Historia de la Ópera
ÓA 233. Historia de la Ópera XL. Leos Janácek y la identidad checa
La historia y los protagonistas del género
De forma atípica, a Janácek le llegó el reconocimiento con su tercera ópera, Jenufa, y con más de 60 años. Al igual que Smetana y Dvorák, utilizó el género lírico para cristalizar sus aspiraciones patrióticas en un momento en el que las corrientes italiana y alemana monopolizaban los escenarios. Janácek estudió a fondo las inflexiones naturales de su lengua concibiendo un método compositivo que acentuaba su natural expresividad y un lenguaje con el que reivindicar la independencia checa.
Desde muy joven, Leos Janácek (Hukvaldy, 1854-Ostrava, 1928) se interesó por encontrar un lenguaje musical representativo de Chequia. Formado en Berlín y Viena, el músico adquirió suficientes conocimientos como para comprender cuál era su misión artística: hallar un camino que se desmarcara de la influencia germánica y que, en el caso de la ópera, acabara con la tiranía de los números cerrados. Janácek –que había protagonizado protestas contra las instituciones alemanas en Brno– recorrió su tierra natal durante décadas para recopilar cantos y danzas tradicionales de Moravia, el primer paso hacia la búsqueda de un lenguaje auténtico checo. “Sobre el escenario se necesitan palabras de la vida cotidiana: la ópera necesita la vida real”, dejará escrito el compositor moravo.
En efecto, tras analizar en profundidad las canciones y ritmos de la música campesina y las inflexiones de la lengua hablada, Janácek creó un canto basado en la prosodia checa con melodías ligadas a la acentuación natural del idioma. Su primera ópera fue Sárka, basada en una obra del escritor simbolista Julius Zeyer sobre una leyenda medieval checa, compuesta entre 1887 y 1888. En esta ya se advierten los rasgos que caracterizarán al compositor, como la construcción de la línea de canto a partir de las inflexiones del habla, la brevedad melódica, la utilización de los coros y la originalidad en la orquestación como parte de la acción dramática y para enfatizar los sentimientos anímicos de los personajes.
El golpe maestro lo daría con Jenufa, ópera en tres actos estrenada en Brno en 1904 con libreto del propio compositor basado en la obra de Gabriela Preisová La hijastra. El drama había ocasionado no pocos escándalos por la crudeza de los textos y por la denuncia que Preisová hacía de la sociedad rural checa, arcaica, supersticiosa y machista. La historia presenta a una mujer que se debate entre dos hombres y que soporta el control y el autoritarismo de su madre adoptiva, la sacristana de la localidad en la que viven.
El texto original, en prosa, facilitó que Janácek pudiera crear una música basada en las inflexiones de la palabra hablada, logrando una simbiosis perfecta en la partitura e iniciando así su particular método compositivo. El drama se desarrolla en un ambiente rural condicionado por el fanatismo religioso –al estilo verista de Cavalleria rusticana–, con personajes de carne y hueso víctimas de los celos y de sus prejuicios y costumbres ancestrales, que se expresan con melodías de dramática línea musical inspiradas en cantos populares de Moravia. Jenufa está embarazada de su prometido, Steva, y espera casarse con él. La madrastra de la joven, la Sacristana (o Kostelnicka), separa a la pareja durante un año planeando que Steva supere así su adicción al alcohol. Laca, hermanastro de Steva y enamorado de Jenufa, hiere a la muchacha en la cara para que Steva la rechace y tener así el camino libre. Steva se compromete con otra mujer, y Kostelnicka ahoga al recién nacido para propiciar el matrimonio entre Laca y Jenufa, hasta que la verdad es descubierta. Janácek tardó diez años en completar la obra en un tiempo protagonizado por el dolor por la muerte de su hija. La ópera le serviría no solo como catarsis íntima, sino también como homenaje a su querida hija Olga, muerta a los veinte años de un tifus contraído en Rusia, cuando el padre la envió a casa de un familiar para evitar el compromiso con un joven que no aprobaba.
Janácek encontró en los textos de Gabriela Preisová el medio ideal para sus experimentaciones musicales sobre la prosodia checa, hallando así el particular lenguaje musical que lo catapultó a la fama. Ya desde la obertura se presenta lo que va a acontecer. La original instrumentación pone de relieve los sentimientos de los protagonistas, con cambios dinámicos que traducen la angustia existencial, ritmos obstinados percutidos por el xilófono como mal presagio, la aparición del oboe y el clarinete para las escenas sombrías, o la participación de las cuerdas recordando la naturaleza amorosa de Jenufa. Janácek ajusta las melodías a la acentuación literaria y acaba con los números cerrados, logrando una continuidad dramática asombrosa sin la presencia de recitativos y utilizando en ocasiones una música modal que transporta al oyente al mundo arcaico en el que Jenufa vive oprimida. La ópera incluye momentos de impactante lirismo, como la plegaria de la protagonista en el segundo acto, y el extraordinario obbligato de violín, confidente excepcional de los sentimientos desbordados de la joven.
El uso expresivo de la voz y la particular utilización de los coros –con ciertas reminiscencias de Boris Godunov de Musorgsky– resaltan el carácter costumbrista de la obra, muy acorde con la línea verista de Puccini y Mascagni. Jenufa tuvo que esperar doce años hasta que se pudiera estrenar en el Teatro Nacional de Praga, recortada, por lo escandaloso del libreto y la incomprensión hacia su música novedosa, por sus melodías aforísticas y las excentricidades sonoras. Hoy es el título estrella del teatro que la repudió.
Pilar de la ópera checa
Al igual que Jenufa, Katia Kabanová está considerada otro de los pilares de la ópera checa. Articulada en tres actos con libreto del compositor –basado en la traducción que Vincenc Cervinka hizo del drama La tormenta, de Aleksandr Ostrovsky–, Katia se estrenó también en Brno, en 1921. Janácek estuvo desde muy joven fuertemente arraigado a la cultura rusa, siendo un admirador acérrimo de Gogol, Dostoievsky y Tolstoi. No en vano se desplazó hasta ese país para aprender a conciencia el ruso, que dominaba a la perfección. De esta manera pudo convertirse en representante musical del nacionalismo paneslavo, posicionándose a la otra orilla de la escuela germánica.
La chispa que provocó la creación de Katia Kabanová fue el encuentro del compositor con Kamila Stösslová, joven de la que se enamoró perdidamente y a quien está dedicada la ópera. Katia, casada infelizmente con un hombre dominado por su madre y sometido a los prejuicios sociales, encuentra el amor en un joven que parece comprender su naturaleza sensible. La irrupción de una salvaje tormenta a orillas del Volga –metáfora de las emociones de la protagonista– desencadena un temporal de contradicciones en el alma torturada de Katia, que acabará lanzándose al río. Janácek describe el paralelismo de la naturaleza y los sentimientos humanos con una música explosiva, de potente garra dramática, con inclusión de melodías populares rusas para definir una historia marcada por los prejuicios de la vida rural. Nuevamente logra una unidad admirable, con un estilo canoro nacido de la natural expresividad de la prosodia checa condensando magníficamente toda la intensidad de la tragedia con impactante concisión dramática y musical.
También en Katia Janácek construirá la melodía a partir de la curva melódica natural de la lengua checa y recurrirá a su capacidad para retratar escenas y personajes. El ambiente rural es descrito por una instrumentación inusual, que da protagonismo a las trompas e incluye la participación de ciertos instrumentos para anunciar escenas concretas, como los cascabeles que representan el adulterio. Katia es descrita con una sonoridad de seductor lirismo acompañado por violines y arpa, interrumpido cuando predomina el sentimiento de culpa provocado por la religión. Janácek desafiaba la antigua división entre recitativos y arias, sustituyéndola por ariosi aparentemente inconexos, pero conectados en el discurso orquestal. La ópera cuenta con elementos de carácter romántico, como la naturaleza como refugio y reflejo de los estados anímicos, o el suicidio de la protagonista al no soportar la frustración de someterse a las normas de una sociedad que provoca insatisfacción y soledad. En contraste con Katia, Janácek crea una sonoridad inquietante para la suegra, cuya intransigencia moral se anuncia con la presencia de los timbales y melodías entrecortadas, una crítica al moralismo de la Rusia decimonónica.
Cinco años después del estreno de Katia se representó El caso Makropoulos, ópera en tres actos con libreto del compositor sobre la obra de teatro homónima de Karel Capek. La protagoniza una mujer que alcanza la inmortalidad gracias a un elixir inventado por su padre, situación que provoca un eterno deambular por épocas y lugares en escenas que van de un intenso lirismo a la disonancia expresionista. Janácek asignó a cada personaje una música acorde no solo a la lengua checa, sino también con la esfera cultural a la que pertenecía y a su particularidad psicológica.
También destaca en su catálogo lírico La zorrita astuta, una deliciosa oda a la naturaleza estrenada en 1924 y aparentemente muy alejada del dramatismo de Jenufa, Katia y El caso Makropoulos. La obra es una fábula protagonizada por animales en la que Janácek experimenta nuevos usos del lenguaje musical y regala una visión conmovedora de la naturaleza y sus habitantes, incluyendo una dosis crítica. Nuevamente la orquesta participa de forma ejemplar en la historia, con instrumentos asociados a determinados personajes y describiendo los misterios del bosque animado gracias a combinaciones tímbricas inusuales que convierten la ópera en un maravilloso oasis donde recuperar la inocencia perdida.– ÓA
* Verónica MAYNÉS es musicóloga, pianista, profesora y crítica musical