ENTREVISTAS
Virginia Martínez: “Desde el primer momento me fascinó el lenguaje de las manos”
A los 13 años se puso por primera vez al frente de una formación coral en su Molina de Segura natal, y con 19 partió hacia Viena para formarse en dirección orquestal. Hoy es titular de la Sinfónica de la Región de Murcia y alterna su actividad en el campo instrumental con la ópera y la zarzuela. Este mes inaugura el XXX Festival de Teatro Lírico Español de Oviedo (Ver web) al mando de Pan y toros en la producción creada por Juan Echanove (Ver crítica del estreno en Madrid). Sobre este proyecto y sobre su pasión por la gestualidad y la voz versa esta conversación con ÓPERA ACTUAL.
Por Antoni COLOMER
Mi primer contacto con Pan y toros fue hace muchos años, cuando se representó en Murcia. Musicalmente posee un estilo distinto a zarzuelas como La del manojo de rosas o Entre Sevilla y Triana de Sorozábal, que dirigí anteriormente también en Oviedo. Esta obra de Barbieri pertenece al siglo XIX, contiene una mirada al pasado, al estilo dieciochesco y al tipo de instrumentación de esa época. En cambio, por el modo de instrumentar y por el tratamiento de las voces, diría que Sorozábal es casi un compositor del siglo XXI. En ese sentido, se trata de dos lenguajes absolutamente distintos.
A veces se critica el apartado orquestal de algunas zarzuelas, pero hay que tener en cuenta que los autores se adaptaban al conjunto instrumental y al espacio del que disponían, que a menudo no era muy amplio. Por ese motivo, en muchos casos solo cuentan con un oboe o un fagot y de ahí que, a veces, el resultado sonoro se resienta un poco porque no encontramos esa alfombra de sonido que brinda una instrumentación más generosa. Pero por otro lado hay zarzuelas como Doña Francisquita con una orquestación absolutamente operística.
Cuando estudiaba cuarto de solfeo mi profesora, en una actividad extraescolar, nos llevó a un aula y recuerdo que nos puso un vídeo VHS en blanco y negro con un sonido horroroso. Era La flauta mágica de Mozart. Fue mi primer contacto con la ópera y quedé absoluta e inmediatamente fascinada por ese lenguaje musical. Siempre digo que en mi vida he tenido dos flechazos: uno fue con mi marido y el otro con La flauta mágica. Si pudiese elegir una ópera para dirigir, no hace falta que insista en cuál sería…
Mi formación musical es inicialmente coral. Mi tía Pilar era directora de coro y empecé cantando con ella. Recuerdo que desde el primer momento me fascinó el lenguaje de las manos, cómo ella dirigía sin hablar. A los trece años empecé a hacer lo mismo con mis compañeros y amigos. Fue el inicio de mi vocación por la dirección, al principio coral. Más tarde asistí a un concierto donde Riccardo Chailly interpretó la Sinfonía Titán de Mahler y quedé deslumbrada por la cantidad de sonidos y colores que era capaz de extraer. ¡Yo quería hacer lo mismo!
La gestualidad del director condiciona decisivamente el sonido de la orquesta y es distinto cuando trabajas en el campo sinfónico o en el operístico. En el primer caso el gesto es más horizontal, en cambio cuando debes estar pendiente del foso y del escenario necesariamente la posición de los brazos es más alta. Pero el gesto no es el único factor, también la mirada del director condiciona –o debería condicionar– la expresividad de una orquesta o de un cantante.
Mi experiencia en el mundo coral me ha aportado un bagaje importante a la hora de dirigir cantantes, tanto en el campo operístico como en el sinfónico-coral. Siempre me preguntan si también soy cantante, no precisamente por mi técnica vocal, sino por la conexión que establezco con ellos en cuanto a respiración, a la línea expresiva. Por eso, cuando hago ópera o zarzuela, disfruto como una niña. ¡Ojalá pueda hacer mucha más en el futuro! ÓA