ENTREVISTAS

Luis Cansino, barítono: "Tras 35 años de carrera quiero hacer personajes que me hagan feliz"

01 / 07 / 2022 - Antoni COLOMER - Tiempo de lectura: 5 min

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laforzadeldestino-cansino-operaactual Luis Cansino como Carlo di Vargas de 'La forza del destino' en la Welsh National Opera © Welsh National Opera / Richard HUBERT-SMITH

Este mes canta uno de esos personajes soñados nada menos que en el Teatro Real: Nabucco. Tras llevar de gira por media Cataluña y Cantabria a otro antihéroe verdiano –Rigoletto–, el cantante español celebra junto a estos fascinantes roles la temporada que marca sus 35 años de carrera, una trayectoria que continúa con debuts en La forza del destino (A Coruña), Fuenteovejuna en Tenerife, su participación en la Belcanto Opern Gala de la Isarphilharmonie de Múnich y de su regreso –como Falstaff– a Brno, papel que antes interpretará en Vigo.

Pocos cantantes pueden presumir de cumplir 35 años de carrera en plenitud vocal. Es el caso del barítono de origen gallego Luis Cansino, quien se ha labrado una sólida carrera internacional gracias a sus dotes vocales y expresivas y, también, a su tenacidad. Pocos días después de acabar una gira que le ha llevado por Cataluña y Cantabria triunfando como protagonista de Rigoletto y sumido en plenos ensayos de Nabucco con el que regresa en julio al Teatro Real de Madrid, echa la vista atrás y recuerda, en esta conversación con ÓPERA ACTUAL, los momentos más importantes de su ya longeva carrera.

Sobrevivir a más de tres décadas en la primera fila de la lírica es una tarea ardua, aún más teniendo en cuenta que se están celebrando interpretando con enorme éxito un título tan exigente como Rigoletto, justo antes de regresar al Teatro Real con Nabucco, dos joyas verdianas. “Rigoletto es de esos papeles que uno sueña interpretar algún día desde que empiezas a cantar y ha sido, sin duda, uno de los más importantes de mi carrera. Por eso me ha hecho ilusión tener la oportunidad de volver a interpretarlo en este año tan especial para mí. La primera vez que lo canté tenía 32 años y el debut fue bien, aunque al acabar cada acto sentía que no podía dar una nota más. En cambio, tras el entreacto, volvía a sentirme en perfectas condiciones. Eso significaba dos cosas: que no me había dañado y que Verdi era un genio escribiendo para la voz. De todos modos, entendí que no era el momento adecuado para cantar ese papel y decidí que, por más que me lo ofrecieran, no volvería a cantarlo hasta que tuviera 40 años. Y así lo hice porque, más allá del aspecto vocal, Rigoletto requiere un recorrido vital que solo se adquiere con el tiempo. Quizás, si no lo hubiese aparcado unos años, hoy no estaríamos haciendo esta entrevista”.

© Teatro Cervantes / Daniel PÉREZ

Al centro de la imagen, Luis Cansino como Poncia en 'La casa de Bernarda Alba'

ÓPERA ACTUAL: Ha transitado de manera natural hacia roles de perfil más dramático.

Luis CANSINO: Sí, es una línea en la que sigo profundizando. Durante años rechacé cantar Scarpia. Entendía que la orquestación pucciniana merece respeto y no lo canté hasta los 48, y hoy es uno de los papeles en que me siento más cómodo. No se puede cantar todo y, si quieres hacer un repertorio determinado, debes dejar de hacer según qué papeles. Por una cuestión vocal y también de mercado, porque la industria, el público y la crítica influyen. Es importante entender las señales que hoy me conducen hacia un repertorio de perfil teatral y bufo. Tras 35 años de carrera quiero interpretar papeles en los que realmente pueda servir a la música, como me dijo Montserrat Caballé. Papeles que me hagan feliz.

ÓA: ¿Cómo nace su vocación?

L. C.: Mi abuelo tenía una impresionante voz de bajo y cantaba en el coro de la Catedral de Lugo. Yo le pedía una y otra vez que cantase una preciosa canción gallega, Negra sombra, y me fascinaba escucharlo. Pero si me dedico al canto es por mi madre. Tenía una voz de soprano maravillosa que, por lo que se ve, se escuchaba a muchísima distancia, pero para la mentalidad de la época era inconcebible que una joven se dedicase a este mundo de perdición. De ahí que mi madre pensase que, si algún día tenía un hijo que quisiera dedicarse a la música, lo apoyaría hasta la extenuación, y así lo hizo conmigo. ¡Literalmente! Trabajó de sol a sol para ayudarme en mis estudios, me compró mi primer piano a plazos y me apoyó en todo momento. Sí. A ella le debo mi carrera.

ÓA: Pero su interés por la música era evidente desde muy joven.

L. C.: Mi madre siempre decía que no estaba segura de si empecé antes a hablar o a cantar. La verdad es que fui muy precoz y desde mocoso quería ser artista. En casa se escuchaba sobre todo zarzuela y de muy pequeño ya cantaba canciones de Nino Bravo o Al Bano y con apenas ocho años me escucharon en una emisora de radio y le pidieron a mi madre si podía llevarme para cantar. Y dos o tres de días a la semana, salía antes del cole e iba a un programa que se llamaba Xuntaza de amigos a cantar. A partir de ahí empecé a estudiar música en serio y, cuando nos trasladamos a Madrid ingresé en el Conservatorio superior de música.

© Národní divadlo Praha

Como Simon Boccanegra en la Ópera Nacional de Praga

ÓA: ¿Fue ahí donde coincidió con Pedro Lavirgen?

L. C.: Sí, él fue alguien importantísimo en mi formación, aunque la cosa no fue fácil. Hice mi prueba de ingreso con tan solo 14 años, algo insólito. Casualmente, ese año Pedro no presidía el tribunal porque estaba cantando. Supongo que el jurado vio a un chiquillo con mucho desparpajo que se quitó el cinturón utilizándolo a modo de espada para cantar “Fiel espada triunfadora” de El huésped del sevillano. Algo me debieron ver porque me admitieron, pero cuando Pedro volvió y se enteró de que habían aceptado a un chiquillo montó un cisco monumental. El caso es que ya no había marcha atrás y seguí estudiando. En el examen de fin de carrera gané el premio extraordinario, que me daba acceso, tres días después, al premio Lucrecia Arana, en el que debía cantar ni más ni menos que el aria de Macbeth. Un par de días antes, Lavirgen me llamó y me dio una serie de consejos que me sirvieron para ganar el premio. A partir de ahí Pedro se ofreció, de manera absolutamente desinteresada, a darme unas clases que yo no podía pagar. Siempre le estaré profundamente agradecido.

Luis Cansino: "Tengo un registro central y semi agudo firmes –al fin y al cabo, con los que se canta y que hay que cuidar– más o menos homogéneos, pero el agudo siempre ha sido mi batalla"

ÓA: ¿Cómo definiría sus características vocales y qué aspectos técnicos tuvo que trabajar especialmente?

L. C.: Tengo una impostación natural, por lo cual, a diferencia de otros cantantes, no necesito vocalizar antes de una función. Por otro lado, si algo aprendí de Pedro Lavirgen fue a respirar correctamente y, aunque a menudo me dicen que tengo facilidad en el registro agudo, nadie sabe lo mucho que he tenido que trabajarlo. Tengo un registro central y semi agudo firmes –al fin y al cabo, con los que se canta y que hay que cuidar– más o menos homogéneos, pero el agudo siempre ha sido mi batalla. Soy muy autoexigente, quizás en exceso; tiendo a lapidarme y tras la función nunca acabo de estar contento. Pienso que podría haber hecho mejor tal frase o conseguir tal sonido más redondo.

ÓA: ¿Cómo es que su debut operístico fue en México y con Escamillo y Fígaro, dos roles tan diferentes?

L. C.: Hacia 1991 era el primer barítono de la Antología de la zarzuela de Arturo Tamayo, que ese año celebraba su 25º aniversario, y visitamos México. Tras estrenar, me llamó Pedro Lavirgen para decirme que al director artístico del Teatro Bellas Artes yo le había gustado mucho y si estaría dispuesto a hacer una audición. Así fue como Rómulo Ramirez me ofreció Fígaro para la temporada siguiente. Además, durante esos días surgieron otras posibilidades y, en parte por ese ímpetu de la juventud, decidí que era el momento de dejar España y probar fortuna en un país que me estaba abriendo los brazos.

© Ópera de Tenerife

La soprano Leonor Bonilla y el barítono Luis Cansino como Gilda y Rigoletto en la Ópera de Tenerife

ÓA: En perspectiva, ¿qué debuts considera que han marcado su carrera profesional y personalmente?

L. C.: Nunca podré olvidar mi primer papel importante en ese templo que es el Liceu de Barcelona, Barnaba de La Gioconda. Como tampoco Los gavilanes ni La casa de Bernarda Alba en el Teatro de La Zarzuela y, obviamente, mi debut en el Teatro Real en 2015. También han sido especiales, en el Real, las funciones de La traviata cuando el teatro decidió abrir contra viento y marea en plena pandemia, o las más reciente de Viva la Mamma!, así como esa Adriana Lecouvreur en la Ópera de Oviedo… Pero no me quiero olvidar de dos entidades que creyeron en mí y me confiaron primeros papeles como los Amigos Canarios de la Ópera en Las Palmas de Gran Canaria, donde Mario Pontiggia me invitó a cantar el Nottingham de Roberto Devereux, y el Teatro Villamarta de Jerez, que me dio la oportunidad de debutar Falstaff. En 2011 estaba cantando uno de mis últimos Marcello de La Bohéme en Lima, papel que canté mucho y que quería abandonar para evolucionar hacia un repertorio más intenso. Casualmente, la directora artística del Teatro Nacional de Brno asistió y me propuso cantar en su teatro al año siguiente el Guido de Monfort de I vespri siciliani, un papelón. El éxito fue tremendo y la consecuencia fue que el director musical de esas funciones me propuso cantar al año siguiente en la Ópera de Praga Simon Boccanegra, un título que no se representaba allí desde hacía casi 40 años. ¿Y quién era el director escénico de esa producción? David Poutney, responsable artístico de la Welsh National Opera, que me ofreció cantar Macbeth en su teatro. Esa fue una concatenación de hechos muy importante en mi carrera. Si algo he aprendido en todos estos años es que la vida es cíclica y un cúmulo de circunstancias.– ÓA