyo que permitan un cierto sosiego, de imposibilidad de concederse un descanso. Wagner logra algo sorprendente con una simplicidad todavía más sorprendente: la suspensión de las funciones del sistema tonal que habían presidido la escritura musical desde el siglo XVII. Y este acorde que queda sin resolver a lo largo de las casi cinco horas que dura la representación; solo nos permitirá descansar cuando hemos comprendido, en las notas finales de la obra, que la intensidad de ese amor solo se puede contener más allá de la muerte”.

© Teatro Real / Javier DEL REAL

Andreas Schager como Siegfried en el Teatro Real

En esta ocasión la obra se ofrecerá en el Teatro Real será en formato de concierto semiescenificado, dando mayor protagonismo a la acción interior, a la historia de esa pasión universal: “En el futuro volveremos a hacer Tristan, y será con una puesta en escena completa”, asegura Joan Matabosch. “Pero, esta vez, el espacio del que disponemos entre las funciones de Nixon in China de esta temporada no permite el proceso completo que requiere una producción. Y si hay que hacer un título en concierto, pocos encontraríamos tan adecuados como esta ópera wagneriana”, cuenta el director artístico.

Escena desnuda

Será Justin Way, director de producción del coliseo desde 2014, el encargado del semi staging. La orquesta estará en el foso, por lo que no es propiamente una versión de concierto. Para ello ha trabajado con los cantantes mucho menos tiempo que el que requiere una puesta en escena completa, “sobre todo definiendo los momentos de entrada y salida de un escenario completamente vacío. Se trata de hacer con ellos un acompañamiento, de darles a los intérpretes un poco de calor para que la escena desnuda les resulte más confortable, dominen el espacio y que la expresividad corporal sea más uniforme”, señala el director.– ÓA