Historia de la Ópera / Zarzuela
ÓA 224. Historia de la Ópera XXXI. El cambio que impone Puccini (I)
La historia y los protagonistas del género
Cuando las óperas de Puccini llegan a los escenarios, Boito, Mascagni y Leoncavallo ya han sentado las bases del verismo, la corriente que triunfa por la la autenticidad de las emociones representadas. Considerado como uno de los grandes operistas de todos los tiempos, Puccini llega para marcar un punto y aparte en el melodrama italiano.
Giacomo Puccini (Lucca, 1858-Bruselas, 1924) poseía un instinto teatral visionario que le llevó a recurrir a los mejores libretistas para crear historias realistas que, sin renunciar al melodismo lírico de la estética belcantista, se inscribieran en la corriente verista de segunda generación. Admirado por los últimos románticos y vilipendiado por quienes apostaban por la ruptura vanguardista, Puccini ejemplifica como ninguno el cambio de siglo, un paso de constante transformación estética en el que conviven tendencias opuestas.
El primer gran éxito de Puccini llegó con Manon Lescaut estrenada en 1893 y con un libreto en el que participaron hasta cinco autores basados en la novela del Abate Prévost Histoire du Chevalier des Grieux et de Manon Lescaut. Aunque la ópera homónima de Massenet arrasaba en los escenarios europeos desde hacía casi una década, Puccini no dudó en ofrecer su propia visión de la historia en la que inaugura el prototipo de heroína femenina que él mismo bautizó como piccola donna innamorata, una mujer víctima de la opresión e hipocresía de una sociedad machista que protagonizará prácticamente toda su producción. En Manon Lescaut se evidencia el eclecticismo que caracterizará la estética pucciniana: inspiración francesa en la utilización de danzas e influencia de Wagner, claramente propiciada por la asistencia del maestro a las representaciones de Tristan und Isolde en Bayreuth.

Puccini en una fotografía de la época
La Bohème, no es solo una de las obras más admiradas de Puccini, sino también de todo el repertorio operístico, y forma parte junto a Tosca y Madama Butterfly de la conocida como trilogía verista pucciniana. Estrenada en el Teatro Regio de Turín en 1896 con libreto de Giuseppe Giacosa y Luigi Illica –autores, asimismo, de los textos operísticos de Manon Lescaut, Tosca y Madama Butterfly–, se basa en la novela Scènes de la vie de Bohème de Louis Henri Murger, y en el drama La Vie de Bohème, también de Murger y Théodore Barrière. Al igual que en la novela, la ópera pucciniana se divide en cuatro partes que describen con gran realismo diferentes escenas costumbristas y pintorescas de unos jóvenes artistas parisinos, pobres y liberales arquetipos de la bohemia romántica y del movimiento conocido como scapigliatura: un poeta, un pintor, un músico, un filósofo, una costurera y una cantante que se buscan la vida. Tal y como acordó la Santísima Trinidad –que era como el editor Ricordi llamaba burlescamente al trío formado por Puccini, Illica y Giacosa–, el texto se articulaba en la forma definida como transcompuesta, de narrativa continua, sin descansos entre los actos y con las escenas hábilmente unidas para no interrumpir el hilo dramático. Cada uno de los episodios presenta una orquestación particular, acorde con la imagen descrita. Si con Manon Lescaut Puccini había logrado una estructura musical sin fisuras, con La Bohème alcanzará su objetivo de tejer un hilo dramático sonoro continuo en el que las diferentes escenas y arias jamás detienen el avance orquestal.
El retrato musical de la psicología de los protagonistas combina hábilmente lo pintoresco y lo sublime, como si se tratara de una tragicomedia sonora que se transforma en drama sin solución al precipitarse la muerte de la protagonista. A Rodolfo, poeta soñador de temperamento sensible y enamoradizo, le corresponde una música de fogoso lirismo; la delicada Mimì, joven modista tísica, frágil y vulnerable, es definida con un arco de fraseo de delicada melancolía, que representa el candor de su carácter y una juvenil frescura empañada por la sombra de la muerte prematura. El verismo de Puccini se reconoce por un canto natural y flexible que aprovecha las inflexiones del idioma italiano y sus múltiples recursos expresivos. Las influencias francesas en la orquestación, con ciertas reminiscencias de Carmen de Bizet, o el uso del Leitmotiv wagneriano para asegurar la concordancia narrativa y del melodismo verdiano a la hora de retratar la psicología de los personajes, dan a la obra un carácter universal. Uno de los aspectos veristas empleados por Puccini es el modo en que la instrumentación retrata la atmósfera de la ciudad, que mucho debe a los impresionistas franceses, y que recoge el relevo de los últimos románticos, además de Wagner. La gran novedad de La Bohème reside en lo que Puccini definía como le piccole cose, esos pequeños detalles que forman parte de lo cotidiano y que logran que el espectador se identifique con ellos: a pesar de que los protagonistas no son héroes ni personajes legendarios y de la banalidad de las situaciones, Puccini convierte el argumento en conmovedora historia universal con la que todo espectador se identifica. Desde el plano sonoro, momentos memorables como las arias “Che gelida manina” y “Sì, mi chiamano Mimì” o el dúo “O soave fanciulla”, además del final que describe la agonía y muerte de Mimì –con la orquesta que se va apagando poco a poco al igual que los últimos suspiros de la chica–, ya forman parte de la memoria musical colectiva.
Drama musical en tres actos con libreto de Giacosa e Illica inspirado en el drama La Tosca de Victorien Sardou, Tosca está considerada la más verista de las óperas puccinianas, a pesar de estar contextualizada en las guerras napoleónicas de 1800, un siglo exacto anterior a la fecha del estreno. En esta popular ópera se respira el realismo crudo y salvaje de los autores que creyeron en el realismo como medio de expresión teatral en la ópera, pero Puccini da un paso más allá logrando una densidad dramática de compleja carga emocional, que además alcanza un sorprendente equilibrio en cuanto a texto y música. El marco en el que se desarrolla la acción sirve como denuncia política y religiosa atemporal de todo tipo de regímenes fascistas y opresores. Puccini perfila retratos psicológicos de sorprendente espontaneidad con personajes que cuentan con breves motivos melódicos reconocibles en cuanto aparecen en escena, como sucede con los siniestros acordes que acompañan al malvado Scarpia, y que sitúan al oyente en un contexto histórico de funesto sadismo.
El maestro aprovechó la excelente dramatización del libreto para configurar una ópera de ritmo vertiginoso, con una sorprendente continuidad del discurso musical apenas interrumpido por unas pocas arias utilizadas como recurso de eficaz dramaturgia. Como ejemplo está “Recondita armonia” en la que se alterna la reflexión de Mario con el recitativo del Sacristán. El grandioso Te Deum con el que finaliza el primer acto recrea una atmósfera sonora de angustioso dramatismo. Para dar mayor realismo a la contextualización, Puccini investigó sobre el uso concreto del Te Deum en la tradición romana, así como el sonido exacto de la campana de San Pedro de El Vaticano, tal y como se debía escuchar desde el castillo de Sant’ Angelo en el que se desarrolla el tercer acto. La máxima tensión aparece en el segundo acto, en el cual el trasfondo político sirve como excusa para precipitar el desenlace final en una atmósfera asfixiante sin igual en toda la producción operística.
Dueño de una increíble capacidad para conmover al oyente, Puccini incluyó en Tosca dos de las arias más queridas de todos los tiempos: “Vissi d’arte” y “E lucevan le stelle”, resumiendo ambas no solo el carácter de los protagonistas, sino también el sello del maestro de Lucca. Tosca, desesperada por tener que entregarse al pérfido Scarpia para salvar a Mario, ejecuta una oración que se convierte en una conmovedora súplica a un Dios que parece haberla abandonado cuando más lo necesita. El patetismo musical y dramático, la lucha entre la mujer enamorada y la que desea venganza, y el contraste de todos los sentimientos contradictorios que afligen a la protagonista –potenciados por la tensión vivida en el enfrentamiento con Scarpia–, se catalizan en “Vissi d’arte” como punto álgido y liberador de la impotencia acumulada desde los primeros compases. Pero sin lugar a dudas, el momento más conmovedor de Tosca aparece en el tercer acto, cuando el carcelero anuncia a Mario su inminente ejecución y el pintor escribe desesperadamente una de las despedidas más hermosas de la lírica, “E lucevan le stelle”, hoy un símbolo musical de la injusticia. El melancólico solo de clarinete –que anuncia el tema principal del aria–, introduce al espectador de forma directa en el drama del protagonista, solo ante la muerte, consciente de que no podrá volver a gozar del amor, y despidiéndose para siempre de los dulces momentos vividos. El patetismo del arco de fraseo, las figuras musicales utilizadas para exaltar el dramatismo del texto y la incontestable belleza de la pieza, la convierten en patrimonio universal. El crudo realismo de Tosca marcó un nuevo capítulo en la ópera, que influirá en creaciones posteriores como Salome de Richard Strauss o Wozzeck de Alban Berg.– ÓA
* Verónica MAYNÉS es musicóloga, pianista, profesora y crítica musical