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Mario Pontiggia, director de escena: "El proceso de creación es siempre caótico"
Es uno de los directores escénicos más prolíficos del panorama operístico tanto en España como en Italia. Nacido en Argentina y afincado en España, este arquitecto, escenógrafo, músico y hombre de teatro ha firmado producciones hoy consideradas auténticos clásicos. Uno de sus títulos fetiche es Norma, cuya puesta en escena se podrá ver este mes en el Teatro Campoamor de Oviedo antes de que dirija La bohème en Catania, La Traviata en Palermo y Tosca en Bilbao.
Esta producción de Norma que llega al Campoamor ovetense nació en Las Palmas en 2011, se repuso en Tenerife y fue la última producción que dirigí antes de la pandemia, en Pamplona, en febrero de 2020. No me gusta el concepto de reposición porque cuando empiezas a revivir un montaje en un teatro distinto, con otros cantantes y otro director musical, es como si fuera un estreno. La primera vez que dirigí Norma fue en Sicilia hace más de 30 años, al aire libre y con la luna como único decorado. Existe en la obra una constante identificación de Norma con la luna por su simbología como madre, Venus e incluso como la Virgen María. De esa idea parte el espacio escénico de la producción que se verá en Oviedo, en la que no hay ningún tipo de iconografía ni elementos realistas. El espacio refleja la luz de la luna.
El contexto romano, procedente de la obra romántica de Sommet, en el fondo no es relevante. El tema central es la heroína, Norma, un personaje complejo e inestable que, evidentemente, tiene su antecedente en Medea. La diferencia es que Medea tiene obsesión de venganza desde el primer momento, mientras que Norma cambia de estado anímico a cada compás. Se trata de una obra fundamentalmente femenina, no digo feminista. Todo en ella pasa por las tres mujeres protagonistas, incluida Clotilde, que tiene su importancia, especialmente en la pieza teatral original. Los roles masculinos son catalizadores de la acción, pero absolutamente colaterales. Además, se trata un tema profundamente moderno, el de la conciliación de la vida pública con la privada de una mujer.

Mario Pontiggia en un ensayo de 'Norma' en el Teatro Colón de Buenos Aires (2018)
El proceso de creación es siempre caótico y quien diga lo contrario, miente. Como me decía un viejo profesor, lo que harás finalmente con la obra responde sobre todo a tu primera intuición. Casi siempre comienzo por la música, por la acción musical y luego voy al texto. A partir de ahí surgen muchas capas, como la personalidad del autor, que desde mi punto de vista pesa mucho, tanto por lo que dice como por lo que esconde. Todo ello condiciona el concepto general de una producción. En 36 años de carrera he firmado montajes de estéticas muy distintas, a diferencia de otros colegas que tienen una línea muy definida.
Entre mis referentes hay directores como Luchino Visconti, Giorgio Strehler o Pier Luigi Pizzi. Visconti era un hombre de una enorme cultura y una gran visión cinematográfica, con sus virtudes y sus excesos. Strehler, en cambio, era esencialista; construyó un teatro, el Piccolo de Milán desde la nada y tras la Segunda Guerra, y del mismo modo trabajaba en sus producciones, con los mínimos elementos. Con Pizzi, que originariamente era escenógrafo, tuve la fortuna de trabajar y de él aprendí la individualización del espacio escénico.
Hay óperas que son un mundo abierto que debes construir. Como L’incoronazione di Poppea, por ejemplo, que te ofrece un marco enorme y tienes que rascar y buscar la máxima información para llenarla de contenido. Otras, como Tosca, son un mundo cerrado en el cual todo está detallado al milímetro. En este tipo de obras hay directores que caen siempre en la misma trampa al intentar sobreponerse a ellas. Con la experiencia aprendes que la fuerza de la obra siempre podrá superar tu idea, por buena que sea. En cómo tratarla, sin ahogarla, está el quid de la cuestión.– ÓA
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