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Raquel Lojendio: "Me interesa la magia que se esconde tras la música"
Raquel Lojendio se une con su talento a esa impresionante cantidad de excelentes voces que salen de la cantera canaria. Según la soprano de Tenerife, esta proliferación podría deberse sobre todo “al clima y al carácter, a la desinhibición y a la libertad corporal que tenemos los canarios y que se ha demostrado que está estrechamente relacionada con la desenvoltura vocal”.
El suyo es ya un nombre común en las programaciones españolas al repartir su actividad tanto en ópera o zarzuela como en conciertos y recitales. “Mis tres profesoras, Carmen Bustamente, María Orán y Krisztina Laki”, aclara, “me recomendaron siempre que una carrera completa y sana debía estar equilibrada entre el concierto, ópera y recital. No concibo un género sin el otro. El concierto me permite interpretar a grandes compositores como Bach, Mahler o, Shostakovich, algo que la ópera no me ofrece. Por otro lado, ser un instrumento solista más de la orquesta me aporta profundas sensaciones y experiencias musicales muy puras. Además, la ópera y la zarzuela son el complemento perfecto, pues me permiten desarrollarme como actriz y bailarina, dos de mis grandes pasiones. La ópera es el espectáculo perfecto en el que se aúnan muchas y muy diversas artes. Y el recital es como la joya de la corona con esa expresión sutil, bella y cercana que es la música de cámara, con la desnudez de la voz sin artificios, sin excesos”.
Mozart es el conocedor excelso de la voz, con sus papeles mi voz se sana. Verdi, en cambio, me permite desarrollar todo mi potencial. Cantar La Traviata fue, sin duda, una de las experiencias más gratificantes de mi carrera en lo vocal y en lo actoral. Me gustaría también interpretar Desdemona y Luisa Miller.
Me encantaría afrontar la Condesa de Las bodas de Fígaro, Mimì de Puccini e incluso las reinas del bel canto.
Es la manera en cómo están escritos: un perfecto respeto por la voz humana unido a un conocimiento profundo de las modulaciones y capacidades de la voz. Es importante para todo artista conocer sus puntos fuertes y débiles; en mi caso, Mozart me permite flotar la voz con la libertad total de paladar que tanto usa en sus arias para soprano, desarrollar pianísimos en los agudos y todo unido a la maestría con la que texto y notas se ensamblan.
Empecé a grabar muy joven y hay obras que hoy repetiría desde mi madurez vocal, pero las cosas se dan como se dan, y soy muy afortunada de tener grabaciones con orquesta como la BBC Philharmonic y con sellos como Deutsche Grammophon. Mi voz nunca ha sido demasiado grande, pero sí bien proyectada y quizás esta peculiaridad haya ayudado a que me escogieran para determinados proyectos. Este año grabaré con la pianista madrileña Chiky Martin y para el sello IBS Classical un disco de música sudamericana. Es la primera vez que puedo elegir qué y cómo grabar, por eso estamos muy emocionadas.
Sí, he tenido la suerte de trabajar con Lorenzo Palomo o Armando Alfonso, incluso con Xavier Montsalvatge. Es siempre un enorme privilegio, pero también una gran responsabilidad. Hay que ser flexible e intentar transformarse en arcilla en manos del compositor, para que se pueda modelar de manera efectiva el mensaje que se quiere transmitir.
Estas canciones de Richard Strauss me enamoraron desde la primera vez que las escuché, y estoy muy agradecida de poder interpretarlas. Al contrario de otros colegas que comienzan por el texto, yo empiezo siempre por la música. Primero hago un estudio profundo, muy técnico. Cuando la música está bien escrita se puede palpar un subtexto no escrito en el que ya se dice todo. Me interesa esa magia escondida. Luego paso a hacer un estudio exhaustivo del texto, incluso voy a las fuentes primigenias. Y finalmente después de este largo proceso lo coloco en voz.

Como Lina de Las golondrinas, en el madrileño Teatro de La Zarzuela, coliseo en el que interpretó, el pasado mes de enero, la recuperación de El sueño de una noche de verano de Gaztambide.
Comencé tarde, a los 23 años, cambiando la facultad de Derecho por el Conservatorio de Santa Cruz de Tenerife donde estuve tres años para después trasladarme al Conservatori del Liceu de Barcelona. Luego estuve en Viena trabajando con Ruthilde Boesch (maestra de Edita Gruberova) y con Krisztina Laki. El taller de ópera de Carmen Bustamante en Barcelona fue una gran oportunidad de aprendizaje estudiando óperas que luego interpretábamos por toda España. En concierto debuté con Rafael Frühbeck de Burgosen el Auditorio Nacional de Madrid con los Carmina Burana. En ópera, a nivel profesional, debuté con Pamina en el Auditorio de Tenerife, mientras que mi primera zarzuela fue Las golondrinas en el Teatro de La Zarzuela de Madrid.
Es que, a diferencia de muchos de mis colegas canarios, lo mío ha sido el resultado de un largo y paciente proceso de estudio vocal. Efectivamente, si ahora puedo cantar, es porque he picado mucha piedra y nunca he estado conforme con el resultado. Que el artista sea su primer crítico es esencial para el avance en el estudio.
El público joven hay que ganárselo sí o sí, y para ellos debe haber un acercamiento más generalizado de los jóvenes a la lírica. Y no hablo solo de cantantes, sino también de estudiantes de escenografía, vestuario, maquillaje, actores, etc. Todos ellos deberían tener un acceso facilitado y económico a los teatros de ópera y zarzuela.
Qué difícil… En 2016 canté El sombrero de tres picos de Falla junto a los Berliner Philharmoniker en la Berliner Philharmonie dirigida por Juanjo Mena y con la Boston Symphony en el Festival de Tanglewood, siempre con el maestro Mena. El año pasado hice los Carmina Burana con la Seattle Symphony bajo la dirección de Pablo Rus Broseta. Tengo muy buenos recuerdos de estos tres conciertos.
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