Historia de la Ópera

ÓA 247. Historia de la Ópera LIII. Nuevas voces francesas (III)

El grupo de Los Seis irrumpe en un París convertido en uno de los centros neurálgicos de la moderna creación musical

01 / 06 / 2021 - Verónica MAYNÉS* - Tiempo de lectura: 6 min

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Antigone Picasso Honneger Los decorados de Pablo Picasso y el vestuario de Coco Chanel del estreno de la obra de teatro 'Antigone' de Cocteau en París fueron los mismos que se utilizaron para la ópera de Honegger en el Teatro de La Monnaie de Bruselas © BNF
Parade Picasso Una escena del ballet 'Parade' de Satie, con vestuario y escenografía de Picasso, en el Teatro Grande de Pompeya a cargo del Ballet de la Ópera de Roma (2017) © Opera de Roma
Los Seis El grupo de Los Seis, formado por Francis Poulenc, Germaine Tailleferre, Georges Auric, Louis Durey, Arthur Honegger y Darius Milhaud. Jean Cocteau les hacía de agente © Wikipedia

Durante la primera mitad del siglo XX, París se convirtió en centro de experimentación musical. Si la centuria anterior finalizaba con el dominio absoluto de la estética wagneriana, el inicio del nuevo siglo apostaba por lenguajes originales, desmarcados de su influencia y orientados hacia un futuro protagonizado por el eclecticismo artístico. El grupo conocido como Los Seis, junto a Büsser, Ibert o Minkowski, abrirá la puerta a la investigación sonora.

El compositor Henri Büsser (Tolosa, 1872-París, 1973) fue una de las figuras clave de la escena parisina. Por su longevidad –murió poco antes de cumplir 102 años– coincidió con numerosas tendencias y vivió los cambios estéticos más importantes del siglo XX. Amigo de su maestro Gounod, de Massenet y Debussy, Büsser fue también un reputado director de orquesta. A petición de Debussy, dirigió en numerosas ocasiones Pelléas et Mélisande. En 1939 fue nombrado director de la Opéra-Comique, aunque sus críticas a Wagner filtradas a la prensa provocaron poco después su expulsión: reprobar al autor de Tristán significaba posicionarse en contra del progreso y la tradición. Tras la Segunda Guerra Mundial, ganó la dirección de la Opéra. En sus obras –como Colomba, Le Carrosse du Saint-Sacrement o la pastoral en un acto Daphnis et Chloé– convergen influencias de Debussy, Massenet y Gounod y ciertos elementos de ese mismo Wagner que antes había criticado.

Jacques Ibert (París, 1890-1962), por su parte, gozó de gran éxito como autor de canciones ligeras, hecho que eclipsó su nada desdeñable aportación al mundo de la lírica. Como Büsser, fue director de la Opéra-Comique y de la Opéra, además de realizar numerosas bandas sonoras cinematográficas. Tal circunstancia agudizó su capacidad para describir escenas y personajes con sonidos, como logró en 1929 en la ópera Persée et Andromède –de bellísima orquestación– o en L’Aiglon, escrita junto a Arthur Honegger, de estilo variopinto, fresco y extraordinario, con ciertos tintes impresionistas. El libreto de Henri Cain parte de un texto de Edmond Rostand, y la obra se estrenó en 1937 en Montecarlo; la première parisina fue todo un acontecimiento intelectual y cultural, con decorados y vestuario a cargo del pintor barcelonés Pere Pruna.

En 1920, un grupo de amigos del Conservatorio de París organiza una velada musical en casa de uno de ellos, Darius Milhaud. A la reunión asiste el crítico Henri Collet, quien les dedica un artículo citándolos como “Los Seis franceses”, en alusión a Los Cinco rusos. El objetivo del grupo era renovar el panorama sonoro y lo hacían atacando la tradición desde la ironía, siendo el paralelo musical a las corrientes pictóricas más vanguardistas.

Los Seis en acción

Milhaud, Poulenc, Honegger, Tailleferre, Durey y Auric eran los principales representantes del grupo, vinculados a otros músicos como Erik Satie o el polifacético artista Jean Cocteau. Las diferencias estéticas entre ellos eran evidentes, pero aprovecharon la propaganda que les hizo Collet para publicar un álbum colectivo con seis piezas para piano como reclamo publicitario. Cocteau ya había escrito dos años antes un manifiesto del grupo –El gallo y el arlequín–, que atacaba al wagnerianismo y al Romanticismo, y partía del impresionismo poniendo énfasis en la simplicidad y plasticidad melódica.

Los experimentos de Satie inspiraron al grupo en su búsqueda de nuevos lenguajes musicales: el escándalo provocado en 1917 en el Théâtre du Châtelet por el estreno de su ballet Parade, con coreografía de Diaghilev y escenografía y vestuario de Cocteau y Picasso, lo posicionó como representante de la modernidad. Poulenc resumía con estas palabras la idea del colectivo: «Éramos una agrupación de amistades y no de tendencias; poco a poco, las ideas comunes que fuimos desarrollando hicieron que nos sintiéramos estrechamente ligados en la reacción contra lo vago, el retorno a la melodía, a la simplicidad».

"Louis Durey decidió dedicarse a la música tras ver 'Pelléas et Mélisande'"

Aunque Georges Auric (Lodève, 1899-París, 1983) no escribió ninguna ópera, influyó de forma directa en el género desde su puesto de director de la Opéra parisina, y como presidente de la Sociedad de compositores y editores de música. Fue artífice de importantes bandas sonoras cinematográficas y de dos ballets para Diaghilev, además de otras piezas escénicas. Louis Durey (París, 1888-Saint-Tropez, 1979) decidió dedicarse a la música tras ver Pelléas et Mélisande. En efecto, será Debussy su primer gran inspirador, aunque pronto se interesó por la vanguardia y por el estudio de la música antigua. Fue un conocido crítico musical tanto en Francia como en Estados Unidos, labor que compaginó con la recuperación y edición de música antigua, con especial predilección por la vocal y coral. También puso música a varias películas y piezas teatrales, además de la ópera L’Occasion, comedia lírica en un acto escrita entre 1923 y 1925 y basada en una obra de Mérimée.

También Arthur Honegger (Le Havre, 1892-París, 1955) aspiraba a renovar el panorama musical con un lenguaje personal no sometido a sistema alguno, y que se caracterizó por el eclecticismo. En el conservatorio coincidió con Milhaud y posteriormente entró a formar parte del grupo de Los Seis, adoptando en sus composiciones soluciones formales de gran variedad. Honegger no rechazaba la tradición y tenía como referentes a autores como Bach, Mozart y Chabrier, dando prioridad al estudio detallado de la polifonía y el contrapunto con ritmos de compleja realización. Para entender su pensamiento estético, basta con citar sus propias palabras: «Para avanzar, es necesario estar ligado a lo que nos precede. No es necesario romper los lazos con la tradición musical; un ramo separado del tronco muere. La economía de medios es más difícil que la excesiva ambición». En el terreno lírico, además de la ópera compuesta en colaboración con Ibert –L’Aiglon–, destaca también Judith, con libreto de René Morax (1925), Antigone (1927) y la chispeante opereta Les aventures du roi Pausole (1930), con libreto de Albert Willemetz inspirado en una obra de Pierre Louÿs. En cada una de ellas se advierte una orquestación originalísima que participa en el desarrollo de la trama, de explosiva gestualidad y expresividad. La evolución del personaje de Ariane como mujer, la espléndida orquestación y su participación en el desarrollo de la trama y la profunda simbología musical de las diferentes escenas, la convierten en objeto de admiración. En otro plano de lectura, los pentagramas de Dukas defendían tímidamente la liberación femenina.

La única mujer

La única mujer de Los Seis, Germaine Tailleferre (Saint-Maur-des-Fossés, 1892-París, 1983), injustamente olvidada durante decenios, fue uno de los muchos ejemplos de superación femenina ante las adversidades. A pesar del extraordinario talento demostrado desde su infancia, su padre le prohibió estudiar música.

© Wikipedia

La compositora Germaine Tailleferre

Con el apoyo de su madre y prácticamente a escondidas, Germaine Tailleferre ingresó a los 12 años en el Conservatorio de París donde se le reconoció como niña prodigio teniendo como compañeros de estudios a Honegger y Milhaud. Fauré y Debussy quedaron impresionados por su talento y, pese a su juventud, Tailleferre ganó numerosos premios de composición. En las veladas musicales que se organizaban en casa del pintor Émile Lejeune, Satie –quien la llamó «mi hija musical»– presentó algunas de las obras de Tailleferre. En 1925 se casa con el caricaturista Ralph Barton y se traslada a Nueva York. Los éxitos de Tailleferre provocan los celos del marido, que obstaculiza constantemente su carrera musical y le prohíbe la colaboración como compositora en un film de Charles Chaplin –rendido admirador de la artista–, el cual le hubiera supuesto una importante proyección. En 1927 el poeta Paul Claudel le pide escribir la música para su oda al químico Marcelin Berthelot. Tailleferre compone Sous les remparts d’Athènes y Claudel, embajador de Francia en Estados Unidos y como premio al trabajo de Tailleferre, concede injustamente la Legión de Honor al marido, del que se separará poco después. Su segundo matrimonio, con Jean Lageat, se convierte en otro infierno debido a los maltratos físicos y psicológicos, incluyendo el sabotaje y destrucción de algunas de sus composiciones por parte de Lageat. En 1951 se estrena la ópera cómica Il était un petit navire, con texto de Henri Jeanson, una sátira lírica en la que se aprecia un tratamiento original de la voz –que ya había experimentado en otras piezas vocales– y la confluencia de diversas tendencias musicales europeas. El texto de Jeanson era un ataque contra el público burgués, lo que no fue bien recibido por la crítica.

El compositor y director de orquesta Marcel Landowski (Pont-L’Abbé, 1915-París, 1999), aunque no perteneció al grupo de Los Seis, se relacionó con algunos de ellos y fue una figura decisiva en la cultura francesa. Como responsable de la dirección de música, arte lírico y danza del Ministerio de Cultura galo, reorganizó el país para que cada región tuviese una orquesta, un teatro de ópera y un conservatorio. Su estética no renuncia a la tonalidad y responde a estructuras clásicas, virtudes que se aprecian en sus óperas Le Fou –estrenada en Nancy en 1957– o Montségur, escrita en 1985. Le Fou muestra influencias de Honegger, de Milhaud y de Pélleas et Mélisande de Debussy. El argumento, dedicado a Albert Einstein, fue una idea del propio compositor y denuncia el uso de la ciencia con fines bélicos. Landowski escribió también excelentes bandas sonoras cinematográficas, con un ritmo trepidante y ambientes exquisitamente contrastados, virtudes que forman parte del sello personal del autor.– ÓA

* Verónica MAYNÉS es musicóloga, pianista, profesora y crítica musical