Historia de la Ópera / Zarzuela

ÓA 197. Historia de la Ópera IV. De Venecia a Nápoles

La inauguración en Venecia del primer teatro operístico público, en 1637, señala el comienzo de una nueva era para el género

01 / 12 / 2016 - Verónica MAYNÉS* - Tiempo de lectura: 6 min

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Scarlatti La soprano Chelsea Morris y el tenor Karim Sulayman en una escena de 'Gli Equivoci nel Sembiante' de Scarlatti en la Haymarket Opera Company de Chicago © Haymarket Opera Company / Elliot MANDEL
Scarlatti La soprano Chelsea Morris y el tenor Karim Sulayman en una escena de 'Gli Equivoci nel Sembiante' de Scarlatti en la Haymarket Opera Company de Chicago © Haymarket Opera Company / Elliot MANDEL

La inauguración en Venecia del primer teatro operístico público, en 1637, señala el comienzo de una nueva era para el género. La ciudad de los canales dominará el panorama musical durante varios decenios, marcando pautas que imitarán otras ciudades. Sin embargo, hacia finales del siglo XVII, Nápoles coge el relevo de La Serenissima y provoca la gestación del género operístico de mayor trascendencia durante la primera mitad del siglo XVIII: la ópera seria.

De Florencia a Mantua. Y más tarde a Venecia, Roma y Nápoles. En el transcurso del siglo XVII, el nuevo género de la ópera paulatinamente va ganando posiciones en las ciudades más importantes de Italia. La ciudad de los canales, sin embargo, da un paso de gigante al albergar el primer coliseo operístico público, el Teatro San Cassiano (o di San Cassiano) inaugurado en 1637, abriendo el flamante formato músico-teatral de la corte al pueblo.

De Venecia a Roma

El aria es el momento para la expresión individual de sentimientos, oasis personal en el que el tiempo se detiene, y en el cual la música adquiere la máxima relevancia

A finales del Seicento (siglo XVII), los libretos venecianos ya nada tenían que ver con los ideales estéticos de la Camerata fiorentina. La presencia de gran número de personajes, la diversidad de tramas paralelas, la complicación de las intrigas y la inclusión de elementos cómicos habían ido restando tensión dramática a la ópera, desestructurando la claridad argumental. La pérdida de las unidades dramáticas que Aristóteles había propuesto en su Poética –de tiempo, lugar, acción y personaje–, hacía peligrar el lógico devenir de la tragedia.

Roma, por su parte, mostraba un interés especial por los temas religiosos alegóricos y mitológicos, en los que no había espacio para la comicidad, con menor número de personajes que aportaban un carácter moralizante a la trama, y una intriga de fácil resolución. Los libretos romanos evolucionaban de manera significativa, provocando los consecuentes cambios en la música: la ópera es ya una sucesión de recitativos y arias, delimitados expresamente para cumplir funciones muy diferenciadas.

En el recitativo –silábico y más cercano al habla– se desarrolla la trama literaria. La música cede protagonismo al teatro y se utilizan pocos elementos sonoros para que la acción teatral se exponga de forma clara y estructurada. El aria es el momento para la expresión individual de sentimientos, oasis personal en el que el tiempo se detiene, y en el cual la música adquiere la máxima relevancia. El solista muestra todas sus virtudes interpretativas, con margen para la improvisación y pudiendo describir un amplio registro de sentimientos que contribuyen a perfilar la psicología de su personaje. Además, en Roma residía un compositor que iba a cambiar de forma decisiva el curso de la ópera: Alessandro Scarlatti (Palermo, 1660 – Nápoles, 1725); se había formado en esa ciudad, estrenando sus primeras óperas para el cenáculo de aristócratas que se congregaba en torno a Cristina de Suecia. En 1679 el compositor alcanza un gran éxito con la presentación de su ópera Gli equivoci nel sembiante, lo que le supuso el título de maestro de capilla de la reina. En contraposición a la ópera veneciana, la de Scarlatti presenta solo cuatro personajes que se mueven en un único escenario en el que se desarrolla una sencilla trama. Además la obra cuenta con numerosas arias que permiten exponer los diferentes estados emocionales de los personajes.

 

La ópera seria

Alessandro Scarlatti

Sin embargo no será en Roma sino en Nápoles donde se producirá el cambio más significativo de la época en el terreno operístico. En su deseo de reorganizar el material sonoro teatral, los libretistas napolitanos buscaban argumentos en los que la música pudiera seguir un discurso fluido y lógico, y en los que la expresión de los sentimientos tomara protagonismo. La belleza natural de la canción napolitana aportará un lirismo extraordinario a los pentagramas: el aria adquirirá todavía mayor protagonismo, siendo el elemento indispensable para la plasmación de las emociones. Scarlatti se había trasladado a Nápoles, ciudad en la que había sido nombrado maestro de capilla al servicio de la corte en 1684, donde ofrecerá sus servicios hasta 1702. En esta fecha el compositor abandona la ciudad y se traslada a Roma, donde contacta con el cardenal Pietro Ottoboni, protector de la Accademia degli Arcadi, cuyos eruditos integrantes defendían una reforma de las artes que apelaba a la simplicidad. Scarlatti se adscribe al movimiento reformista neoclásico con Mitridate Eupatore (1707), ópera estrenada en Venecia que excluye personajes cómicos y presenta una excepcional carga expresiva musical.

En 1708 el compositor regresa a Nápoles donde recupera el cargo de maestro de capilla de la corte. En la ciudad del Vesubio la ópera gozaba de una importante presencia como espectáculo totalmente integrado en la vida social. Libretistas y compositores, la llamada Escuela Napolitana con Scarlatti a la cabeza, aunarán esfuerzos para restaurar el género operístico, produciéndose una reforma que establecerá pautas estructurales, buscará la simplicidad, recuperará las unidades clásicas, y pondrá límites entre lo cómico y lo trágico. La ópera seria –término que se usará en el siglo XVIII para diferenciarla de la ópera cómica– excluirá los personajes bufos y adoptará una estructura muy tipificada: división en tres actos; pocos personajes, de carácter noble y lenguaje elevado; dilema del protagonista –habitualmente un monarca– para elegir entre el deber y la propia felicidad; desarrollo de la acción en el recitativo; expresión de las emociones más genuinas en las arias, que adquieren la forma del da capo –con repetición de la primera parte–, y se cantan al final de las escenas; si hay coro, se sitúa al final de la obra y cantado por los protagonistas.

La repercusión de esta restauración operística alcanzará proporciones universales que condicionarán de forma absoluta y definitiva el ulterior desarrollo del género. – ÓA