Historia de la Ópera
ÓA 194. Historia de la Ópera I. Los albores del género
La historia y los protagonistas del género
De todos los géneros musicales, la ópera es el que más pasiones ha desatado a lo largo de sus más de cuatrocientos años de existencia. Gracias a la capacidad visionaria de ciertos compositores, el género operístico ha evolucionado de forma extraordinaria, condicionado por la situación socio política de cada época, por los postulados de los diferentes movimientos artísticos, y por el gusto del público. ÓPERA ACTUAL ofrece, a partir de este número y en varias ediciones, un viaje a través del tiempo y del espacio por el fascinante mundo de la ópera, recorriendo su historia y conociendo a sus protagonistas. Bienvenidos.
La ópera fascina y encanta. Está de moda desde hace décadas en todo el mundo. A pesar de tratarse de un espectáculo eminentemente teatral, en los últimos años también ha ido conquistando nuevos espacios y ahora se retransmite a cines y por televisión, se puede ver por internet, en plataformas que transmiten espectáculos por streaming en directo o diferido.
Las propuestas escénicas de teatros de prestigio como la Royal Opera House del Covent Garden de Londres, el Metropolitan de Nueva York, la Opéra National de París, La Scala de Milán, el Gran Teatre del Liceu de Barcelona, el Teatro Real de Madrid, la Bayerische Staatsoper de Múnich, el Teatro Colón de Buenos Aires o el Municipal de Santiago de Chile trascienden sus paredes para llegar a un público global desperdigado por todo el mundo. España no es ajena a este fenómeno, liderando una de las revoluciones más impresionantes respecto del género, con un crecimiento imparable desde hace casi treinta años. Ahora el mercado operístico crece con la construcción de nuevos teatros en Oriente, como sucede en China o en los países árabes, con el China National Centre for the Performing Arts de Pequín o la Royal Opera House de Mascate, en el Sultanato de Omán, como pioneros en la introducción de este arte escénico en unas sociedades que lo desconocían por completo. Es la realidad actual de una apasionante historia que se arrastra por más de cuatro siglos y que ha conseguido calar muy profundamente en la sociedad.
La voz humana

'L’Orfeo', del compositor italiano Claudio Monteverdi, es una de las primeras óperas de la historia y sigue manteniéndose en el repertorio. En la imagen, un montaje de la obra en el antiguo Liceu barcelonés firmada por Gilbert Deflo, con Jordi Savall a la batuta
Tipos de voces
Existen diferentes tipos de voces. El primer intento de clasificación vocal se traslada al siglo I, cuando Quintiliano ordena la voz según la cantidad –grande, mediana o pequeña–, o según la calidad, pudiendo ser clara, sombría, dulce, áspera, flexible, dura o sonora. El reinado de la música coral renacentista dio lugar a una clasificación más concreta, distinguiéndose entre voces masculinas –tenor y bajo–, y femeninas –superius y contralto–, categorías que incluían subdivisiones. En el siglo XVIII los compositores ya distinguen entre tenores, barítonos y bajos, y sopranos, mezzosopranos y contraltos, consolidándose esta como la clasificación más común en la ópera italiana.
Pero en los albores del XIX esta clasificación resulta insuficiente por los nuevos repertorios y el paulatino aumento de la masa orquestal; por ello pronto nacerán nuevas subdivisiones hasta llegar a la actualidad, basándose en parámetros que no siempre permiten establecer una delimitación precisa. Una soprano dramática, por ejemplo, suele haber iniciado su carrera como soprano lírica. Además, determinados papeles pueden ser ambiguos: Don Giovanni lo puede interpretar un bajo o un barítono; en Werther, Charlotte puede ser afrontada por soprano o mezzosoprano. Todo dependerá de la amplitud del registro del o la intérprete.

Con las ambiciosas ideas estéticas del alemán Richard Wagner, la ópera alcanza uno de los puntos álgidos de su trayectoria como forma músico-teatral. En la imagen, una escena de una de los óperas que integran su Tetralogía 'Der Ring des Nibelungen', en la Ópera de Seattle, templo wagneriano estadounidense
Pero si la clasificación básica comienza por la simple distinción entre voces masculinas y femeninas, esta se amplía en diferentes direcciones que no siempre son categorías taxativas: por tesitura, timbre, intensidad y estilo. La tesitura –del italiano tessitura, tejido o tramo– divide la voz en aguda, media y grave, es decir, la zona de la extensión vocal de un cantante en la que se mueve con comodidad y plenitud. Cada tipo vocal presenta unas características ligadas a aspectos físicos –como la dimensión de las cuerdas vocales o la morfología del cuerpo– y a otros como la propia tesitura o el repertorio que afronta habitualmente.
Las condiciones a tener en cuenta en la clasificación por el timbre –que sería la cualidad particular que lo hace diferente de otras voces–, dependen del espesor, el volumen o proyección y el vibrato. Es por ello que la clasificación según el timbre está directamente ligada al estilo, ya que ambos aspectos tienen en cuenta las posibilidades expresivas del cantante, que nace con unas determinadas aptitudes naturales, un timbre, una tesitura y una intensidad –o potencia vocal– concretas.
La clasificación por estilo es la que conlleva un mayor subjetivismo, puesto que depende no solo del timbre, la intensidad y la tesitura, sino también de factores sociológicos y educacionales, como la formación académica, el repertorio en el que se ha especializado el cantante, las circunstancias profesionales o la preferencia hacia un autor concreto. La especialización vocal ha llegado hoy a su mayor diversificación, lo que ha dado lugar a múltiples clasificaciones. Solo por citar la cuerda de soprano, existen la de coloratura, ligera, lírico-ligera, lírica, lírico-spinto, dramática de coloratura o agilidad y dramática, a las que se unen las denominaciones francesas soubrette y falcon.

Retrato del compositor Claudio Monteverdi
Otro de los factores históricos que ha marcado al cantante –al margen de sus cualidades innatas para el arte de la lírica– es su lengua materna y la tradición académica en la que se ha formado. La primera escuela de canto fue la italiana. La ópera y el bel canto nacieron en Italia, patria que atesora un idioma ya de por sí musical, de sonidos claros y articulación nítida y abierta, que ha buscado en el arte canoro la fusión entre la comprensión de los textos, la belleza de fraseo y el virtuosismo vocal. Ya Monteverdi –quien en su momento fue criticado por sus osadías musicales– investigó la forma sonora ideal para la palabra, hallando la simbiosis entre texto y música para reflejar las emociones más conmovedoras del ser humano. Al músico cremonés le importaba sobremanera el aspecto teatral: para su segunda ópera, L’Arianna (Mantua, 1608), cuando la cantante que debía interpretar a la protagonista enfermó, contrató una actriz como sustituta. Tras la consolidación del género en el período barroco y después del reinado de los grandes castrati famosos por su pirotecnia vocal, en Italia, la cuna del operismo la voz llegó a su plenitud expresiva en el bel canto romántico, adquiriendo la melodía –con autores como Bellini, Rossini, Donizetti o Verdi– una creciente vena dramática, recuperando el realismo y la naturalidad con los representantes del verismo décadas más tarde, con Puccini, Giordano, Leoncavallo o Mascagni.
Cada geografía desarrolló una particular escuela de canto ligada a las propiedades idiomáticas y a su tradición musical. Francia, con su idioma principalmente nasal, mimó la comprensión de los textos y buscó su perfecta dicción, apartándose de la tendencia melódica italiana. Los autores franceses escriben para un público diferente al italiano, tratando la voz con un lirismo distinto, refinado y elegante, pero sin la carga dramática y la voluptuosidad teatral de los italianos. El alemán es un idioma eminentemente gutural, que obliga a adaptarse a las incomodidades físicas de sus consonantes. Aunque tanto Gluck como Mozart se formaron en la escuela italiana, ambos marcaron el punto de partida de la ópera alemana, la cual supone un hito en la historia musical al abandonar el italiano como lengua operística para cambiar su curso después de Fidelio (1805, rev. 1806 y 1814) de Beethoven y, sobre todo, de Der Freischütz (1821), de Webern, considerada como la primera ópera verdaderamente germánica (a pesar de Mozart).