ENTREVISTAS
Rafael R. Villalobos: “'Tosca' habla de política, de la persecución de artistas que se posicionan”
Tosca regresa al Gran Teatre del LIceu a partir del 4 de enero con una nueva producción del coliseo lírico barcelonés dirigida escénicamente por el sevillano Rafael R. Villalobos y realizada conjuntamente con La Monnaie-De Munt de Bruselas, la Opéra de Montpellier y el Teatro de la Maestranza de Sevilla, donde cerrará la temporada lírica en junio de 2023. Una nueva producción en la que el director de escena traza paralelismos entre la historia que Floria Tosca y Mario Cavaradossi viven en Roma y la del cineasta Pier Paolo Pasolini, asesinado en noviembre de 1975 a las afueras de Roma.
Rafael R. Villalobos estrenó en 2021 en Bruselas la producción de la popular ópera de Puccini que se verá en enero en el Liceu de Barcelona y en junio en el Maestranza sevillano, y lo hacía con un año y medio de adelanto respecto a lo inicialmente previsto sustituyendo un montaje programado previamente que era incompatible con los protocolos anticovid del La Monnaie-De Munt. “Cuando presenté el proyecto la producción ya incluía unas particularidades, que sin pensar en la pandemia que todavía no se había declarado, la hacían óptima para representarse durante ese período, como el hecho de que el coro cante fuera de escena”, asegura el regista a ÓPERA ACTUAL. “Mi idea era trabajar un concepto de Tosca más psicológico e intimista. Siempre me ha chocado en esta ópera, sobre todo al final del primer acto, la presencia de tanta gente en escena. Siempre he visto el Te Deum como una procesión de Semana Santa y eso hace que acabes olvidando las palabras de Scarpia, que son tan importantes y muy intensas. La Monnaie de Bruselas pensó que esta producción era ideal para ser interpretada cumpliendo los protocolos anticovid. Y quedamos suficientemente satisfechos con el resultado. Luego hay pequeños detalles que varían en función de cada intérprete”.
ÓPERA ACTUAL: Tosca es la primera ópera de Puccini que dirige.
Rafael R. VILLALOBOS: Sí. Me hacía mucha ilusión porque la primera ópera que vi cuando tenía 10 años fue de Puccini. Cuando en mayo de 2023 esté ensayando Tosca en el Teatro de La Maestranza de Sevilla se cumplirán 25 años de haber visto allí Turandot. Puccini es un compositor muy particular, que no da puntada sin hilo. Su música es muy programática, ilustrativa, cada motivo musical tiene una referencia a lo que está ocurriendo. Eso tiene una parte buena, que acompaña al director de escena, pero a la vez le restringe las posibilidades de escapar de ello. Frente a otros compositores, como Händel, Gluck, el Mozart serio o Wagner, que te permiten partir de un sustrato musical para crear una puesta en escena distanciada del libreto, en el caso de Puccini es casi imposible, pero no lo veo como una limitación, sino como un ejercicio. Al final, un director de escena debe adaptarse al compositor y a la obra. En este caso, a diferencia de otras producciones mías que se distanciaban de la literalidad del libreto, en Tosca, la puesta en escena cuenta la historia que narra la ópera de principio a fin y lo único que hace es poner el acento en determinados aspectos, o ver otros desde diferentes perspectivas, pero siempre sin perder la literalidad de la historia de Tosca basada en el drama de Victorien Sardou. El espectador que venga a verlo encontrará la historia de Floria Tosca, de Mario Cavaradossi, del barón Scarpia, del Sacristán, una historia que arranca en una iglesia de Roma, que pasa por el palacio Farnese y que termina en el Castel Sant’ Angelo, donde Tosca se quita la vida. Todo eso es exactamente igual que en la obra.
ÓA: ¿Cuál es la dramaturgia de su versión de Tosca?
R. R. V.: Siempre me ha llamado la atención que Tosca se tienda a ver como un melodrama romántico, cuando en realidad Tosca habla de una cuestión política que es la persecución de los artistas que se posicionan políticamente. Se suele ver la historia de Tosca como la obsesión de Scarpia por Tosca y se obvia la cuestión política que rodea al personaje de Mario Cavaradossi, hasta el punto que muchas veces las producciones dan a entender en el tercer acto que Mario podría sobrevivir con el salvoconducto que ha conseguido Tosca. Cuando es obvio para mí que Mario nunca sobreviviría. Partiendo de esta premisa y de mi propia experiencia viviendo en Roma, empecé a pensar que si bien Tosca es una obra muy ligada a la ciudad en la que se ambienta y que solo puede ocurrir en la capital de Italia, la historia que vemos en la ópera se viene repitiendo a lo largo de los siglos con otros artistas, como en el caso de Pier Paolo Pasolini, director de cine, filosofo, escritor, poeta, dramaturgo, que fue aniquilado justo cuando escribía un libro, Petróleo, que hacía temblar los cimientos de Italia justo después de terminar su película Salò. Ese paralelismo entre Cavaradossi y Pasolini, la idea de que Roma a través de los siglos es inmutable no solo arquitectónicamente, sino también en el modo en que trata a sus artistas, nos lleva a esta producción en la que se mezclan esas dos realidades: la de Tosca, que es la historia de la ópera de principio a final, con algunos pasajes de la vida de Pier Paolo Pasolini, porque se establecen curiosos paralelismos entre determinados personajes: con Mario Cavarodossi, por ser un artista comprometido políticamente que al final es asesinado por su compromiso; con Scarpia, por los paralelismos entre su manera de actuar al final de segundo acto y los fascistas en la República de Salò, que Pasolini vivió de niño; y con Tosca por la relación de Pasolini con Maria Callas a la que encumbró en su película Medea. Frente a la historia lineal de Tosca se sucede retazos de la vida de Pasolini.
ÓA: La historia de Tosca, ¿es paralela a la de Pasolini, o ambas se entrecruzan?
R. R. V.: Se van entrecruzando. El personaje de Pasolini aparece como niño y como adulto y está en determinadas escenas como si fuera parte de ellas. También interactúa. Está presente en la iglesia de Sant’Andrea della Valle e interactúa con Cesare Angelotti y con el Sacristán: en esa iglesia se encuentra con Tosca, como si se encontrara con Maria Callas, y la encumbra como diva de su próxima película en una fantasía de lo que hubiera sido la continuación de la trilogía que Pasolini quería hacer y que había comenzado con Salò o los 120 días de Sodoma. El niño Pasolini aparece en el segundo acto en el palacio de Scarpia, del mismo modo que el niño Pasolini vivió en la República de Salò y vio cosas terroríficas que luego reflejó en su película. En el último acto se establece el paralelismo entre los artistas asesinados: Cavaradossi y Pasolini. En el Adiós a la vida de Mario se produce ese paralelismo, que sin querer dejar el mundo. Ambos se ven forzados a ello.
ÓA: Además de escenógrafo, la producción cuenta en el equipo con un pintor, Santiago Ydáñez. ¿Por qué se ha encargado a un pintor destacado los cuadros que incorpora la escenografía y no al equipo de los talleres?
R. R. V.: Cuando trabajo en un proyecto no solo pienso en la dramaturgia y la dirección de escena, pienso en el proyecto global. En este caso era muy importante no solo el trabajo escenográfico, sino también el plástico. Con el escenógrafo Emanuele Sinisi queríamos crear un espacio escénico que emulara un paseo por Roma a partir de los tres lugares en los que tiene lugar la acción, la iglesia de Sant’Andrea della Valle, el palacio Farnese y el Castel Sant’ Angelo. A través de unos módulos móviles, unas rejas, unos muros y el giratorio, van apareciendo a la vista del público muchos monumentos de Roma. Este proyecto nació cuando yo vivía en Roma, entre 2015 y 2016, como artista en residencia de la Academia de España. Allí entendí por qué una historia como Tosca solo puede tener sentido en Roma, porque Roma es tres cosas: una ciudad, la capital de Italia, y tiene un Estado en su interior, el Vaticano. En Roma cohabitan tres realidades donde la vida social, política, religiosa y artística se entremezclan como no ocurre en otras ciudades. Yo mismo cuando vivía allí sentía esas injerencias entre las realidades política y religiosa. Lo mismo pasa con la vida artística y la social. Eso es un poco de lo que habla la ópera Tosca, de cómo la vida política, social y artística se entremezclan. De Santiago Ydáñez lo que me interesa es que su obra parte de la iconografía católica y de los grandes maestros de Roma. Cuando vivía allí tuve una revelación delante de un cuadro de Caravaggio, Judit y Holofernes, donde entendí que el pintor no sublimaba el asesinato de Holofernes, sino que utilizaba la belleza para hablar de algo que es terrible. Es gracias a la belleza que podemos mirar las cosas que más miedo nos dan. Eso es lo que le ocurre al cine de Pier Paolo Pasolini y eso es lo que le plantee a Santiago Ydáñez. Y teniendo en cuenta que la pintura es una parte fundamental de Tosca, porque Cavaradossi es un pintor, decidimos encargarle los cuadros que aparecen en escena.
ÓA: ¿Cuáles son esos cuadros?
R. R. V.: En el primer acto aparece una Magdalena que es el cuadro que está pintando Cavaradossi. En el segundo hay unos frescos inspirados en los del palacio Farnese, y entre el segundo y el tercer acto, un tul que tiene como modelo Judit y Holofernes de Carvaggio, detrás del cual se representa la muerte de Pasolini en la playa de Ostia a manos del pequeño Pastor, que en esta producción nos sirve para hablar de que el odio es una semilla que se planta en los niños. El Sacristán es un personaje oscuro, lleno de odio, que transmite esas ideas en el pequeño monaguillo inocente del primer acto, que termina asesinando a Pasolini. El personaje del Sacristán está inspirado en la película de Pedro Almodóvar La mala educación, en esa idea que el odio es una semilla que crece en los niños. Santiago Ydáñez también ha pintado parte del vestuario. Tosca aparece al final del primer acto en esa hipotética colaboración con Pasolini y Maria Callas en una segunda parte de la trilogía que Pasolini nunca hizo, con una capa pluvial y una mitra pintada a mano por Ydáñez. En el Palacio Farnese hay una galería llena de desnudos para los que Ydáñez se ha inspirado en la película Salò. A mí me gusta trabajar con muchas referencias que no tienen por qué ser entendidas por el público para disfrutar del espectáculo.
ÓA: ¿La bitonalidad, blanco y negro, que marca la producción, qué explicación tiene?
R. R. V.: Queríamos jugar con la idea de que Roma tiene dos caras, el blanco y el negro era un recurso para ello. Lo que sí queríamos desde el principio era hacer una producción muy luminosa. Roma es una ciudad llena de travertino, ese tipo de mármol tan característico. Y aunque muchas producciones son oscuras, cuando entras en una iglesia de Roma todo es muy blanco. Las historias más oscuras pueden ocurrir a plena luz del día. Me gustaba trabajar ese contraste del blanco y negro como si fueran las dos caras del dios romano Janus. El único personaje que aparece de color es el Pastor, al igual que la capa que lleva Tosca al final del primer acto, que está inspirada en las de Balenciaga, que a su vez se inspiraba en las capas religiosas.
ÓA: ¿Ha salido la producción como se la había imaginado?
R. R. V.: Ha salido más rica que como me la había imaginado. Soy muy reactivo y permeable a las ideas de los demás. Fue fabuloso trabajar el personaje de Scarpia con los dos primeros barítonos que cantaron la producción en Bruselas, Laurent Naouri y Dimitri Tiliakos, porque con ellos encontré muchos más colores de lo que yo había imaginado. Lo mismo ha sucedido con Tosca y Mario Cavaradossi. Nunca le había dado demasiada importancia a Cavaradossi, pensaba que toda la carne la tenían Tosca y Scarpia, sin embargo, Cavaradossi es un personaje fascinante, de una gran nobleza y capaz de decir siempre la palabra justa para intentar que todos se sientan bien, que sabe cómo devolverle la honorabilidad a Cesare Angelotti cuando piensa que lo ha perdido todo, y que sabe cómo tratar a Floria Tosca para que no se vuelva loca como artista. Una producción siempre es más rica e interesante cuando dialogas con el director musical y con los cantantes, porque al final lo que hace de la ópera algo increíble es que en ella se unen artistas de orígenes muy diferentes, algo que no suele ocurrir en el teatro, donde casi siempre se trabaja con artistas del mismo país.
ÓA: La polémica que se creó con Roberto Alagna y Aleksandra Kurzak, que inicialmente debían protagonizar la producción en el Liceu, ¿ha beneficiado el montaje dándole publicidad o, por el contrario, le ha molestado?
R. R. V.: Lo importante no es la producción, es el proyecto con el diálogo entre las partes. Yo siempre he respetado que artistas que no se sienten cómodos abandonen, pero en este caso nunca llegué a hablar con ellos. Nunca supe lo que les molestaba. Esa falta de diálogo va en contra del espíritu de la ópera, que debería ser el diálogo entre las partes. Estamos viviendo un momento muy complicado para el género. Si queremos luchar para que siga habiendo ópera debemos demostrar el porqué; y el porqué no puede ser sencillamente porque sea un divertimento burgués, sino porque aporta algo a la sociedad y a las ciudades en las que se programa. Siempre estoy dispuesto a dialogar, porque creo que a la misma idea se puede llegar desde puntos de vista diferentes. Me quedé con una sensación muy triste, porque se formó un circo que deja en muy mal lugar a la ópera ante la sociedad. Para mí, lo más importante es el proyecto total y que el Liceu, que recibe subvenciones de la ciudad de Barcelona, de la Diputación, de la Generalitat de Cataluña y del Gobierno español, tiene una responsabilidad. Me entristece que artistas de forma unilateral y sin dialogar decidan abandonar una producción, porque esa falta de diálogo dice muy poco de nosotros como colectivo.– ÓA
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