ENTREVISTAS
Leonor Bonilla Premio ÓPERA ACTUAL 2019
Acaba de cantar Lucia di Lammermoor en Bilbao y Rigoletto en Tenerife, ópera con la que debutará en julio en Pekín. Le esperan Doña Francisquita en Lausana en enero y febrero, Aquiles en Esciros de Corselli en el Teatro Real en marzo y Luisa Fernanda en el Teatro de La Zarzuela en abril y mayo. La carrera de Leonor Bonilla ya ha despegado y por su talento promisorio recibe el Premio ÓPERA ACTUAL 2019 al cantante joven más prometedor.
La soprano Leonor Bonilla (Sevilla 1987) iba para bailaora, para lo que se formó en el Conservatorio Profesional de Danza de Sevilla. El destino y una lesión la llevaron al canto, que estudió en el Conservatorio Profesional de Sevilla Cristóbal de Morales. “Es algo que digo siempre: intentas hacer planes para tu vida y al final no eres tú quien dispone”, afirma a ÓPERA ACTUAL la cantante con un suave acento andaluz. “En mi caso el canto fue el camino que no esperaba. Mientras estudiaba magisterio comencé a cantar en un coro y cogí la asignatura de Conjunto Coral y me encantó, aunque en un principio me pusieron con las mezzos y las contraltos. Fue cuando me decidí a estudiar canto lírico, antes de entrar en el Coro del Maestranza”.

Leonor Bonilla como protagonista de 'Lucia de Lammermoor' en el Maestranza de Sevilla (2019)
ÓPERA ACTUAL: Cuando una Bohème cambió su vida
Leonor BONILLA: Sí, fue mi primera ópera en un escenario. Fue muy emocionante. Era la mítica producción de John Copley de la Royal Opera House Covent Garden de Londres y me dejó impresionada la escena del Café Momus. Me impactó y me fascinó como espectáculo. Ainhoa Arteta hacía Mimì, y me emocioné mucho con los personajes y sus situaciones. Me tocó, vamos. Lloré mucho y pensé, “ojalá algún día pudiera llegar a cantar un papel como ese”…
Ó. A.: Ya, pero, en todo caso, su estirpe es flamenca, con un bisabuelo cantaor y barbero –Bonilla, El Botones–, un abuelo también cantaor, un padre guitarrista que da clases de guitarra clásica en el Conservatorio de Sevilla, una madre, Leonor Caballos, también bailaora y profesora en el Conservatorio, una hermana bailaora y un tío, Antonio Caballos, profesor de escuela bolera…
L. B.: Y que también recibió el premio Joaquín Turina de piano… Vengo de una familia de artistas, pero antes nadie se había dedicado a la ópera. Mi abuelo y mi padre tenían una peña flamenca y he crecido en medio de todo eso, además de que mi padre me ponía mucha música clásica, a Bach, Mozart, Beethoven… Me sabía de memoria las obras más famosas de ellos y jugaba a dirigir la orquesta.
Ó. A.: También tuvo una época en la que interpretó música antigua.
L. B.: Sí, con el grupo Aquitania, y me encantaba. Eso fue antes de estudiar canto y lo compaginaba con los estudios. Hacíamos conciertos de música antigua y sefardí, y hasta tenemos grabados algunos discos. Fue una época en la que también canté en musicales, hice pop… ¡Afortunadamente no hay mucho material grabado como prueba! En esa época conocí al maestro Carlos Aragón, que es como mi padre en todo esto. Es el primero que me escucha un papel, me ayuda a preparar los roles y me ofrece ayuda con los estilos. Es mi guía, pero va más allá que un coach porque también es un gran apoyo en el aspecto emocional. Esto los cantantes lo necesitamos casi tanto como la ayuda técnica. Debuté con él mi primer papel importante cuando me llamó para cantar La clemenza di Tito en el Teatro Calderón de Valladolid.
Ó. A.: ¿Qué recuerdos tiene de esa Servilia de 2014?
L. B.: Todo son buenos recuerdos porque fue muy bonito. Estaba muy bien acompañada y me sentía segura con mi maestro tan cerca. Era un gran reparto, con Vivica Genaux, a quien admiro mucho, y Yolanda Auyanet, que la quiero como una madre-hermana, además de José Luis Sola, Marina Rodríguez-Cusí y Javier Franco. El grupo era fantástico. Además el Calderón es un teatro precioso y el público es muy cálido.
Ó. A.: Le ha ido muy bien y no para de acumular triunfos. ¿Vale la pena el sacrificio al que obliga la ópera a sus intérpretes?
L. B.: Todo es aparentemente fantástico, pero hay muchas cosas detrás de lo que se ve en el escenario que no lo son. La carrera te exige mucho. Hay momentos en los que no puedes estar donde quisieras, como me pasó cuando murió una prima en un accidente con solo 19 años y yo estaba en los últimos ensayos de una ópera en Italia. Eso te deja derrotado. De la pena me enfermé y estuve varios días en el hospital con suero, porque el canto es un reflejo de tu estado anímico. Al final estrené y milagrosamente todo salió muy bien, pero no pude estar con mi familia. Este es un camino de rosas, pero con espinas. Hay mucho que sacrificar, hay muchas renuncias. Mi casa son mis maletas. Tienes que reducir a la mínima expresión la relación con tu pareja; la mía está en Italia y nos vemos cuando podemos. Los cantantes llevamos una maleta que también se llena de vacíos. Es terrible cuando acaba una producción y le dices adiós a tus compañeros con los que has estado trabajando un mes a un nivel de intensidad emocional muy alto, dándolo todo. Ellos son, durante un tiempo, tu familia. Cuando los abandonas… Son vacíos difíciles de encajar. Siempre estás con miedo a perderte los eventos importantes de tus seres queridos y eso te va llenando de una carga incómoda. Pero al final vale la pena porque sin la música y sin el canto yo no podría ser feliz. De momento me compensa, y mucho, porque cuando estoy en un escenario siento que eso es lo que me da vida, es lo que me llena por completo. Poder comunicar e interrelacionarse con el público es nuestro objetivo final como artistas. Solo así me siento útil, que sirvo para algo. Es maravilloso cuando después de la función se me acerca una persona mayor y me explica que gracias a mi trabajo se ha olvidado de su enfermedad o de sus problemas. La música es terapéutica, pero no solo para el público, también para los que la hacemos.

Como Gilda en el 'Rigoletto' del Maestranza de Sevilla (2017)
Ó. A.: Desde 2015 también trabaja vocalmente con sus agentes, Rocío Ignacio y Alfonso García Leoz.
Leonor Bonilla: Sí, me han apoyado siempre y me cuidan mucho. Juntos trabajamos la técnica cuando voy a Madrid y hasta vocalizamos a distancia con videollamadas antes de la función. La tecnología es un gran aliado y siempre están disponibles, y eso es maravilloso.
Ó. A.: Su palmarés en concursos es impresionante: 1º Premio y Premio Especial del Público en el Certamen de Nuevas Voces de Sevilla. 3º Premio del Concurso Flaviano Labò de Piacenza. Premio del Público en el Monserrat Caballé. 1º Premio en el Concurso de Santa Cruz de Tenerife. 1º Premio en el Ciudad de Logroño. 3º Premio y Premio del Público en el Alfredo Kraus de Las Palmas. 2º Premio y seis premios más en el Viñas de Barcelona del año pasado… ¡Los gana todos!
L. B.: No todos: en el último al que fui, el Belvedere, no pasé de cuartos, y eso fue justo después del Viñas. Nunca se sabe, pero todos han sido una gran experiencia. En mi caso los concursos han sido fundamentales en cuanto a visibilidad y a aprendizaje. Me han salido contratos, y cuando ganas la verdad es que la parte económica ayuda mucho sobre todo cuando estás empezando, ya que puedes invertir en formación, en audiciones, en clases. A nivel técnico te mides con tus compañeros, ves la respuesta del público, cantas en teatros importantes, trabajas con una orquesta… Todo esto aporta bagaje y es parte de la formación. En todo caso, que se trate de una competición tiene su parte incómoda, ya que es muy subjetivo valorar el arte y la presión que se vive al competir no la aguanta cualquiera sobre todo cuando compites contra compañeros y amigos.
Ó. A.: Antes de centrarse más en la ópera cantó algo de oratorio y conciertos. ¿Le interesa ese repertorio?
L. B.: Mucho, pero hace tiempo que no lo hago y me encantaría volver a hacerlo. Me han ofrecido algunas cosas, pero de momento no lo he podido compaginar.
Ó. A.: En zarzuela y ópera española ha interpretado Agua, Azucarillos y Aguardiente, Bohemios y Marina. Cantará Doña Francisquita en Lausana y Carolina de Luisa Fernanda en el Teatro de La Zarzuela. ¿Qué opina del repertorio español?
L. B.: La zarzuela es un género que a simple vista no parece que fuera tan difícil, pero en realidad lo es tanto como la ópera. El texto hablado, declamado, es una particularidad y una dificultad añadida cuando se tiene que compaginar con el canto. Y es verdad que la densidad orquestal, la mayoría de las veces, es muy grande, se doblan las melodías de los cantantes y no siempre están escritas de manera cómoda para las voces. Por otra parte, a nivel interpretativo, los personajes siempre son muy potentes, con roles castizos o de personalidad muy compleja y marcada. Se necesita un recorrido y una experiencia sólida para hacerlos bien. Roles como los de Marina, que es una ópera complicada, o el de Francisquita, están al mismo nivel que una ópera. El género me encanta y estoy deseando hacer la Francisquita desde que me la propusieron hace ya unos años. Además en Lausana podré trabajar con Ismael Jordi, que es de mi tierra y a quien admiro muchísimo.
Ó. A.: Cantar zarzuela en Suiza es toda una responsabilidad.
L. B.: Sí, y más difícil todavía porque los textos hablados se harán en francés. A ver si habrá que entonarlo como francés con acento castizo o como un castizo hablando en francés… En general adoro la música española y el repertorio sinfónico del nacionalismo español, Granados, Albéniz, Falla. Desde chica lo he vivido muy de cerca porque en el Conservatorio bailábamos mucho este repertorio y además cuando veía a mi padre y a mi tío tocando muchas veces La vida breve. En casa escucho mucho a Falla.
Ó. A.: En ópera su repertorio se mueve entre el bel canto romántico de Rossini y Donizetti, como su aplaudida Lucia di Lammermoor del año pasado en el Teatro de La Maestranza y hace unas semanas, en octubre, en ABAO Bilbao Opera, pero también ha cantado a Gluck, Richard Strauss y, claro, Gilda del Rigoletto verdiano. ¿Cuáles son sus intereses en este momento?
L. B.: Ahora mismo estoy muy contenta con el repertorio belcantista de lírico ligera de coloratura. Me interesan mucho los personajes de Donizetti y Bellini y me encantaría poder hacer Sonnambula, Adina o Norina porque estoy en un momento óptimo para estos roles. Con Lucia me siento muy cómoda, incluso vocalizo con algunas de sus partes, aunque sé que en este tipo de ópera todo es difícil y complejo, los papeles son exigentes, largos, pero al final son agradecidos si le van bien a tu vocalidad.

Leonor Bonilla como Lucia de Lammermoor en la temporada de ABAO Bilbao Opera
Ó. A.: En Italia ha cantado principalmente repertorio italiano. Debuta en 2016 con Il Turco in Italia y redescubrió la Francesca da Rimini de Mercadante –un estreno absoluto– y Giulietta e Romeo de Vaccaj en el Festival della Valle d’Itria. Ha hecho Nannetta de Falstaff y Gilda de Rigoletto en Génova. ¿Con cuál de sus personajes se queda?
Leonor Bonilla: Con todos he disfrutado y aprendido. Francesca de Mercadante fue un descubrimiento y me va como anillo al dedo, pero Lucia me vuelve loca. Me encanta desde que empieza hasta que se termina. No acabo cansada, me puedo expresar muy bien con sus melodías y escénicamente me fascina. Esa escena de la locura de 20 minutos es un tour de force, un auténtico reto que te exige toda tu concentración y entrega. Solo he hecho cinco funciones de esta ópera, lo justo para hacerme una pequeña idea de lo que representa este gran personaje. Espero que vengan más porque me he sentido muy feliz haciéndola.
Ó. A.: También ha estado en el Festival Rossini in Wildbad, Alemania, y ha cantado Francesca da Rimini en Japón. ¿Qué novedades hay en su agenda internacional?
L. B.: Además de cantar Gilda de Rigoletto en China en julio y Doña Francisquita en Lausana a comienzos de año, también hay proyectos para volver a Japón y más cosas en Pekín. Ojalá también salgan más cosas en Italia, porque es un país que me encanta. Cantar fuera ayuda mucho, brinda experiencia. Otro aspecto incómodo de la carrera es que te obliga a estar pendiente del teléfono y de la agenda.
Ó. A.: En el Teatro Real de Madrid cantará Aquiles en Esciros de Corselli y en Tenerife acaba de cantar Gilda. ¿Qué opina del personaje?
Leonor Bonilla: Ella al final se convierte casi en una superheroína cuando se suicida por amor. No es que este sea un comportamiento ejemplar, pero su muerte le da un toque épico. Gilda no es solo el “Caro nome”. Es un personaje completo y tiene momentos geniales. Verdi aporta una dramaturgia musical que reviste al personaje de carácter. Describe cómo la sobreprotección que recibe de su padre, Rigoletto, se transforma en motivo para revelarse y casi que se entrega al primero que la intenta conquistar. Ella necesita sentirse deseada como mujer. Además no es tan loca la idea de que una persona se quite la vida por amor. Sucede. Verdi era un maestro del teatro, y dramatúrgicamente la historia está contada mejor imposible. La música te lo explica todo, hasta la doble moral de Rigoletto. ÓA
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