NOTICIAS
ACTUALIDAD
Emilio Sagi celebra en Oviedo 40 años de carrera
La Ópera de Oviedo inaugura su 73ª temporada con el estreno local de 'L’heure espagnole' de Ravel y 'Les mamelles de Tirésias' de Poulenc
Ópera de Oviedo
Ravel L’HEURE ESPAGNOLE
Poulenc LES MAMELLES DE TIRÉSIAS
04, 06, 08, 10, 12_09 (Teatro Campoamor)
L’HEURE SPAGNOLE
Concepción: Maite Beaumont. Gonzalve: Joel Prieto. Torquemada: Francisco Vas. Ramiro: Régis Mengus. Don Íñigo Gómez: Felipe Bou.
LES MAMELLES DE TIRÉSIAS
Thérèse / La cartomancienne: Sabina Puértolas. La marchande de journaux: Anna Pennisi. Le mari: Régis Mengus.Le gendarme / Le directeur du théâtre: David Menéndez. Presto: David Oller. Lacouf / Le journaliste: Francisco Vas. Le fils: Pablo García-López.
O. S. del Principado de Asturias. Dirección: Maximiano Valdés. Dirección de escena: Emilio Sagi.
No es común que alguien a punto de cumplir 40 años de profesión pueda seguir hablando en presente de lo que hace. Y aún menos que su agenda siga llena para hacerlo en futuro. Es el caso de Emilio Sagi, director de escena que vive a escasos días de celebrar cuatro décadas de trabajo sobre las tablas. Todo empezó en 1980, en el Campoamor de Oviedo, con una primera –y hasta hoy única– Traviata. Y en el mismo teatro levantará este mes el programa doble que une Les mamelles de Tirésias de Poulenc con L’heure espagnole de Ravel, para hacer lo propio el mes próximo con I Puritani de Bellini. Nieto y sobrino de cantantes imprescindibles en la historia de la zarzuela, antes de su debut fue mayordomo y cajero de restaurante en los años 70 londinenses, y sobre él y sus criaturas se han escrito libros y tesis doctorales. Esta revista le distinguió con el Premio ÓPERA ACTUAL en 2010, y una plaza de Oviedo lleva su nombre. Fue director del Teatro de La Zarzuela, del Real de Madrid y del Arriaga de Bilbao, y parte importante de la concepción actual de la lírica española ha salido de su cabeza. El bel canto, la zarzuela y géneros a recuperar como la revista son su hábitat natural. Y si, en El barbero de Sevilla, Fígaro es el factotum della città, Sagi bien podría serlo de la dirección de escena en España.
Si se le dice que “los 40 son los nuevos 30”, el director asturiano sonríe al reconocer que tiene “alguno más que esos”, pero también para afirmar que se encuentra en un buen momento. “Sigo disfrutando con mi trabajo, y también de algo más de tiempo libre. Me puedo permitir escoger entre los proyectos que me ofrecen y los disfruto con tranquilidad, sin esa voracidad juvenil de querer que te llamen todos los teatros todo el tiempo”.

ÓA: ¿Cómo ha cambiado el negocio en estas cuatro décadas?
Emilio SAGI: El negocio, hablando de negocio, no ha cambiado mucho. Lo que sí ha cambiado es la forma de concebir este arte. Cuando yo debuté era dificilísimo plantear la concepción de la ópera como un espectáculo de teatro cantado, un dramma per musica, que es lo que realmente es. Esa visión la tenían genios como Visconti o Strehler, y todo lo más que se podía hacer era tratar de llevarlo un poco a tu terreno, y convencer a los cantantes de todo eso. El hecho teatral existía, pero nacía de las propias personalidades de artistas como Callas o Del Monaco. Ahora es difícil encontrar a uno que no lo vea como un espectáculo total.
ÓA: Ellos también han cambiado.
E. S.: Claro. Hay divas y divos como los de antes, pero con otra visión del espectáculo y otra forma de vivir este divismo. Para enfrentarse a las 1.300 personas que vienen a un teatro es claro que tienen que ser divos. Pero antes, para hacerse propaganda, organizaban un escándalo, les conocía todo el mundo y su mito aumentaba, y eso ahora no se da, o se hace de otra manera. Pienso en las redes sociales, por ejemplo. Los cantantes son seres absolutamente deliciosos, y nada histéricos o histéricas.
ÓA: ¿Qué se ha ganado y perdido en el camino?
E. S.: Se ha ganado profundidad en las presentaciones de las obras, con el florecimiento de esa visión teatral. Y se ha perdido familiaridad en el trato dentro de los teatros. Antes el primer día de ensayos el director o el sobreintendente saludaba a todo el mundo. Ahora eso lo encuentras en muy pocos casos. Con los cantantes sí se mantiene porque, cuando llevas tantos años, pocas veces te encuentras con alguien con quien no hayas trabajado nunca. Normalmente hay armonía, más allá de los problemas normales en un trabajo que no es nada fácil.
ÓA: Y que no suelen trascender…
E. S.: Es que trabajamos en ocio, y no tenemos que decir que nos esforzamos y sudamos mucho, porque eso le quita magia a la experiencia que vive el público, el cual tiene que ver, al abrirse el telón, aparecer como de la nada un mundo maravilloso, no que llevamos trabajando en él mes y medio casi de sol a sol… Aunque a veces te apetezca explicarlo y que se sepa.
ÓA: Si se dice que en este país todos son entrenadores de fútbol y ahora epidemiólogos… ¿Hay un crítico en cada butaca?
E. S.: ¡Claro que sí! El otro día, desayunando en una cafetería, dos señores discutían a gritos por un jugador del Barça. Todos también somos expertos en ópera y directores de teatro. Me asombra gente que no sabe leer una nota y te habla del fa sobreagudo y si lo dio o no tal cantante. Una gran diva me dijo una vez que el mundo de la ópera estaba lleno de talibanes, cuando lo cierto es que nada te toca en una tómbola.

Boceto escenográfico de la nueva producción de Emilio Sagi de 'L’heure espagnole'
ÓA: ¿Se crea con libertad?
E. S.: Yo creo que sí, sobre todo en Europa. Es raro que un director artístico o un sobreintendente te examine, porque cuando te llaman ya saben por dónde vas a tirar. Nunca he tenido problemas, y tampoco colegas míos que hacen cosas mucho más particulares. Es más complicado cuando, por ejemplo, tienes un director de intimidad para vigilar las escenas eróticas, figura que ha aparecido en Estados Unidos. Me parece absurdo que venga un señor a decirnos si dos artistas pueden o no besarse o meterse en una cama.
ÓA: Porque la ópera se ha visto afectada por investigaciones sobre acoso sexual y abuso de poder.
E. S.: Es que la lírica, como cualquier trabajo, no es ajena a los problemas que, por desgracia, tenemos en la sociedad. Ahora se tiene mucho más cuidado. Habrá gente que abuse, pero la mayoría no.
ÓA: ¿Cómo se ha llegado a que el director de escena tenga fama de ser el malo de la película.
E. S.: En este mundo siempre ha habido malos de la película, lo que pasa es que han ido cambiando. Antes eran las divas divos, después el director de orquesta y luego el de escena, que se decía que tenía la culpa si un señor o señorita, por cantar acostado, no daba el fa sobreagudo, cuando lo cierto es que, si les viene, les viene igual. A los aficionados, sobre todo a los más tradicionales, no les gustaba que hicieras un cambio de época, o que se destacase la violencia que encierran obras como Carmen o Pagliacci. Yo creo que hay que tener una gran libertad y que en la ópera nada es sagrado. Nadie quiere quitarle protagonismo al autor, pero sí decir algo de esa obra.
ÓA: Si levantasen la cabeza, ¿qué cree que pensarían compositores y libretistas?
E. S.: Pues seguro que les parecería bien, porque eran artistas, no banqueros ni notarios. Vivían de una manera muy particular, y crearon esa obra porque era lo que el momento les pedía. Al fin y al cabo es como un acto de amor. Si viesen su obra hoy en día tal y como se hizo, pongamos, en 1883, quedarían muy decepcionados. Es importante remozarlas, construir sin destruir, porque las obras pierden circunstancias.
ÓA: ¿Por ejemplo?
E. S.: Una obra maravillosa como La Bohème, para que siga teniendo esa magia, hay que plantearla de una manera cercana. Y estoy seguro de que a Puccini le encantaría ver que, haciéndolo así, el público recibe una emoción tan fuerte como la que él pretendía conseguir. También por razones de técnica teatral, porque no se puede cerrar el telón y que el público esté media hora esperando a que se cambie la escenografía mientras oye doscientos martillazos. Todo cambia con los tiempos. Vestimos y comemos de diferente manera, y concebimos el espectáculo de diferente manera también.
ÓA: ¿Hay un método Sagi?
E. S.: No sabría decirlo, y si es así la verdad es que tampoco me lo propongo. Es cierto que llego a los ensayos con una idea muy clara, pero no llevo un cuaderno con flechas. Planteo una situación, y los artistas participan en ella. Cada obra te pide cosas distintas, y tengo la suerte de que la mayoría del repertorio me lo sé casi de memoria. En el momento en que me ofrecen una obra empiezo a escucharla una y otra vez, empapándome de la música. Luego ya voy palabra por palabra, en un trabajo muy concienzudo que exige tiempo. Es como meter la cabeza en remojo. Y aunque se trate de una reposición, la obra cambia, porque lo hacen quienes la interpretan.
ÓA: Hablar de Emilio Sagi es hacerlo también de Javier Ulazia, de Eduardo Bravo, de Pepa Ojanguren, de Daniel Bianco, de Nuria Castejón….
E. S.: Son para mi importantísimos y absolutamente necesarios. Puedo tener muchas ideas, pero si no tengo a mis colaboradores yo no sirvo para nada. Son como mi familia artística, y no solo ellos, sino más gente que trabajó y trabaja conmigo. Les quiero mucho, y creo que ellos también a mi. El éxito de cualquier proyecto es el equipo. Y cuando funciona es cuando las cosas van.

Arriba, Emilio Sagi en la portada de la revista al recibir el Premio ÓPERA ACTUAL en 2010
ÓA: ¿Qué tienen el bel canto romántico y la zarzuela para haberle enganchado tanto?
E. S.: Que forman parte de mi familia, que vivió por y para la zarzuela. Lo que oías en casa eran anécdotas del teatro. A los 6 años vi cantar en el Campoamor a mi tío, maquillado y vestido, y esas cosas te marcan. La zarzuela es como mi propia vida. Y el bel canto, aunque al principio de mi carrera no me gustaba mucho, porque prefería un repertorio con más carne, luego me di cuenta de que en él tenía una inmensa libertad, porque los argumentos no estaban del todo desarrollados y podía darles otra vuelta de tuerca. Me gustó mucho esa sensación, y debe ser que salió bien, porque no paran de pedírmelo y en él sigo muy feliz.
ÓA: Durante años compaginó la creación con la gestión, como director del Real, el Teatro de La Zarzuela y el Arriaga de Bilbao. ¿Lo echa de menos?
E. S.: Ahora ya no. Nunca me sentí mal como gestor, pero ya está. Tengo una edad, quiero vivir un poco, y esa vertiente hacía que no tuviese ni un minuto de tranquilidad. Cuando venía de hacer algo fuera me encerraba en un despacho con una montaña de papeles y miles de problemas por solucionar.
ÓA: ¿Cómo afrontaría la situación causada por la pandemia de la Covid-19?
E. S.: No sé lo que haría, porque es una papeleta tremenda. La reducción del aforo influye en la taquilla, y los cantantes tienen un caché y están contratados para un número determinado de funciones. Luego está la distancia de seguridad en el escenario, en el foso de la orquesta… Espero que se encuentre pronto una vacuna, porque no me imagino a Carmen a dos metros de Don José.
ÓA: Y más allá de esta coyuntura, ¿de qué depende la supervivencia de la lírica?
E. S.: En primer lugar, de que haya clientela, porque todos vamos para viejos. Tiene que entrar gente nueva, sin echar a los que ya están, porque en el momento en que ya no haya público el político de turno dirá que para qué hay que tener tal teatro abierto. Por eso es importante tratar de hacer funciones cuyo coste no sea tan caro, para poder ofrecer entradas baratas y precios especiales para jóvenes. Y también es necesario, si no hay ópera de nueva creación, que el repertorio se vea de una manera absolutamente contemporánea, que emocione a un público de hoy en día. La porcelana de Limoges sigue siendo igual que en siglo XVIII, porque es porcelana. Pero la ópera, la zarzuela y el teatro son un espectáculo vivo, los artistas le dan a cada personaje emociones que se transmiten y que van más allá de lo que está escrito por el compositor o el libretista. Es ahí donde los directores de escena tenemos bastante responsabilidad. Hay que evolucionar, igual que lo hacen la sociedad y los tiempos. Sin llegar, claro, al extremo de vestir a Mimì de astronauta. Hay otros modos y formas de hacerlo.
Sin medias tintas
La propuesta escénica sin medias tintas sobre dos joyas del repertorio francés inaugura, bajo la sombra de la crisis del coronavirus, la 73ª temporada de la Ópera de Oviedo. La compañía asturiana ha unido en un mismo programa el estreno en el Teatro Campoamor de L’heure espagnole, de Maurice Ravel; y Les mamelles de Tirésias, de Francis Poulenc. La primera es una comedia irónica en torno a la infidelidad matrimonial y la insatisfacción de la protagonista, Concepción, en permanente búsqueda de un amor que nunca encuentra. La segunda, basada en el texto surrealista de Apollinaire, narra las peripecias de Thérèse que, cansada de ser una esposa sumisa, decide liberarse y hacer la guerra, no niños. El director de escena Emilio Sagi da forma a estas dos visiones de la mujer y el erotismo, en una propuesta teatral sin medias tintas con Sabina Puértolas y Maite Beaumont como absolutas protagonistas. Estas funciones, además de coincidir con el aniversario del director de escena ovetense, marcan un nuevo reencuentro del maestro Maximiano Valdés con la Ópera de Oviedo y la Orquesta Sinfónica del Principado de Asturias (OSPA), formación de la que fue director titular durante 16 años.– ÓA
NOTICIAS RELACIONADAS