ENTREVISTAS
Sylvia Sass: "Solo he querido servir a la música y al arte"
Artista de alta intensidad interpretativa, la soprano húngara Sylvia Sass, que el 12 de julio cumple 70 años y cinco décadas de trayectoria artística, hoy ya es una leyenda, y entre los años 1976 y 1995 fue una incandescente estrella de la ópera. Tras su retiro de los escenarios se ha dedicado a los recitales, a la enseñanza y también a escribir y pintar.
Su voz sirvió a música muy diversa: cantó prácticamente todo Puccini (incluidas las tan distintas Suor Angelica y Turandot), doce óperas de Verdi, fue Juliette (Gounod) y Fedora (Giordano), y también vivieron en ella las mozartianas Condesa, Fiordiligi, Donna Anna, Donna Elvira y Elettra; las wagnerianas Freia, Gutrune y Eva, y la straussiana Salome, uno de sus roles favoritos junto a Lady Macbeth y Medea. Cincuenta personajes, incluidas Santuzza, Nedda, Adriana Lecouvreur y Carmen (terminó su carrera con el papel titular de esta ópera y la inició en 1971, con Frasquita). También protagonizó títulos prácticamente desconocidos, como Mózes, de Zsolt Durkó; Sámson, de Sandor Szokolay; Hunyadi László, de Ferenc Erkel, y Belfagor, de Ottorino Respighi. Su grabación de El castillo de Barba Azul, de Bela Bartók, dirigido por Georg Solti para Decca, es una referencia. Tal vez alguna vez La Fenice de Venecia y el Teatro Sociale de Mantua se decidan a publicar las versiones en vivo de dos roles en los que Sylvia Sass descolló como actriz y como cantante: la dicilísima Grete de Der ferne Klang, de Franz Schreker, y la temible Dogaressa vedova Gradeniga de Sogno d’un tramonto d’autunno en el estreno absoluto de la ópera de Gian Francesco Malipiero. No se puede olvidar su trabajo en el ámbito del Lied. Schumann y Schubert fueron habituales desde sus inicios, pero su legado en este repertorio sobresale en los Wesendonck Lieder (Wagner) y en los Vier Letzte Lieder (Strauss), ambos en registros comerciales, y en el premiado recital con canciones de Liszt y Bartók que grabó para Decca junto al pianista András Schiff. Sus grabaciones operísticas son muchas, pero destacan Medea, I Lombardi, Ernani, Attila y Macbeth, para Hungaroton; sus dos discos de arias para Decca (Presenting Sylvia Sass y Dramatic Coloratura), y el primer registro comercial de Stiffelio (Verdi), para Philips. Todos ellos bajo la dirección de Lamberto Gardelli. «Cuando entraba a escena, olvidaba todo y corría por el escenario; a veces es preferible que el fuego te consuma», dice Sylvia Sass y con ello da cuenta del ímpetu con que realizó su carrera.
Tras su debut en el Covent Garden de Londres, en 1976, junto a Josep Carreras y con 24 años, la artista fue lanzada al estrellato y, desde entonces, se convirtió en figura requerida por los más grandes escenarios. La sostenían su voz oscura, que se refugiaba en un centro ancho; habilidad para matizar; un pianísimo expresivo; gran talento de actriz, y una belleza física inhabitual en el mundo de la ópera.
Juan Antonio MUÑOZ: De las puestas en escena en las que ha participado, ¿cuáles recuerda con especial afecto?
Sylvia SASS: La producción de Jorge Lavelli en el Festival de Aix-en Provence (1976), una Traviata muy innovadora, pero también con mucho respeto por la tradición. También me gustó la régie de Giancarlo Cobelli para Tosca, en Bologna (1983). Y no olvidaré nunca la Tosca de Hugo de Ana en Santiago de Chile, en 1984. En el tercer acto, él develaba su idea de libertad: la enorme reja de la cárcel desaparecía al entrar Tosca a escena. En esa ocasión, Scarpia fue Matteo Manuguerra, un compañero de escena de gran generosidad, además de excelente artista.
J. A. M.: ¿El Teatro alla Scala fue importante para usted?
S. S.: Por supuesto. Cantar ahí es un sueño para todo cantante de ópera. Debuté en Manon Lescaut, junto a Plácido Domingo y bajo la dirección de Georges Prêtre, en 1978. El público italiano es maravilloso. Lo pude palpar en Turín, en Roma, Bolonia, Venecia, Mantua, Palermo… A La Scala después volví para Giorgetta de Il Tabarro, y en medio de esas funciones el maestro Gianandrea Gavazzeni me pidió hacer también Suor Angelica, que tuve que aprenderme en muy pocos días mientras cantaba Giorgetta.
J. A. M: También Covent Garden fue un sitio habitual en sus primeros años de carrera.
S. S.: Así es. Canté Giselda en I Lombardi, con Josep Carreras, en 1976 y el éxito fue enorme. Regresé luego para Traviata (con Alfredo Kraus y Renato Bruson), Don Carlo (con Vasile Moldoveanu, Elisabeth Connell, Renato Bruson y Boris Christoff), Un ballo in maschera (con Carreras) y también hice ahí Norma, con Agnes Baltsa como Adalgisa y Charles Craig como Pollione, quien había sido mi Otello en Glasgow en una de mis primeras salidas fuera de Hungría. Canté mucho en Londres, y no solo en Covent Garden. Recuerdo con especial cariño el Requiem de Verdi en el Royal Albert Hall; Turandot en el Barbican Centre, en el estreno en Londres de la versión completa de Franco Alfano, y Frauenliebe und Leben en Wigmore Hall.
J. A. M.: A su juicio, ¿qué roles de los que ha cantado es el que está mejor construido en lo dramático?
S. S.: Si observo toda la ópera, creo que Tosca (Puccini). Normalmente, quienes la cantamos nos sentimos muy próximas a este personaje. Yo no soy la excepción: me siento identificada con ella y con todo lo que ella realiza. Ella es débil, por supuesto, pero quién no lo es un momento así… Lo único que yo no haría sería matar a alguien. Es un personaje que representa todo lo que es una mujer: sensual, ingenua, fuerte a veces, celosa ¡y es una cantante lírica! Estoy muy orgullosa de haber sido dos años seguidos la Tosca de Roma, en las Termas de Caracalla. Con Tosca debuté en el Met de Nueva York, otra vez con Carreras. Como personajes son también extraordinarios Medea y Lady Macbeth, ambos espíritus de mucha intención. Si me pregunta por los roles que he sentido más cercanos a mi corazón, tendría que nombrar a Violetta, Lady Macbeth y Tosca.
J. A. M.: En sus memorias, en el capítulo dedicado a Lady Macbeth y titulado A la sombra del trono, reflexiona acerca de cómo fue descubriendo aspectos diversos del complejo personaje de Shakespeare y explica que cada nueva producción y la forma en que los distintos barítonos comprendían el personaje de Macbeth la hacían reaccionar en escena de manera diversa.
S.S.: Es así. Cada barítono y cada régisseur traen una nueva visión del drama y construye un nuevo mundo. Cambiaban los trajes y las luces y también se transformaba la relación tan profunda de esta pareja ambiciosa. Hay una comunicación muy fuerte entre Macbeth y su mujer, de manera que lo que haga el barítono también importa mucho y puede hacer variar tu trabajo. Y viceversa, por supuesto. Lo hice con grandes intérpretes: Bruson, Cappuccilli, Silvano Carroli, Franz Grundheber, Justino Díaz…Todos diferentes.
J. A. M.: Su primera Lady fue en Turín en 1977, con Renato Bruson, y esa versión, que se transmitió en directo por la RAI, es hoy considerada de antología.
S. S.: Él es uno de los más grandes artistas del bel canto. La régie estaba encomendada a András Mikó, quien en los años setenta me enseñó interpretación en la Academia de Música de Budapest. Conocía ya su método y sus palabras cuando guiaba a los artistas: «Piensa solo con el alma de tu personaje; sus pensamientos deben guiar todos tus gestos». Es lo que transmito también a mis alumnos.
J. A. M.: En su libro Encantada por los ángeles (Az angyalok bûvöletében, Ursus Libris, 2011) recuerda con especial dedicación cómo fue interpretar este rol en Santiago de Chile, en 1985.

Como Lady Macbeth en el Municipal de Santiago de Chile
S. S.: Fue un gran desafío. Este espectáculo me inspiró mucho: el mundo oscuro creado por Pier Luigi Samaritani y sus efectos de luces eran como las misteriosas sombras de los difuntos flotando sobre los viejos muros del castillo. Dirigía Nicola Rescigno, un maestro que conocía gracias a sus grabaciones para EMI con la mítica Maria Callas. Rescigno era un custodio de las antiguas tradiciones; nunca me sentí tan segura bajo la guía de un maestro. Siguiendo sus detalladas indicaciones, todo parecía evidente, era como interpretar mi personaje. Todavía hoy revivo esta rara complicidad musical y esos recuerdos están entre los más queridos tesoros de mi vida de artista.
J. A. M.: En el primero de sus libros, La voz interior (A Belsö Hang), ¿qué quiso plasmar en él?
S. S.: En ese libro hablo sobre mi vida interior, no sobre los hechos que he vivido. Analizo, por ejemplo, el rol de Judith en El castillo de Barba Azul (Bartók). Mi segundo libro, Az Álmok Éneke, que se traduce como Las canciones de los sueños, es más lírico, poético; se tradujo al francés como Infinie Mélodie. En él también están mis dibujos. Y el tercero es Az Angyalok Buvöletében, Encantada por los ángeles, o algo así.
J. A. M.: ¿Cuál es, a su juicio, la misión de un cantante?
S. S.: Es difícil decir. Uno corre riesgos incluso físicos, como me ocurrió con Lady Macbeth en Berlín del Este, bajo la dirección del maestro Giuseppe Sinopoli. Sin ensayo alguno, debí caminar sonámbula por una tabla estrecha y altísima. Recuerdo que en el Teatro Regio de Turín tienen acceso también los lisiados, que en su silla de ruedas pueden ver el espectáculo. Después de una actuación, una señora se me acercó pidiéndome que la siguiera: su hijo estaba paralítico y ella quería que yo le diera la mano. Todavía recuerdo sus ojos, su dulce sonrisa con la que me agradecía la emoción que se desprendía de mi canto. En ese instante de profunda conmoción comprendí la importancia de nuestro trabajo y la grandeza del regalo que la música hace llegar al público. Agradezco al cielo que me haya dado esta maravillosa misión.
J. A. M.: ¿Es posible para un artista separar la vida privada de la vida artística?
S.S.: Un día, después de una función de Tosca en las Termas de Caracalla, llamé a un taxi y en el trayecto pasamos por el Castel Sant’Angelo. Me dije: «Ah, esta es la vida real». Pero en mi vida no puedo trazar una línea segura y decir esta es la vida privada y esta la vida artística. En mis libros, camino por mi vida, tratando de entender.
J. A. M.: A su juicio, ¿tiene la ópera un lugar en el público contemporáneo?
S. S.: Es difícil responder eso. Pero creo que es algo que depende de nosotros, de los cantantes, de los directores de escena, de los directores musicales. Tenemos que encontrar buenas maneras para ayudar al público a conocer y amar la ópera.
J. A. M.: ¿Propone algo?
S. S.: La historia que cuento ahora es solo un ejemplo. Cantaba Cavalleria rusticana y Pagliacci en una provincia de Hungría. En la plaza principal de la ciudad construyeron un teatro abierto con alrededor de mil doscientas localidades. Durante una semana, realizamos los ensayos al aire libre, justo delante de una iglesia bellísima que servía también para la escena de la ópera. Al inicio, había algunos niños curiosos. Luego, día a día, aumentaba el público espontáneo y todo se convertía en una verdadera pasión por nuestro trabajo. Estoy segura de que ese público siguió interesado en la ópera. Eso es lo que propongo hacer con mayor frecuencia.
J. A. M.: Usted conoce bien la vida de los teatros y las relaciones que se dan entre los cantantes. ¿Qué recomendaría a los jóvenes al respecto?
S. S.: Pienso que es muy importante ser un buen colega. Es la única forma de que todos podamos dar lo mejor de nosotros.
J. A. M.: Usted da clases particulares y también clases magistrales. ¿Qué no le diría jamás a un alumno?
S. S.: Yo no considero que pueda tomar una decisión por ellos. Soy muy respetuosa en eso. Nunca les diría cómo llevar su vida… Quizás aconseje con ejemplos, pero nunca sugiriendo decisiones. Deben ser lo suficientemente fuertes como para encontrar su propio camino. Técnicamente los guiaré, pero tengo que dejarlos libres en lo artístico y en lo expresivo. Cada uno debe encontrar su propio estilo.
J. A. M.: Su Traviata fue muy famosa y no hay de ella un registro comercial, aunque sí varias versiones en vivo y el vídeo de Aix-en-Provence. ¿Por qué sucedió esto?
S .S.: Siempre quise grabar Traviata en estudio, pero las casas discográficas pedían otras cosas. También me habría encantado grabar La sonnambula (Bellini), pero no me escucharon.
J. A. M.: ¿Cree que la crítica es necesaria?
S. S.: La crítica es muy importante para el público, porque explica y analiza la idea de la nueva producción y podría desarrollar curiosidad para ir a ver el espectáculo. Para los artistas puede ser peligroso leer las críticas entre las actuaciones. Creo que nosotros deberíamos saber por nosotros mismos qué deberíamos hacer mejor la próxima vez. Los cantantes somos mucho más críticos que los críticos.
J. A. M.: Imagino que durante la carrera se van produciendo cambios personales al interior de un artista. ¿Siente que algo varió fuertemente dentro suyo en todos estos años?
S. S.: Creo que en mí cambió básicamente el concepto principal: porqué soy artista y para quién actúo. Ahora entiendo que solo tengo que rendir cuentas a Dios sobre lo que hice con los talentos que me dio. Él es mi único juez. Cuando canto debo sentirme como un sacerdote durante el servicio de la misa. Hacer todo lo posible para desarrollar al máximo lo que recibí como regalo de parte de Dios.
J. A. M.: ¿Ha sentido miedo de subir al escenario? ¿Miedo al público?
S. S.: Nunca he tenido miedo del público. Siempre espero dar lo mejor de mí, y muchas veces siento que es difícil hacer la música tal y como quisiera. Soy perfeccionista. Es difícil llegar a un nivel tan alto como el que yo espero alcanzar. Y también se depende de los otros artistas, que pueden llegar a inspirarme mucho. La situación ideal es cuando se está rodeado de grandes colegas y en buen ambiente de trabajo. Si eso ocurre, puedo sentir que vuelo sobre la música.

J. A. M.: Para Georg Solti usted fue la mejor intérprete del papel de Judith de El castillo de Barba Azul. Hay dos grabaciones comerciales suyas de esta ópera. La primera (Decca, 1979), con Solti en el podio y Kolos Kováts como Barba Azul, es la banda sonora de la película de Miklós Szinetár. Y la otra, de 1989, del Montpellier Festival Radio France, con Jozsef Gregor y dirigida por Günther Neuhold. ¿Cómo observa este personaje?
S. S.: Siempre me he declarado partidaria de Barba Azul, pero me tocaba interpretar a Judith… Muchas preguntas indescifrables rondaban por mi cabeza. ¿Cuál es la verdadera motivación de Judith? ¿La curiosidad femenina? ¿La búsqueda del secreto? ¿El deseo de dominación de la pareja? ¿La atracción por lo desconocido? ¿Qué es esa obstinación que la lleva hasta las últimas consecuencias? Ya solo la apertura de la imponente puerta imperial le causa a ella sentimientos de inferioridad. Cuando Judith ve el lago de lágrimas y conoce los dolores y sufrimientos más profundos del alma, tampoco los entiende. Simplemente no sabe qué hacer con ellos. No es lo que estaba buscando. ¿Acaso esperaba descubrir otro secreto? No comprende que con seguir buscando no logrará nada. Es fascinante la descripción psicológica que expresa la música de Bartók. La música es casi cruel cuando Judith toma su determinación final. Susurrando entre dientes, pronuncia la frase decisiva: «Abre la séptima puerta». Ella se pierde en su propia oscuridad. Veo erguirse las ominosas sombras sobre la pared. Como si entrara en el mundo en blanco y negro de la película Iván el terrible, de Eisenstein. La puerta se cierra para siempre. Los amores vividos en el pasado siempre vivirán juntos. El pasado existe siempre. La luz se apaga. El castillo del alma está cada vez más sombrío. La noche se hace eterna. Es una ópera fascinante ¡y es húngara!
J. A. M.: ¿Cómo se enfrentó al hecho de ser comparada con Callas siendo tan joven?
S. S.: Fue muy difícil, porque había una expectación distinta en el público y en la crítica. Primero que todo, ella fue muy grande y única. Puede ser un sueño que a una cantante joven la comparen con una figura así, pero es peligroso. Un día alguien me dijo: «Escuché que usted es la nueva Maria Callas». Yo respondí: «No, yo soy Sylvia Sass. Quiero ser yo misma». Eso de la nueva Callas fue un invento de los periodistas. Puede ser halagador, pero se transforma en una dificultad y hace daño. No ayuda en absoluto.
J. A. M.: Después del éxito de su Violetta en el Festival de Aix-en-Provence, en 1976, Callas la recibió en París, apenas un año antes de morir. De los consejos que ella le dio, ¿cuál considera que fue el más importante?
S. S.: No puedo elegir. Todos. Incluso la posibilidad que tenía de verla ya era una fábula. Esas cinco horas que compartimos fueron como una esencia que lo contenía todo. Una esencia tan fuerte que cambió mi vida. No solo artísticamente. Sus palabras me han guiado durante todo mi camino. Sus consejos sobre Violetta… La carta que ella le escribe a Alfredo en el segundo acto… Me dijo que me mantuviera alerta para «no morir emocionalmente durante la música tan conmovedora de Verdi», porque después viene la difícil frase de decir adiós para siempre al ser amado: «Amami, Alfredo». Probablemente ella vio en mí cuán profundamente estaba involucrada con el personaje de Violetta y quiso advertirme que es peligroso «encender la vela por los dos lados». Descubrí que había un profundo entendimiento entre nosotras, lo que hasta ahora me emociona mucho. Tuve la sensación de estar en el mismo tipo de familia artística. Me conmovió mucho cuando leí que ella me mencionó en una de sus últimas entrevistas.
J. A. M.: Fue Leonard Bernstein quien la contactó con Maria Callas; sin embargo, él nunca la dirigió en una ópera.
S. S.: Pero canté con él en el Hotel Sacher de Viena. Teníamos un contrato para hacer juntos Aida en Viena. Pero él resolvió que ese año solo dirigiría Beethoven y que cambiaría Aida por Fidelio… Quería que yo cantara Leonora. Sentí que ese papel era demasiado dramático para mi voz, así que dije que no. Fue muy divertido porque ensayábamos el dúo final de Aida al piano. Él era mi Radames y me decía «Muy bello, muy bello, ¿por qué no cantas Fidelio?». Luego me propuso organizar la reunión con Callas. Fue gracias a él que ella me recibió; Bernstein estuvo ahí con nosotras durante una media hora. Era conmovedor ver la complicidad que había entre ellos y las afectuosas palabras de Callas, que le decía que debería trabajar menos. Cada vez que él iba a Budapest me llamaba para ir a verlo. La última vez que nos encontramos fue en el Hotel Hilton en Budapest. Tenía el proyecto de hacer una película de Don Carlo en España, en los sitios originales. Primero me imaginó en el papel de Elisabetta, pero después cambió de opinión y me propuso cantar Éboli, para mezzosoprano. Dijo que podía imaginarse este papel solo con Callas. Finalmente, todo el proyecto falló porque él murió poco tiempo después. Fue una gran oportunidad de vida conocer a un músico tan grande como Bernstein.
J. A. M.: ¿Qué piensa que representó Maria Callas en la historia de la ópera?
S. S.: Ella hizo en la ópera la diferencia que el cine hablado marcó respecto del cine mudo. Eso ya se había iniciado con Rosa Ponselle, para quien también no solo el canto era lo importante. Después de Maria Callas, la ópera se convirtió en verdadero drama. Desde entonces, nosotros hemos recibido el mandato de ser cantantes, actores y músicos. Debo mencionar también que fue una combinación ideal de las estrellas, pues Maria pudo trabajar con una gran generación de directores de escena, como Visconti y Zeffirelli, que podían crear el ambiente ideal donde ella pudo mostrar su excepcional talento.
J. A. M.: ¿Y qué representa Sylvia Sass en esa misma historia?
S. S.: Solo he querido servir la música y el arte, con el canto, con la enseñanza, con mis cuadros y con mis libros.
Una ópera sobre Maria Callas
J. A. M.: Usted escribió el libreto de una ópera acerca de Maria Callas.
S. S.: El título es La Diva y cuenta de cierto modo lo que vivió Maria Callas, pero ella no es nombrada. Es también un poco mi historia, porque en un momento del libreto una joven soprano va a pedirle consejos. Está el tema del amor y de cómo ese amor se va con otra, y un hecho real: la diva ensaya sola en un teatro vacío, pero un periodista escucha escondido y al día siguiente escribe cosas horribles. Más que la vida de Maria, trato de explicar las dificultades por las que las personas atraviesan cuando se es alguien excepcional; lo difícil que es combinar la vida privada con la vida profesional cuando alguien está tan concentrado en su carrera. Para mí, ser cantante de ópera es una devoción. La ópera ya está terminada y la partitura pertenece al compositor Alberto Roque Santana.
J. A. M.: Su carrera ha sido multidisciplinaria: debutó como régisseur en 1997, fue maestra y tuvo un sello discográfico (Cant-Art), escribe libros y además pinta (ha realizado muchas exposiciones en Hungría y otros países europeos). Y otra vez en la pintura se encuentra un lazo con la Callas.
S. S.: Hice un retrato de Maria. La pinté caracterizada para Medea, como la gran trágica del filme de Pasolini. También hice retratos de Solti y de Bernstein.
J. A. M.: ¿Tiene un modelo entre los pintores?
S. S.: No tengo un modelo, pero admiro mucho a Turner, Cézanne, Chagall y Rembrandt. A menudo recuerdo el final de Roméo et Juliette de Gounod en el Palais Garnier, en París, porque en la escena final, estando recostada en la tumba, podía observar la cúpula del teatro, pintada por Chagall.
J. A. M.: ¿Cómo surgió esto de pintar?
S. S.: Pintar fue la expresión de una necesidad; estando en Hamburgo cantando Fiordiligi, me sentía muy sola. El ambiente en el teatro estaba tenso a pesar del gran éxito. Compré el material necesario para una pintura al óleo. Imaginé el tema de una solemne catedral en la noche y junto a ella una pequeña casa de la que surgía una pequeña luz débil. Eso era lo que necesitaba. No lo dudé y empecé a pintar. Ahora ya he hecho más de 50 exposiciones en Europa, incluso en la India. Cézanne es un pintor clave para mí y visitar su casa en la Provenza fue una experiencia maravillosa. Estoy escribiendo sobre eso en mis libros. Como cantante, mi arte espera servir los deseos del compositor, estoy al servicio de eso. Así, necesitaba una forma para expresar mis sentimientos, algo que pudiera tocar y decir que de eso yo fui la creadora. La pintura es como la meditación para mí; me ayuda a entrar profundamente en mi alma, y después permanece una belleza que me hace mucho bien.
J. A. M.: Cuándo usted comenzó a cantar, ¿tuvo expectativas respecto de sí misma?
S. S.: No. Solo estudiaba con mucho amor y gran entusiasmo, y lo hacía tan intensamente que no podía pensar en nada más.
J. A. M.: Usted conoció y trabajó con algunos artistas de la generación de oro de la ópera. ¿Quiénes de ellos fueron importantes para usted?
S. S.: Uno de los que más me marcó fue el bajo Boris Christoff, una de las más grandes voces de la ópera y un gran actor. Canté con él Don Carlo. Cada vez que hacía su «Ella giammai m’amò» estaba yo ahí en bambalinas escuchándolo y viéndolo. Era un maestro. Tuve la suerte de cantar con Alfredo Kraus y también con Carlo Bergonzi. Renato Bruson fue un gran Macbeth y con él también canté Traviata. Y Giuseppe Taddei, que fue Scarpia en mi primera Tosca en italiano. Igualmente, los directores de orquesta: Nicola Rescigno, Oliviero De Fabritiis, Frncesco Molinari-Pradelli, Gianandrea Gavazzeni, Alberto Erede, Georges Prêtre, Lamberto Gardelli, Georg Solti, Nello Santi, Carlos Kleiber, Gabriele Ferro, Kent Nagano… Pude aprender de ellos mucho: estilo, tradición, prestar atención a todos los requerimientos del compositor, pero antes que todo, devoción al arte.
J.A.M.: ¿Y entre los cantantes de hoy?
S. S.: Admiro profundamente lo que hace Jonas Kaufmann. Un artista en todo sentido. Conoce de estilos, es musical y es un actor maravilloso. Además, es versátil: puede cantar Tamino y también Siegmund, Werther y Otello… Increíble. Recé mucho por él, como si fuera parte de mi familia, cuando tuvo ese problema en las cuerdas vocales que gracias a Dios pudo solucionar. Me habría encantado cantar con él. Creo que también es genial que con sus recitales devuelva interés en el arte del Lied. Thomas Hampson es también un ejemplo de musicalidad; me gustó mucho su versión de Werther para barítono y es único en su forma de cantar Mahler con Bernstein. Creo que uno de los estilos más elegantes de hoy es el de Elina Garanča. Tiene una muy buena línea de canto, excelente técnica y musicalidad muy sensible.
J. A. M.: Usted ha cantado también ópera contemporánea. ¿Le gusta hacerlo?
S. S.: Cuando lo hice, creo que estuvo bien. Hice de Madre en el estreno mundial de Mózes de Durkó, y de Dalila en el Sámson de Szokolay. Una de mis primeras grabaciones fue Cinq Rechants, de Olivier Messiaen. También canté Grete de Der ferne Klang, de Schreker, un rol muy difícil y expuesto, con una evolución dramática parecida a Lulu. Un gran personaje. Lo canté en el Teatro La Fenice en Venecia. El personaje de Grete me fascinó por su transformación; en el primer acto es una joven tímida, víctima de sus padres, que quieren obligarla a casarse. Luego escapa y se convierte en una elegante cortesana, que reina en la alta sociedad. En el último acto, está gravemente enferma, es una anciana pobre que se encuentra frente a un teatro donde su primer amor, es que un compositor, tiene el estreno de su obra. Ella lo visita y muere en sus brazos. Como actriz fue un gran desafío interpretar a un personaje que tiene tantos cambios; además, musicalmente también era difícil. Algo así como música post Richard Strauss.
J. A. M.: También intervino en la première absoluta de Sogno d’un tramonto d’autunno de Malipiero, en Mantua.
S. S.: Otro personaje terrible, la Dogaressa vedova Gradeniga. ¡Vaya nombre! Casi peor que Lady Macbeth. Fue un gran honor que el teatro me propusiera para ese papel, ya que soy húngara. Esta ópera está basada en un texto de Gabrielle D’Annunzio, por lo que incluso para un cantante italiano es complicado. Tiene un largo monólogo con palabras poéticas muy elevadas. Tal vez esta sea una de las óperas que necesita ser preparada con más tiempo; yo estuve seis meses trabajando en ella antes de sentirme lista para hacerlo. Lo que hice en términos escénicos fue actuar este personaje criminal como algo no real. La ópera hace referencia al sueño, lo que significa que existe solo en nuestra imaginación.
Strauss, parecido al infinito
J. A. M.: Salome fue una de las últimas óperas que añadió a su repertorio. ¿Cómo observa el personaje? ¿Tuvo algún modelo?
S. S.: Desde que comencé mi carrera tuve el sueño de cantar y bailar Salome. El personaje me interesaba muchísimo y siempre buscaba excusas para su comportamiento: es una niña inmersa en una situación muy precaria en lo moral y reacciona así al encuentro de algo que desconoce. Por eso traté de imaginar su situación en palacio; la extraña relación que tiene con su madre, que incluso está lista para sacrificarla por el poder. Ella nunca antes experimentó el amor verdadero y se siente fascinada por el profeta. Y cuando intenta expresar su amor la respuesta es «estás maldita». Por supuesto, siente que todo se derrumba sobre ella; el único hombre que podía salvarla rechaza su amor. Creo que este es el punto en el cual algo se rompe en su mente. Como un cordón que ante esa tensión extrema no puede resistir más. En 1977 me invitaron a Berlín para cantar el rol, pero sentí que era demasiado pronto; entonces tenía solo 26 años. Así, cuando la Ópera de Budapest me ofreció estrenar una nueva producción, en 1989, estuve muy feliz. Me preparé con gran dedicación y escuché todas las grabaciones disponibles. Me interesó mucho la idea de Montserrat Caballé, muy atenta a la ingenuidad del personaje. Vi en escena la Salome de Leonie Rysanek, que admiré. También la interpretación de Anja Silja, en la Ópera de Budapest, que fue fantástica, pero que está lejos de mi opinión sobre el papel.
J. A. M.: ¿Cuáles son sus secretos para cantar la música de Richard Strauss?
S. S.: A veces el verdadero secreto se pierde al tratar de encontrarlo. Pienso que en Strauss hay un espíritu muy profundo; cantándolo y escuchándolo alcanzo una paz interior parecida al infinito.
J. A. M.: Elisabeth Schwarzkopf es magistral en Richard Strauss.
S. S.: Tuve dos ocasiones de verla. La primera, en el concurso de canto de Viena, en 1971. Ella estaba en el jurado. La recuerdo con una expresión de nobleza, una sonrisa tenue sobre el rostro, pálida. Después, en un concierto en el Teatro de Budapest. Cantaba Zueignung, de Strauss. Fue ella la que me guió hacia este compositor, que después marcó de manera tan fuerte mi vida artística, porque hice muchos conciertos con sus Lieder. Creo haber escuchado mil veces su Mariscala: los matices, cómo jugaba con los colores. Escuchándola me parecía estar viendo una película. Estilo único, muy fina, inteligente. Su voz se puede reconocer de inmediato. Una artista grandiosa que permanece con nosotros para permitirnos soñar con ella «Im Abendrot (…) ist dies etwa der Tod…» («En el crepúsculo (…) Será esto, acaso, la muerte». Referencia al texto de la última de las Cuatro últimas canciones).
J. A. M.: Su último rol fue Carmen. ¿Cómo lo abordó? ¿Le sirvieron las interpretaciones de otras cantantes?
S. S.: Es un personaje fascinante. ¡Y también pude bailar! Es curioso, fue como un círculo que regresa al principio, porque mi primer papel en el escenario de la Ópera de Budapest fue Frasquita y después de 24 años pude interpretar a Carmen en el mismo teatro (1995). Yo siempre me sentí más cómoda en el registro central y Carmen está compuesto para una mezzosoprano, aunque algunas sopranos lo hemos cantado. Ya antes había hecho Santuzza (Cavalleria rusticana) y Judith de Barba Azul. En cuanto a Carmen, por el estilo y la fonética, pienso que Régine Crespin es un ejemplo en este papel. Como personaje y por el color de la voz, prefería a Grace Bumbry. En mi memoria tengo grabado también el filme de Carlos Saura con Antonio Gades. El carácter de la bailarina que allí actuaba (Laura del Sol) lo siento muy próximo a Carmen. Estoy muy contenta porque, al igual que con Salome, este papel me permitió bailar, lo cual era mi sueño cuando era una niña.
J. A. M.: ¿Cómo definiría a Carmen?
S. S.: Encontrar una palabra para definir a un personaje como este no es fácil. Creo que en su caso la ley más importante es ser libre. Poder elegir sin que nadie pueda influir en su decisión. Ella da su alma cuando ama a alguien, pero cuando esa persona se debilita debe liberarse de inmediato. Ella nació libremente y morirá así. Ella solo sigue los instintos de su corazón. Y si detenerse significa la muerte, pues que venga la muerte.
J. A. M.: Hizo roles muy pesados siendo muy joven, como Norma, Lady Macbeth y Turandot. ¿Se arrepiente?
S. S.: Antes que nada, esas elecciones no fueron propuestas por mí. Personas de gran prestigio, que eran agentes, directores artísticos o directores de escena, o incluso grandes directores musicales como Gardelli. Norma primero fue propuesta por Ioan Holender, quien en ese momento era mi manager. Finalmente cancelé, pero cuando Gardelli le pidió a la Ópera de Budapest que yo hiciera Norma con él, tuve que aceptarlo. Era un gran honor, y también yo era miembro de la compañía. Con Lady Macbeth fue lo mismo. La idea fue acuñada por Lamberto Gardelli, que quería regresar a Italia para actuar en el teatro de Turín. Así que acepté la invitación. Por alguna razón, Gardelli se retiró de la producción, por lo que canté mi primera Lady Macbeth bajo la batuta del maestro Fernando Previtali. Gardelli tenía razón, porque este papel fue muy importante en mi carrera. La invitación para Turandot provino de Alan Sievewright, un productor de ópera y una figura muy influyente en las artes en Inglaterra, amigo además de Maria Callas. Él quería presentar a la audiencia británica, en el Barbican Hall de Londres, la versión completa de Franco Alfano para la ópera de Puccini. Era una versión en concierto, pero con vestuario especial para lo que se creó para mí un vestido dorado. Mi compañero era Franco Bonisolli, un Calaf ideal, y Liù, Barbara Hendricks. A veces estuve triste, otras no. Pero hay que saber que si rechazas a menudo las propuestas, después probablemente no te vuelven a llamar. Desde mi experiencia, también sé que muchas cosas que quise cantar nunca pude hacerlas.
J. A. M.: ¿Qué papel soñado nunca pudo hacer?
S. S.: Entre otros, Medea, aunque grabé la ópera completa para Hungaroton con el maestro Gardelli. Solo tuve ocasión de hacerlo en vivo una vez, en Boston, en memoria de Leonard Bernstein. Mi único ensayo con orquesta fue la mañana del concierto. Si alguien conoce este rol sabe que es imposible cantarlo dos veces en un mismo día. Lo hice, pero en otras circunstancias habría sido mucho mejor. Después de la actuación mucha gente vino a saludarme; es uno de mis recuerdos más conmovedores.
J. A. M.: En su carrera siempre ha colaborado con músicos húngaros. ¿Se siente una suerte de embajadora de la cultura húngara?
S. S.: Yo soy una artista húngara y siento que es mi deber interpretar a nuestros compositores, como Bartók, Kodály, Erkel, Liszt… Muy a menudo en mis recitales hago canciones de Liszt. Desafortunadamente, sus Lieder no son tan conocidos, así que trato de mostrar la grandeza de su música, y también su espíritu, que siempre estuvo listo para reformar su propio estilo. Liszt a menudo revisitaba sus canciones, y muchas de sus últimas versiones son tan modernas que incluso para Bartók eran una indicación sobre cómo debía seguir artísticamente.
Su propia camelia
En 2011, Sylvia Sass fue homenajeada en Nantes, Francia, de una manera excepcional: el célebre Jardin des Plants de la ciudad, donde hay cerca de 600 especies de camelias, creó para ella un tipo de la variedad Dame aux Camélias, de flores blancas imbricadas, conocida como Alba Plena. La nueva especie lleva desde entonces el nombre de Sylvia Sass, con lo cual la artista se convirtió en la segunda soprano de la historia en dar su nombre a un tipo de camelia. La anterior fue la legendaria Adelina Patti (1843-1919).

Recibiendo el premio Mazzoleni
El 27 de febrero de 2016, en Palermo, la soprano húngara recibió el premio Una vita per la lirica, que otorga la Associazione Amici dell’Opera Lírica Ester Mazzoleni. El presidente de la entidad, Salvatore Aiello, señaló que la artista es una «intérprete que se ha impuesto como soprano drammatico d’agilità por sensibilidad, gusto e importantes medios vocales en la vía de la gran tradición, desde Monteverdi hasta los grandes compositores del siglo XX. El cuidado inteligente de los personajes, la preciosa musicalidad, el fraseo y el acento vívido, como también el profundo sentido de los estilos la vincula con la gran Mazzoleni, especialmente por sus interpretaciones de Norma, Medea y los roles verdianos». En 2017 recibió el Premio Kossuth, el más importante otorgado en su país.– ÓA
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