'Adriana Lecouvreur' despide el curso ovetense

Con los cambios de última hora causados por contagios en la compañía, la funciones de la ópera de Cilea empezarán el 27 de enero y añaden una nueva representación el 4 de febrero

17 / 01 / 2022 - Pablo GALLEGO - Tiempo de lectura: 4 min

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adrianalecouvreur-operaactual-cilea El montaje que firma la 'regista' italiana Rosetta Cucchi en su estreno en Bolonia y que este mes despide la temporada de Oviedo © Teatro Comunale / Andrea RANZI

Oviedo

Ópera de Oviedo
Cilea: ADRIANA LECOUVREUR
27, 30_01, 02, 04, 05_02
(Teatro Campoamor)

Adriana Lecouvreur: Ermonela Jaho. Maurizio: Alejandro Roy. Princesa de Bouillon: Nancy Fabiola Herrera. Príncipe de Bouillon: Felipe Bou. Abate di Chazeuil: Josep Fadó. Michonnet: Luis Cansino. Quinault: Carlos Daza. Poisson: Albert Casals. Mademoiselle Jouvenot: Cristina Toledo. Mademoiselle Dangeville: Marifé Nogales. Orquesta Oviedo Filarmonía. Coro Titular de la Ópera de Oviedo (Coro Intermezzo. Dirección: Pablo Moras). Dirección musical: Daniele Callegari. Dirección de escena: Rosetta Cucchi.

 

Ermonela Jaho y Nancy Fabiola Herrera regresan al Campoamor para bajar el telón del ciclo operístico en una producción que convierte a la soprano en la humilde esclava del genio creador y a la mezzo canaria en su pasional rival. Jaho se encumbra, con la Heroina de Cilea, en musa de cuatro etapas diferentes de la historia del teatro de la capital del principado. El estreno estaba previsto inicialmente para el lunes 24 de enero, pero, tras la incidencia de la sexta ola de contagios entre la plantilla artística, se retrasa al jueves 27 de enero. De este modo, para mantener el número de representaciones previstas, se añade una nueva velada el 4 de febrero.

La inclusión del teatro dentro del teatro fue un recurso común en el barroco. No solo por el interés y el potente efecto del cambio de perspectiva, sino como una reflexión propia sobre este arte. La vida es un teatro y, a día de hoy, un buen número de producciones operísticas continúan haciendo uso de esta técnica narrativa a la hora de crear una puesta en escena. Por ejemplo, en el título que despide la temporada número 74 de la Ópera de Oviedo: Adriana Lecouvreur, de Francesco Cilea.

En este caso, el mundo entre cajas no es solo el lugar de la acción dramática, sino el ecosistema de una actriz. Adrienne Lecouvreur (1692-1730) fue una destacada actriz de la Comédie Française, admirada por Voltaire y una de las artistas más famosas y sobresalientes de su tiempo, enamorada del conde Moritz de Sajonia, hijo ilegítimo del último rey de Polonia. Y aunque en la ópera aparecen algunas figuras históricas, la trama de pasiones, envenenamiento y muerte a la que Cilea puso música es, en gran medida, una ficción. Porque esta apasionada relación terminó antes de la muerte de la actriz, aunque esta se produjo poco tiempo después, y debido a ello se difundió el rumor de que había sido víctima de una intriga. Y en ese rumor –el verismo menos verista– basaron Eugène Scribe y Ernest Legouvé la obra que inspiró a Cilea.

© Teatro Comunale / Andrea RANZI

El montaje que firma la 'regista' italiana Rosetta Cucchi en su estreno en Bolonia y que este mes despide la temporada de Oviedo

La producción que levantará el telón del Campoamor, en colaboración con el Teatro Comunale de Bolonia y la Ópera de Sidney, y estrenada en el coliseo italiano hace apenas dos meses cuando fue televisada, da una vuelta de tuerca más al metateatro. Lo hace al convertir los cuatro actos de la ópera “en cuatro cortes transversales de diferentes épocas”, con otras tantas “musas que inspiraron su tiempo, y que quizás pisaron las tablas del mismo escenario infinito”,  como explica la regista Rosetta Cucchi.

En el inicio, es la protagonista que da título al drama “quien nos cuenta el primer capítulo de la historia, en un abarrotado backstage de la primera mitad del siglo XVIII”. El segundo acto nos muestra a Sarah Bernhardt, “una de las actrices que más interpretó el papel de Adriana”; y el tercero viaja hasta la época del cine mudo de mujeres como Greta Garbo. El acto final se sitúa en los años 70 del siglo XX, “en un París dominado por la Nouvelle vague”, en el que “nuestra protagonista, que podría inspirarse en Anna Karina o Catherine Deneuve, se enfrenta a si misma y a la imagen que el mundo tiene de ella, como en una película de Jean-Luc Godard, y en ese espacio vacío encuentra finalmente su verdadera esencia”.

Ermonela Jaho: “Siento que me interpreto a mí misma cuando canto Adriana, y eso hace que sea mucho más fácil abrir el corazón y que el público me entienda”

Tampoco es que sea un título común en las temporadas. Fue el empeño de sopranos como Renata Tebaldi, Magda Olivero, Montserrat Caballé o Renata Scotto el que logró devolverla al repertorio, principalmente por las arias que Cilea regala a la protagonista: “Poveri fiori” y, sobre todo, “Io son l’umile ancella”, en la que Adriana y, por extensión, todos los intérpretes de la historia hasta hoy, se describen como “humildes esclavos del genio creador”.

Tras debutar el personaje en la Ópera de Viena, Ermonela Jaho encarnará en Oviedo a la actriz de la Comédie Française a la que dibuja “como una artista pura que sí, puede necesitar ser una diva cuando está sobre el escenario, pero que también es muy sensible, vulnerable y humana en la vida real”. Tras el duelo de alto voltaje con la princesa de Bouillon, a la que encarnará la mezzosoprano Nancy Fabiola Herrera, por el amor de Maurizio de Sajonia (el tenor Alejandro Roy), habrán de quedar energías suficientes para llegar en plenitud al monólogo final. “Porque al igual que la verdad y el bien, en la vida real, tardan en salir, también lo hace el lado real de su personaje”, considera, “y eso es algo muy fácil de decir, pero muy difícil de conseguir”.

Pero, ¿qué hay de Adriana Lecouvreur en Ermonela Jaho? La respuesta, en conversación con ÓPERA ACTUAL, es prácticamente instantánea: “La mejor forma de conocerme es a través de mi forma de cantar, y eso es más cierto que nunca a través de Adriana”, sentencia la soprano, “porque siento que me interpreto a mí misma cuando canto su personaje, y eso hace que sea mucho más fácil abrir el corazón y que el público me entienda”.

El peaje que se cobra el verismo en cuanto a entrega es “muy grande, al menos para mí. Intento estar lo más cerca posible del límite sin perder el control, pero casi siempre fracaso, y puede que sea mejor así. Porque perdiendo el control es como encontramos algo nuevo sobre nosotros mismos, como artistas y como seres humanos. Para volver a la realidad necesito al menos 24 horas, y realmente me pasa factura. Pero supongo que cada profesión tiene su propio veneno”.  ÓA