Historia de la Ópera / Zarzuela
ÓA 202. Historia de la Ópera IX. El bel canto romántico
La historia y los protagonistas del género
Con el siglo XIX cambia el rumbo de la historia operística. Si la consigna de la ilustración fue la educación y la naturalidad, la del romanticismo será la libertad, la expresión sentimental, el individualismo subjetivo y la originalidad. Esta nueva perspectiva propiciará el nacimiento de estilos muy diversificados, primero en Italia, después en Francia y Alemania y más tarde en el resto de Europa. Rossini, Bellini y Donizetti, los reyes del bel canto romántico, serán los primeros en marcar el nuevo camino.
La historia de la ópera sufrió un giro espectacular con la llegada de Gioachino (o Gioacchino) Antonio Rossini (Pésaro, 1792 – París, 1868). Siguiendo la estela de Pergolesi, Cimarosa y Mozart, el Cisne de Pésaro actuó de eslabón operístico entre los siglos XVIII y XIX, aprovechando los recursos melodramáticos del pasado y abriendo un nuevo capítulo que marcó irremediablemente a las posteriores generaciones. Rossini despojó a la ópera seria de su carácter artificiosamente irreal, y le otorgó un halo de naturalidad y espontaneidad desconocidos hasta la fecha.
El italiano fue uno de los compositores más prolíficos de su tiempo, llegando a escribir unas cuarenta óperas y haciéndolo a un ritmo acelerado: en solo seis años llegó a publicar diecisiete títulos; a los treinta y siete, ya era el rey indiscutible de la ópera bufa y seria y decidió retirarse a disfrutar de la fortuna acumulada. Rossini renovó la dramaturgia creando un lenguaje sonoro dinámico, flexible, de ritmos chispeantes y bellísimo lirismo vocal, otorgándole a la orquesta un protagonismo único a la hora de describir situaciones y estados de ánimo.
Con sólo 21 años escribió L’inganno felice, L’Italiana in Algeri y Tancredi, obras con las que cambió el curso del melodrama semiserio, giocoso y serio. El genio italiano tendió un puente entre la ópera seria y reflexiva y la comedia lírica, dos mundos que hasta entonces parecían irreconciliables y que bajo su dominio incorporan importantes novedades: la supresión del recitativo secco y el acercamiento entre recitativo y aria como apoyo al desarrollo dramático y también a la contemplación sentimental. Además, la escritura orquestal rossiniana presenta una inusitada riqueza tímbrica, y una diversidad rítmica y originalidad instrumental sin parangón en toda la historia del género.

Gioachino Rossini
Sirva de ejemplo Il barbiere di Siviglia (1816), uno de los hitos de su catálogo y de toda la ópera en general. Escrita en tres semanas –para lo que el autor no dudó en autoplagiarse–, la obra cuenta con elementos que condicionarán el desarrollo ulterior de la ópera bufa: el staccato, notas cortas emitidas de forma veloz y seca; el canto sillabato, especie de trabalenguas sonoro; un ritmo orquestal –y vocal– vertiginoso que no da tregua al aburrimiento; un canto de coloratura chispeante, sin olvidar el famoso crescendo rossiniano. Esta ingeniosa técnica consiste en repetir una fórmula melódica y rítmica con pocos instrumentos, añadiéndose progresivamente otros hasta conseguir un aumento de la sonoridad por crecimiento de la masa instrumental y no por aumentar el volumen en las dinámicas de sonido. Como muestra, el aria “La calunnia è un venticello”, en la cual la orquesta describe magistralmente los progresivos efectos de una calumnia, desde que empieza casi desapercibida, hasta que provoca la destrucción social del calumniado.

Vincenzo Bellini
Por carácter y soluciones, en las antípodas de Rossini se encuentra la obra Vincenzo Bellini (Catania, 1801-Puteaux, 1835). Si para el primero el humor fue un elemento casi constante en su producción, en el segundo aparece en contadas ocasiones. De espíritu melancólico, envidioso y pesimista, con su docena de óperas Bellini aportó al género un melodismo conmovedor que influyó de Verdi a Wagner y a compositores no operísticos como Chopin. Este último quedó impresionado por la belleza melódica del italiano y no solo transcribió al piano la gracilidad e inspiración de las melodías bellinianas, sino que también lo citó musicalmente: el Estudio Opus 25 Nº 7, está inspirado en el arioso “Teneri figli”, de la ópera Norma de Bellini, un auténtico hit de la época. En su deseo de retratar con la mayor profundidad a sus personajes y que lleguen al público, el italiano buscó un canto de melancólico lirismo, uniendo el drama y la música con una melodía que se adapta simbióticamente al texto, de forma asombrosamente natural. Considerado como el gran melodista operístico, Bellini creó melodías extáticas que parecen surgir de la nada y flotar en el aire con una belleza perturbadora, consiguiendo que el oyente se identifique absolutamente con el trágico devenir de los protagonistas.
Muestra de ello es el aria “Casta diva”, una de las cumbres bellinianas que precisa de un absoluto dominio del fiato, del legato, y de la expresividad para reproducir adecuado arco de fraseo con la belleza que se merece. Verdi dijo que las melodías bellinianas eran “largas, largas, largas”, como nadie las había hecho antes. A partir de Bellini, el lirismo melódico sufrirá un cambio radical que marcará tendencia y que aportará un realismo a la expresión dramática.

Gaetano Donizetti
Aunque en ocasiones se relaciona históricamente al bel canto con el estilo vocal de Rossini, Bellini y Donizetti, esta palabra contiene variedad de significados. En general, se podría considerar como el ideal de belleza canora en cada época y estilo, lo que abarcaría tanto el reinado de los castrati como el primer romanticismo. Los principales rasgos del bel canto incluyen un perfecto dominio de la respiración y del legato, un gran virtuosismo para las agilidades y la ornamentación, facilidad en el registro agudo, belleza de fraseo, gran expresividad y una amplia paleta de dinámicas sonoras que permita contrastar los piani y los forti, es decir, las sonoridades suaves con las de gran proyección.– ÓA* Verónica MAYNÉS es musicóloga, pianista, profesora y crítica musical